Dos años después del estallido de la revolución, analizamos el desarrollo de las diferentes etapas políticas que han transcurrido en Egipto desde entonces y profundizamos en la situación de los sectores revolucionarios y el movimiento obrero. La caída de Mubarak en febrero de 2011 fue sucedida por distintos gobiernos bajo tutela del Consejo Supremo de […]
Dos años después del estallido de la revolución, analizamos el desarrollo de las diferentes etapas políticas que han transcurrido en Egipto desde entonces y profundizamos en la situación de los sectores revolucionarios y el movimiento obrero.
La caída de Mubarak en febrero de 2011 fue sucedida por distintos gobiernos bajo tutela del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas (se suele utilizar las siglas en inglés, SCAF) que han intentado reconducir la situación y desmovilizar la gente. Sin embargo, el proceso revolucionario no se ha cerrado, sino que ha ido pasando por distintas fases que han conllevado una maduración política de distintos sectores y nuevos equilibrios entre las clases dominantes. La revolución, más que un momento puntual, es un proceso que continúa en desarrollo en el Egipto de hoy.
Para intentar mantenerse en el poder, el SCAF utilizó la clásica estrategia del palo y la zanahoria: cuando aumentaba mucho la presión llevaba a cabo alguna maniobra o hacía alguna concesión para intentar apagar la lucha -aunque no obtuvo con ello grandes resultados. Paralelamente, la Junta reprimía sin cesar las protestas y sectores que le incomodaban y se recortaban derechos (como el de huelga). Especial mención merece la brutal represión del 17 de diciembre de 2011, cuyas imágenes dieron la vuelta al mundo y derivaron en críticas de la ONU y EEUU hacia el gobierno militar así como varios días de enormes manifestaciones, incluida una masiva marcha de mujeres. En total se calcula que se realizaron casi 14.000 juicios militares a civiles durante el primer año del proceso revolucionario.
Por otro lado, la cúpula militar utilizó la «guerra sucia» contra la minoría copta (ataques perpetrados por matones del régimen) para crear sensación de caos y dividir a la sociedad. Según el testimonio de Hossam el-Hamalawy, «vehículos blindados del ejército pasaron por encima de los y las manifestantes a sangre fría», mientras «la televisión estatal egipcia ha estado incitando a una lucha sectaria, alegando que los cristianos estaban armados y que habían atacado al ejército. También hizo un llamamiento al ‘público’ para que tomara las calles para ‘proteger’ al ejército»1.
Otro episodio dentro de esta misma estrategia que conmocionó al mundo entero fue la llamada «Masacre de Port Said» contra la afición revolucionaria del equipo de fútbol Al Ahly. «Las fuerzas policiales abandonaron sus posiciones media hora antes de que acabase el partido» y al finalizar el encuentro grupos de matones armados infiltrados entre la afición del Al Masri invadieron el campo y «se dirigieron directamente a atacar a los jugadores del Al Ahly y luego a sus seguidores»2. Pocas dudas hubo de la intencionalidad política de los hechos.
Durante este periodo se hacen evidentes los diferentes intereses entre los grupos revolucionarios y las direcciones islamistas. Ya el 19 de marzo de 2011 el referéndum para la aprobación a las enmiendas a la constitución dividió, por un lado, a la Hermandad Musulmana (HM) a favor de su aprobación al verse beneficiada electoralmente y, por otro, a liberales y revolucionarios que se oponían a ella por ser un cambio insuficiente. Durante las movilizaciones de junio y julio las cúpulas islamistas tacharon de alborotadores a los y las revolucionarias, aunque acabaron convocando conjuntamente a la masiva manifestación del 30 de julio forzadas por la presión de sus bases y el enquistamiento de la Junta.
La sociedad fue aumentando progresivamente su malestar hacia el SCAF. La falta de condenas, la no depuración de cargos del régimen y la ausencia de concesiones económicas llevó a que la cúpula militar pasara a encarnar la continuidad de Mubarak y la defensa del statu quo a ojos de la mayoría de la población.
La disputa presidencial
La victoria de la HM en las elecciones legislativas de enero de 2012 y la inminencia de las elecciones presidenciales conllevaron un cambio de paradigma, pues se inició una compleja pugna entre la HM y el SCAF que mezclaba la presión desde la bases con la negociación entre cúpulas. Por otra parte, los sectores revolucionarios sufrían una fuerte dispersión manteniendo posiciones muy dispares frente a las elecciones y las movilizaciones lideradas por la HM, mientras continuaban liderando luchas de carácter más rupturista.
Durante la celebración del primer aniversario de la revolución, también en enero, se produjeron los primeros enfrentamientos (básicamente verbales) entre protestantes que gritaban por la caída del Mariscal y pidiendo «Pan, libertad y justicia social» y manifestantes de la HM a quienes ciertos activistas acusaron de oportunistas y les pedían que abandonaran la plaza. La huelga general convocada por una amplia coalición revolucionaria y sindical el 11 de febrero fue boicoteada por la totalidad de las fuerzas reformistas y del statu quo, llevándola al fracaso pese a generar una gran expectación y a haber funcionado notablemente en las universidades. En ella, la HM llevó a cabo una campaña activa de promover miedo3.
Las elecciones presidenciales de junio de 2012 no hicieron más que certificar la ruptura clara entre sectores revolucionarios y reformistas, pero también generaron una fuerte desorientación en un movimiento revolucionario que no logró impulsar una candidatura consensuada. La baja participación en las primarias de las presidenciales (un 46’2% del electorado frente al 62% que tomó partido en las legislativas)4 también evidenció el desapego social por la transición desde arriba que se estaba gestando entre el antiguo régimen y la cúpula de la HM. Muchas personas en el bando revolucionario boicotearon estos comicios. Sin embargo, la Organización Socialista Revolucionaria (OSR) afirmó que «la mayoría de la gente ve estas elecciones […] como una experiencia democrática que brindará la elección del primer presidente civil de la historia y una oportunidad para deshacerse del gobierno militar»5.
La campaña de la segunda ronda de las elecciones, donde el candidato de la HM, Mohamed Morsi, se enfrentaba al candidato del régimen, Ahmed Shafik, agudizó la dispersión de los sectores revolucionarios. Había desde quien defendía la abstención, quien pedía el voto por Morsi, por parte de sectores que veían como la victoria de Shafik iba a suponer la total desmoralización social frente al proceso revolucionario, e incluso quien pedía el voto por Shafik -postura defendida por activistas y grupos con una visión antiislamista radical.
Vale la pena destacar una reflexión de John Molyneux sobre los sectores revolucionarios durante el proceso electoral: «Ha habido un peligro grave para la revolución y los revolucionarios […] agravado por la tendencia de los revolucionarios a alejarse demasiado de la mayoría menos avanzada de las masas, como si pudieran derrocar a la Junta Militar simplemente a través de la fuerza de voluntad y su propia lucha heroica en las calles. […] Para derrocar al régimen, los y las revolucionarias tienen que ganarse a las masas»6.
La victoria de Morsi supuso un leve alivio para la mayoría de sectores revolucionarios. Hossam El-Hamalawy afirmaba respecto al SCAF que posiblemente ya no tuviera tanta seguridad y poder como muchos revolucionarios pensaban y que la derrota de Shafik había generado una desmoralización masiva entre las filas del antiguo régimen7.
Morsi en el poder
La presidencia de Morsi ha supuesto un gran cambio de paradigma. Si bien antes la HM representaba una figura contradictoria pero no contrapuesta a la revolución, en este último periodo su cúpula ha pasado a ser el objetivo de las presiones. También frente a la sociedad, el inmovilismo transicional que se le podía atribuir en exclusiva a la Junta Militar ya no se sostiene al producirse bajo Morsi un choque frontal entre las demandas económicas de la mayoría de la empobrecida sociedad egipcia frente a los planteamientos neoliberales del nuevo gobierno.
El primer gran estallido contra Morsi tiene lugar el 23 de noviembre de 2012, cuando miles de manifestantes asaltan dos sedes de la HM el día después de que Morsi aprobara reformas que lo situaban por encima del poder judicial y blindaban la Asamblea Constituyente y el Parlamento. Este hecho, sumado a las presiones ejercidas por la HM para forzar la aprobación del borrador constitucional, conllevó que durante 14 días se sucedieran manifestaciones multitudinarias de todos los sectores de la oposición contra Morsi y asaltos a sedes de la HM. A su vez, se realizaron algunas movilizaciones importantes convocadas por la HM en apoyo al presidente. La indignación llegó a tal punto que el poder judicial se puso en pie de guerra contra el gobierno y se detuvo la edición de 12 periódicos y la emisión de 5 televisiones.
La gran presión forzó a Morsi a tirar atrás su antidemocrático decreto y a fortificar el palacio presidencial. Aun así las protestas continuaron, pues se mantenía para diciembre la convocatoria del referéndum para la aprobación de la nueva constitución que «no especifica los derechos sociales y económicos, defiende la detención de los periodistas, vuelve a abrir la puerta a los juicios militares de civiles, protege los intereses de las instituciones militares y margina a las mujeres oprimidas de Egipto y a los cristianos»8. La aprobación de la constitución con una muy baja participación (de apenas un 32’9%)9 no hizo más que reafirmar la falta de legitimidad del poder.
Se había producido un gran cisma social. En palabras de la OSR: «la grave crisis económica que la clase capitalista está experimentando, junto con los esfuerzos de Morsi y su grupo para ganar una amplia mayoría en las próximas elecciones parlamentarias a través de los votos salafistas […] ha llevado a una polarización a lo largo de un eje secular/religioso»9. Las medidas antidemocráticas que Morsi aprobó sin previo aviso abrieron un nuevo frente que facilitaba la incorporación de los sectores reaccionarios en la lucha y contribuía más aún a la desorientación. Todo ello afectó profundamente a las bases juveniles radicalizadas de la HM, generándose profundas contradicciones en su seno que han derivado en varias escisiones10.
Con la entrada del 2013 se han repetido las protestas masivas con violentos choques y decenas de muertos. El pasado enero la celebración del segundo aniversario de la revolución se convirtió de nuevo en una masiva protesta contra el gobierno de Morsi. Más adelante se daba un salto cualitativo cuando, tras varios días de enfrentamientos, 67 comisarías distribuidas por todo el país dejaban las calles en manos del ejército y miles de agentes se declaraban en huelga argumentando que se negaban a ser el brazo represor del gobierno islamista en su conflicto con la oposición11.
Haciendo un análisis de conjunto del proceso revolucionario podemos establecer dos actores del movimiento con ritmos marcadamente diferenciados pero a su vez fuertemente interrelacionados. Por un lado la juventud (ultras de fútbol, juventud empobrecida, estudiantes…), los movimientos sociales y las organizaciones revolucionarias están liderando luchas con demandas rupturistas y estallidos reactivos (contra la represión o las maniobras de la clase dominante), mezclando momentos de luchas altamente confrontativas con movilizaciones masivas. Por otro lado las personas trabajadoras (con el apoyo decisivo de la izquierda revolucionaria) han protagonizado fuertes luchas laborales en muchos casos con una mezcla de demandas económicas y políticas y han llevado a cabo un avance sin precedentes en su auto-organización. No podemos hablar de proceso revolucionario si no consideramos conjuntamente ambos elementos y su fuerte impacto en la sociedad.
La lucha de clases en los centros de trabajo
Hace ya 2 años las huelgas tuvieron un papel imprescindible en la caída de Mubarak. Hoy hace falta remarcar que desde el inicio de la revolución, mes a mes, no han parado de sucederse las luchas obreras y huelgas por todo Egipto. Se han registrado huelgas en prácticamente todos los sectores laborales, algunas de forma coordinada o en «oleadas», y se han conseguido multitud de victorias. Solo entre marzo y setiembre de 2011 se registraron 540 episodios de acción laboral colectiva en los que participaron entre 859.000 y 1.109.000 de trabajadores y trabajadoras, con especial mención a la masiva oleada de setiembre12. Entre agosto y setiembre de 2012 estallaba una nueva oleada con casi 1.500 huelgas registradas, la mayor que se ha dado hasta la actualidad13.
Y no solo se han mantenido las luchas sino que también ha aumentado muchísimo la organización sindical. La imposibilidad de formar sindicatos independientes al margen del sindicato vertical (Federación Egipcia de Sindicatos o FES) durante la época Mubarak ha llevado a la aparición de más de 300 desde su caída14 con centenares de miles de personas afiliadas. Lógicamente una de las primeras demandas políticas (parcialmente conseguida) del movimiento obrero fue el desmantelamiento de la FES.
Existe una fuerte interrelación entre el poder político y económico, sobre todo en la función pública donde la práctica totalidad de cargos directivos los ocupan personas provenientes del régimen. El malestar por la elevada corrupción ha hecho que muchas de las huelgas incorporaran, además de reclamaciones económicas, la demanda política de echar a los «pequeños Mubarak» en cargos directivos. Casos similares se han dado en las movilizaciones estudiantiles universitarias. Los pulsos ente el régimen y las trabajadoras en este campo han sido constantes ya que estos cargos han sido mayoritariamente recolocados o substituidos por otras personas vinculadas al régimen.
Otra gran reclamación en el movimiento obrero ha sido la de renacionalizar las empresas vendidas corruptamente a precio de saldo durante la ofensiva neoliberal llevada a cabo por Mubarak a instancias del Fondo Monetario Internacional (FMI). Hasta el momento actual se han conseguido al menos 5 renacionalizaciones1, muchas de ellas en un sector, el textil, cuya tradición de lucha se remonta varios años atrás.
Pero aún se han vivido huelgas con un carácter más marcadamente político. En varias ocasiones, los empleados y empleadas del gas han protagonizado luchas que además de exigir mejoras tenían como una de sus principales reclamaciones la ruptura del acuerdo con Israel por el que se le subministraba gas a una quinta parte del valor de mercado. Más recientemente, la lucha contra el decreto antidemocrático promulgado por Morsi el 22 de noviembre de 2012 y la nueva Constitución llevaron a la huelga al sector judicial y a que se produjeran enfrentamientos sin precedentes en la ciudad de Mahala (el más importante bastión del movimiento obrero egipcio) con la participación de miles de trabajadoras y trabajadores. Más recientemente, la ciudad de Port Said se declaró en huelga general el pasado 8 de marzo en protesta contra la sentencia que exculpaba a los responsables policiales de la «Masacre de Port Said». Tanto escuelas como muchas empresas e incluso edificios oficiales cerraron11.
Los centros de trabajo egipcios han desarrollado experiencias de auto-organización increíbles. Anne Alexander explicaba el caso de un hospital en noviembre de 2011 que refleja el cambio profundo que se estaba produciendo en la conciencia y la confianza de las personas trabajadoras donde, tras la formación de un nuevo sindicato que agrupaba a todos los sectores laborales, se elegía democráticamente entre la plantilla a un nuevo director15.
Los logros de la clase trabajadora egipcia son enormes pero aún hay muchos retos por delante pues se enfrenta a una gran desestructuración y carencia de redes de solidaridad consolidadas. La atomización y la falta de cuadros sindicales con experiencia llevan a que en muchos lugares los antiguos sindicalistas de la FES aún tengan capacidad de ganar elecciones sindicales y desestabilizar las movilizaciones.
De momento la clase trabajadora todavía carece de la capacidad para organizar luchas políticas generales, es decir, sigue sin actuar desde los centro de trabajo como un actor frente a las maniobras políticas de la clase dirigente.
El proceso revolucionario en la sociedad
Merece la pena matizar qué entendemos por proceso revolucionario: lo que realmente supuso el estallido de la revolución en enero de 2011 fue la ruptura de la barrera del miedo, el paso a una situación en que gran parte de las clases populares empezaron a defender decididamente sus derechos y a tomar partido en la política. La revolución política inicial no terminó con la naturaleza de clase de la opresión y es precisamente esta senda, la de los intereses contrapuestos entre las clases populares y dirigentes, la que puede llevar al pueblo egipcio a una revolución social que acabe con el sistema de raíz.
Es importante entender que, aunque la juventud revolucionaria ha tenido una conexión directa con el resto de la sociedad a través de la implicación de sus propias familias y entorno (mayoritariamente de clase trabajadora) en luchas políticas y las organizaciones revolucionarias lo han hecho además vertebrando la organización y las luchas laborales y estudiantiles, en conjunto no han sido capaces (por el momento) de construir un sujeto político global dentro del bando revolucionario que les posibilitara entrar en la lucha por la hegemonía política. Esto ha supuesto que durante la mayor parte del tiempo fueran las cúpulas políticas las que definieran los frentes en la sociedad, mientras el bando revolucionario funcionaba como una vanguardia revolucionaria desconectada de las masas y como un impulsor de luchas dispersas en el terreno laboral.
El estancamiento del nuevo Partido Democrático de los Trabajadores/as que se empezó a construir las semanas posteriores a la caída de Mubarak demostró la falta de cohesión y enraizamiento de la izquierda radical en los centros de trabajo. De nuevo, el fracasado intento de convocatoria de huelga general por parte de los sectores revolucionarios y sindicales para el 11 de febrero de 2012 puso de manifiesto la falta de enraizamiento de los mismos en la sociedad (exceptuando quizás al estudiantado universitario). El poder de los partidos clásicos y los medios del sistema unidos fueron capaces de parar el primer gran intento del bando revolucionario por marcar un rumbo de clase en el proceso revolucionario. Como decía Anne Alexander, «para ganar estos debates será necesario contar con una red de activistas revolucionarios mucho mayor, que pueda empezar a crear conexiones entre el movimiento revolucionario más amplio y las luchas actuales de las y los trabajadores»16.
También han existido limitaciones obvias para poder desarrollar un proyecto político que pudiera intervenir y relacionarse adecuadamente con la sociedad en el terreno electoral. Hasta el estallido de la revolución, la práctica totalidad de los movimientos sociales y organizaciones de izquierdas y revolucionarias eran ilegales y estaban forzadas a mantenerse en la clandestinidad, teniendo serias dificultades para conectar y ser conocidas. Además ha habido visiones muy diferentes dentro de los sectores revolucionarios al respecto y las maniobras desde arriba han obligado a mantener constantemente la lucha defensiva contra la clase dirigente.
Pese a lo que comentábamos anteriormente, también es cierto que las clases dominantes han sido incapaces en todo momento de ganar legitimidad frente a la sociedad. Su persistencia en el poder se ha dado más por la ausencia de una alternativa sólida y por mantener la continua estrategia del miedo que por su legitimidad.
La Organización Socialista Revolucionaria: una herramienta para la revolución
Ya hemos visto que la radicalidad aislada de la juventud revolucionaria ha sido incapaz por sí sola de construir un poder contrahegemónico en la sociedad. Es por ello que las organizaciones revolucionarias tienen el gran reto de transformar el descontento social y la fuerza del movimiento obrero en un proyecto revolucionario capaz de construir un poder desde abajo que acabe con el actual y que materialice los intereses de las clases populares.
Pese a que continúan siendo relativamente pequeñas, organizaciones de la izquierda radical como la OSR han crecido enormemente desde el estallido de la revolución, uniendo no solo a personas jóvenes radicalizadas y estudiantes sino también a personas que han roto con la HM y otras organizaciones reformistas, así como gente trabajadora involucrada de las luchas laborales.
Demostrando en todo momento su compromiso irrenunciable con la revolución (contando con mártires entre sus filas), la OSR ha jugado un papel fundamental antes y durante el proceso revolucionario. Denunciando incesantemente la nula fiabilidad y el oportunismo de las cúpulas de las formaciones reformistas pero relacionándose con sus bases sin sectarismos ni arrogancias y apostando en todo momento por posicionarse y tomar partido en las contiendas electorales para no desconectarse de las masas. Apostaron por intentar consensuar un candidato único de la revolución en el camino por hacer del bando revolucionario un referente para la gente descontenta. A la vez han sido fundamentales a la hora de construir el movimiento obrero y hacer de puente entre luchas laborales y políticas, señalando sin cesar que la clave para obtener victorias y acabar con el régimen continúan siendo las huelgas de masas.
Sin perder su independencia política ni perder de vista el horizonte de formar un «gobierno revolucionario que no titubee ante el consejo militar unas veces, u otras ante la HM, el Salafismo, o los empresarios y financieros»17, defendieron la necesidad de estar «algunas veces con los islamistas pero nunca con el estado»18 en la lucha por la hegemonía ideológica, ganándose incluso la simpatía de gente de base del salafismo. Este posicionamiento ha sido un punto clave ya que la inmensa mayoría de la izquierda (desde el estalinismo a los movimientos sociales) ha manifestado a menudo una actitud sectaria hacia las organizaciones islamistas, equiparándolas en muchos casos al régimen e ignorando sus contradicciones internas, sin tener en cuenta el potencial revolucionario de sus bases populares y juveniles.
Frente al nuevo gobierno, la OSR rechaza cualquier alianza con los sectores contrarrevolucionarios del antiguo régimen para derrocar a Morsi. Por otro lado, defiende que es necesario superar el cisma social islamista/laico para poder avanzar en la lucha de clases.
Un futuro por escribir
En los últimos tiempos hemos podido constatar el fuerte desgaste de la HM no solo en las masivas protestas contra sus sedes sino también en hechos como el de las elecciones al Consejo de Estudiantes (órgano que representa a todas las universidades egipcias) de marzo, donde pasaron de tener una gran mayoría de representantes a obtener tan solo 17 de 43 delegados, así como en elecciones del sindicato de periodistas donde sucedió algo similar19.
Ante el reciente anuncio de la convocatoria de elecciones legislativas, la oposición ya ha anunciado que no tiene la voluntad de negociar y que piensa boicotearlas. Pero la mera lucha contra Morsi y sus aliados islamistas sin atacar al estado y sin construir una alternativa política no acabará con el poder y se corre el peligro de dejar el espacio libre para la recomposición del antiguo régimen. La clave de la victoria estará sin duda en la construcción de un referente revolucionario capaz de generar confianza y unir a la clase trabajadora bajo el lema de «pan, libertad y justicia social», representando los intereses del conjunto de las clases populares, superando las divisiones religiosas y golpeando decididamente con un solo puño a toda la clase dirigente sea del color que sea.
Diego Mendoza es militante de En lluita / En lucha
Artículo publicado en la revista anticapitalista La hiedra
http://enlucha.wordpress.com/
Nota: Este artículo fue publicado antes de la rebelión de masas contra Mursi y el golpe del ejército. Para más información, el mismo autor escribió un artículo sobre estos hechos:
La segunda ola de la Revolución Egipcia derriba el gobierno de Mursi
Referencias
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