La reciente votación en el Consejo de Seguridad de la ONU sobre Gaza -con la abstención deliberada de Rusia y China y el intento, una vez más, de Occidente de manipular el resultado- marcó un momento que la historia podría identificar como un cambio sutil pero decisivo. No porque la resolución en sí altere la realidad sobre el terreno. No la altera. Gaza sigue en ruinas, los palestinos siguen bajo la bota de una potencia ocupante implacable y Washington continúa actuando como garante global de la impunidad israelí.
Esta votación es importante, en cambio, porque reveló algo que Occidente ha intentado ocultar durante mucho tiempo: que los palestinos ya no aceptan, y el mundo ya no cree, la idea de que Gaza sea un espacio que deba ser gestionado, administrado, “estabilizado” o reconstruido por custodios externos que fingen benevolencia. Ni por Estados Unidos. Ni por Europa. Ni por un plan de Trump y Netanyahu disfrazado de lenguaje humanitario. Ni siquiera por las instituciones internacionales que se consideran neutrales mientras perpetúan el statu quo.
La era en la que las grandes potencias podían simplemente autoproclamarse guardianes de Palestina, decidiendo quién gobierna Gaza y cómo, está llegando a su fin. La votación puso de manifiesto el agotamiento de esta pretensión imperial. Gaza no es un protectorado. No es un territorio fallido a la espera de un fideicomiso. No es un campo de pruebas estratégico para los experimentos occidentales de “gobernanza posconflicto”. Gaza es una tierra ocupada que pertenece a un pueblo que exige -y tiene derecho a- la plena autonomía.
Insistir en que los palestinos necesitan custodios no sólo es un fraude político, sino también jurídicamente insostenible. Gaza no es un terreno baldío a la espera de un propietario. Gaza no es un vacío geopolítico donde las potencias mundiales puedan insertar sus “soluciones”. Gaza es territorio palestino y, según el derecho internacional, sólo los palestinos tienen derecho a determinar su futuro.
Todo lo demás -los planes de reconstrucción occidentales, los “mecanismos de seguridad”, el discurso sobre la estabilización liderada por árabes, la propuesta de externalizar Gaza a una administración extranjera- no es más que un mero refrito del mismo viejo proyecto: negar la soberanía palestina bajo el pretexto de una gestión responsable.
La votación del Consejo de Seguridad de la ONU y el mito de la tutela neutral
Occidente buscaba desesperadamente una resolución que legitimara su visión del “día después” de Gaza: una visión que tanto Trump como Netanyahu han expresado de forma burda, a saber, que Gaza debe ser contenida, fragmentada y dirigida por potencias ajenas a su población. La resolución intentaba introducir subrepticiamente la idea de que Gaza requiere una transición cuidadosamente supervisada, con actores palestinos “aceptables” que tendrán que ser examinados por Israel y Estados Unidos.
Rusia y China se abstuvieron, no por indiferencia sino para señalar lo obvio: que esta resolución nunca trató sobre la autodeterminación palestina. Se intentaba fabricar consenso para estructuras de gobernanza diseñadas externamente. Al retirar su apoyo, Moscú y Pekín dejaron claro que el intento de Occidente de codificar un orden de tutela sobre Gaza carecía de legitimidad.
Pero, aún más importante, la propia sociedad palestina ha vuelto obsoletas tales propuestas. En Gaza, Cisjordania y la diáspora, el mensaje es inequívoco: basta de administradores, basta de guardianes, basta de custodios de la voluntad palestina.
El derecho internacional es claro: Gaza no les pertenece a ustedes, no pueden gobernarla
Según el Cuarto Convenio de Ginebra y los principios fundamentales de la Carta de las Naciones Unidas, el derecho de un pueblo bajo ocupación no es a ser administrado por terceros, sino a ejercer la libre determinación nacional. Toda “autoridad transitoria” impuesta por potencias extranjeras -por muy humanitario que se muestre su lenguaje- viola este principio.
El estatus de Gaza no es ambiguo:
• Israel es la potencia ocupante.
• La ocupación es ilegal.
• El asedio es un castigo colectivo.
• Y el derecho a la autodeterminación reside exclusivamente en el pueblo palestino, no en coaliciones internacionales que afirman actuar en su nombre.
Los reiterados intentos de Occidente de diseñar la estructura administrativa de Gaza no son propuestas; son violaciones del derecho disfrazadas de lenguaje diplomático. Incluso la insistencia en que Gaza debe ser gobernada por instituciones palestinas “reformadas” y aprobadas por capitales occidentales constituye una violación del principio fundamental a la autodeterminación. La configuración política del gobierno palestino es competencia exclusiva del pueblo palestino. No de Tel Aviv. No de Washington. No de Bruselas. Y, por supuesto, no de las antiguas potencias coloniales que aún luchan por aceptar que su era ha terminado.
Gaza no es un inmueble: es historia, identidad y continuidad nacional
Occidente sigue hablando de Gaza como si fuera un problema de propiedad. Un lugar que hay que reconstruir, administrar, proteger, cercar o arrendar. Un espacio que hay que rediseñar mediante “paquetes de desarrollo” y “pactos de seguridad”. Pero Gaza no es una zona de gestión de crisis; es una de las comunidades más antiguas y con mayor continuidad del pueblo palestino. Gaza es, de hecho, una entidad histórica ancestral con una historia de asentamientos ininterrumpidos que abarca más de 4.000 años, y que ha funcionado como centro comercial vital y como encrucijada de civilizaciones entre Egipto y el Levante.
Para Occidente, la mentalidad inmobiliaria es natural. La tierra es propiedad. La propiedad es poder. Y el poder reside en quienes pueden ejercerlo. Es una concepción capitalista de la tenencia y los arrendatarios.
Para los palestinos, el paradigma es radicalmente distinto. La tierra es memoria, pertenencia y el derecho a existir como pueblo. Gaza alberga la historia viva del desplazamiento: familias arraigadas en aldeas a lo largo y ancho de lo que hoy es Israel, cargando con el trauma de la Nakba, conservando las llaves de los hogares de los que fueron expulsados violentamente. Gaza no es una unidad administrativa. Es el corazón palpitante de la identidad nacional palestina.
Por eso, todo intento de partir, rehabilitar, internacionalizar o reasignar Gaza fracasa. Porque Palestina no es un problema de gestión, sino una cuestión nacional. Occidente sigue intentando gobernar el territorio, pero los palestinos insisten en autogobernarse.
¿Por qué Occidente no puede gobernar Gaza, ni siquiera “por su propio bien”?
El fracaso de Occidente no es meramente moral. Es estructural. Su historial en Oriente Medio es un catálogo de desastres basados en la misma premisa paternalista: que los árabes y musulmanes necesitan la guía, la supervisión y la disciplina de potencias “civilizadas”.
En Iraq, Afganistán, Libia y el Líbano, la tutela extranjera destruyó mucho más de lo que construyó. Pero Gaza es un caso aún más flagrante. Durante décadas, los Estados occidentales financiaron el asedio, protegieron a Israel de la rendición de cuentas, armaron a la ocupación y vilipendiaron la expresión política palestina. No son actores neutrales; son coautores de la catástrofe.
Quien administra un territorio no puede ser a la vez cómplice de la opresión. Las pretensiones occidentales de una gobernanza benevolente son incompatibles con su apoyo, durante décadas, a la dominación israelí de la vida palestina. Si Occidente quisiera realmente que Gaza fuera libre, segura y estable, dejaría de armar al Estado que bombardea a su pueblo, destruye sus hospitales, condena a la hambruna a sus niños y arrasa sus barrios. En cambio, ofrece propuestas de “administración responsable” que se espera que los palestinos acepten con gratitud.
Ningún pueblo ocupado en la historia ha aceptado jamás tales condiciones, y los palestinos no serán los primeros.
En última instancia, la autonomía palestina no es una aspiración, sino una inevitabilidad. Occidente, en su sofisticada crudeza, sigue comportándose como si la soberanía palestina fuera un privilegio que concederá una vez que los palestinos alcancen la madurez y se conviertan en actores políticos aceptables. Esta visión del mundo es una reliquia del paternalismo colonial. Es la misma lógica que emplearon los británicos en la Palestina del Mandato Británico, argumentando que los palestinos aún no eran capaces de gobernar la tierra que habían habitado durante siglos.
Pero la historia sigue imponiéndose. Cada levantamiento, cada ola de resistencia, cada afirmación de identidad nacional nos recuerda que los palestinos no piden permiso para existir como pueblo. Lo reclaman por derecho. La votación del Consejo de Seguridad de la ONU quizá no traiga la liberación, pero ha revelado una verdad más profunda: el mundo ya no se deja convencer por las narrativas occidentales sobre la incapacidad palestina. Un consenso global creciente reconoce que Gaza no puede ser gobernada por potencias externas porque estas son responsables de la devastación. De la tutela a la liberación: el cambio ya está en marcha.
El mundo está cambiando. Las generaciones más jóvenes de todos los continentes rechazan las viejas narrativas coloniales. El liderazgo de Sudáfrica, los Estados latinoamericanos, los bloques africanos, las alianzas asiáticas, todos hablan cada vez más en un lenguaje que Occidente esperaba que desapareciera: el lenguaje de la justicia anticolonial.
Gaza no es una crisis humanitaria que deba gestionarse. Es una lucha de liberación que debe ser reconocida. Por eso, la visión de Trump y Netanyahu para el futuro de Gaza -un mosaico de zonas controladas, enclaves desmilitarizados y gobernadores designados externamente- está condenada al fracaso. Sólo quienes malinterpretan la situación creen que los palestinos aceptarán tal acuerdo.
La votación en el Consejo de Seguridad de la ONU no ha resuelto el conflicto. Pero ha puesto de manifiesto los límites de la tutela occidental y la persistencia de la determinación palestina. El arsenal imperial está vacío. Lo que quede de él es inútil y obsoleto. El discurso de la tutela ha perdido legitimidad. Y los palestinos dejan claro que el futuro de Gaza no se negociará a sus espaldas: lo forjarán ellos mismos.
¡Basta de guardianes! ¡Basta de intermediarios! ¡Basta de custodios!
El mundo no puede gobernar Gaza. Occidente no puede estabilizar Gaza. Israel no puede rediseñar Gaza. Y ninguna coalición internacional puede administrar Gaza sin formar parte del aparato que niega la soberanía palestina. El futuro de Gaza pertenece al pueblo palestino, no como una concesión, sino como un derecho arraigado en la historia, la ley y la inquebrantable continuidad de un pueblo que se niega a ser borrado. Basta de custodios. Basta de administradores. Basta de guardianes.
El pueblo palestino gobernará Gaza, porque Gaza es Palestina, y Palestina pertenece a su pueblo.
Ranjan Solomon, originario de Goa, India, es comentarista político y defensor de los derechos humanos, que siempre ha mostrado su compromiso con el pluralismo cultural, la armonía interreligiosa y la justicia social. Trabaja por el derecho de las naciones a definir sus propios destinos libres de narrativas hegemónicas. Puede contactarse con él en [email protected].
Texto en inglés: Middle East Monitor, traducido por Sinfo Fernández.


