Cada vez que el primer ministro Benjamin Netanyahu intenta matar al líder de Hamás, Jaled Meshal, Israel acaba humillado.
La primera vez fue en 1997. Agentes del Mossad, siguiendo órdenes del primer ministro israelí, entraron en Jordania haciéndose pasar por turistas canadienses. Dos de ellos esperaron a la entrada de la oficina de Meshal en Amán y, cuando su objetivo entró, uno de ellos le acercó a la oreja izquierda un dispositivo que le inyectó un veneno de acción rápida.
Los guardaespaldas de Meshal persiguieron a los dos agentes y los demás miembros del equipo huyeron a la recién inaugurada embajada israelí en busca de refugio. Al principio se pensó que el ataque había fracasado. Meshal describió el ataque como «un ruido fuerte en mi oído» y «una descarga eléctrica». Pero a medida que el veneno comenzó a surtir efecto, su estado se deterioró.
Meshal era ciudadano jordano en ese momento y el rey Husein estaba furioso. Exigió a Israel que entregara el antídoto y amenazó con juzgar a los agentes del Mossad y retirarse del histórico acuerdo de paz que había firmado tres años antes en Wadi Araba, en el que reconocía a Israel.
El expresidente estadounidense Bill Clinton obligó a Netanyahu a cumplir. De forma humillante, Danny Yatom, entonces jefe del Mossad, voló a Amán con el antídoto. Meshal, que para entonces estaba ya en coma, sobrevivió.
No solo eso, sino que Hussein solo había liberado a los dos agentes del Mossad que habían capturado los guardaespaldas de Hamás. Otros seis miembros del equipo se habían refugiado en la embajada israelí, y el rey únicamente estaba dispuesto a dejarlos ir si Israel liberaba de la prisión al fundador de Hamás, el jeque Ahmed Yasin, junto con un gran número de otros prisioneros palestinos.
Todo el asunto supuso un duro golpe para Israel. El jeque inició una gira triunfal por la región. La carrera de Meshal en Hamás despegó. Antes del atentado, era un miembro relativamente joven de la organización, y Hamás ganó prestigio como movimiento capaz de plantar cara a un matón.
Que hoy se repita el mismo escenario es otra cuestión, pero los elementos para una gran humillación de Israel ya existen.
Enviar un mensaje
Solo un procedimiento de seguridad estándar de Hamás, consistente en cambiar de lugar una vez concentrados los participantes en una reunión y separarlos de sus teléfonos móviles, salvó a Meshal y a todo el equipo negociador de Hamás de la extinción el martes en Doha.
El edificio en el que se encontraban estaba muy cerca del que bombardearon los aviones israelíes y el momento del bombardeo fue el adecuado, pero se equivocaron de edificio, según me informaron fuentes de alto rango de Hamás.
Cuando se empezó a conocer la verdad, la reacción israelí pasó rápidamente del júbilo por haber acabado con los líderes de Hamás, al igual que habían hecho con los líderes de Hizbolá y la Guardia Revolucionaria Iraní, a la recriminación mutua.
Inicialmente, Yair Lapid, el líder de la oposición que había hecho tanto hincapié en la campaña para la liberación de los rehenes, felicitó a la Fuerza Aérea Israelí y al Shin Bet «por una operación excepcional para frustrar a nuestros enemigos».
Esa publicación en X tuvo que ser rápidamente sustituida por la siguiente: «Los miembros de Hamás son hijos de la muerte, pero en este momento el Gobierno israelí debe explicar que la operación del ejército israelí no provoque la muerte de los rehenes y si se tuvo en cuenta el riesgo para la vida de los rehenes en la decisión de llevar a cabo la operación. No se puede esperar más. Hay que poner fin a la guerra y traerlos de vuelta a casa».
La operación para matar a los líderes de Hamás mientras se reunían para discutir un documento de negociación enviado por el presidente estadounidense Donald Trump fue bautizada por Israel como la «Cumbre del Fuego».
Se trató de un acto de un Estado supremacista judío que ejerce tal condición de supremacista no solo en Palestina, sino en toda la región en su conjunto. No es que Netanyahu y los planificadores de este ataque no hubieran pensado en las implicaciones de bombardear Catar.
Más bien al contrario. Querían enviar un mensaje a Catar, o a cualquier otro Estado árabe que acoja a Hamás, de que Israel puede hacer lo que quiera, que su ejército puede recorrer la región para atacar cualquier objetivo a su antojo en cualquier momento, independientemente de la soberanía o del espacio aéreo que deban sobrevolar para llegar allí. Netanyahu también ha amenazado con atacar a los miembros de Hamás en Turquía. El ataque a Catar le ha dicho a Ankara que podría ser la siguiente.
Negociaciones bajo bombardeos
Para el politólogo Menachem Klein, Israel se ha convertido en una sociedad genocida que ha abandonado la diplomacia y solo actúa mediante la fuerza. Declaró a Middle East Eye: «Israel es una sociedad genocida; es una sociedad que ha decidido que no hay diplomacia, que solo hay fuerza. […] Va más allá de Palestina: es Irán, es Siria. […] Ha amenazado con atacar a miembros de Hamás en Turquía y ha intercambiado amenazas con el presidente Recep Tayyip Erdogan».
Israel también ha mostrado «una falta de consideración hacia Egipto y, sin duda, hacia Yemen. Básicamente, es una ingeniería forzada de toda la región», añadió Klein.
«La razón de ser de esta coalición es la supremacía judía. Es un régimen de supremacía judía que quiere establecer no solo en Palestina, sino en toda la región por medio de la fuerza, también dentro de Israel, contra los palestinos de Cisjordania y también contra los palestinos de 1948».
La campaña de Netanyahu para reestructurar la región tiene enormes implicaciones no solo para los vecinos de Israel, sino para todos los Estados cercanos y lejanos a las fronteras del país: para los Estados del Consejo de Cooperación del Golfo y para aquellos que han normalizado sus relaciones con Israel mediante la firma de los Acuerdos de Abraham.
A corto plazo, bombardear a Hamás significaba bombardear a los negociadores. Si el ataque hubiera tenido éxito, no habría quedado nadie en Hamás con quien negociar, nadie con autoridad para ordenar a los guardias que quedan en Gaza que liberen a sus prisioneros.
Y no solo eso, sino que, si el ataque aéreo hubiera tenido éxito, la Operación Cumbre de Fuego habría significado el fin de todos los intentos de recuperar con vida a los rehenes restantes.
Al bombardear a Hamás, Israel estaba bombardeando el propio proceso de negociación. La mediación egipcia ya ha terminado y es difícil ver cómo puede continuar la mediación catarí. Así que, incluso ahora, con el equipo de Hamás vivo, es probable que todas las negociaciones para liberar a los rehenes en Gaza hayan terminado.
La realidad ha sido evidente para cualquiera que haya seguido las negociaciones durante los últimos dos años. Netanyahu ha frustrado siete intentos distintos de llegar a un acuerdo, incluidos los acuerdos que su propio equipo negociador había rubricado. Pero ahora, es obvio para todos que quiere poner fin a todas las negociaciones y resolver la situación de Gaza únicamente por la fuerza.
Implicaciones preocupantes
La única vía que queda es que el enviado estadounidense Steve Witkoff se haga cargo del proceso y negocie directamente con Hamás, por encima de Israel. Pero eso significaría que su jefe tendría que obligar a Israel a detener su operación terrestre en la ciudad de Gaza, algo a lo que se ha mostrado reacio.
Además, si Trump conocía de antemano la operación de Israel en Doha y le dio luz verde al no detenerla, ¿qué valor tiene cualquier garantía futura que pueda dar a Hamás de que, si liberan a todos los rehenes, la guerra terminará e Israel se retirará?
Esta es la segunda vez que Israel utiliza un proceso de negociación activo como tapadera para lanzar un ataque sorpresa. La primera fue su asalto a Irán en junio, que comenzó días antes de que los negociadores iraníes y estadounidenses se reunieran en Omán para tratar el programa de enriquecimiento nuclear de Irán.
En este caso, el comité negociador de Hamás se estaba reuniendo para discutir una propuesta de alto el fuego redactada por el propio Trump. Debería quedar claro para todos que las garantías de Trump no tienen ningún valor.
Pero, a largo plazo, las implicaciones de este fallido ataque aéreo son mucho más preocupantes para los jefes de Estado árabes.
No nos engañemos. La segunda generación de autócratas árabes que ha tomado las riendas en Arabia Saudí, los Emiratos Árabes Unidos y Bahráin odia a Hamás, a los Hermanos Musulmanes y a Hizbolá incluso más que Netanyahu.
Pero el efecto de la operación de Israel es mucho más amplio que eso. Implica desafiarlos personalmente como líderes de su propio espacio aéreo y de sus propios países.
Al igual que en 1997 el ataque fallido contra Hamás supondrá un enorme impulso para la reputación del movimiento, que está proscrito como grupo terrorista en el Reino Unido y otros países.
Ningún comentarista local podrá ya acusar a los líderes políticos de Doha de vivir rodeados de lujos en hoteles de cinco estrellas mientras Gaza se muere de hambre. Ahora se les verá en primera línea de la lucha contra Israel.
También servirá de lección al Gobierno del Líbano, que está intentando obligar a Hizbolá a desarmarse a nivel nacional. El argumento de Hizbolá de que su desarme dejaría al Líbano completamente vulnerable a los caprichos de Israel no hace sino cobrar más fuerza.
Quienes presionan para que se aplique el plan estadounidense-saudí de desarmar a Hizbolá fueron detenidos temporalmente por el más sensato mando del ejército libanés, ante el temor de que se desatara la lucha si se aplicaban las decisiones del Gobierno.
Arabia Saudí, los Emiratos y Jordania, en particular, tendrán que pensar hasta qué punto pueden desafiar las opiniones de su propio pueblo y lo débiles que parecerían si, como afirman ahora fuentes israelíes, dejaran secretamente que los cazas israelíes llegaran a Doha. Según el corresponsal militar de Ynet, el ataque en Catar se «llevó a cabo en coordinación con otros países».
Las opciones que tienen son cerrar su espacio aéreo a todos los vuelos israelíes o, en el caso de los Emiratos Árabes Unidos y Bahráin, retirarse o suspender su participación en los Acuerdos de Abraham. Los emiratíes ya han dicho que la anexión formal de Cisjordania por parte de Israel sería una «línea roja» para ellos.
Netanyahu pierde credibilidad
Netanyahu ha tenido una mala semana. Comenzó el lunes con el tiroteo en Jerusalén que causó la muerte de seis israelíes y la muerte de cuatro soldados en Gaza. Hamás reivindicó la autoría de ambas operaciones.
Para alguien que ha declarado más de una vez en los últimos dos años que Israel está al borde de la victoria, Netanyahu está perdiendo rápidamente credibilidad en su país.
Hamas lucha hoy con la misma ferocidad que el primer día, y cada vez mueren más civiles y soldados israelíes.
El martes, Netanyahu no logró acabar con los líderes de Hamas, pero sí pudo haber acabado con todos los intentos de poner fin al conflicto de dos años mediante negociaciones. Hamás, por su parte, solo ha ganado reputación.
Trump está oficialmente «descontento» con el fracaso de la operación militar y ha intentado distanciarse de ella, afirmando que se enteró por primera vez a través de sus propios jefes militares. Esto, a pesar de que, en sus primeras ruedas de prensa, la Casa Blanca se apresuró a decir que estaba al corriente del ataque.
Si el ataque israelí no le deja claro a Trump que seguir dócilmente los pasos de un Estado canalla liderado por fundamentalistas religiosos dañará su prestigio como líder mundial, entonces nada lo hará. Trump es un hombre que siente profundamente los desaires personales y los recuerda. Este le ha sido infligido por su aliado más cercano.
Pero este ataque es, ante todo, una llamada de atención para toda la región. El paraguas de seguridad estadounidense, por el que pagaron tan generosamente en la última visita de Trump a la región, no tiene ningún valor. Los Acuerdos de Abraham también son un mito. No se puede lograr la paz reconociendo a Israel.
Solo a través de una sólida alianza de seguridad regional para contener a Israel —obligando a Israel a sentir lo pequeño que es realmente su territorio y a pagar el precio de su aislamiento diplomático y económico—, las ambiciones hegemónicas de Netanyahu encontrarán su verdadero final.
David Hearst es cofundador y redactor jefe de Middle East Eye, así como comentarista y conferenciante sobre la región y analista en temas de Arabia Saudí. Fue redactor jefe de asuntos exteriores en The Guardian y corresponsal en Rusia, Europa y Belfast. Con anterioridad, fue corresponsal en temas de educación para The Scotsman.
Texto en inglés: Middle East Eye, traducido por Sinfo Fernández.