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Advierte que la violencia terminará cuando el presidente pro sirio, Emile Lahoud, sea destituido

Amin Gemayel afirma que habrá una segunda revolución en Líbano

Fuentes: La Jornada

Bikfaya, 23 de noviembre. Amin Gemayel lloró y se desvaneció delante de nosotros. Las decenas de miles de cristianos y musulmanes estallaron en un aplauso ante el improvisado escenario; ese hombre de elegancia afectada y escaso carisma, quien fue presidente de Líbano, levantó la mano derecha y, de pronto, se convirtió en un símbolo de […]

Bikfaya, 23 de noviembre. Amin Gemayel lloró y se desvaneció delante de nosotros. Las decenas de miles de cristianos y musulmanes estallaron en un aplauso ante el improvisado escenario; ese hombre de elegancia afectada y escaso carisma, quien fue presidente de Líbano, levantó la mano derecha y, de pronto, se convirtió en un símbolo de nobleza, aún tambaleándose sobre sus pies mientras lo sostenía del brazo izquierdo el muy alto y más joven Saad Hariri. Hace sólo dos días, el hijo de Gemayel, el ministro de Industria, Pierre Gemayel, fue asesinado por hombres armados en Beirut; su cuerpo aún yacía en la catedral de San Jorge, a unos metros de donde estábamos.

Nada le ha sentado tan bien al ex presidente Amin Gemayel como el valor que demostró el jueves mientras decía a la multitud de libaneses que tenía enfrente que sí, habrá una segunda revolución en este país que terminará sólo cuando el presidente pro sirio, Emile Lahoud, sea destituido.

El caballero San Jorge dio su nombre a esta basílica maronita de estilo italiano ­porque se supone que él mató a un dragón en Beirut­ pero fue la valentía de Amin Gemayel lo que obró uno de los pocos momentos de humanidad que hubo en este día soleado, políticamente lúgubre y perturbador. Los dragones que se mueven por el oscuro inframundo de la política libanesa aún viven. Uno de ellos, el demacrado, anciano y asesino líder de la milicia, Samir Geagea, quien pasó 14 años en una prisión subterránea por hacer estallar una iglesia, habló de manera alarmante sobre los enemigos de Líbano, dentro y fuera del país. «Quieren confrontación y la tendrán», vociferó.

El terrible dolor del cuerpo político libanés fue del todo evidente en las figuras que se delineaban en la luz de la tarde y que rodeaban el podio a prueba de balas desde el que habló Gemayel. Fue él quien perdió a un hijo y en 1982 fue asesinado su hermano, el presidente electo Bashir, quien a su vez sufrió la muerte de su bebita al estallar una bomba durante la guerra civil.

También estaban Marwan Hamade, quien casi muere en un coche bomba en octubre de 2004, y Saad Hariri, quien sufrió el asesinato de su padre, el ex primer ministro, Rafiq Hariri, mismo que desencadenó la primera «revolución» que trajo democracia a Líbano y el retiro de las tropas sirias. También estuvo presente Walid Jumblatt, el elocuente y nihilista líder druso, cuyo hijo Kemal fue asesinado por hombres armados en marzo de 1977. Además estaba Nayla Moawad, cuyo marido presidente, Rene, fue reducido a átomos por una bomba en 1989. Todos se unieron en ese pequeño y triste escenario mientras el cuerpo destrozado de Pierre yacía en la basílica, atrás de ellos, en la cual está sepultado, en una tumba llena de flores, el cuerpo quemado de Rafiq.

Aplausos y abucheos de la multitud

Pero el funeral de este jueves ostentó algunos atributos de los juegos romanos en parte, sospecho, porque al transcurrir los años, la informalidad del Islam se ha contagiado a la iglesia cristiana maronita. Viejos enemigos políticos se abrazaron sin hacer caso de la presencia de los sacerdotes y los sudorosos policías paramilitares, mientras la multitud aplaudió y rugió su aprobación a lo señores Jumblatt y Hariri, y en especial al doctor Geagea, aunque abucheó a Ali Hassan Khalil, del partido chiíta Amal, y al siniestro ex miliciano cristiano, quien en un tiempo solía arrojar al mar a sus prisioneros de la guerra civil, también cristianos, aún vivos, desde luego, y con bloques de concreto atados a las piernas.

Como todo lo libanés ­para citar erróneamente al escritor Evelyn Waugh­ la ceremonia del día fue impresionante pero demasiado larga. Tuvimos que escuchar música de iglesia, campanas, cantos islámicos, la música de Majida Roumi (el nuevo Fairouz), y a la pequeña banda de las fuerzas que tamborileó el himno nacional libanés compitiendo con el ruido de los helicópteros del ejército. Hubo bosques de banderas; felizmente la mayoría de ellas eran banderas libanesas y no de las milicias, y miles de elementos de la armada, reservistas, gendarmería, policía antimotines, matones del Ministerio del Interior, policías de tránsito y hombres de Seguridad Interior.

Todo esto, huelga decir, era para salvaguardar las vidas de la especie en mayor peligro de extinción, que son los políticos libaneses que aún están con vida, de los asesinos de Damasco; al menos eso es lo que pensaba la mayor parte de la muchedumbre.

De hecho, cuando los cuerpos de Gemayel y su guardaespaldas, Samir Chartouni, fueron retirados de la catedral para darles sepultura, había otro ciento de hombres de seguridad fuertemente armados parados en torno a los ataúdes. No pude evitar preguntarme: ¿si tan sólo hubieran sido así de entusiastas al proteger a los ocupantes de los féretros cuando estaban vivos como lo son ahora, que los pobres hombres están muertos?

May Chidiac, una periodista cristiana que criticó duramente la hegemonía siria en Líbano y que perdió una pierna y una mano por una bomba colocada en su auto el año pasado, valientemente regaló a la multitud una sonrisa de rubia, digna de los premios Oscar. De hecho, detectar a la gente grande y buena que entraba a la basílica fue un poco como presenciar la llegada de las estrellas. Dory Chamoun, de cabeza blanca, cuyo hermano miliciano, Dany, fue asesinado en 1990 llegó con su esposa, Ingrid, y dos de sus hijos, Tariq y Julian. Boutros Harb y Nasib Lahoud (éste último, sin parentesco con el odiado presidente Emile Lahoud), y Charles Rizk. Todos ellos querrían ­sólo Dios sabe por qué­ ocupar la presidencia una vez que Lahoud cumpla su mandato en el palacio de Baabda, o sea expulsado por la furia de estas muchedumbres.

«A Baabda, a Baabda», gritaban. Muchas veces la gente amenaza con una marcha al palacio, y el doctor Geagea es uno de los que lanza dicha amenaza pues, al parecer, no relaciona con sus propios actos del pasado que provocaron manifestaciones en Roma.

Sin embargo, es Lahoud quien hoy es considerado un mandatario inconstitucional. Hay carteles que exigen su renuncia. En términos mucho más duros han hecho eco de esta demanda Hariri y Jumblatt a raíz del asesinato de Gemayel. Una elocuente bandera se dirigió directamente al presidente: «Oh, César de Baabda. Vete al demonio». Yo no lo hubiera llamado un césar, sino más bien, lord bajo órdenes de Damasco.

Geagea fue estremecedor en sus denuncias. «No aceptaremos que este gobierno sea cambiado por otro, formado por asesinos y criminales», gritó. Dado que Sayed Hassan Nasrallah, del Hezbollah chiíta, ha estado insultando al gabinete de Siniora, tachándolo de ser el gobierno «del embajador estadunidense», y en vista de que son los ministros chiítas los que han abandonado dicho gabinete, uno podría concluir que para el doctor Geagea, los «criminales y asesinos» son los chiítas ¿no es cierto?

En efecto, sin analizamos sus sangrientos pecados de guerra, la mayoría de los cuales han sido indultados, uno debe reflexionar sobre el motivo por el cual los muchachos de Geagea decidieron hacer estallar a la congregación de la Iglesia de Nuestra Señora de la Salvación en 1994. La corte dijo que él intentó persuadir a los cristianos de que Hezbollah cometió el crimen. Qué chistosa la forma en que estas cosas regresan del pasado. De manera inesperada, el asesinato de Pierre Gemayel de esta semana tuvo exactamente el mismo efecto en cristianos y musulmanes sunitas, muchos de los cuales están convencidos de que Hezbollah, bajo órdenes de Siria, cometió el crimen. Qué idea más angustiante.