El traspié sufrido por Israel con la cancelación del partido amistoso Argentina-Israel repite, una vez más, una enseñanza que tantas veces hemos aprendido en cuentos y parábolas infantiles: «la codicia rompe el saco». Los planetas parecían alineados para que Israel se hiciera de un nuevo triunfo en la seguidilla de avances y conquistas, de impunidad […]
El traspié sufrido por Israel con la cancelación del partido amistoso Argentina-Israel repite, una vez más, una enseñanza que tantas veces hemos aprendido en cuentos y parábolas infantiles: «la codicia rompe el saco».
Los planetas parecían alineados para que Israel se hiciera de un nuevo triunfo en la seguidilla de avances y conquistas, de impunidad y desinformación, recursos con los que se ha ido acostumbrando a ganar en los últimos tiempos.
El fascista [1] Beniamin Netanyahu ha armado un gabinete con alegres asesinos confesos de palestinos, como Naftali Bennet, ministro de Educación, que tranquiliza a su público bagatelizando tales asesinatos: «He matado a muchos árabes en mi vida. No hay problema con eso». [2] O la ministra de Justicia, Ayelet Shaked, que aboga por la muerte de madres palestinas, «porque paren serpientes»… (ibíd.).
Hace apenas mes y medio se atrevieron a asesinar a centenares de palestinos desarmados y en actitud pacífica. La primera vez que aplicaron «la doctrina Bennet» sin subterfugios; hasta ahora aprovechaban a una adolescente desesperada armada de una tijera, por ejemplo, para matar a «la terrorista» y eventualmente algún palestino próximo; más tradicionalmente, tirar a matar a apedreadores, muchos menores, previamente calificados como «terroristas». [3]
La brutalización cultural y el consiguiente encanallamiento ético de Israel parece «permitirle» ahora matar palestinos sin causa ni peligro a la vista. Israel va ingresando así a escalofriantes categorías jurídicas, como la de homo sacer, de Giorgio Agamben, o la de untermenschen de Lothrop Stoddard. Stoddard, supremacista blanco, acuñó, por ser racista estadounidense, el término en inglés, «underman» (1922), pero se popularizó en alemán, entre otros motivos por su adopción por los nazis. Se refiere a quien carece de todo derecho, incluido el de vivir, asemejándose así al concepto que acabamos de mencionar de Agamben. Así, lo que Stoddard concibió para afros, los nazis para judíos, los israelíes lo han ido adoptando para palestinos… lo común es la pérdida radical de derechos… de los otros.
Lejanos los tiempos en que siquiera algunos sionistas visualizaban al campesinado árabe palestino como étnicamente unido a la sociedad judía anterior al Islam y al cristianismo; incluso tiempos posteriores en que veían a los palestinos como intrusos, que les habían usurpado [¡sic!] la tierra sagrada. Ahora corren tiempos en que la tierra judía, totalmente escindida de su historicidad, ha sido colocada en un lugar inaccesible a humanos vulgares, como nosotros. Desde allí el gabinete Netanyahu, reforzado por la dosis Trump, se permite nuevos atropellos, nuevas falsedades.
Así llegamos recientemente a la reafirmación trumpiana de Jerusalén como capital total y exclusiva de la judeidad, ignorando una convivencia milenaria en esa ciudad-enclave de las tres grandes religiones monoteístas, tan parecidas entre sí, por su relación con lo jerárquico y la veneración al poder…
En este proceso triunfal y triunfalista del eje EE.UU.-Israel (o más precisamente Israel-EE.UU.), Israel «abrocha», con mucho dinero, un partido «amistoso» entre Israel y Argentina en vísperas del mundial. Israel paga hospedajes, traslados y mucho cash para la AFA, trastornando «apenas» el itinerario y la preparación del seleccionado argentino con una visita a Israel. Por once millonejos (que Israel ni siquiera desembolsa, porque provienen con seguridad de los fondos que permanentemente suministra EE.UU. a Israel), Israel conseguía un espectáculo local con la pulga universal… en Tel Aviv o Haifa.
Todo iba como sobre ruedas. Entonces, Miri Regev, la ministra de Deportes (y Cultura), sintiéndose dueña de la situación, estiró la cuerda; −hagamos el encuentro en Jerusalén, justo cuando EE.UU. inaugura su embajada…
Hasta entonces, los activistas del boicot a Israel estaban intentando una campaña para que Argentina no aceptara hacerle el juego a la geopolítica israelí bajo pretextos deportivos.
Se hicieron concentraciones ante la AFA en Buenos Aires, repudiando el oportunismo de ingresar a la estrategia israelí o israeloyanqui por un puñado de dólares y se publicaron cientos de gacetillas denunciando el comportamiento racista y artero de la política represiva israelí, que incluye balear en las piernas y/o en los pies a jugadores de la selección de fútbol palestina, pero la jugada diplomática no se detenía…
Entonces, el BDS, [4] asentado en Barcelona, ensangrentó varias camisetas 10 aludiendo a todos los muertos desarmados e indefensos que los militares israelíes, fríamente organizados, habían estado desangrando en los días, sobre todo viernes, de abril y mayo…
Y se produjo un clic. Si todo había estado confluyendo hacia la jugada maestra de Regev, jalonando un encuentro Trump-Netanyahu (al que por la situación interior argentina, no se podría sumar Macri), tras la asonada en Barcelona, los jugadores, al parecer con Messi a la cabeza, dijeron no. Adujeron miedo. Y se negaron valientemente a seguir la operación.
Se perdieron los millones. Pero los jugadores ganaron en tranquilidad y concentración viajando directamente de Barcelona a Moscú. Y en dignidad.
El poder no está acostumbrado a tropezar. Ni siquiera con la realidad. ¡Netanyahu llegó a llamar dos veces, por teléfono a Macri! para anular la anulación. No tenía la menor idea del carácter de la negativa. Y de que no siempre rige la disciplina de cuartel. A la cual, él seguramente sí está muy acostumbrado.
Ya con la delegación argentina en Rusia, surgieron las críticas a la ambiciosa Regev. Pero era tarde. Su soberbia la había, los había, perdido.
Bueno es recordar, o enterarse, que Regev, otra integrante del gabinete de racistas y asesinos de Netanyahu, durante violentos disturbios contra los africanos en Tel Aviv incitó a la multitud calificando a las víctimas de «cáncer». [5] Pero luego se desdijo; pidió disculpas… a los enfermos de cáncer.
¿Puede el lector vislumbrar el caldo tóxico de chovinismo, necio orgullo nacional (no hay otro) y racismo supremacista que asuela a Israel?
Eso estuvo siempre en Israel, pero larvado. El strip-tease que conlleva el mero ejercicio del poder desenfrenado, permite visualizarlo mucho más claramente.
Notas
[1] Ningún insulto. Referencia a su pertenencia política histórica.
[2] Richard Silverstein, «El gobierno más racista y extremista de la historia de Israel», 15/5/2015.
[3] Hay que decir que la barbarie sionista, como la fascista o la nazi, tiene gradaciones: cuando la pedrea se convirtió en el medio de protesta palestina contra la ocupación de su país, porque más y más población se fue dando cuenta que las conversaciones diplomáticas no iban a parte alguna y los abordajes guerrilleros tampoco; la intifada de 1987 surgió como un estallido de cólera colectivo. Los soldados israelíes se dedicaron a aprehender a los apedreadores y, con una piedra grande, pesada, quebrarle los brazos, los bracitos a menudo preadolescentes. Una pedagogía probablemente bíblica. Porque el sionismo es seguidor de mandatos bíblicos. Dedicados a ver si pueden repetir en los siglos XX y XXI lo que Yahvé les habría otorgado, según los testimonios rabínicos, sobre los pueblos de la zona; el tratarlos (y exterminarlos) a espada… (al Amorrheo, al Cananeo, al Hetheo, al Pherezeo, al Heveo, al Jebuseo…). Entrados al s. XXI ya no les alcanza quebrar huesos…
[4] Movimiento palestino de Boicot, Desinversiòn y Sanciones al Estado de Israel.
[5] Richard Silverstein, ob. cit.
Blog del autor: http://revistafuturos.noblogs.org/
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