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A la huelga general: Por una radicalidad democrática (I)

Fuentes: Tercera Información

1. La nueva lucha de clases Después de veinte años en los que se creía que la convivencia entre clases era posible, la crisis económica se nos revela a los trabajadores como un nuevo escenario de ataque de los poderosos a los trabajadores. La clase trabajadora se enfrenta hoy a la agresión del gobierno en […]

1. La nueva lucha de clases

Después de veinte años en los que se creía que la convivencia entre clases era posible, la crisis económica se nos revela a los trabajadores como un nuevo escenario de ataque de los poderosos a los trabajadores. La clase trabajadora se enfrenta hoy a la agresión del gobierno en una nueva fase de la lucha de clases. El discurso derrotista del capitalismo en los primeros momentos de la crisis ante el derrumbamiento del sistema financiero, donde patronos pedían paréntesis en el libre mercado y donde los banqueros y gobiernos entonaban el mea culpa, ha dado paso a una radicalización política y empresarial del PP y del PSOE, a una ofensiva total contra el estado de bienestar y a la acumulación de derechos, que con no poca sangre y sudor conquistados, disfrutábamos en cierta medida los trabajadores españoles, y en mayor medida los europeos.

En España, el decretazo ha sido la chispa que ha prendido un polvorín de 4 millones y medio de parados, de un estado de bienestar en desmantelamiento y de una agresión constante a los derechos sociales adquiridos por años de luchas sindicales y políticas. A Zapatero se le acumula una pila de cadáveres sociales debajo de la alfombra, y su peste parece que empieza a tornarse insoportable al olfato de la gente, y sobre todo, al de los ciudadanos que se consideran de «izquierdas», algunos de ellos votantes del PSOE.

Esta última es una agresión más, dentro de lo que podríamos denominar cruzada de las élites contra los trabajadores europeos, que disfrutan de una herencia de derechos más o menos dignos gracias a las luchas políticas y sindicales que, en éste país, se dieron durante la lucha antifranquista y la Transición. Los ajustes que estamos sufriendo aquí son idénticos a los que están sufriendo los griegos con un gobierno también socialdemócrata, pero también son idénticos a los ajustes que se están haciendo o que se han anunciado en países como Alemania, Italia, Francia e Inglaterra, donde gobierna la derecha más neoliberal de Europa. En una actitud ya sin complejos, el PSOE ha fagocitado la política económica de la derecha europea, que no es otra que el sometimiento a las directrices de los que se hacen llamar «mercados».

Han sido muchos años de dominación ideológica de la derecha en occidente, donde los partidos de centro-izquierda europeos han demostrado su alta capacidad de permeabilidad ante las posturas más radicalmente capitalistas de sus supuestos oponentes. En ese tiempo ha triunfado una derechización social que en cada país comenzó y se desarrolló de un modo sui generis, pero cortados a partir de 1989 con el mismo patrón al que se llamo globalización. La presencia marginal o meramente testimonial del sentimiento de clase (normalmente reducida al intelectualismo académico) entre los trabajadores ha sido su mayor victoria.

Dentro de ese contexto se pretendió que los trabajadores creyésemos en el fin de la historia, en una ecuación en la que la democracia burguesa más el capitalismo suponían un desarrollo y aumento de la riqueza infinito para todos, que no era malo ser rico porque todos podríamos llegar a serlo. Se nos dijo que el mercado se ajustaba solo, que era positivo y necesario que los poderes financieros que no se presentan a las elecciones controlaran los principios rectores de la política económica de un país. Se nos dijo que la riqueza no la creaban los trabajadores, que el pan que cada día teníamos en la mesa llegaba gracias al salario de un patrón y no gracias a las manos y riñones de unos agricultores mal pagados. Se nos dijo que no eramos clase obrera, que tener una casa y un coche nos convertía a todos en capitalistas, que si contratábamos a un camarero en nuestro bar o a una dependienta en nuestra tienda nos convertíamos en empresarios; que consiguiendo un contrato fijo podíamos mirar hacia otro lado ante la situación laboral precaria de nuestros compañeros más jóvenes.

Fue en ese proceso y no ahora, cuando los trabajadores perdimos la iniciativa. Fue entonces cuando les allanamos el camino a los neoliberales, para que, gobernara el partido que gobernara, llegara este día. El día en que las élites económicas mundiales lazan un jaque, quién sabe si mate, a unos trabajadores que se les ha repetido hasta la extenuación que los peones son ellos y tienen prohibido moverse por el tablero.

Para colmo, los trabajadores nos hemos ufanado durante estos 20 años de éxtasis capitalista en intentar crear diferencias artificiales entre nosotros, siendo altavoces de una propaganda que busca la desunión y la confrontación de individuos con los mismos intereses: los inmigrantes son explotados a cambio de su supervivencia, los jóvenes son becarios porque tienen que esperar su turno, los funcionarios tienen que tener un sueldo modesto porque tienen plaza fija y trabajan poco, etc. Mientras, las élites han aprovechado éste momento para reforzar su propia conciencia de clase, siendo las patronales de cada país y organismos internacionales como el FMI instituciones que defienden los intereses de clase de los poderosos frente al interés general.

Hoy el gran empresariado mundial sabe mejor que los trabajadores que solo existen los que crean la riqueza a cambio de un salario y los que especulan con esa riqueza. El trabajador y el capitalista. Dos clases antagónicas que en este nuevo escenario, donde no cabe el bienestar de ambos, han de luchar la una con la otra para su propia supervivencia y bienestar. Este mundo artificioso que durante 60 años se ha llamado estado de bienestar europeo, donde la conciliación de clases se decía que era posible y nuestro futuro, ha saltado en pedazos, roto unilateralmente por los que obtienen beneficios en tiempos de crisis.

2. El mundo en crisis, España al abismo

En este singular plano social se da la actual crisis. Crisis que sin embargo en el plano económico, es más común de lo que parece a las crisis que el capitalismo ya ha vivido anteriormente. Todos conocemos el más famoso precedente de la crisis del 29. Entre sus causas aparecen la especulación acompañada de un excesivo crédito, que provoca una burbuja económica y la quiebra del sistema financiero. ¿Os suena verdad?

También son más o menos conocidas las recetas y políticas económicas que se dieron para salir de dicha crisis: el keynesianismo. Esta doctrina económica propuso para la salida de la crisis de ese momento el uso de las políticas fiscales para que el estado pudiera controlar la economía en periodos de recesión, es decir, «usar el déficit» para tener un margen que permita crear políticas de empleo y fomentar el consumo. Ya por aquel entonces se advirtió que las políticas liberales clásicas solo traían más paro y más recesión a una economía en crisis. Ya hace casi cien años que quedó patente la imposibilidad de un mundo capitalista en equilibrio sin la intervención del estado en la economía, así como que las medidas que les sacaron de esa crisis no impidieron la gestación de la siguiente.

Nos encontramos pues con dos respuestas distintas que nos ofrecen desde el liberalismo: el neoliberalismo y el keynesianismo. Un keynesianismo que nos sacó de la anterior crisis y que coincide también hoy en que los recortes neoliberales que pretenden rebajar el déficit nos alejan en el tiempo de la salida de la crisis. El recorte social del gobierno español, el cambiar el keynesianismo por neoliberalismo, va a provocar una caída del consumo, y eso dentro de la lógica capitalista significa desempleo y miseria. Si para fomentar el empleo se instala en el país, tal como pide la patronal, una bajada generalizada de unos salarios ya de por si bajos (como ya han hecho con los funcionarios), caerá la demanda de bienes y servicios, y por tanto la producción. Como consecuencia: más paro.

Resumiendo, hasta los liberales de CiU, asustados por la radicalización capitalista del PSOE, advierten que las medidas neoliberales del gobierno que buscan recortar el déficit del estado traerán más paro, mientras que los keynesianos socialdemócratas a los que Zapatero ahora desoye abogan por mantener el déficit para que los trabajadores puedan seguir teniendo poder adquisitivo para seguir consumiendo, al menos de momento. De nuevo el aumento del consumo como instrumento para salir de la crisis. Pero, ¿es entonces el aumento constante de la capacidad de consumo de la clase trabajadora la única solución a la crisis?

Es evidente, además de un consuelo, que no. El aumento del consumo nos sacaría de esta crisis a la vez que nos acerca más a la próxima crisis.

Cuando hablamos del consumo, no podemos ignorar que un problema ecológico se cierne sobre el futuro de la humanidad en un planeta de recursos limitados. Hoy por hoy vivimos en un mundo que se nos queda pequeño con nuestro nivel de consumo, ¿hay alguien que piense que se puede salvar el capitalismo constantemente incrementando infinitamente el consumo? El momento en el que será imposible seguir consumiendo más para mantener las constantes vitales del capitalismo está a la vuelta de la esquina. Harían falta tres planetas si todos los habitantes consumieran derrochando irresponsablemente como los occidentales. Según datos de la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación), entre el 10 y el 40% de la producción de alimentos se pierden sin ser consumidos, un tercio de los consumidores adultos tienen una leve adicción al consumo, y la gente se endeuda para consumir más 1.

Y la clave de esta crisis está en que éste hecho, el consumo infinito que pretendemos en un planeta de recursos finitos, tampoco lo obvian las clases altas. El capitalismo ha agotado su capacidad de incrementar infinitamente la capacidad de consumo interno de los países desarrollados. El stablishment representado por los gobiernos nacionales, el FMI y el BM, saben de sobra que los recursos son limitados, y que un exceso de lo que se ha llamado «clase media» (que no es sino la clase trabajadora consumidora) puede crear cierta inseguridad en el suministro de recursos básicos en un probable futuro a corto plazo de escasez. Por eso los gobiernos nacionales, con las directrices del mercado, trabajan en la dirección de limitar el acceso a bienes y servicios a los trabajadores del sur de Europa.

La escasez de recursos es un hecho que desde hace un tiempo motiva e impulsa a los estados hacia la violencia por su control, hechos que normalmente son ajenos a la opinión pública europea. Los Altos del Golán 2 es una meseta en la frontera entre Israel, Siria, Jordania y Líbano, ocupada militarmente por Israel, y a su vez, un claro ejemplo de conflicto por recursos básicos. En este caso, Israel lucha por controlar las fuentes de abastecimiento del río Jordán. Hoy la mitad de los recursos hídricos que consume Israel proviene zonas ocupadas de países vecinos. Otros ejemplos, esta vez de recursos mineros, sitúan a dos de los países con más miseria y violencia como los grandes productores de minerales básicos para la producción occidental: el Congo y Afganistán. En el Congo se encuentra el 80% de las reservas mundiales del Coltán 3, mineral muy escaso y utilizado en casi la totalidad de los dispositivos electrónicos que consumimos (ordenadores, móviles, GPS, PDA’s, videoconsolas, televisores, etc.), lo que ha llevado a este país a una constante guerra civil entre clanes mafiosos financiados por occidente que matan y se matan por ser los que controlen la exportación de este mineral, principalmente a EEUU. En Afganistán, ya se ha descubierto recientemente el verdadero interés de la OTAN en mantener ocupado ese país: el Litio. Hace poco ha saltado la noticia de que Afganistán posee el más grande yacimiento de Litio 4, mineral que también se usa en la prácticamente totalidad de los componentes electrónicos y que ayuda a comprender el motivo de la larga ocupación de un país aparentemente pobre. Finalmente nos encontraríamos con el recurso escaso de mayor valor, el petróleo, que es de sobra conocido las guerras y muertes que se han producido en la lucha por su control, y que en la historia más reciente ha supuesto conflictos de diversa intensidad en países como Iraq o Venezuela. Esta es la cara del capitalismo más salvaje e incontrolable, la cara del capitalismo en su fase imperialista.

Ante este mundo de futura escasez y de demasiados consumidores, el objetivo de la crisis y de las medidas de ajuste se muestra como una bofetada en nuestra cara: no nos van a sacar de la crisis por que el objetivo es que vivamos en crisis, no van a fomentar el consumo porque no quieren que consumamos, no se van a llevar a cabo políticas de integración social porque se busca la exclusión y la marginación. Digámoslo más claro, los ciudadanos de los países que han ejecutado las exigencias del mercado les sobramos. Por miedo a una escasez de recursos, van a sacrificar el mercado de potenciales consumidores de sus productos en que nos convertimos los españoles al entrar en la Unión Europea. Se van a llevar por delante a la clase trabajadora y a la pequeña burguesía del sur de Europa, pero van a asegurar sus haciendas presentes y futuras.

Pensemos por un momento en cuál es el papel de España en el mundo. Pensemos que supone para España que el gobierno haya decidido pasar del keynesianismo al neoliberalismo, qué consecuencias tiene ese cambio de postura en nuestro bienestar y en el futuro del país.

Tradicionalmente, los países se han desarrollado «ofreciendo» algo al resto de países, que podemos reducir en tres grandes tipos: exportación de materias primas, producción industrial «rentable» con mano de obra barata y poco cualificada o conocimiento tecnológico puntero. El crecimiento económico y social europeo se ha basado en convertirse en el mayor productor de conocimiento en competencia con Estados Unidos, sin embargo las políticas económicas en España no van en la dirección de elevar la cualificación de sus ciudadanos y trabajadores, en un país donde el fracaso escolar ronda el 32% a nivel nacional 5. Cada día que pasa España se aleja de poder competir con Europa en conocimiento ya que cada día nos alejamos un poco más de su nivel cultural y tecnológico. Una economía basada en el conocimiento en España es, a día de hoy y con esta clase política, una quimera.

No podemos ofrecer competitividad en el conocimiento, pero tampoco podríamos intentar seguir desarrollándonos con la exportación de materias primas. Siglos se sobreexplotación esquilmaron la riqueza natural de la península ibérica hace ya un tiempo, haciendo imposible pensar que podamos competir con los productos saqueados por multinacionales en el tercer mundo que se venden bien en nuestros supermercados y en los de todo el mundo, o bien para industrias secundarias.

Es por esto que las medidas del gobierno español y las imposiciones de la UE, el FMI y el BM van en la dirección de hacer de España un país que ofrezca al mundo mano de obra barata. Ese es el nuevo lugar que las élites han elegido para España y el sur de Europa en el mundo post-crisis.

Queriendo convertirnos en un país de mano de obra barata es evidente que los esfuerzos del gobierno vayan en la dirección de eliminación de un estado de bienestar imposible de mantener en un país de futuros trabajadores poco cualificados. Desmontar el sistema social para llevar a la exclusión y de ahí a la explotación laboral. Sueñan con un mercado abarrotado de mano de obra deseosa de trabajar a cualquier precio.

Esto, que es un evidente drama para los trabajadores españoles, no significa nada para la burguesía y el resto de ciudadanos del mundo. Aunque pasemos a consumir como un país en vías de desarrollo el planeta seguirá girando y los ricos además de seguir haciendo negocios tienen más seguridad en el abastecimiento de recursos básicos y estratégicos. Que nos salvemos o nos suicidemos solo nos importa a nosotros mismos. Nadie nos salvará.

Para que asumamos esto como un fenómeno meteorológico incontrolable e inimputable, como una evolución natural del transcurrir de la historia, ya ha comenzado el bombardeo propagandístico para eliminar conciencias. A la propaganda que durante años ha conseguido dividir y enfrentar a los trabajadores, se une una propaganda que nos dice que no hay otra salida posible. Una propaganda que armoniza a la perfección los intereses del PP y del PSOE. Por fin ambos partidos se nos muestran públicamente como lo que siempre han sido: una sola voz, representantes de una única manera de hacer las cosas, embajadores del pensamiento único en España.

Esa propaganda busca que los trabajadores extendamos su palabra a través del mensaje de que tenemos que concienciarnos de que a partir de ahora nos toca vivir peor. Que todos nosotros hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, y que por tanto nos toca a los trabajadores pagar los excesos. Que no somos un país rico, y que quizás nunca lo hayamos sido. Que unos trabajadores tan poco productivos no pueden permitirse el lujo de una educación y una sanidad universales y gratuitas. Que aceptemos con total naturalidad que vamos a ser la primera generación en mucho tiempo que va a vivir peor que sus padres.

Los voceros del sistema nos gritan al unísono: Repetid conmigo: No hay salida, estamos condenados a ser más pobres.

Fuente: http://www.tercerainformacion.es/spip.php?article17990