Mientras los ojos internacionales siguen puestos en Gaza, Tel Aviv está ejecutando su campaña más agresiva de limpieza étnica y robo de tierras en la Cisjordania ocupada desde 1948.
En la mañana del 7 de octubre de 2023, mientras el mundo se preparaba para las consecuencias de la Operación Inundación de Al-Aqsa, otro frente de guerra se abrió silenciosamente. No con ataques aéreos ni artillería, sino con excavadoras, leyes y milicias de colonos.
Mientras las bombas pulverizaban Gaza, la Cisjordania ocupada se encendió en un fuego diferente: uno de expulsión sistemática, desposesión violenta y anexión legal.
El estado colono avanza
Esta guerra no aparece en los titulares ni es tendencia en las redes sociales, a menos que uno siga estos acontecimientos. Pero sus consecuencias podrían ser aún más duraderas. Con el pretexto de la devastación de Gaza, Israel ha acelerado una campaña largamente planificada para desmembrar por la fuerza la Cisjordania ocupada, destruir la vida agrícola palestina y borrar cualquier perspectiva de un Estado palestino soberano.
Sus instrumentos son a la vez brutales y burocráticos, e incluyen colonos armados, robo de agua, saqueo arqueológico, estrangulamiento económico y la neutralización política de lo que queda de la Autoridad Palestina (AP).
La violencia de los colonos se convierte en doctrina de Estado
Los ataques de colonos contra palestinos ya no son aleatorios ni descontrolados. Antiguamente, eran atribuidos a facciones marginales como la «Juventud de la Cima», esta violencia se ha transformado, desde el 7 de octubre, en una extensión paramilitar semioficial del Estado israelí. Turbas armadas de colonos operan ahora en plena coordinación con el ejército de ocupación, como ejecutores de una política de desplazamiento forzado.
En las zonas B y C de Cisjordania ocupada, los agricultores y aldeanos palestinos han sido perseguidos por estas milicias que irrumpen en las casas, destruyen paneles solares, envenenan los tanques de agua y queman los cultivos, no sólo para intimidar, sino para herir, matar y expulsar a la gente de sus tierras.
Estos ataques reflejan un cambio estratégico. Según la Oficina de las Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA), solo en octubre se registraron más de 260 ataques de colonos, la cifra más alta desde 2006. Estos ataques, con un promedio de ocho al día, son sistemáticos y se dirigen de forma desproporcionada a agricultores durante la temporada de cosecha y a comunidades de pastores en zonas remotas.
Sin embargo, la verdadera arma es la impunidad. Los colonos ahora actúan con plena confianza en que el Estado los protegerá, no los procesará. En un caso, incendiaron una mezquita en Deir Istiya y pintaron sus paredes con un mensaje desafiante: «No tememos a Avi Bluth», en referencia al jefe del Comando Central del ejército israelí. Respaldados por ministros extremistas como Bezalel Smotrich e Itamar Ben Gvir, se sienten —y actúan— como los verdaderos soberanos del territorio.
El grupo israelí de derechos humanos Yesh Din informa que, incluso antes de la guerra, el 94 % de los casos de violencia de colonos terminaban sin acusación. Desde el inicio de la guerra, incluso la apariencia de un proceso legal se ha evaporado.
Criminalización de los olivos
En la Cisjordania ocupada, la guerra de Israel se extiende literalmente a las raíces. El olivo, elemento vital de la sociedad y la economía rurales palestinas, es ahora un objetivo prioritario. Tel Aviv ha instrumentalizado el control de recursos y las leyes ambientales para desmantelar la agricultura palestina y despojar a la gente de sus tierras.
Según Amnistía Internacional, los agricultores palestinos están sometidos a un régimen de dominación que restringe severamente el acceso a recursos vitales. Israel controla el 85% del agua de la Cisjordania ocupada y prohíbe la excavación de pozos, lo que obliga a muchos a depender de la agricultura tradicional de secano, una práctica que se ha vuelto inestable debido al cambio climático y al robo de aguas subterráneas en beneficio de las exuberantes colonias de colonos cercanas.
Esta guerra contra la agricultura también se libra mediante legalidades kafkianas. Israel ha criminalizado la cosecha de plantas nativas palestinas como el tomillo, el akkoub y la salvia, alegando leyes de «protección de la naturaleza». Mientras las excavadoras arrasan miles de dunams de flora silvestre para expandir los asentamientos, los palestinos que recolectan akkoub para una comida familiar son multados y encarcelados. Los expertos argumentan que esto forma parte de una campaña más amplia para separar a los palestinos de sus tierras, incluso controlando su alimentación y su modo de vida.
Mientras tanto, los colonos lanzan ataques directos contra los cultivos, bloquean el acceso de los agricultores palestinos a cientos de hectáreas de olivares y paralizan la economía local. Cuando los palestinos se resisten, se les acusa de terrorismo. El objetivo es hacer que la permanencia en la tierra sea demasiado peligrosa, demasiado cara y, en última instancia, imposible.
¿Anexión ‘sigilosa’ o abierta?
Junto a la violencia, Israel impulsa una campaña más discreta, quizás más peligrosa: la absorción legal de la Cisjordania ocupada por el Estado colono. Esta anexión progresiva no se basa en declaraciones ni ceremonias. Opera mediante leyes de zonificación, gobernanza civil y arqueología estratégica.
Una de las manifestaciones más alarmantes de este cambio es la instrumentalización de la arqueología. El gobierno israelí pretende someter la Cisjordania ocupada a la autoridad de su «Autoridad de Antigüedades de Israel», despojando de jurisdicción a la administración militar y entregándosela a un organismo civil: una anexión de facto.
Con el pretexto de preservar el “patrimonio bíblico”, se declaran vastas áreas “sitios arqueológicos” o “parques nacionales”, creando una narrativa exclusivamente judía que automáticamente prohíbe a los palestinos construir o cultivar en esas tierras.
Esta invención histórica borra el pasado multidimensional de la región en favor de un mito judío singular diseñado para justificar la colonización.
Al sustituir el régimen militar por la ley civil, Israel reclasifica la Cisjordania ocupada no como territorio ocupado, sino como una extensión soberana. La frontera entre Tel Aviv y Tulkarem se difumina, y el apartheid se formaliza.
Desmantelando el centro político
Mientras las excavadoras arrasan los campos y las leyes asfixian las aldeas, Tel Aviv también está reestructurando la vida política palestina. El objetivo no es desmantelar por completo la Autoridad Palestina colaboracionista —que aún cumple una función administrativa y de seguridad en la Zona A—, sino reducirla a un subcontratista municipal neutralizado.
Israel está ignorando por completo a la Autoridad Palestina, estableciendo relaciones directas con líderes tribales, consejos de aldea y figuras influyentes locales. Esta es una política colonial clásica de dividir la política indígena, promover a los colaboradores locales y eliminar la posibilidad de un liderazgo nacional unificado.
Esto tiene como objetivo fracturar la cohesión palestina y transformar la causa, desde una lucha de liberación nacional hasta casos humanitarios aislados: aldeas como Hebrón, Nablus y Jenin presentadas como comunidades desconectadas que necesitan caridad.
Paralelamente, Tel Aviv asfixia financieramente a la Autoridad Palestina al desviar sus ingresos fiscales, tal como lo permiten los Acuerdos de Oslo. A medida que la Autoridad se desmorona y se vuelve disfuncional, el caos resultante se utiliza para justificar un mayor control israelí.
La nueva Nakba
La suma de estos factores —milicias de colonos, agricultura devastada, apropiaciones ilegales de tierras y fragmentación política— es una campaña de desplazamiento forzoso sin tanques. En resumen, una Nakba (catástrofe) silenciosa.
Un informe de B’Tselem confirma que la violencia de los colonos ha desplazado a 44 comunidades de pastores palestinos desde el inicio de la guerra. Como explica Yair Dvir, miembro de B’Tselem: «Al observar lo que está sucediendo, se ve que hay todo un sistema en marcha. No se trata solo de colonos rebeldes. Cuentan con el apoyo del establishment israelí. El objetivo es claro: el desplazamiento forzado de palestinos».
Mientras la destrucción de Gaza acapara las cámaras, la Cisjordania ocupada se vacía metódicamente a causa del miedo, la pobreza y la sed. El objetivo estratégico de Israel es eliminar el sistema de dos Estados y consagrar la realidad de un solo Estado donde se reserven plenos derechos para los judíos, mientras que los palestinos son confinados en enclaves aislados, despojados de su soberanía y, finalmente, empujados hacia la orilla este del río Jordán.
Hablar del «día de después» en Gaza sin tener en cuenta lo que se está cimentando en las colinas de la Cisjordania ocupada es pasar por alto la esencia del proyecto. Puede que los aviones de guerra se callen, pero la maquinaria de la colonización —las vallas, los permisos, las leyes, las carreteras y las armas— sigue adelante. Es aquí, en el silencio, donde se completa la eliminación. Un futuro donde se niega el retorno, se proscribe la justicia y la historia se repavimenta con hormigón y mitos.


