En conmemoración al «Día Mundial de al-Quds», instituido por Ruhollah Jomeini en 1979 tras el triunfo de la Revolución Islámica en Irán, en el último viernes del mes bendito de Ramadán (mes del ayuno islámico) para tomar conciencia de su importancia.
El 7 de octubre (7/10) de 2023 quedará enmarcado en los anales de la historia como una fecha que rompe con la ilusión de paz que mantiene el Orden Mundial de 1945 donde un grupo de países vencedores de la Segunda Guerra Mundial (IIGM) han dispuesto una serie de disposiciones legales que sirven para reproducir sus intereses y poco para los países que buscan soberanía y autodeterminación. El 7/10 será la marca que revela que dicho Orden no ha podido resolver una asignatura pendiente desde ya siete décadas: ¡el mismo tiempo de existencia de las Naciones Unidas para resolver conflictos, es el mismo tiempo en que no ha podido resolver su primera tarea!
La Tormenta de al-Aqsa (referencia directa a la “Mezquita Lejana” que forma parte del complejo sagrado de la Explanada de las Mezquitas en el casco viejo de Jerusalén [al-Quds] que se vincula a la Cúpula de la Roca [espacio donde se encuentra la Piedra Fundacional] de importancia simbólica, espiritual y material para los creyentes en Un Solo Dios) fue la expresión de hartazgo y deseo de libertad. Aquella población oprimida por cielo, mar y tierra decidió romper las tres barreras y abofetear a su agresor. Un agresor que cuenta con todo el apoyo militar, tecnológico y estratégico de las principales potencias del “mundo occidental civilizado” y, además, se legitima bajo un discurso religioso que instrumentaliza los versículos del libro sagrado para hacer resonar cuernos de violencia, campanas de profecía y cánticos de sangre.
Desde el espacio más bloqueado del planeta, emergió una fuerza que trastocó los frágiles pilares que bordean la tierra palestina usurpada, llamada “Israel” desde 1948 (aupada por los estados vencedores de la IIGM), ante el asombró inconmensurable no sólo del agresor sino de sus patrocinadores. De manera torpe y retrasada, el agresor comenzó una profunda devastación sobre Gaza, el lugar donde se originó todo, espacio desconectado del resto de la población palestina que ocupa Cisjordania y que año tras año, no importando las festividades religiosas y las necesidades básicas, sufren el asedio, la molestia y la humillación del “ejército de ocupación israelí”.
La entidad agresora y ocupante denunció “terrorismo”, palabra que respalda las acciones bélicas contra la población con el objetivo de avanzar territorialmente y despoblar las zonas para, luego, incorporarlas a su estructura de gobierno. “Actos terroristas” y “acciones defensivas” fueron las frases utilizadas por la campaña de su sistema de propaganda mediática (Hasbará). “Guerra entre Israel y Hamas”, ofrecen las primeras columnas de los principales medios de comunicación masiva hegemónicos (llamados “occidentales”, sin saber exactamente qué es esto) como si se tratara de una guerra entre iguales o de un grupo que actúa en solitario, separado de las aspiraciones populares. Ignorando el profundo deseo de libertad del que goza cualquier otro pueblo.
En esta guerra de propaganda resalta, en el caso de América Latina, el “Gran Regaño” que la diplomacia israelí propinó a todo estado soberano que denunció el ataque desproporcionado e inhumano que siguió. Por poner algunos ejemplos, la postura de México, al que se le dijo: “mantener una posición neutral en lugar de tomar partido implica, en última instancia, respaldar y apoyar al terrorismo”. O la llamada a la embajadora de Colombia en la Entidad Usurpadora (“Israel”) en calidad de “conversación de reprimenda”, por la postura del máximo representante de su país. O bien, el disgusto que generó (genera) comparar el holocausto judío (shoá [catástrofe] de 1941 a 1945) con el holocausto palestino (nakba [catástrofe] de 1948 hasta el momento de escribir estas líneas) por parte del presidente brasileño. Paradójicamente, se sanciona a quien lo niega (o minimiza) y que, además, es la base para tipificar el genocidio, delito del que se le acusa ante la CIJ (Corte Internacional de Justicia) por parte de Sudáfrica, país que experimentó un sistema de segregación racial de 1948 a 1992, conocido como Apartheid.
En ocasiones las cifras deshumanizan la situación y la atrocidad que padecen pues contabilizan a gran escala y no se detienen en el sufrimiento de todos los días, de todas las horas, de la incertidumbre, de pensarse solos. Ver a madres, padres y niños extendiendo sus manos a aquellos que se las han cortado. Las disculpas no serán suficientes.
Con respecto a los tomadores de decisiones, hablar de sus nombres suele estar de más cuando se trata de procesos sistemáticos e institucionalizados que, ocupe quien ocupe el espacio, mantendrá las acciones. Más en una pseudo-democracia como la israelí que se precia de serlo (y que los apologistas lo subrayan, lo contabilizan, la estudian como tal) a pesar de no poseer una constitución sino “leyes fundamentales», una de las cuales define a “Israel” como el estado nación del pueblo judío y niega el derecho de la autodeterminación nacional de otros grupos etnoculturales en la tierra que usurpan. Se da oficialidad al idioma hebreo moderno (de principios del siglo XX) en tanto que al árabe se le otorga un “estatus especial” (¿por temporalidad?). Promueve la inmigración judía y el retorno de exiliados, pero no a los palestinos expulsados durante las más de siete décadas de despojo (refugiados, exiliados, asesinados). Propone “preservar la herencia cultural, histórica y religiosa del pueblo judío” a expensas de la apropiación cultural de los nativos palestinos. Alienta los asentamientos en zonas no permitidas por el Derecho Internacional en los territorios gobernados por la Autoridad Nacional Palestina (ANP). Surge la pregunta: ¿Qué es, entonces, la democracia? No puede haber credibilidad en sus símbolos mientras que una parte del pueblo se encuentre desangrado.
A veces, las “democracias” utilizan sus calendarios electorales para marcar agendas partidistas, de gobierno y de geopolítica como es el caso de la “democracia económica de dos partidos” (Estados Unidos) o la “democracia racista y religiosa” (Israel) que los candidatos de la primera rentabilizan la guerra con sus electores o la segunda que presiona a la clase política-clerical para evitar las acusaciones judiciales por delitos de corrupción y encontrar a un “enemigo exterior” que aglutine el sentimiento etno-teo-nacional.
Dos caminos se abren con respecto a los hechos post-7/10 que demuestran el divorcio de los gobiernos con sus pueblos en los presumibles “estados democráticos”: por un lado, están las acciones y decisiones de los gobernantes de apoyar a ojos cerrados toda acción de los mandatarios israelíes y, por otro lado, las marchas multitudinarias de personas que se solidarizan con la “causa palestina” en las principales ciudades del orbe, sumado a la formación de una opinión pública internacional crítica que no cae en el juego mediático-discursivo del terrorismo, del conflicto entre iguales o de la legitimidad religiosa (por tierra prometida o anuncio bíblico).
La causa palestina ha encontrado eco en los corazones de toda la humanidad, convirtiéndose en una brújula moral que permite trazar una idea del camino hacia donde vamos y dirigimos nuestra atención e interés. No ha importado color de piel ni la raza (ideas que han edificado la existencia de las “democracias ejemplares”), tampoco estatus social, situación a la que nos ha arrojado el sistema capitalista, mucho menos religioso, los verdaderos creyentes actúan en consecuencia del amor y la misericordia. Basta ser humano, saberse poseedor de dignidad, apostar a la justicia y tener un corazón que palpite al ritmo de la concordia, el respeto a la diferencia y el rechazo a la violencia.
– Cese al fuego ¡Ya!
– Fin de la ocupación ¡Ya!
– Reparación del daño y retorno ¡Ya!
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