Una pregunta capciosa ante la que, se responda lo que se responda, sólo se puede salir mal parado, es una “trampa saducea”. El escándalo de corrupción, del ya ex secretario de organización del PSOE Santos Cerdán y del exministro José Luis Ábalos, sitúa a la izquierda transformadora en una esas trampas. Si aboga por la continuidad del Gobierno de coalición frente unas elecciones anticipadas que, con una alta probabilidad, llevarían a un Ejecutivo PP-Vox, no necesariamente por ese orden, será acusada por la derecha de apoyar a la “mafia”. La única salida de esa ratonera es romper con la lógica derechista, reconocer las carencias del Gobierno y rearmar ideológica, programática y organizativamente a la propia izquierda transformadora.
La corrupción es inherente a la sociedad capitalista con sus inmensas desigualdades, el control económico de las grandes corporaciones y la lucha incesante por enriquecerse. Al aceptar las reglas del capitalismo e integrarse en sus instituciones, la dirigencia del PSOE ha cultivado el ambiente propicio para la corrupción, contagiándose de las prácticas en las que la derecha es una maestra.
Sin embargo, la dirección de Podemos yerra al poner en un mismo plano al PP y al PSOE. Aunque los dirigentes “socialistas” aceptan el bipartidismo —Feijóo diría alternancia— y el capitalismo como el menos malo de los sistemas posibles, no representan lo mismo si atendemos a su base social y su trayectoria histórica. De ahí la saña con que la derecha ataca a Pedro Sánchez, arriesgando la propia estabilidad del régimen del 78. No se trata tanto de quién es como de lo que representa que, hasta hoy, es a la mayoría de los votantes de izquierdas. Y es una expresión de que al PP y a Vox le sobran los derechos conquistados en la lucha contra la dictadura franquista, por insuficientes que fuesen. Hoy los representantes de Podemos se niegan a negociar con un partido corrupto, pero fueron los máximos defensores de gobernar con él en 2019.
Aunque quizás sean inevitables, unas elecciones anticipadas son la peor salida posible. No tanto por lo mal parados que saldrán los partidos de la izquierda transformadora, y el PSOE, sino, sobre todo, porque las consecuencias de un gobierno de Feijóo y Abascal las pagará la clase trabajadora. Trump, Meloni o Milei son un aviso claro. Tratar de evitar unas elecciones anticipadas ahora es una postura en defensa propia, no un respaldo a la corrupción.
El, por ahora, caso “Cerdán-Ábalos” es un grave revés a la credibilidad del Gobierno de coalición, pero no se puede plantear una salida a esta situación sin reconocer que el Gobierno no va bien, al menos desde la perspectiva de la clase trabajadora.
LA PARADOJA DEL GOBIERNO DE COALICIÓN
Las cifras económicas del Ejecutivo de Pedro Sánchez son de las mejores de la Unión Europea. Su dependencia de la izquierda transformadora ha propiciado medidas improbables con mayoría absoluta del PSOE o en coalición con Ciudadanos. Muy distintas de las de Rajoy (y Zapatero) en la crisis de 2009: Los Expedientes de Regulación de Temporal de Empleo (ERTE), la subida del SMI, el IMV, el aumento de los contratos indefinidos, el incremento de las pensiones conforme al IPC, etcétera.
A pesar de ellas, las expectativas electorales de la izquierda estatal son cada vez más negras. Y, sobre todo, la situación de la izquierda transformadora es cada vez más difícil. Esa es la paradoja del Gobierno de coalición. Con la derecha sería peor, sí, pero la realidad es que la inmensa mayoría de quienes eran pobres antes de 2019 hoy lo siguen siendo, a las familias de clase trabajadora cada vez les resulta más difícil llegar a fin de mes, los servicios públicos siguen deteriorándose y la vivienda es más cara e inaccesible. El Gobierno va muy por detrás de las necesidades sociales.
Aunque si gobernasen, con estas mismas cifras, dirían que España va “muy bien”, PP y Vox utilizan el descontento para manipular el sufrimiento y la desesperanza de la gente, a la vez que movilizan y cohesionan al votante de derechas.
La ironía es que son las grandes corporaciones empresariales, con beneficios récord, a quienes les va mejor. Hubieran preferido a la derecha para ganar aún más, pero no les va mal con este Gobierno. Ahora lo dan por amortizado, pero piden un relevo pausado, porque en los próximos seis meses tiene que llegar la última tanda de fondos europeos. Una vez cobrado el dinero, vía libre a la derecha parar destruir las modestas conquistas de estos años.
EL DECLIVE DE LA MILITANCIA
La participación en el Ejecutivo no sólo ha tenido resultado positivos. El más negativo ha sido propiciar que IU y el resto de las fuerzas empleen el grueso de sus energías en arrancar esos avances insuficientes, en lugar de priorizar la construcción de una alternativa por la izquierda.
Una idea errónea, pero sólidamente anclada en la izquierda, es que “se cambia más desde el BOE que desde la movilización”. La entrada en el Gobierno fortaleció esa concepción, a pesar de que en el BOE sólo se refleja aquello que, previamente, se ha conquistado con movilización. Esa dinámica ha alimentado la caída de la participación de la militancia, pues es la gente más consciente de las miserias, limitaciones e hipocresías del socio de Gobierno. Es difícil olvidar las imágenes de la matanza de Melilla, el fracaso de la ley de vivienda, la traición al pueblo saharaui que supone el acuerdo con el autoritario monarca de Marruecos o la pervivencia de la ignominiosa ley Mordaza.
Es imprescindible hacer un balance de la participación en el Ejecutivo del PSOE y recordar que no era la única opción, pues hubiese sido posible apoyarlo desde fuera como, de hecho, prefería el propio Pedro Sánchez.
Ciertamente, estar fuera del Gobierno no es garantía de que las cosas salgan bien. En Portugal, la izquierda transformadora ha obtenido una presencia testimonial en el Parlamento a pesar de no haber estado nunca en el Ejecutivo. Y, una vez dentro, salir es algo que debe hacerse cuidadosamente, para no ser visto como un mero cálculo electoral. Dar ese paso ahora es contribuir a la caída del Gobierno de coalición en beneficio de la derecha. Pero respaldar críticamente al PSOE frente al tándem Feijóo-Abascal no implica darle un cheque en blanco ni seguir en el Ejecutivo hasta el final.
Izquierda Unida y otras fuerzas han planteado medidas concretas contra la corrupción, —también contra los corruptores, igual de decisivos, si no más— y han exigido un giro a la izquierda. Pero hay que concretar en qué consiste ese giro y poner plazos. Y, además, reclamar que en ese mismo proceso se proceda a una renovación de los miembros “socialistas” del Gobierno, incluida la presidencia. Seguir con políticas que no atienden las necesidades reales y con personas puedan estar salpicadas por la corrupción, es dejarle una diana perfecta al PP y a Vox. Si, transcurridos 6 meses, la dirección del PSOE no reacciona, la izquierda transformadora debería abandonar el Ejecutivo y apoyar desde sus escaños sólo aquello que sea un avance.
¿Cabe esperar que la dirección del PSOE actúe en ese sentido? No invita al optimismo recordar que a Pedro Sánchez le quitaba el sueño la posibilidad de verse obligado a gobernar con la izquierda transformadora y que prefería a Ciudadanos. Aun así, es posible que, ante el ataque sin cuartel de la derecha, se vea obligada a tomar esa senda.
En cualquier caso, la izquierda transformadora sólo puede confiar en sus propias fuerzas y en la clase trabajadora. Evitar unas elecciones anticipadas, o aplazarlas, sólo es ganar tiempo que debe aprovecharse para hacer pública una alternativa y afrontar los problemas de fondo.
UNA PROPUESTA SOCIAL Y DEMOCRÁTICA DE CHOQUE
La propuesta que se ponga sobre la mesa debe ser ambiciosa para responder a las necesidades sociales y democráticas más acuciantes, si queremos que el giro sea real:
- Reducir el gasto militar e incrementar drásticamente el gasto social y aplicar una política económica que atienda las necesidades sociales y ecológicas.
- Garantizar los recursos materiales y humanos para la sanidad, la educación, los cuidados y la vivienda. Para ello, hay que cambiar las leyes marco y de armonización estatales estableciendo unos mínimos obligatorios en todas las comunidades autónomas (ratios, prestaciones…) y poner fin a las transferencias de dinero público al negocio sanitario y educativo privados, crear un parque público de vivienda en alquiler acorde con las necesidades y un sistema público de cuidados de prestación directa.
- Transformar el IMV en una Renta Básica Universal para erradicar la pobreza severa, junto a una Reforma Fiscal progresiva valiente.
- Establecer la semana laboral de 32 horas y 4 días a la semana, y medidas que garanticen que se puede vivir dignamente del salario.
- Derogar la ley mordaza.
- Proponerse un cauce democrático para ejercer el derecho a decidir de las distintas nacionalidades del Estado español.
La dirección del PSOE no querrá ir tan lejos, en consonancia con toda su trayectoria, pero muchos votantes y militantes socialistas sí verán con simpatía las propuestas. Menos dispuestos a apoyarlas estarán el PNV y Junts, evidenciando los límites de la actual correlación de fuerzas en el Congreso.
Si la dirección “socialista” no quiere afrontar un cambio serio, la izquierda transformadora debe demostrar públicamente que tiene una alternativa, sin atar su futuro y el de la clase trabajadora a los acuerdos con ella.
UNIDAD Y MOVILIZACIÓN SOBRE BASES NUEVAS
Una propuesta de estas características, debe abrirse a la participación social, debe construirse colectivamente si se quiere que tenga apoyo. Todas las organizaciones de la izquierda transformadora deberían colaborar para ponerla en marcha, desde la base hasta el propio Congreso. El objetivo es sumar fuerzas y promover una potente movilización unitaria, que es la única forma de darle la vuelta a esta situación. En última instancia, hay que alentar a la clase trabajadora a confiar en sus propias fuerzas para detener el avance de la extrema-derecha, sin esperar a que ningún líder ni lideresa venga a salvarnos. Se necesita unidad, pero debe reconstruirse sobre bases diferentes a las que hemos vivido estos años, a saber:
- UNIDAD SIN UNIFORMIDAD, partiendo de lo que nos une, sin que nadie renuncie a sus puntos de vista. Fortalece a todo el mundo, sin anular a nadie.
- CON UN PROGRAMA COMÚN, que no tiene por qué ser un programa completo.
- CON LIBERTAD DE CRÍTICA, la necesitamos tanto como la unidad.
- CON MÉTODOS DEMOCRÁTICOS, todo el mundo es escuchado y participa en la toma de decisiones de todo lo que le afecte.
- VÍNCULOS SÓLIDOS CON LOS MOVIMIENTOS SOCIALES. Desde el respeto y la autonomía, la lucha política y la lucha social deben apoyarse mutuamente.
Hay decenas de miles de personas trabajando contra las consecuencias del sistema tanto en el ámbito de la economía social como en los frentes sindical, democrático, feminista, ecologista, etcétera. Si actuaran de forma coordinada, con un programa común y con métodos democráticos, su fuerza se multiplicaría.
LA PARADOJA DE LA IZQUIERDA ANTICAPITALISTA
La unidad no es suficiente. Más llamativa aún que la paradoja del Gobierno —buenas cifras económicas y malas expectativas electorales— es la de la izquierda anticapitalista: cuanto mayor es la crisis del capitalismo, mayor es la crisis de sus organizaciones.
Sin una alternativa seria al capitalismo, es inevitable someterse a sus reglas o quedar reducido a ser una secta aislada. Nada mejor que el PSOE muestra nítidamente a dónde conduce aceptar el capitalismo.
La crisis eco-social abre una nueva etapa del sistema. Su dinámica natural es expoliar al planeta y explotar a la clase trabajadora, las dos fuentes de la riqueza, pero la crisis de recursos naturales y ecológica está propiciando que el sistema incremente la explotación del trabajo humano. Ese proceso está alimentando el militarismo y el autoritarismo. Ambos vienen a terminar la tarea que empezó el neoliberalismo para arrojar por la borda lo que queda de los derechos sociales, laborales y democráticos conquistados en las décadas pasadas. Los gobiernos de Trump, Milei, Meloni, Ayuso, Abascal y otros líderes de la extrema derecha son una declaración de guerra a la clase trabajadora.
A pesar del desastre social y ecológico del capitalismo, muchos están convencidos de que sólo es posible una izquierda socialdemócrata, porque una “radical” jamás “ganará las elecciones”, pero los hechos dicen que la mayoría de la “izquierda” está en caída libre, también la “socialdemócrata”.
En última instancia, escapar de la trampa saducea en la que se ha convertido el Gobierno de coalición exige una reflexión honesta y valiente, que va más allá de estar o no en el Ejecutivo, por relevante que sea esa cuestión. La izquierda tiene que ser capaz de transformarse a sí misma para afrontar los retos de esta nueva etapa del capitalismo. Su crisis general se manifiesta en tres planos diferentes, íntimamente relacionados: La falta de una propuesta anticapitalista creíble, la falta de un programa de transición al socialismo y, por último, la falta de un modelo organizativo capaz de construir un movimiento social y político de masas, unitario, democrático y diverso.
REINVENTAR EL SOCIALISMO
Michael Lebowitz abogaba por “reinventar el socialismo”. Es imprescindible una fuerte columna vertebral pública, que exige nacionalizar —una reivindicación tan veterana como olvidada— lo que hoy son oligopolios privados para convertirlos en servicios públicos o empresas públicas, que no estén sometidas al afán de lucro propio del capitalismo. Pero socialismo no es sinónimo de “estado fuerte”. Una economía socialista no será mayoritariamente pública, sino social: empresas sin ánimo de lucro, cooperativas, bienes comunales… Se trata de socializar y democratizar los medios de producción, que no significa estatalizar todo.
Siguiendo la propuesta de Lebowitz, los tres lados del “triángulo socialista”, que forman un todo inseparable, serían: Primero, la propiedad social de los medios de producción; segundo, la producción social organizada por los trabajadores y trabajadoras; y, tercero, la satisfacción de necesidades y objetivos comunitarios, como el objetivo de la actividad productiva.
Además, el socialismo tiene que estar anclado en los valores que reseña Eric Olin Wright: Primero, la igualdad y la equidad, una sociedad justa en la que todas las personas tengan acceso a los medios materiales y sociales necesarios para llevar una vida plena; segundo, democracia y libertad, que las personas puedan participar en las decisiones que afectan a su vida de un modo sustancial; y, tercero, comunidad y solidaridad, que nos recuerda que los seres humanos deben cooperar por un compromiso con el bienestar ajeno y como medio para lograr una vida plena, así como para fomentar la igualdad y la democracia.
REFORMA Y REVOLUCIÓN
A partir de esa concepción socialista, el programa debe conectar con la realidad de la época, las necesidades y nuevas posibilidades. Hoy son viables y necesarios tanto el establecimiento de una Renta Básica Universal como la reducción de la jornada laboral a 32 horas y 4 días a la semana, como primer paso, para ir a una de 24 horas y cuatro días. Medidas que transformen las condiciones de vida de la clase trabajadora, no se limiten a un reparto de migajas.
La izquierda ya no puede limitarse a una postura “conservadora” de las conquistas que hoy ataca la derecha. No se trata sólo de defender lo que existe, por ejemplo, la Sanidad pública, porque no funciona bien tal y cómo está, y de eso se aprovecha la derecha para deteriorarla aún más y convertir el derecho a la salud en un negocio. Salvar la sanidad pública exige un nuevo modelo de sanidad pública. Lo mismo se puede aplicar a la Educación pública o al sistema de cuidados.
El marxismo no contrapone las reformas a las propuestas revolucionarias, aquellas que cuestionan las relaciones de propiedad capitalistas, sino que las trata como complementarias, como un todo articulado. La banca y la producción energética, por ejemplo, deben ser un servicio público, ya que es la única forma de poner planificar democráticamente su uso, con criterios sociales y ecológicos, además de crear el entorno favorable para que las reformas se consoliden definitivamente.
REPLANTEAR LOS MÉTODOS ORGANIZATIVOS
Las organizaciones de la izquierda tienden a reproducir los esquemas propios de la sociedad capitalista, muchas veces de forma inconsciente: burocratismo, verticalismo, infalibilidad de la dirección, incapacidad real de supervisión de la dirección por la militancia, institucionalismo, luchas de poder, obsesión de las direcciones por el control, falta de autonomía efectiva de las asambleas de base… Nos hemos impregnado de la concepción que se deriva de la democracia representativa, en la que todo gira en torno a “capitalizar” electoralmente el apoyo, y cada vez se tiene menos. No se puede seguir negando esa realidad, hay que aceptarla y afrontarla.
A lo largo de la historia, la sociedad ha ido desarrollando distintas formas de organización. Conforme las sociedades crecían, los métodos jerárquicos y autoritarios han sido los predominantes. También en la historia del movimiento de la clase trabajadora, conforme surgían organizaciones de masas, hemos visto cómo crecían los métodos burocráticos o la institucionalización.
En la antigua Unión Soviética los soviets de los primeros tiempos se disolvían de facto y se generaba una enorme nomenclatura burocrática y autoritaria que, décadas después, encabezaría el retorno al capitalismo. Una dinámica que también se vive en los partidos socialdemócratas europeos, por ejemplo, que han generado estructuras burocráticas, estrechamente vinculadas a su participación en las instituciones.
Sin embargo, no es un destino fatal ni inevitable. Hoy, la experiencia práctica nos brinda modelos que demuestran que es posible organizar de forma democrática y efectiva, grandes grupos humanos: movimientos como el MST en Brasil, las organizaciones teal, la sociocracia, la economía social… verdaderos laboratorios de los que aprender. Hay que abrir ese debate y empezar a ponerlo en práctica. Ese era el método de Marx, aprender de la ciencia y de la experiencia viva. No se trata de buscar culpables, sino de abrir un debate de ideas y propuestas de acción.
Se trata de poner en práctica la vieja idea que se recogía en los Estatutos de la Asociación Internacional de Trabajadores, de puño y letra del propio Mars, adaptándola a nuestra época: La emancipación de la clase trabajadora debe ser obra de las propias trabajadoras y trabajadores.
La izquierda transformadora sólo puede recuperarse si aborda seriamente su rearme de ideas, programático y organizativo. Tiene que evitar tanto la integración en el sistema, como el quedar reducida a una secta. Sólo así puede dar respuesta a las necesidades de la clase trabajadora y de los sectores populares, volver a reconectar con ellos y enfrentar al capitalismo. Sólo si la lucha cotidiana por lo más inmediato vuelve a ser parte de la pelea por transformar la sociedad se podrá recuperar la esperanza en el futuro.
Fuente original: https://porelsocialismo.net/la-trampa-saducea/
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