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De cómo los medios occidentales contribuyeron a convertir el genocidio de Israel en «noticias falsas»

Fuentes: Voces del Mundo

La intención de Israel de aniquilar Gaza habría quedado clara mucho antes si hubiéramos escuchado a los periodistas palestinos, en lugar de las evasivas y ambigüedades de medios como la BBC.

La justificación de Israel para la matanza masiva del pueblo de Gaza y su inanición —ahora confirmada oficialmente como una hambruna provocada por Israel— se basó desde el principio en una serie de mentiras fácilmente desacreditadas: bebés decapitados, bebés en hornos, violaciones masivas.

No debería sorprender a nadie que Israel siguiera difundiendo mentiras igualmente escandalosas mientras se dedicaba, como saben y deben hacer todos los regímenes genocidas, a desmantelar las infraestructuras más básicas para la supervivencia de la población de Gaza.

Cortó la ayuda humanitaria que proporcionaba la agencia de las Naciones Unidas UNRWA y destruyó los hospitales del enclave, al tiempo que asesinaba, encarcelaba y torturaba a su personal médico.

Israel afirmó que tenía documentos que probaban que la ONU era una tapadera de Hamás, documentos que nunca presentó. Mientras tanto, los 36 hospitales de Gaza han sido atacados, con el argumento implícito de que estaban construidos sobre «centros de mando y control» de Hamás, aunque esos centros no se han encontrado nunca.

En ampliación de este discurso, Israel detuvo y encarceló a los principales médicos del enclave, que habían estado trabajando sin descanso para tratar a la interminable oleada de hombres, mujeres y niños mutilados, como supuestos «agentes de Hamás» encubiertos.

Además, como debe hacer cualquier régimen genocida, especialmente uno que desea mantener la pretensión de ser una democracia con el «ejército más moral» del mundo, Israel trabajó incansablemente para ocultar sus atrocidades.

Impidió el acceso de los periodistas occidentales a Gaza y luego ha ido eliminando uno por uno a los periodistas palestinos del enclave, hasta asesinar a más de 200, 11 de ellos sólo en las últimas dos semanas, entre ellos colaboradores de Middle East Eye y Al Jazeera. Otros se han visto obligados a huir al extranjero en busca de seguridad.

La prensa occidental, que apenas se pronunció sobre su exclusión durante la mayor parte de los últimos 22 meses de genocidio, se encogió de hombros colectivamente mientras sus colegas en Gaza eran exterminados lentamente. Nada que ver con esto.

Así fue hasta este mes, en que Israel festejó un ataque aéreo que mató a seis periodistas palestinos, incluido el equipo completo de cinco personas que cubría la ciudad de Gaza para Al Jazeera.

El momento del ataque fue extremadamente providencial. Israel está movilizando a 60.000 soldados para dar el último empellón a lo que queda de la ciudad de Gaza, donde alrededor de un millón de palestinos —la mitad de ellos niños— están enjaulados muriéndose de hambre.

Esos civiles serán asesinados o recluidos en un campo de concentración que Israel denomina «ciudad humanitaria», cerca de la frontera con Egipto. Allí esperarán su expulsión definitiva, posiblemente a Sudán del Sur, un Estado fallido al que Israel proporcionó las armas que alimentaron la guerra civil y la violencia.

Campaña de difamación

Israel justificó el asesinato del equipo de Al Jazeera alegando que uno de ellos, Anas al-Sharif, reportero ganador del premio Pulitzer, era en secreto un «terrorista de Hamás».

La afirmación no era menos absurda que las excusas que Israel ha estado utilizando para justificar la expulsión de los trabajadores humanitarios y el asesinato y encarcelamiento de cientos de miembros del personal médico de Gaza.

Los médicos de Gaza, abrumados cada día durante casi dos años por un número de muertos y heridos más propio de grandes catástrofes naturales, y en condiciones en las que se les niegan los medicamentos y equipos básicos, supuestamente tenían tiempo suficiente para dedicarse a conspirar con los combatientes de Hamás. O al menos eso es lo que Israel quiere hacernos creer.

Según nos dicen, Sharif también encontró tiempo entre los descansos de su frenética agenda de reportajes de 22 meses, gran parte de ella ante las cámaras, para actuar como comandante de Hamás «dirigiendo ataques con cohetes contra civiles israelíes».

Presumiblemente, tenía poderes sobrehumanos que le permitían sobrevivir sin dormir durante dos años y, como una partícula cuántica, estar en dos lugares diferentes al mismo tiempo.

Ahora sabemos exactamente dónde se originó esta ridícula historia: en algo que Israel llama su «Célula de Legitimación». El nombre de la unidad de inteligencia, que seguramente nunca se suponía que saliera a la luz, lo delata. Su trabajo ha consistido en legitimar las atrocidades de Israel con historias que difaman a sus víctimas y, de ese modo, hacen que el genocidio resulte más aceptable para el público israelí y el occidental.

El sitio web de noticias israelí +972 revelaba este mes la existencia de la célula pocos días después del asesinato de Sharif, informando de que se creó después del 7 de octubre de 2023, el día en que Hamás y otros grupos se fugaron de su campo de prisioneros de Gaza, sembrando la matanza, tras 17 años de brutal asedio.

El objetivo principal de la Célula de Legitimación ha sido ayudar a Israel a difundir en los medios de comunicación occidentales historias que retratan a los hospitales de Gaza como focos de terrorismo y a sus periodistas como «agentes encubiertos de Hamás».

Pruebas falsificadas

Basándose en tres fuentes de inteligencia israelíes, +972 informó de que el motivo de Israel para crear la Célula de Legitimación no estaba relacionado con la seguridad, sino que respondía exclusivamente a necesidades propagandísticas, lo que en Israel se conoce como «hasbará».

Según se informa, la célula estaba desesperada por encontrar un vínculo —cualquier vínculo— entre un puñado de periodistas en Gaza y Hamás, con el fin de sembrar la duda en la mente del público occidental, justificar el asesinato de los periodistas del enclave e impedir que denunciaran las atrocidades israelíes.

Al hacerse eco precisamente de las advertencias que desde hace tiempo vienen haciendo los críticos de Israel, estos funcionarios de inteligencia dijeron a +972 que el trabajo de la célula se consideraba «vital para permitir que Israel prolongara la guerra». El objetivo era impedir que la oposición popular en Occidente al genocidio creciera hasta el punto de obligar a las capitales occidentales —patrocinadoras de Israel— a poner fin a la maquinaria asesina israelí.

Otra fuente añadió: «La idea era permitir al ejército israelí operar sin presión, para que países como Estados Unidos no dejaran de suministrar armas».

Según estas fuentes, los funcionarios israelíes estaban tan interesados en transmitir su mensaje de prolongación del genocidio al público occidental que «tomaron atajos», una forma educada, al parecer, de indicar que simplemente fabricaron pruebas.

Tras el asesinato del reportero de Al Jazeera Ismail al-Ghoul y su cámara en julio de 2024, Israel citó un documento de 2021 supuestamente encontrado en un «ordenador de Hamás» para argumentar que era un «miembro del ala militar» y que había participado en el ataque del 7 de octubre de 2023 contra Israel.

No obstante, el supuesto documento afirma que Ghoul recibió su rango militar en 2007, cuando tenía 10 años.

En el caso de Sharif, fue acusado de antemano. En octubre de 2024, Israel afirmó que él y otros cinco periodistas de Al Jazeera pertenecían en secreto a las ramas militares de Hamás o la Yihad Islámica. En marzo, uno de ellos, Hossam Shabat, fue asesinado.

La estafa de las «noticias falsas»

No solo se difamaba a los periodistas de Al Jazeera sobre el terreno en Gaza. Adicto a sus extravagantes mentiras, Israel afirmó que la propia cadena con sede en Doha recibía directrices editoriales de Hamás.

Tras meses de genocidio israelí, el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, había elaborado un discurso sin pruebas en el que Al Jazeera era un «canal terrorista» que «participó activamente en la masacre del 7 de octubre».

Eso proporcionó la excusa para que Israel ilegalizara Al Jazeera el año pasado, clausurando sus actuaciones en la Jerusalén Oriental ocupada ilegalmente y, desde septiembre, en Cisjordania.

Hubo un paralelismo directo con la estrategia de Israel contra la UNRWA, que utilizó las mentiras más descaradas para expulsarla de Gaza y dejar a la población a merced de los soldados israelíes y de un grupo mercenario respaldado por Israel y Estados Unidos, la mal llamada Fundación Humanitaria de Gaza (GHF, por sus siglas en inglés).

El plan de la GHF ha consistido en aterrorizar a la población con disparos letales para alejarla de los llamados «centros de ayuda». Esto ha permitido que la campaña de hambre de Israel —por la que Netanyahu es buscado por la Corte Penal Internacional— continúe, paradójicamente, bajo la cobertura de una supuesta iniciativa humanitaria.

Desde julio, el Comité para la Protección de los Periodistas había estado advirtiendo que la vida de Sharif corría un peligro inminente y que estaba siendo «objeto de una campaña de desprestigio militar israelí, que creían que era precursora de su asesinato».

Las verdaderas preocupaciones de Israel quedaron de manifiesto el mes pasado cuando el portavoz del ejército, Avichay Adraee, acusó a Sharif de empañar la imagen de Israel con sus reportajes desde la ciudad de Gaza, al promover «la falsa campaña de hambruna de Hamás».

Adraee sostenía que Sharif formaba parte de la «maquinaria militar de Hamás» por informar de la misma hambruna creciente sobre la que la ONU, la Organización Mundial de la Salud y las principales organizaciones de derechos humanos llevan meses advirtiendo, y que la Clasificación Integrada de la Seguridad Alimentaria (IPC, por sus siglas en inglés) anunció la semana pasada que se encontraba ahora en el nivel más alto de hambruna.

Del mismo modo que Israel ha provocado la hambruna en Gaza difamando y excluyendo a las agencias de ayuda de la ONU, está impidiendo la cobertura adecuada de la hambruna difamando y asesinando a periodistas palestinos. El lunes, Israel bombardeó el hospital Nasser en Jan Yunis, matando a 21 personas, entre ellas cinco periodistas que trabajaban con Middle East Eye y las agencias de noticias Reuters y AP, entre otros medios.

Las exageradas historias sobre los vínculos con Hamás tienen un propósito similar en ambos casos. Si se consigue que la opinión pública occidental sospeche que los periodistas palestinos informan bajo las órdenes de Hamás, entonces la cobertura de las atrocidades israelíes puede descartarse como «noticias falsas» y el genocidio prolongarse aún más, aunque las imágenes de niños demacrados plagan nuestras pantallas.

Cuestión de «proporción»

Al ejecutar a Sharif, Israel afirmó que tenía pruebas de que era un «terrorista activo de Hamás» y «jefe de una célula de su brigada de cohetes». Pero incluso los documentos que publicó —ninguno de los cuales se ha puesto a disposición para su verificación independiente— mostraban que fue reclutado en 2013 y que abandonó el grupo en 2017.

Aunque estas afirmaciones se aceptaran como ciertas —lo que, dado el largo y constante historial de mentiras de Israel, sería una temeridad extrema—, lo que sugieren es que Sharif no había estado involucrado con Hamás durante los ocho años anteriores a convertirse en blanco de Israel.

En otras palabras, incluso según las fantasiosas «pruebas» proporcionadas por la Célula de Legitimación de Israel, Sharif gozaba de estatus civil cuando Israel lo asesinó a él y a otros cinco periodistas que se encontraban a su lado. Por lo tanto, el ataque a la tienda de los periodistas fue un flagrante crimen de guerra.

Pero si bien la mendacidad israelí es totalmente previsible —al fin y al cabo, es el objetivo de toda su industria oficial de hasbará—, lo que sorprende más es la continua connivencia de los medios de comunicación occidentales en la promoción de la letanía de mentiras de Israel.

El periódico más popular de Alemania, Bild, publicó una portada que bien podría haber sido escrita por el ejército israelí: «Terrorista disfrazado de periodista muerto en Gaza». Sin afirmaciones, sin comillas. Sólo una declaración de hechos.

Los medios de comunicación británicos no fueron mucho mejores, ya que la mayoría de ellos destacaron en sus titulares y reportajes las calumnias sin pruebas de Israel sobre la «legitimación» de Sharif.

Sorprendentemente, la cobertura de la BBC en su programa estrella News at Ten se tragó por completo la versión israelí de que Sharif era un objetivo legítimo, además de difundir acríticamente la presunción de que Israel lo tenía como objetivo a él y sólo a él.

Y llegó hasta plantear esta pregunta obscena y muy sesgada: «Veamos la cuestión de la proporcionalidad. ¿Está justificado matar a cinco periodistas cuando sólo se tenía como objetivo a uno?».

El planteamiento «proporcional» da por sentado que Israel tenía derecho a responder con fuerza letal a una causa incitante —los presuntos vínculos terroristas de Sharif— y sólo se pregunta si esa causa tan sugestiva justificaba la magnitud de la respuesta letal de Israel.

Israel no podía haber esperado más. En consonancia con la labor de la Célula de Legitimación, había desviado a BBC News de informar sobre un crimen de guerra israelí contra periodistas y lo había redirigido hacia un debate sobre si su acto había sido mesurado o sensato.

Cambio de tornas

Piers Morgan, cuyo popular programa online Uncensored ha sido una de las principales plataformas de debate en las que se enfrentan los partidarios y detractores de Israel, ilustra la facilidad con la que se permite a Israel moldear el discurso.

Morgan ilustra perfectamente la forma en que los periodistas occidentales aceptan de buen grado los prejuicios racistas sobre los periodistas no occidentales, incluso cuando parecen cuestionar esos prejuicios.

Poco después del asesinato de Sharif, Morgan invitó a Jamal Elshayyal, director del programa 360 de Al Jazeera. Este tuvo que enfrentarse a Jotam Confino, un periodista que trabajó en su día para el canal de televisión israelí i24 News, fundamental en la difusión del engaño de los «bebés decapitados» de Israel, y que ahora escribe para publicaciones de derecha y fervientemente proisraelíes, como The Telegraph y The New York Sun.

El papel de Confino en el debate era reforzar los argumentos israelíes sobre las sospechas de que Sharif era un terrorista de Hamás. Elshayyal respondió enumerando el historial de décadas de Israel asesinando a periodistas que le avergonzaban, especialmente palestinos. Señaló la infame ejecución por parte de Israel de la periodista palestino-estadounidense Shireen Abu Akleh en 2022 y la posterior revelación de sus sistemáticas mentiras destinadas a ocultar su papel en su asesinato.

También destacó los peligros más amplios para la seguridad de los periodistas que colaboran en campañas de difamación como la dirigida contra Sharif, basadas en la idea de que el asesinato está justificado para los periodistas que tienen opiniones políticas que no gustan a sus verdugos.

Como era de esperar, Morgan pasó por alto este argumento.

Ante la ausencia de pruebas de que Sharif fuera comandante de una célula de Hamás, Confino cambió su ataque a afirmaciones más generales de que el periodista de Al Jazeera podría haber simpatizado con Hamás.

Pero no se detuvo ahí. Dirigió su mirada hacia Elshayyal, argumentando que no estaba en posición de defender a Sharif, ya que había expresado opiniones antiisraelíes en las redes sociales.

Es de destacar que Morgan se unió entonces a Confino para interrogar a Elshayyal sobre sus opiniones políticas, exigiéndole que condenara a Hamás por su ataque del 7 de octubre de 2023. Cabe destacar que no se exigió a Confino que condenara a Israel por su genocidio, algo mucho más grave.

En este intercambio profundamente inquietante —y racista— estaba implícita la suposición de que los periodistas árabes deben demostrar su buena fe ideológica a los periodistas occidentales antes de que sus opiniones y sus vidas cuenten.

Elshayyal estaba allí para defender no sólo a Sharif, sino también el derecho de los periodistas a informar libremente sin amenaza de asesinato, independientemente de su ideología política. En cambio, se vio obligado a defender su derecho a participar en el debate, basándose en sus propias posiciones políticas.

Un programa, presentado por un destacado periodista británico, que debería haber denunciado claramente el crimen de guerra israelí de asesinar sistemáticamente a periodistas en Gaza, se desvió rápidamente hacia una caza de brujas contra los periodistas críticos con Israel.

Vidas desechables

El contexto que ha faltado en la cobertura occidental es el siguiente: Israel ha matado a más de 240 periodistas palestinos en Gaza en los últimos dos años, más que todos los periodistas muertos en las dos guerras mundiales, la guerra de Corea, la guerra de Vietnam, las guerras en la antigua Yugoslavia y la guerra de Afganistán juntas.

Se trata de un patrón evidente, pero al que los periodistas occidentales parecen estar completamente ciegos, incluso cuando Israel sigue impidiéndoles informar en Gaza, casi dos años después del inicio de su genocidio.

Irene Khan, relatora especial de la ONU sobre la libertad de opinión y de expresión, observó recientemente que Israel está «llevando a cabo un programa de asesinatos muy cuidadosamente planificado y selectivo para eliminar cualquier tipo de información independiente sobre Gaza».

La indulgencia de los medios de comunicación occidentales con las descaradas mentiras de Israel no es sólo un abandono de los fundamentos de la ética periodística. También convierte en blanco de ataques a todos los periodistas que siguen informando desde Gaza.

Esto envía un mensaje a Israel de que sus vidas se consideran prescindibles; que incluso la más mínima excusa para asesinarlos será tomada en serio.

Lo que es aún más perverso es que los propios periodistas occidentales están normalizando un precedente que supone una grave amenaza, tanto para sus propias vidas frente a los Estados canallas como para el futuro del periodismo de guerra.

Patrón de mentiras

Los discursos de «legitimación» de Israel sólo funcionan gracias a la receptividad de los periodistas occidentales a estas campañas de desinformación y a la predisposición del público occidental a aceptarlas de forma similar.

Funcionan porque, por parte de las clases políticas y mediáticas occidentales, se ha cultivado en nosotros un racismo profundamente arraigado, generación tras generación. Israel creó su Célula de Legitimación sólo porque sabe lo fácil que es explotar los miedos occidentales. Presenta su caso a través de portavoces occidentales —que hablan con fluidez en las lenguas nativas de las audiencias— que aprovechan las ansiedades coloniales arraigadas desde hace mucho tiempo sobre los «bárbaros a las puertas» y las amenazas a la «civilización occidental».

No obstante, a medida que la matanza perpetrada por Israel se ha prolongado, mes tras mes, el público occidental ha encontrado cada vez más difícil creer en estos discursos.

Cuanto más tiempo ha continuado el bombardeo intensivo de Gaza y el hambre masiva de su población, más difícil ha sido ocultar el patrón de mentiras de Israel, y una imagen cada vez más clara que sugiere que no se trata de una guerra de «autodefensa», sino de ambiciones genocidas.

Las impactantes imágenes de niños demacrados, tras meses en los que Israel ha confesado abiertamente que está matando de hambre a la población de Gaza, hablan por sí solas, de una forma tan evidente que no debería haber sido necesaria la confirmación oficial del IPC.

La semana pasada, +972 reveló que, contrariamente a lo que Israel lleva meses afirmando, que la mayoría de los muertos en Gaza son combatientes de Hamás, las propias cifras del ejército israelí muestran que, en realidad, más de cuatro de cada cinco son civiles.

Esa proporción es claramente intencionada. En una grabación de audio filtrada recientemente al Channel 12 de Israel, se puede escuchar al general de división Aharon Haliva, que dirigió la inteligencia militar israelí durante los primeros seis meses en respuesta al ataque de Hamás del 7 de octubre de 2023, decir que matar a decenas de miles de palestinos es «necesario para las generaciones futuras».

Añadió: «Por cada persona asesinada el 7 de octubre, deben morir 50 palestinos. Ahora no importa si son niños».

En otras palabras, desde el principio, el objetivo del ejército israelí era cometer un asesinato masivo indiscriminado para obligar a los palestinos a una quietud permanente, a aceptar su servidumbre indefinida.

Cada vez más, a medida que el público ve las imágenes de la destrucción total de Gaza y se entera de la erradicación de sus hospitales y de la hambruna provocada por Israel, no puede evitar preguntarse cómo es posible que el número de muertos apenas haya aumentado durante el último año.

La afirmación de Israel de que la cifra de 62.000 muertos está inflada por un Ministerio de Salud controlado por Hamás suena absurda. Israel ha destruido las oficinas gubernamentales de Gaza, lo que les ha dejado en gran medida incapaces de contar los muertos.

La mayoría del público está empezando a sospechar, de forma acorde con los expertos, que el número real de muertos probablemente sea de cientos de miles.

Todo esto habría quedado claro mucho antes si hubiéramos estado más dispuestos a escuchar a los periodistas palestinos, en lugar de las evasivas y ambigüedades de la BBC y Piers Morgan.

Ellos y el resto de la prensa occidental han sido fundamentales para la «legitimación» del genocidio por parte de Israel. Los periodistas occidentales han demostrado ser unos árbitros de la verdad absolutamente poco fiables en Gaza.

Pero el genocidio ofrece una lección más general sobre lo que se considera noticia en el país y en el extranjero; sobre quién puede dar forma a las noticias y por qué.

El ocultamiento del genocidio de Gaza —y de la connivencia occidental en él— ofrece una instantánea en alta definición de las agendas racistas y coloniales que dominan lo que llamamos noticias.

¿Estamos preparados para aprender esa lección?

Jonathan Cook es autor de tres libros sobre el conflicto palestino-israelí. Ha ganado el Premio Especial de Periodismo Martha Gellhorn. Vivió en Nazaret durante veinte años, de donde regresó en 2021 al Reino Unido. Sitio web y blog: www.jonathan-cook.net

Texto en inglés: Middle East Eye, traducido por Sinfo Fernández.

Fuente: https://vocesdelmundoes.com/2025/08/26/de-como-los-medios-occidentales-contribuyeron-a-convertir-el-genocidio-de-israel-en-noticias-falsas/