Sin ser un «especialista» del tema egipcio (el autor es especialista en el sureste asiático, N. de T.), me he visto en medio de una correspondencia con amigos de América Latina o de Asia sobre los acontecimientos egipcios. Mejor que multiplicar los correos, pongo hoy en línea mis reflexiones actuales para someterlas a la crítica […]
Sin ser un «especialista» del tema egipcio (el autor es especialista en el sureste asiático, N. de T.), me he visto en medio de una correspondencia con amigos de América Latina o de Asia sobre los acontecimientos egipcios. Mejor que multiplicar los correos, pongo hoy en línea mis reflexiones actuales para someterlas a la crítica de quienes saben más que yo.
No conozco Egipto ni el mundo árabe y desconfío de las apariencias. Me baso en la información militante y los análisis de muy buena calidad reproducidos en particular en la página ESSF, que hay que agradecer a sus autores. Lo confronto con las experiencias asiáticas que me son familiares, sabiendo que las analogías ayudan a hacerse preguntas, a plantear hipótesis más que a ofrecer respuestas.
De ahí las cuestiones y las hipótesis siguientes:
1. Las movilizaciones sociales que llevaron en 2011 al derrocamiento de Mubarak eran muy profundas. Expresaban exigencias democráticas y sociales de carácter revolucionario, a pesar de que el nivel de organización del movimiento obrero y popular independiente y de la izquierda radical no permitían la emergencia de un doble poder político social, ni mucho menos. Es el punto de partida.
Seguimos pues en un esquema que caracteriza el período, más allá del caso egipcio: las movilizaciones populares pueden abrir crisis de régimen, derrocar gobiernos, pero son diversos sectores de las clases dominantes y de las élites quienes sacan provecho de ellas en lo inmediato. Como regla general, el aparato de Estado no se fractura y la dominación de clase no está directamente amenazada.
En Egipto sin embargo, vista la profundidad de las radicalizaciones en curso en el país y en la región, ni las clases dominantes ni el imperialismo han podido estabilizar la transición post-Mubarak. El ejército y luego los Hermanos Musulmanes tenían por «mandato» asegurar una tal transición, pero han fracasado. Así, el derrocamiento de la dictadura abrió una situación de crisis general duradera al liberar todas las contradicciones actuantes en la sociedad.
2. La profundidad de la radicalización social «de abajo» no explica por si misma el aborto de una «transición ordenada» post Mubarak. Tiene que ver en buena parte con la agudeza de las contradicciones en las clases y de las élites dominantes. El derrocamiento de la dictadura en 2011 y la elección de los Hermanos Musulmanes han planteado, en particular, la siguiente pregunta: ¿qué sectores de las clases dominantes iban a apropiarse de los beneficios del poder? Como ilustra la situación actual, la violencia de los conflictos «arriba» toma un aspecto de guerra civil en la propia burguesía.
La noción de «bonapartismo» puede corresponder a la capacidad del ejército para presentarse como garante de la unidad del país en tiempos de crisis aguda. Pero puede también ocultar el hecho de que el cuerpo de oficiales superiores y la institución militar representan un sector de la burguesía egipcia que posee empresas y tierras (como en Pakistán, por ejemplo), al menos si no me equivoco. El ejército forma así parte de las luchas de poder en la burguesía.
Los Hermanos Musulmanes ayer, el ejército hoy intentan dominar al movimiento social; pero intentan también asegurarse sus propias posiciones en el orden dominante y se encuentran en conflicto directo sobre este terreno.
3. El ascenso de la influencia de los Hermanos Musulmanes ha trastocado los equilibrios en las clases y las élites dominantes. Los representantes del antiguo régimen y el ejército han debido contemporizar, teniendo en cuenta su descrédito en 2011-2012 y la influencia social de la Hermandad, así como su capacidad para aparecer como un recurso en tiempo de crisis. Los Hermanos Musulmanes han dilapidado rápidamente una gran parte de esta influencia debido a sus decisiones políticas: continuidades mantenidas con el antiguo régimen, represión, neoliberalismo económico, voluntad de control social y contención del movimiento obrero, ascenso de los conservadurismos (contra las mujeres…), confesionalización y autoritarismo anunciados del Estado, implicación creciente en los conflictos sectarios (sunitas-chiítas) y anticoptos, interacciones con los salafistas…
El curso seguido por los Hermanos Musulmanes ha provocado el inmenso rebrote de manifestaciones democráticas y sociales en 2013, testimoniando en particular la permanencia de la movilización popular y las aspiraciones de 2011. Esas manifestaciones, de proporciones excepcionales, han vuelto a modificar radicalmente la situación política. Pero, como en 2011, han sido sectores de la élite los capaces de aprovechar la ocasión: sectores «civiles» del antiguo régimen, y sobre todo, el ejército (se entiende que él mismo es producto del antiguo régimen: su vertiente militar).
A diferencia de 2011, el ejército parece gozar efectivamente en esta coyuntura de un apoyo muy amplio entre la población. Se aprovecha de ello para establecer su propio régimen dictatorial y para saldar, a golpe de masacres, sus cuentas con los Hermanos Musulmanes (¿aunque pueda intentar ulteriormente negociar un «alto el fuego» en su beneficio?).
La situación podría pudrirse hasta el punto de desembocar en una guerra civil -de más o menos baja intensidad- entre sectores de las élites y de la burguesía (cada cual con su propia base de masas, sus milicias…), de la que la población quedaría como rehén. Un desastre.
4. Toda la atención se dirige hoy al enfrentamiento del régimen militar/Hermanos Musulmanes. Sin embargo, aunque marginado en la coyuntura presente, el movimiento popular no se ha roto. No está derrotado. Vista la amplitud del impulso democrático y social de 2011, reafirmada en la calle en junio de 2013, el partido está felizmente lejos de haber concluido. Pero el combate progresista prosigue hoy en condiciones de nuevo muy difíciles.
Una de las dificultades clave es que los sectores progresistas políticos y sociales que defienden una posición de independencia de clase (o independencia popular en un sentido más amplio) son muy minoritarios: hoy, parece, los Socialistas Revolucionarios, un ala del sindicalismo militante (Fatma Ramadan…). Esto tiene que ver con muchas razones entre las cuales están las tradiciones dominantes en la izquierda o los aparatos sindicales, que les conducen a ir de una alianza con sectores burgueses a otra en función de la coyuntura.
Las olas de movilizaciones sociales no superarán por si mismas esta dificultad: la independencia política y social se construye a largo plazo y exige formas organizadas. ¿Cómo avanzar en esta dirección en tiempos de tumultos? Imposible decirlo desde lejos: la proclamación del objetivo evidentemente no basta; progresistas y revolucionarios deben actuar cuando fuerzas gigantescas están en conflicto. En tales condiciones, me parece que hay que apoyar a todos los movimientos que tienden a construir una posición de independencia popular, permaneciendo extremadamente prudentes sobre los juicios (sobre todo los críticos).
5. Cualesquiera que sea la evolución concreta de la acción política, la «línea de marcha» (la independencia popular) implica no dejarse instrumentalizar por ninguna de las componentes de la contrarrevolución. Mencionemos cuatro de ellas: los «restos» del antiguo régimen (son restos muy grandes), el ejército, los Hermanos Musulmanes y los salafistas.
No solo en Egipto una parte de la izquierda espera que el ejército (o una fracción del ejército) pueda jugar un papel progresista favoreciendo un cambio de régimen y compensando la debilidad (o la división) de las fuerzas populares. La experiencia venezolana ha dado vigor a tales esperanzas. Es el caso por ejemplo de Filipinas, cuando nos encontramos ante un ejército de contrainsurrección (ciertamente con una tradición de rebeliones, pero no de izquierdas) o en Egipto, cuando nos encontramos ante un ejército «poseedor». El régimen militar egipcio debe ser condenado sin reservas.
Igualmente, una parte de la izquierda incluso la radical ha evitado durante mucho tiempo un análisis de clase de los Hermanos Musulmanes o, más en general, del Islam político de hoy, con el pretexto de su identidad religiosa. Sin embargo, la mencionada izquierda no se ha quedado jamás solo en las referencias religiosas de los partidos europeos (cristianos demócratas…) o de la derecha radical cristiana en los Estados Unidos. Los Hermanos Musulmanes son una corriente política que se ha convertido en partido de gobierno: un partido burgués de derechas, que aplica políticas neoliberales, que negocia con el imperialismo, quiere controlar a los sindicatos y amordazar al movimiento social. Nada muy original. Además, instrumentalizando el sentimiento religioso, se inscribe en los conflictos «sectarios» que desgarran el mundo árabe (sunismo, chiísmo…): una vez emprendida, se trata de una dinámica infernal sin fin de escalada ideológica entre corrientes políticas-religiosas, con consecuencias devastadoras sobre la sociedad.
No se trata aquí de «religión» ni de islam, sino del islam político realmente existente. Recordemos sin embargo que no hace tanto tiempo la corriente ligada al SWP británico (por ejemplo) esperaba que el islamismo expresara el antiimperialismo ascendente en el mundo musulmán -y que se convertiría en nuestro aliado objetivo si no es subjetivo-. Por supuesto, cada caso debe analizarse en su contexto propio (ver Palestina), pero la experiencia egipcia muestra lo que es el islam político realmente existente en el poder (o el AKP de Turquía).
En cuanto a las corrientes salafistas (y demás fundamentalistas) digamos que, en un contexto diferente, ocupan un nicho político similar al de los fascismos europeos -sin pretender una definición científica, son para mi «clericales-fascistas» y provocan hoy violentos conflictos desde Túnez a Siria o el Kurdistán, por no hablar del terrible precedente de Pakistán.
6. La experiencia egipcia confirma de nuevo que, desde nuestro punto de vista, no hay que oponer reivindicaciones sociales y democráticas, sino ligarlas. El debate sobre la Constitución no es secundario y no concierne solo a las «élites» -las mujeres de los medios populares están afectadas muy en particular-. El proyecto de Constitución preparado por los Hermanos Musulmanes y los salafistas hacía del sunismo la religión del Estado, introduciendo una concepción reaccionaria de la charia (como corpus legislativo y no como guía espiritual) y le daba un ámbito de aplicación sin límites. No hay democracia real en ese caso (es un comité religioso y no el pueblo quien decide sobre la «conformidad» de las leyes) ni igualdad ciudadana: ¡los coptos saben algo sobre ello!, pero también los chiítas y adeptos de otras corrientes musulmanas, por no hablar de los ateos, apóstatas y librepensadores…
El laicismo (secular) en su definición «fundamental» -la separación de las iglesias y del estado, la ausencia de religión de estado- e independientemente de sus múltiples formas, es una garantía de igualdad ciudadana y una de las condiciones de una «democracia real». Es también, dicho sea de paso, una protección recíproca: contra la injerencia de las iglesias en el Estado y por la libertad de creencia frente al Estado.
Hay, por supuesto, concepciones del «laicismo» que son liberticidas y corrientes laicas que son políticamente burguesas, antipopulares. El ejemplo egipcio lo ilustra de nuevo: en nombre del laicismo, fuerzas neoliberales demandan su apoyo al «pueblo» y apoyan ellas mismas el nuevo régimen militar.
Lo mismo ocurre con los derechos democráticos en general. Incluyen, para nosotros, los derechos de organización social y sindical, los derechos de los campesinos y de los obreros… lo que otros «olvidarán» mencionar, considerando un abanico mucho más limitado de libertades ciudadanas.
Los temas del «laicismo» y de la «democracia» no justifican por tanto en sí mismos la constitución de alianzas más o menos estratégicas con fuerzas burguesas. Pero la independencia de clase y popular se construye en todos los terrenos -incluyendo el de la Constitución- y no solo en el terreno social (en el sentido restringido).
7. ¿Y la geopolítica en todo esto? Una de las características más llamativas de los movimientos populares que han marcado el mundo árabe después de Túnez es que surgen de las condiciones de crisis propias de cada país: contra las condiciones sociales que sufren, contra los regímenes dictatoriales que los reprimen. No son el producto de ningún «plan» imperialista, el instrumento de ninguna monarquía petrolera. Sacuden el orden regional igual que sacuden el orden nacional.
Las potencias mundiales o regionales reaccionan ante el acontecimiento en mucho mayor medida de la que lo inician. Por supuesto, una vez abierta la crisis, cada imperialismo y cada burguesía petrolera va a jugar sus propias cartas e intentar beneficiarse de ella. Arabia Saudí se satisface por ejemplo de la destitución de los Hermanos Musulmanes egipcios, pero la monarquía no aprecia el ejemplo repetido de amplias movilizaciones de calle que derrocan gobiernos.
Las potencias occidentales se han mostrado incapaces de instaurar transiciones ordenadas bajo su control; el caos predomina. En este contexto, más que en el pasado, el cisma sunismo/chiísmo se afirma en el espacio regional; pero también se enfrenta a los fundamentos sociales de las revueltas en curso y al miedo (¡muy fundado!) de las dinámicas sectarias -violencias interreligiosas, intercomunitarias-. La memoria colectiva de las desviaciones de la revolución iraní o de la hiperviolencia en la Argelia de los años 1990 (por no dar más que dos referencias) parece prevenir a una parte de la población de la región contra los fundamentalismos y la manipulación de la identidad religiosa -comenzando por un sector importante de la población femenina-.
Construir la independencia de clase, es evidentemente rechazar dejarse instrumentalizar por un imperialismo, por una monarquía o por la teocracia iraní. Es también definir su política comenzando por la dinámica de las luchas propias de cada país. La geopolítica viene después. Las contradicciones internas son primero, las maniobras de las potencias mundiales o regionales vienen después (lo que no quiere decir que no tengan importancia).
Pierre Rousset es el editor de la web www.europe-solidaire.org
Traducido por Alberto Nadal.
Fuente original: http://www.lcr-lagauche.be/cm/
rCR