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De regreso a lo básico mientras Siria se desintegra (II)

Algunas causas estructurales

Fuentes: Jadaliyya.com

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.

La Parte I de esta serie de tres artículos puede leerse, en su traducción al castellano, aquí.]

En medio de la creciente y trágica violencia, de la pérdida de vidas y de la pérdida de la misma Siria, escribir sobre historia y sobre causas semeja una labor ardua. Pero también es igual de difícil escribir de forma crítica sobre el actual caos, debido precisamente a la falta de información. Uno se pregunta asimismo ¿qué más puede decirse ya sobre Siria? En este orden de cosas, y tras la desesperanza contenida en la primera parte de este artículo, me repliego hacia lo básico, hacia lo que creemos que conocemos mejor. En la primera parte, abordé lo que designé como «Hechos Persistentes» que animan el levantamiento, examinando la complejidad del caso sirio con la vista puesta en su papel regional. Ahora me dispongo a abordar algunas de las causas estructurales del levantamiento. En un próximo y último escrito me ocuparé de la cuestión del sectarismo.

3. Algunas de las causas estructurales del levantamiento sirio

En primer lugar, es necesario elaborar una nota metodológica sobre la causalidad.

Cualquier enfoque serio respecto a este tema -basado en el compromiso analítico e histórico a largo plazo de los acontecimientos en Siria-, incluido éste, será siempre insuficiente. El primer objetivo es evitar los enfoques extravagantes (los que provienen de alguna esencia política o cultural muy particular) y los enfoques monistas (los que reducen los resultados a una variable). El segundo objetivo es reconocer los límites de nuestra capacidad como analistas informados a la hora de precisar la combinación exacta de variables ponderadas que explican tales resultados. Pero la desesperación explicativa no debería constituirse en el mensaje de esas precauciones. El truco consiste en ir puliendo el diálogo con el paso del tiempo en el tema de las causas. Las revoluciones, o los levantamientos, no son una ciencia, ¡ni siquiera para los científicos políticos! Pero, seguramente, podemos hacerlo mucho mejor que los extravagantes o los monistas.

Mi primera tarea consistirá en desencarnar la noción de «Oriente Medio» o incluso la de «Mundo Árabe», ya que a menudo hablamos de los levantamientos en la región en términos monolíticos sin darnos cuenta. Habitualmente recibimos una ración explicativa constante de argumentos genéricos «económicos» a favor de la pobreza o el desempleo, o de argumentos sobre lo intolerable de décadas de gobierno autoritario. Pero se presta poca atención a la interacción entre las variables políticas y económicas, e incluso menos atención aún a las particularidades de cada caso y a sus trayectorias político-económicas. Incluso cuando hacemos un análisis matizado, olvidamos que tener los ingredientes necesarios no es suficiente para producir el tipo de movilización de masas que ahora estamos asociando con las revoluciones y los levantamientos. Centrarse demasiado en la estructura sin reconocer la agencia y su papel a la hora de hacer que la gente salga a la calle y luche con sus cuerpos contra las balas (se entiende que en un primer momento) es como observar los ingredientes correctos de una receta particular esparcidos alrededor de la mesa de la cocina sin ninguna comida a la vista. En resumen, y para disgusto de los científicos sociales, hay muchos elementos que no pueden predecirse. Por tanto, un buen consejo es abordar los hechos con modestia analítica.

En el caso sirio, los argumentos simplistas y esencialmente inadecuados toman a menudo la forma del viejo y gastado argumento del «sectarismo» o del «dominio sectario», donde la minoría alauí se contrapone a la mayoría sunní y, por lo general, apenas se menciona la historia y el legado de las interacciones anteriores a la llegada al poder del Partido Baaz. Incluso los argumentos más sofisticados, los que reconocen la insuficiencia del «sectarismo» narrativo, no reflejan que casi la mitad de la sociedad siria está en sí integrada por minorías de todo tipo.

Por último, y especialmente en el caso de Siria, la cuestión de las credenciales del papel regional de Siria y la «resistencia ante el imperialismo» produce irritación en dos frentes opuestos: en primer lugar, algunos la introducen para eliminar o tapar las protestas contra el autoritarismo en favor de las cuestiones regionales o internacionales que pueden o no afectar a la propia razón de ser de los levantamientos; por otra parte, quienes ignoran tales credenciales nacionalistas (que existen, y los analistas razonables pueden debatir su amplitud), o quienes se oponen a lo que esas credenciales representan, proceden como si lo que sucede en Siria no tuviera nada que ver con la existencia y políticas de actores igualmente indeseables, tanto cercanos como lejanos, incluyendo a Israel, Arabia Saudí, Qatar y los Estados Unidos.

Todo lo anterior -los argumentos genéricos políticos, económicos y comunitarios o el factor de la «resistencia»- conforma a menudo una lente explicativa amorfa a través de la cual interpretamos la batalla sobre el terreno. En la mayoría de las narrativas, acabamos centrándonos más en los síntomas que en las causas tangibles que instigaron la confrontación, causas que durante el período post-inicial tomaron vida propia. Es verdad que la interferencia regional e internacional nubla el ámbito interno alterando a menudo el «conflicto», pero hay que integrar esos factores en el análisis para poder revelar la complejidad del caso sirio, y no simplemente sustituir o secuestrar la narrativa esencial de las causas del levantamiento. Si las fuerzas externas alineadas contra el régimen sirio son cuestionables, eso no significa que el sentimiento original contra el régimen sea también cuestionable: si los objetivos para derrocar al régimen están alineados, no tiene por qué ser así en el caso de los motivos. Y esta cuestión es una parte muy importante del actual dilema político, analítico y humanitario.

Separando lo inmediato de lo estructural

Una forma de superar esta red político-analítica es separar las dos tareas en dos cuestiones menos conflictivas: 1) ¿Qué causó el levantamiento?; 2) ¿Qué está perpetuando el levantamiento? Las respuestas son distintas. La primera tiene que ver ante todo con factores locales y la segunda con una combinación de factores que se decantan por los elementos externos.

Incluso al abordar la primera cuestión, la de las causas, debemos separar lo estructural de lo circunstancial, diferenciando entre la gran reserva de causas estructurales que se han ido acumulando con el tiempo y las causas inmediatas que instigaron la movilización social a gran escala que se ha producido en Siria. Aquí abordaré ahora la cuestión de las causas estructurales. Por un lado, me he referido ya a la segunda cuestión en la Parte I, en el epígrafe «La evidente complejidad del caso sirio«, aunque sería necesario profundizar más en ella en otra parte o que alguna otra persona lo haga. Por otro lado, la cuestión de qué fue lo que instigó el levantamiento es menos compleja y se merece un análisis detallado una vez que dispongamos de más amplia información, aunque los hechos no son demasiado controvertidos. Inspirados por las experiencias egipcia y tunecina anteriores tan solo en uno o dos meses, el relato de los muchachos que pidieron la caída del régimen en los muros de su colegio en Deraa constituyó la primera llama que incendió el montón de heno que se había ido acumulando durante décadas. Seguramente que la brutal respuesta de los matones locales auspició al principio una amplia movilización allí, pero era algo que tenía que suceder después de unos pocos intentos esbozados por parte de la disidencia. Ese mismo incidente, de haberse producido un año antes, se habría desinflado en cuestión de días, cuando no en menos. Sin embargo, el efecto dominó regional y el continuo enfoque colectivo en un contexto más amplio intensificaron la importancia del incidente a la vez que transformaba el cálculo de las personas acerca del riesgo y el potencial éxito de tomar las calles de forma masiva, especialmente en las áreas más rurales y en las ciudades pequeñas. El resto es ya una historia sangrienta.

Destacando la médula espinal de las causas estructurales

El conjunto de causas estructurales que me gustaría destacar, más allá del factor constante de la represión, tiene que ver con los factores político-económicos que han afectado a Siria a partir de 1986, cuando el régimen empezó a trasladar realmente sus alianzas políticas y sociales con los trabajadores a los empresarios. En concreto, me estoy refiriendo a la creciente relación de las últimas décadas entre las elites políticas y económicas en Siria y a sus continuadas implicaciones políticas durante casi veinticinco años. Este nuevo nexo de poder impregna la mayoría de las economías políticas globales, pero produce efectos nocivos en la medida en que el contexto lo permite. En muchos países en desarrollo, incluida Siria, va asociado con el prolongado proceso relacionado con la desintegración de las economías de base estatal, que también representa el retroceso de las políticas redistributivas, por lo cual las masas se ven cada vez más afectadas por la ausencia de crecimiento económico. Al mismo tiempo, debo advertir contra el énfasis en tales factores como causas singulares de los levantamientos, ya sean en Siria o en cualquier otro lugar. En cambio, abordo este factor como un factor central, no como el único. Así pues, esto no puede ser una relación exhaustiva de causas estructurales.

A nivel político, el nuevo nexo de poder entre la elite política y la elite económica en Siria parece haber reforzado el régimen autoritario en Siria a lo largo de las últimas dos décadas, hayan o no contribuido otros factores a tal resultado. No se trata simplemente de una función de «apoyo» al statu quo de las elites beneficiarias, porque esta es la norma en casi todas partes. Es también una forma de legitimación de un statu quo cambiante porque el corolario de este particular nexo de poder implica varias formas de «liberalización» o desaparición del Estado: esto incluye una sociedad civil «incipiente», «creciente» o aparentemente «vibrante» que puede considerarse como un signo de «apertura» política; un entorno económico «más libre» en el que el Estado cede su monopolio sobre algunos sectores de la economía; y un gran sector «privado» que supuestamente crece a expensas del sector «público» estatal, dando paso a una dispersión más amplia de recursos con efectos económicamente democratizadores. Aunque a algunos de los actores externos les agradan estos resultados (incluido ese concepto amorfo de «la comunidad internacional»), la abrumadora mayoría de la población no los percibe de forma positiva, ya que deben valerse por sí misma mientras que los suministros públicos, los puestos de trabajo y el bienestar social van reduciéndose. Y en tal sentido, la mayoría del pueblo sirio ha visto cómo, a causa de la profundización de esta alianza entre el Estado y la gran empresa desde mediados de la década de los ochenta, sus ingresos mermaban cada vez más.

Política económica, estructura económica e impacto social

Los evidentes efectos sociales del nuevo elitismo y las políticas que engendraron son aún más profundos, afectan a las vidas de la mayoría de los sirios y eran todos demasiado patentes antes de enero de 2011. Abordados con gran detalle en otro trabajo, el impacto de esta alianza tuvo un tremendo efecto polarizador en la sociedad siria, aproximándose, cuando no igualando, a la época anterior al Baaz. Los efectos se produjeron en tres niveles: políticas económicas, estructura económica e impacto social.

No es demasiado difícil demostrar que las políticas apoyadas por ese nuevo nexo de poder son enormemente responsables de la eliminación o destrucción de formas de redes de seguridad social (por ejemplo, prestaciones sociales, subsidios, disposiciones laborales) que durante décadas habían ayudado a la población a mantenerse a flote o apenas a flote. Si esas disposiciones no se hubieran eliminado por completo, o su calidad no se hubiera deteriorado de forma significativa (por ejemplo, en el área de la salud y de la educación), o el racionamiento no hubiera menguado tanto (por ejemplo, pan, harina, azúcar), no hubieran aparecido dos fenómenos peligrosamente relacionados: primero, el aumento de la pobreza (incluida la pobreza extrema) y por tanto la polarización social, a través de todo lo cual las sociedades van perdiendo de forma creciente a sus clases medias; y segundo, la exclusión económica del «mercado», un fenómeno que ha contribuido a que aumente notablemente el sector informal, que está funcionando y manteniéndose casi por completo al margen del mercado, sobre todo en las zonas rurales, pueblos y ciudades pequeños.

Mientras tanto, las políticas del régimen que hacían hincapié en el crecimiento del sector «privado» proporcionando privilegios, distinciones y exenciones a los inversores, sin obtener reciprocidad en la práctica en términos de valor añadido, empleo y exportaciones. Más importante es que las nuevas oportunidades económicas más lucrativas fueron monopolizadas por los leales al régimen, por familiares o socios, todos formando parte de las mismas redes de empresas estatales que se desarrollaron en los setenta y ochenta y maduraron en los años noventa. La sorprendente proximidad de los responsables políticos con quienes se beneficiaban de sus políticas hicieron extremamente eficiente la búsqueda de beneficios y la corrupción estructural, produciendo una plétora de políticas a la medida que debilitaron, fragmentaron y gravaron la economía nacional.

El impacto social más amplio se dejó sentir de forma muy dura en algunos sectores importantes. El incremento gradual -y en ocasiones no tan gradual- del expolio a los trabajadores y a los intereses de la clase trabajadora en los sectores privados y públicos es otro resultado fácilmente atribuible a las políticas y decisiones políticas asociadas con las nuevas elites. El cambio de alianzas efectivas de la clase trabajadora a la empresarial fue un elemento fundamental en la desintegración de las economías de base estatal. Con el paso del tiempo, a partir de la década de los setenta (oficial o extraoficialmente), los derechos, normas y regulaciones fueron favoreciendo cada vez más a los empresarios a expensas de las clases trabajadoras. Los sindicatos de campesinos y comerciantes y las organizaciones de los trabajadores fueron cooptados por esa época por los sistemas autoritarios corporativistas de representación, pero continuaron disfrutando de algunos privilegios. Es verdad que la elite política empezó este proceso de traslado de alianzas y privilegios al capital mucho antes de que los agentes empresariales se hicieran prominentes, pero el tipo de cambio que se produjo en las últimas tres décadas tiene distinto carácter. Con anterioridad, ese despojo de los derechos laborales se consideraba una función propia de problemáticas arbitrariedades autoritarias, algo mal visto socialmente y valorado como una desviación del contrato social (de desarrollo), si es que se le puede llamar así. Más recientemente, y con anterioridad a la oleada de protestas y revueltas, el incremento gradual del despojo de los derechos laborales se llevó a cabo en nombre de la «inversión», «crecimiento» y «modernización».

El contexto ideológico en tiempos pasados tenía un tinte nacionalista-socialista que sirvió como base de criterios y normas. De ahí, que la polarización social, la pobreza y la exclusión del desarrollo fueran considerados como algo «erróneo» e inaceptable. Actualmente, esos preocupantes efectos se han convertido en la nueva norma, un medio para un «mejor» futuro, una estación de legitimación en el camino hacia la prosperidad y la eficiencia. Todas esas denominaciones fueron cortocircuitadas por los levantamientos, pero es demasiado pronto para hacer sonar el toque de difuntos de las fórmulas de crecimiento que tienen un carácter de suma cero. En parte, fue esta narrativa supuestamente «positiva» de las nuevas políticas la que sirvió para camuflar el profundo descontento y resentimiento entre quienes no podían hacer prácticamente hacer oír su voz.

Tal vez lo más significativo fueron las consecuencias que para el desarrollo tuvo esa nueva elite que hacía vehementemente hincapié en el desarrollo urbano (a expensas del abandono de las zonas rurales y sus modos de producción) y en la actividad económica no productiva, caracterizada sobre todo por el consumo. El aumento de las cuotas de los sectores del turismo y servicios en detrimento de la producción industrial y agrícola (asociado con una serie de leyes que reformaban la reforma agraria y otras regulaciones) produjo diferentes clases de necesidades en la sociedad. Por ejemplo, había mucha menos necesidad de mano de obra cualificada y de los sistemas e instituciones docentes indispensables para formarla.

Lo que surgió, en términos de la «nueva economía» y de los campos de la tecnología de la información, iba a la zaga de otros países, era demasiado pequeño y demasiado subdesarrollado para poder compensar las pérdidas en otros sectores y, desde luego, no podía competir a nivel internacional. La posibilidad de dar empleo a cientos de miles de nuevos candidatos cada año se convirtió cada vez más en una quimera, condenando al olvido y al abandono a masas de jóvenes privados de derechos.

Es necesario interpolar una nota, aunque no tenga que ver con la «política». Desde 2003, Siria lleva sufriendo una sequía sin precedentes que ha causado la migración interior de más de 1,2 millones de personas, según valoraciones conservadoras. Decenas de miles de familias emigraron a las ciudades donde tuvieron que unirse a las filas de desempleados, especialmente en ciudades/provincias más pequeñas, como Dera’a, Idlib, Homs y otros lugares. Estos desplazamientos exacerbaron el descontento de todos los afectados, directa e indirectamente, aumentando la polarización social y regional hasta niveles no contemplados en Siria desde mediados del siglo pasado. Aunque se trataba de un desastre natural, la escasa y crónica planificación y la mala gestión del gobierno de los recursos hídricos desde la década de 1990 fue un coste de oportunidad de la miríada de políticas polarizadoras perseguidas durante ese mismo período.

El problema del desarrollo no se refiere solo a normas y mercados y no se resolverá en tal sentido. Ni tampoco es suficiente la panacea de la «democracia» para abordar los males básicos. En todo caso, los problemas más graves se derivan de las diversas y continuas formas de pérdida de poder político y económico y de la denegación de la autodeterminación a niveles individuales y colectivos. La mayoría de esos problemas se vieron/ven exacerbados por un nuevo nexo de poder que fue tan inexorable como fue/es esencialmente indiscutido (dependiendo de los casos). Este nuevo elitismo y las políticas que vinieron con él no fueron la única fuente de descontento y disentimiento, sino la garantía de que esos sentimientos iban a enconarse si no se desarrollaban entidades, instituciones y contratos sociales alternativos, incluso aunque el régimen cambiara. Para nuestros objetivos aquí, no podemos subestimar la contribución de estos efectos sociales resultantes en el depósito estructural que alimentó los orígenes de la sublevación, sobre todo en las zonas rurales y en las ciudades pequeñas.

En el próximo artículo, abordaré la espinosa cuestión del sectarismo y los argumentos sectarios en relación con el levantamiento sirio.

Bassam Haddad es Director del Programa de Estudios sobre Oriente Medio y Profesor del Departamento de Asuntos Internacionales y Públicos de la Universidad George Mason. Es también profesor visitante de la Universidad Georgetown. Es autor, entre otros libros, de «Business Networks in Syria: The Political Economy of Authoritarian Resilience» (Stanford University Press). Es co-fundador y editor de Jadaliyya; co-productor y director del film «About Bagdad»; ha dirigido recientemente una película sobre los emigrantes árabes/musulmanes en Europa titulada «The ‘other’ thread», etc.

Fuente original: http://www.jadaliyya.com/pages/index/8095/as-syria-free-falls-.-.-.-a-return-to-the-basics_s