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Entrevista a Josu Santamarina Otaola, arqueólogo e historiador

«Cuando ya no tenemos testigos directos, los objetos son el testimonio que nos queda»

Fuentes: Naiz [Foto: Josu Santamarina compara una fotografía del Batallón Araba con el estado actual del lugar (Josu Santamarina)]

El arqueólogo e historiador Josu Santamarina Otaola ha dado forma de libro a su investigación doctoral para publicar, con la editorial Sans Soleil, «Euzkadi en ruinas. Arqueología de la Guerra Civil en el País Vasco (1936-1948)». Con ella se da a conocer «una visión diferente e inédita», a través de restos, de un conflicto iniciado hace casi 90 años.

El arqueólogo Josu Santamarina ha publicado con la editorial Sans Soleil un libro que recorre el desarrollo de la Guerra del 36 a través de vestigios arqueológicos. Después de esta investigación doctoral, destaca que los cambios de paisaje «muy radicales» han destruido parte de los restos, como el Cinturón de Hierro.

“Euzkadi en ruinas. Arqueología de la Guerra Civil en el País Vasco (1936-1948)” es el título del libro que ha publicado el arqueólogo Josu Santamarina Otaola. Tal y como ha explicado en conversación con 7K, cada vez hay menos personas vivas que vivieron la Guerra del 36 y «los objetos son el testimonio que nos queda».

Así, en este libro, que deriva de una investigación doctoral que comenzó en el año 2016, se narra la denominada Guerra Civil desde julio de 1936 hasta 1948, el año en el que se derogó el Estado de Guerra, y porque en el 39 no comenzó la paz, sino «la ocupación del territorio, la fase de represión, de los símbolos, los monumentos, la propaganda y la reconstrucción».

Este trabajo otorga «una visión diferente e inédita», a través de los objetos, de este periodo histórico. De esta manera, explica Santamarina, «lo interesante ha sido ver que nos da la visión de que hubo varias guerras -de columnas, de trincheras-, una especie de secuencia, estratigrafía, de los tipos de guerra y que cada una tenía su objeto característico».

A esos objetos que definen una época se les llama «fósil director» en la arqueología. La primera fase de la guerra, la “Guerra de Columnas”, fue «muy precaria» y en ella se utilizó «una munición muy rudimentaria que venía de los cuarteles». También se reutilizaron espacios y son «muy características» las fosas de cuneta, «una cosa muy cruda».

Restos de una trinchera en San Pedro-Askuren. (Biblioteca Nacional)

En la “Guerra de Trincheras” el fósil director son las fortificaciones, como los búnkeres, «que aparecen en esa época». En la primavera del 37, sin embargo, «cuando empiezan los bombardeos masivos sobre el territorio vasco», como el de Durango y el de Gernika, «el fósil guía más característico es el cráter, el impacto, y también los cuerpos mal enterrados o tirados en el monte». Más tarde, en la década de los años 40 son «los centros represivos, los monumentos o las fosas en cementerios de prisioneros muertos por hambre y frío».

La investigación arqueológica también ha arrojado luz sobre la cuestión de la participación extranjera en la guerra. En el yacimiento de San Pedro-Askuren, en Urduña, el principal que han excavado en estos años y que «ha dado una información tremenda», solo el 9% de la munición hallada es de fabricación española. «El resto vino de México, Alemania, Francia, Estados Unidos o Rusia», explica Josu Santamarina.

Imagen capturada en Legutio en 1937. (Biblioteca Nacional)

Por lo tanto, «es una guerra internacional» y la del 36 «fue parte de una guerra civil europea, antecedente de la Segunda Guerra Mundial, si se quiere». Es por eso que el concepto de “Guerra Civil” para referirse a la que empezó con el golpe de Estado contra la Segunda República española, es «muy cuestionable, también a nivel arqueológico». «Yo mismo me debato con él, porque la definición clásica es la de una nación, en la cual vecinos y hermanos se pelean y es un relato que la propia dictadura usó de propaganda», detalla.

Uno de los protagonistas del libro es Legutio, donde pasó su niñez Josu Santamarina. Se habla de la Batalla de Villarreal, la única ofensiva de Euzko Gudarostea que el bando sublevado «acabó usando a su favor» con motes como “Villarruinas”, “Villaescombros” o “El Verdún alavés”, «reclamando así esa característica de lugar sagrado, santo, de lugar de sus mártires, de sus caídos».

Trabajos de excavación en San Pedro-Askuren. (Josu Santamarina)

En el contexto arqueológico, el caso de Legutio es significativo por la manera en la que se desarrolló la construcción franquista del embalse de Urrunaga, que «alteró mucho el paisaje de la guerra» y ha hecho que muchos de los restos queden inundados para siempre. También ha quedado constancia de la guerra en los cráteres del monte Aiaogana, «que fue bombardeado en dos minutos por la Legión Cóndor alemana», en los que «la hierba y los helechos crecen de forma extraña y el ganado no come».

De esta manera, según apunta el arqueólogo, la reconstrucción de lo que destruyó la guerra trajo consigo «la imposición de un paisaje monumental, de los símbolos», es decir, el «paisaje de la victoria». «El franquismo creó una institución específica que se llamaba Regiones Devastadas, que era para crear escenografías favorables al régimen y, además, implantar todo un sistema propagandístico».

LOS RESTOS DESPUÉS DE CASI UN SIGLO

Otra parte de los restos tampoco se conserva por las transformaciones de paisaje «más radicales» en los últimos años. «En estos 90 años han pasado cosas que no habían pasado en los miles de años antes», explica Josu Santamarina. «En este sentido, donde se conservan más restos es en Araba, que es donde hay más monte comunal, donde por lo general se conservan mejor los paisajes naturales y los agrícolas y rurales».

En el caso de Bizkaia, por ejemplo, esas transformaciones han dañado el Cinturón de Hierro que «se hizo en previsión del ataque franquista, pero realmente casi no tuvo utilidad» y quedó casi intacto. Por ello, «lo que el franquismo no le hizo al Cinturón de Hierro, se lo ha hecho el capitalismo en estos años porque se lo ha ido cargando, lo ha ido destruyendo».

Aun así, añade Santamarina, desde 2019 un decreto protege estos restos arqueológicos y establece protocolos de protección, pero no cubre la mayoría de los restos que investiga en este trabajo. De hecho, hay elementos que aparecen en el libro que ya han sido «destruidos o bastante dañados en muy pocos años».

NOMBRES PROPIOS

Aunque, según Santamarina, «la arqueología es el mundo del anónimo», el hallazgo de una chapa de un miliciano que no estaba asociada a ningún cuerpo en San Pedro-Askuren llevó a trazar toda la historia de este hombre. Se trata de Manuel Mogrovejo, nacido en Zornotza, se enroló en el batallón comunista Leandro Carro con 17 años y combatió en San Pedro, donde se entiende que perdió su identificación, porque lo habitual es que aparezcan al lado de un cuerpo.

Tenedor, cuchara y filo de cuchillo hallados en San Pedro-Askuren. (Jagoba Manterola | FOKU)

Después, pasó por el Campo de Gurs y fue enviado a la línea Maginot. «Una de las cosas más fuertes» para Santamarina es que fue uno de los deportados vascos en campos de concentración nazis y estuvo en Mauthausen desde 1941 hasta 1945, cuando las tropas americanas entraron a liberar el campo. «Un caso muy único», destaca, porque era un nombre que había quedado en el olvido en las bases de datos. Además, lamenta que «hemos olvidado la historia de los deportados vascos en campos de concentración».

Otra historia personal no tan clara es la de Catalina, el nombre que alguien dejó grabado en un búnker en el norte de Araba. «La inercia nos lleva siempre a pensar que será ‘la mujer de’, ‘la hermana de’ o ‘la madre de’, pero también puede caber la posibilidad de que sea un nombre escrito por una mujer en primera persona allí, en el frente de Ketura», aclara Josu Santamarina. Sin embargo, este caso «es casi como si fuese una investigación prehistórica», porque ese nombre no consta en ninguna nómina.

Aun así, «no hemos descubierto nada», advierte el arqueólogo refiriéndose al equipo que ha trabajado en esta investigación. «En Euskal Herria tenemos un tejido asociativo y vecinal super potente, que ya buscaba conocer esto antes, incluso, de que nos acercáramos a la universidad».

El autor con su libro. (Jagoba Manterola | FOKU)

Destaca así que en este trabajo han intentado «profundizar en ello, sistematizarlo y ofrecer las herramientas que da la arqueología y también la historia». Celebra que en Euskal Herria, en el caso de la memoria histórica sobre esta guerra, hay «cierto consenso» sobre la necesidad de investigar, «una rareza» en el Estado español. Lo compara con Murcia, donde todavía no se ha excavado ninguna fosa y con Madrid, donde las primeras las excavó Aranzadi hace unos tres años, por ejemplo.

Así, para Josu Santamarina, «la arqueología es interesante porque nos invita a pensar que, una vez de que ya no tenemos prácticamente testimonios directos, los objetos son el testimonio que nos queda». «Es una pena, pero creo que también se trata como una oportunidad», concluye.

Fuente: https://www.naiz.eus/es/hemeroteca/7k/editions/2025-06-01/hemeroteca_articles/cuando-ya-no-tenemos-testigos-directos-los-objetos-son-el-testimonio-que-nos-queda