Al crecer en Gaza, aprendí que para ser un hombre tenía que reprimir mis lágrimas, ocultar mis temblores y ahogar mi dolor. Pero ¿cómo se supone que puedo contenerlo cuando todo a mi alrededor se ha derrumbado?
Entré en la edad adulta bajo los bombardeos, en un mundo que rara vez considera que las vidas de personas como yo merecen protección o incluso duelo. El genocidio israelí en Gaza no sólo ha robado la vida de nuestros familiares y vecinos, sino que también ha desmantelado y remodelado sistemáticamente nuestro sentido de identidad, comunidad y personalidad.
Desde muy joven aprendí que, como hombre, tendría que proteger, proveer y permanecer firme sin importar las circunstancias. Pero desde el principio, me di cuenta de que esta tarea sería totalmente diferente para mí que para muchos otros niños del mundo.
Tenía 9 años la primera vez que sobreviví a un ataque aéreo. Iba de camino al colegio cuando una bomba destrozó la calle por la que caminábamos mis compañeros y yo. Cuando el polvo y las cenizas se disiparon, corrí a casa pasando junto a mis compañeros, algunos de ellos ya muertos, otros gritando, con miembros amputados.
Cuando finalmente llegué a casa, toda mi familia estaba llorando. Recuerdo claramente haber mirado a mi madre, que temblaba, y haberle dicho algo demasiado grande para un niño: «Mamá, soy un hombre. Nadie debe llorar por mí». Con una certeza que sólo un niño es capaz de tener, añadí: «Sé cómo escapar de la muerte».
Desde ese momento, he sobrevivido a más de diez ataques. Pero ahora, a mis 26 años, y tras casi dos años de este genocidio, me he dado cuenta de que el estoicismo y la firmeza que se exige a los hombres palestinos es casi imposible.

¿Cómo puedo ser «protector» cuando los aviones de combate reducen mi hogar a escombros, los drones nos roban el sueño y el desplazamiento forzoso se convierte en la única garantía? ¿Cómo puedo «proveer» cuando el bloqueo de 18 años de Israel ha diezmado nuestra economía, su intensificado asedio sigue matándonos de hambre y acercarse a un camión de ayuda significa arriesgar la vida?
***
Perdí a mi hermano, Nour, en este caos. Era un policía dedicado a mantener la seguridad de los civiles. Desapareció durante el bombardeo israelí de Jan Yunis. Mi familia aún no sabe qué pasó con él.
En la cultura de Gaza, nuestro sentido de la masculinidad está ligado a la responsabilidad hacia la familia. La ausencia de Nour no sólo nos rompió el corazón, sino que fracturó la imagen que tenía de mí mismo: el hermano mayor, el guía, el protector. Pero como hombre, responsable de alimentar a mis diez hermanos, no he tenido tiempo ni siquiera para empezar a procesar ese dolor.
Un día, mientras me alejo de nuestra tienda, mi hermana menor me pregunta dónde está Nour. No puedo volver a mentirle, pero tampoco puedo destruir la poca esperanza que ha construido. Recojo trozos de madera y metal roto, fingiendo que es para hacer fuego o reconstruir, cuando en realidad lo que hago es mantener las manos ocupadas para que mi corazón no estalle.
Entierro a Nour cada noche en mis pensamientos y lo resucito cada mañana en mis recuerdos. Me siento junto al mar cuando no hay bombardeos, en el límite de Gaza, donde el agua es libre, aunque nosotros no lo seamos, y me permito llorar sin hacer ruido.
Así es como proceso el genocidio: en silencio, en secreto, en fragmentos. No puedo gritar delante de mi madre. No puedo derrumbarme delante de mi padre. Soy su hijo y, a sus ojos, sigo siendo su escudo, aunque por dentro me sienta destrozado.

Pero no estoy solo. El daño emocional que sufren los hombres palestinos es incalculable. Un informe de 2022 del Fondo de Población de las Naciones Unidas sobre los hombres en zonas de conflicto advertía del «doble trauma»: el dolor físico y psicológico agravado por las expectativas sociales que exigen silencio, estoicismo y represión emocional.
En Gaza, donde la atención de la salud mental es casi inexistente y el estigma sigue siendo elevado, los hombres interiorizan todo. Los datos de la Organización Mundial de la Salud anteriores a la guerra indicaban que solo había 0,2 psiquiatras por cada 100.000 habitantes. El poco apoyo en materia de salud mental que teníamos está ahora sepultado bajo los escombros.
Y, sin embargo, a pesar de las circunstancias inimaginables, sigo siendo testigo de la ternura de los hombres que apoyan la supervivencia de sus familias.
«Sostuve a mi hija en brazos toda la noche después de que la lluvia derrumbara nuestra tienda», me contó Mahmud, un padre al que entrevisté en un campamento cerca de Rafah. «Se supone que debo ser su escudo, pero estaba empapado y me sentía impotente». Su voz se quebró.
Esa quebrada voz era desafío, no debilidad. Al dejar que su voz temblara, al permitir que alguien fuera testigo de su dolor, rechazaba la expectativa de que los hombres palestinos deben ser siempre estoicos. Estamos empezando a revelarnos nuestras grietas unos a otros.
***
Ibrahim Abu Naji, padre de cuatro niños, compartió algo que me impactó profundamente: «Ser hombre en Gaza en este momento significa elegir pasar hambre en lugar de participar en la lucha por la comida que llega en los camiones de ayuda».
Se refería a las escenas que se han vivido en Gaza en los últimos meses, en las que, debido al asfixiante bloqueo de Israel, multitudes de palestinos hambrientos se abalanzan desesperadamente hacia los camiones de comida para coger todo lo que puedan. Israel ha aprovechado estas escenas de caos para justificar el cierre de todas las operaciones de ayuda internacional en Gaza antes de establecer su propio mecanismo de distribución de ayuda, que sirve como vehículo para la limpieza étnica.
Antes del 7 de octubre, Abu Naji trabajaba en la construcción en Israel, pero desde que comenzó la guerra, ha perdido toda fuente de ingresos. «Mi hambre se convierte en una forma de protesta», me dijo. «No les ayudaré a destruir la poca dignidad que nos queda».

En árabe, la palabra que describe más fielmente la masculinidad no es la traducción literal, rujula, sino karama, o «dignidad». A pesar de la deshumanización intencionada de nuestro pueblo y la castración de nuestros hombres, Gaza está dando a luz un nuevo tipo de masculinidad: no basada en el militarismo, sino en la claridad moral y la dignidad, incluso en medio del hambre. A pesar de los continuos bombardeos, reconstruimos nuestras tiendas y nuestras vidas una y otra vez.
En mis entrevistas con otros hombres desplazados, surgieron nuevos patrones de masculinidad. «Ser hombre consiste en mantener a mis hijos tranquilos cuando están aterrorizados por lo que se mueve en los cielos», me dijo Abu Omar, de 37 años. Otro explicó: «Solía pensar que tenía que ser siempre fuerte. Pero ahora me permito llorar y dejo que mi hijo me vea hacerlo».
Al permitir que sus hijos vean su dolor, su miedo y su ternura, los padres están demostrando su verdadera fuerza. Nuestras lágrimas no son un signo de debilidad, sino un acto de rebelión en un mundo que intenta aplastar nuestra humanidad. Nuestras emociones y nuestra renuencia a insensibilizarnos ante este dolor son una forma de resistencia.
Estos momentos revelan algo que rara vez se ve en la cobertura internacional: bajo las imágenes de militantes o víctimas cubiertas de escombros hay hombres atrapados entre el genocidio y la carga de mantener una concepción heredada de la masculinidad. Los medios de comunicación globales a menudo reducen a los hombres palestinos a arquetipos —amenazas o estadísticas— despojándonos de nuestra complejidad y humanidad.
Sin embargo, entre las ruinas, algo más está tomando forma.
Hoy en Gaza está surgiendo una masculinidad diferente, una que abraza la vulnerabilidad, el cuidado y la ternura. Los hombres cocinan en refugios abarrotados, consuelan a los niños, lloran abiertamente mientras abrazan los cuerpos sin vida de sus nietos y cuentan historias de dolor.

Estamos empezando a nombrar nuestros traumas en voz alta. Y esta transformación no es apolítica, es un acto de rebeldía.
A pesar de nuestro dolor, los hombres siguen cargando con el peso de asumir riesgos, corriendo bajo los ataques aéreos para conseguir agua o comida, porque es demasiado peligroso para las mujeres y los niños hacerlo. Pero ahora, ser hombre no sólo significa ser duro, sino estar presente. Ser el tipo que llora y aun así arriesga su vida por las necesidades básicas, el que lleva tanto el agua como el dolor.
Esa es la nueva masculinidad que estamos construyendo aquí. Una que no trata sólo de sobrevivir, sino de seguir siendo humano. Hombres que lloran en público, que cambian pañales en tiendas de campaña, que comparten el dolor con extraños: estos hombres están forjando un nuevo tipo de masculinidad, una que rechaza la dominación y abraza los cuidados.
Abdallah Al-Jazzar es un palestino de Gaza que actualmente vive en una tienda de campaña en Jan Yunis. Fue aceptado para estudiar en una universidad estadounidense en la primavera de 2024, pero aún no ha podido salir de la Franja de Gaza. Mientras tanto, sigue escribiendo desde su tienda de campaña y cuidando de su familia y su comunidad.
Texto en inglés: +972.com, traducido por Sinfo Fernández.
Fuente: https://vocesdelmundoes.com/2025/06/30/las-lagrimas-de-los-hombres-de-gaza-son-un-acto-de-rebelion/