Partamos de los más elemental: Andalucía es una nación, y no lo es en virtud de la conciencia nacional de la población andaluza porque si bien no hay una conciencia nacional propiamente dicha sí hay una conciencia generalizada de ser un pueblo, lo cual ya se puede entender perfectamente como conciencia nacional enmascarada. Uno de […]
Partamos de los más elemental: Andalucía es una nación, y no lo es en virtud de la conciencia nacional de la población andaluza porque si bien no hay una conciencia nacional propiamente dicha sí hay una conciencia generalizada de ser un pueblo, lo cual ya se puede entender perfectamente como conciencia nacional enmascarada.
Uno de los principales problemas de la izquierda es la creencia en poseer la Verdad Absoluta, nuestro planteamiento es el correcto y todos los demás están equivocados, pecamos de purismo ideológico. Esto es algo que supongo que poca gente podrá negar. Soy muy poco dado a escribir artículos, pero esta vez romperé la costumbre para responder y participar en el debate iniciado por Juanma Barrios en torno a la cuestión nacional en Andalucía.
Antes que nada, me gustaría resaltar el tono de los dos artículos de este militante de Espacio Alternativo, «La falsa dicotomía en el problema nacional y la izquierda marxista» y «Por una República plurinacional«, ya que es lo que más resalta aparte de la temática en sí que se trata. Es un tono, en el mejor de los casos, entre el paternalismo y el menosprecio al nacionalismo andaluz en un sentido que recuerda al padre que ve cómo su hijo comete un error y se limita a corregirle con una sonrisa en la boca añadiendo «ay, este chiquillo…» y que considero que está totalmente fuera de lugar. Nadie aquí tiene una superioridad ideológica frente a nadie para tal actitud.
Partamos de los más elemental: Andalucía es una nación, y no lo es en virtud de la conciencia nacional de la población andaluza porque si bien no hay una conciencia nacional propiamente dicha sí hay una conciencia generalizada de ser un pueblo, lo cual ya se puede entender perfectamente como conciencia nacional enmascarada ya que el ser nación viene dado por una cultura propia y bien definida producto de la historia común como pueblo. Así, el andaluz de a pie tiene conciencia nacional pero no conciencia nacionalista, conciencia nacionalista que sería mentir de manera absoluta el decir que es mayoritaria en Andalucía, y, a pesar que lo que el sr. Barrios comenta, ningún nacionalista andaluz afirmaría.
En el artículo «Por una República plurinacional», el sr. Barrios analiza la historia andaluza y critica la visión que el andalucismo hace de la misma, análisis que acaba con un canto a, como bien titula, una república española plurinacional criticando ferozmente la manipulación que los nacionalistas periféricos realizan de la historia. Más tarde comentaré respecto al hecho revolucionario que supone a aspirar como máximo a un estado español plurinacional, pero el asunto que ahora mismo nos trae entre manos es el análisis de la historia andaluza que el sr. Barrios realiza. A lo largo del artículo realizaré varias referencias al artículo del catedrático de antropología social de la Universidad de Sevilla D. Isidoro Moreno «La identidad histórica y cultural de Andalucía» a través de un entrecomillado ya que, siendo yo soy un mero estudiante, esta persona no ofrece duda en cuanto al estudio del hecho que estudia y en el que es una figura destacada y legitimará lo que exponga.
Tartessos, esa civilización protoibérica de la que sabemos muy poco, es el origen de Andalucía. Esta afirmación es tan simple como fácil de explicar: el hecho civilizatorio del sur de la península ibérica produjo que, a la llegada de las tropas romanas, Roma encontrara una civilización y no tuvo que civilizar a ningún pueblo. Cierto es que no se sabe especialmente gran cosa sobre Tartessos, pero ese hecho es lo de menos ya que lo que realmente importa es la existencia de esa civilización autóctona a la llegada de los romanos, llamémoslo «Tartessos» o de la manera que queramos. Evidentemente Tartessos no era la Andalucía actual, ese pensamiento tan simplista no es propio de alguien que se atreve a realizar varias críticas en torno a la cuestión nacional andaluza o estatal, pero sí forma parte de sus orígenes. Sin la existencia de esa civilización, la Bética no habría sido una de las elites culturales del Imperio, ni su romanización habría sido tan rápida e intensa con un contingente tan alto de las esferas culturales romanas movidas a tierras béticas. De igual manera es interesante el observar cómo durante la época romana varios nobles béticos apelaban un origen real tartesio como símbolo de obtener notoriedad social.
«Cuando los comerciantes griegos de las ciudades del Egeo fundan sus factorías en enclaves concretos de toda la costa mediterránea occidental, no encuentran en el interior del territorio andaluz, como en el resto de los lugares, sólo grupos autóctonos de tecnología y organización sociopolítica poco desarrolladas, sino el reino tartéssico. Por ello, siglos más tarde, Roma no civiliza Andalucía, como sí lo hace intensamente con la restante costa mediterránea de Hispania y más lentamente con el interior mesetario, por el simple hecho de que desde mucho tiempo atrás ya había en la mayor parte de ellal una verdadera civilización. Y ello explica también que fuera la Bética — con unos límites ya bastante aproximados a los actuales, hace dos mil años– una de las regiones más importantes de todo el Imperio por su significación económica su peso político y cultural, el número de ciudadanos y la cantidad y calidad de núcleos urbanos»
El siguiente hecho al que el sr. Barrios hace alusión es al-Andalus, la eterna cuestión de al-Andalus y el andalucismo. Para entender al-Andalus hay que entender la historia previa que la explica: durante la época visigoda la interacción de las tribus germánicas con la población -a nivel peninsular- fueron esporádicas y excepcionales por la escasez de matrimonios mixtos que se produjeron. En el caso andaluz fue incluso mayor la influencia bizantina que la visigoda, manteniéndose tanto la zona gobernada por los germánicos como la que no lo estaba como reductos de la cultura clásica grecorromana.
«La civilización bética , que no fue sólo fruto de la romanización sino de la fusión entre la cultura latina y las altas culturas autóctonas descendientes de las de Tartessos y El Argar (esta última centrada en la parte oriental de la actual Andalucía y desarrollada en base a la metalurgia del cobre), tampoco sufrió el cataclismo que tuvo lugar en la inmensa mayor parte de las tierras del Imperios, tanto en las riberas norte como sur del Mare Nostrum. Aquí, la civilización clásica no fue destruida y sustituida por la organización cuasitribal de los pueblos nómada conquistadores: la presencia de los vándalos silingos fue efímera y poco significativa y el dominio político visigodo suave y lejano, hasta el punto de que las grandes familias aristocráticas béticas pudieron mantenerse de forma casi independiente, aprovechando las disputas dinásticas y religiosas del reino visigodo, centrado en la meseta, y apoyando incluso militarmente en el Imperio Bizantino (…) Así fue posible que culturalmente, en Andalucía apenas se diera la etapa que en prácticamente toda Europa, incluida la mayor parte de la península Ibérica, supuso la Alta Edad Media de declive casi total de la vida urbana, campesinización del conjunto de la población, eclipse de los saberes y olvido de la cultura clásica grecolatina–. Hispalis, Córduba, Malaca y muchas otras grandes y medianas ciudades de la Bética continuaron siendo importantes centros urbanos y cabezas episcopales en las que fueron creadas bibliotecas y se preservaron en gran parte las formas de vida, los conocimientos y la filosofía clásicas impregnadas de orientación cristiana. Las «Etimologías», obra del arzobispo Isidoro de Sevilla y resumen enciclopédico de la ciencia, el pensamiento y la teología de la Antigüedad que seguían aquí vivos , representan y ejemplifican una realidad cultural única en la Europa de su tiempo»
al-Andalus es un momento peliagudo en la historia tanto andaluza como española, y que sea un tema delicado ya habla sobre este periodo en sí. Nadie contradice la historia oficial de la Hispania romana, nadie contradice la historia oficial del Siglo de Oro, pero en cambio en torno a al-Andalus y la «Reconquista» sí hay debate y no escaso, por lo que el hecho de que haya posturas encontradas nos ha de hacer pensar que algo no cuadra.
La mundo andalusí fue un mundo entre dos aguas: entre los cristianos al norte y los fundamentalistas islámicos al sur. Pero aparte de conflictos político-religiosos, el mundo andalusí supuso el mantenimiento de la cultura clásica añadiendo características del mundo árabe, pero sin que supusiera una arabización plena ni un cambio demográfico entre los habitantes hispanorromanos y la de procedencia árabe o bereber, sin que se produjera una ruptura cultural en el territorio, ya que la población más densa fue la bereber y aún así no tuvo especialmente repercusión. A lo sumo que se puede afirmar es a la ruptura del espectro político por uno nuevo árabe
«Cuando se habla de la «Andalucía Arabe» se dice solamente una verdad a medias, o, lo que es lo mismo, una media falsedad. La «arabización» (mejor lenta y sólo parcial islamización) de los bético-visigodos sólo puede aceptarse como realidad si a la vez afirmamos una aún mayor «beticización» de la élite árabe y de las más amplias capas bereberes que se asentaron, aunque siempre demográficamente en minoría, en territorio andaluz. Lo que se dio en Al-Andalus fue una civilización autóctona, producto de una específica combinación de elementos procedentes de tres tradiciones culturales: la predominante, en términos civilizatorios, fue la autóctona, que tenía ya milenio y medio de desarrollo en el que había incorporado muy importantes aportaciones de las culturas en cada momento histórico más significativas del Mediterráneo (fenicios, griegos, latinos y bizantinos); la árabe-islámica, en una fase primera, expansiva, de su construcción, que era la inicialmente propia de la élite política de los nuevos dominadores pero que estaba todavía poco interiorizada entre la mayor parte de la población beréber que era su principal soporte demográfico; y, finalente, la judía, ya previamente coexistente y en relación más o menos armónica o conflictiva, según fases y situaciones históricas, con las dos tradiciones anteriores aquende y allende el Estrecho de Gibraltar» [1]
Después del proceso conquistador, el sr. Barrios nos comenta sobre la repoblación que sufrió Andalucía. A este hecho le caben dos consideraciones especiales:
1) El proceso repoblador, así como el de la reconquista, tienen cada día menos afines. Así el catedrático de Historia Medieval tambien en la Universidad de Sevilla Manuel González Jiménez en su «En torno a los orígenes de Andalucía» dice literalmente: «La repoblación de la Andalucía bética hubo de hacer frente , desde sus mismos comienzos, a una serie de problemas derivados de la falta de pobladores y de la deserción de muchos de los que habían acudido inicialmente a repoblar. (…) Los dos primeros textos [aparecen a continuación en el libro] se refieren a Sevilla, la ciudad más poblada de la región, y descubren cómo el abandono de muchos de los primeros repobladores estaba provocando la ruina y despoblación de la ciudad. (…) A la vista de ello, es evidente que puede hablarse de un cierto fracaso, todo lo relativo que se quiera, pero fracaso al fin» [2]
Este hecho, sumado a las múltiples referencias en cuanto a los hábitos de la población en cuanto a la religión, las eternas dudas en torno a su conversión al cristianismo y demás ejemplos por el estilo nos dejan ver que la situación de Sa’d, hermano de Boabdil, no fue excepcional más allá el trato recibido por su estatus social: Sa’d fue bautizado como Don Juan de Granada y enviado a Galicia como virrey. Así, en el artículo ya mencionado de D. Isidoro Moreno:
«Al nuevo cambio político-religioso acompañó una modificación demográfica más amplia que la ocurrida en «invasiones» anteriores, aunque menos radical de la que muchos afirman. De cualquier modo, el resultado de la incorporación de gran parte de Andalucía al estado castellano-leonés a mitad del siglo XIII, y doscientos cincuenta años más tarde del reino nazarí de Granada –en el que se dio un nuevo y último resurgir de la civilización andalusí en un contexto político de permanente inestabilidad y de acoso por los cristianos del norte y los nuevo integristas del sur, ahora los benimerines-, constituyendo sin duda una importante inflexión histórica en muchas dimensiones de la vida social, no supuso un shock cultural comparable al producido siglos antes en la casi totalidad del mundo mediterráneo por la irrupción de tribus nómada germánicas y bereberes, o poco después por la expansión del imperio turco en todo el mediterráneo oriental. No debe subestimarse la importancia, pese a los periodos recurrentes de guerra, de los siglos de fuerte y prestigiosa influencia de la alta cultural andalusí sobre los reinos cristiano-germánicos del norte peninsular, en especial sobre el castellano-leonés, lo que se refleja, por ejemplo, en el hecho de que varios monarcas castellanos se definieran como «reyes de las tres culturas» (la cristiana, la judía y la árabe) y se vistieran e incluso vivieran a muchos efectos, antes y después de las conquista, casi como monarcas andalusíes»
2) Aunque de al-Andalus a la Andalucía actual se hubiera dado una repoblación absoluta eliminando cualquier sustrato anterior, todo lo contrario a lo que ocurrió, si Andalucía hubiera evolucionado por X factores una cultura propia y bien definida hoy día podríamos hablar igualmente de Andalucía como un hecho nacional diferenciado, porque de hecho la influencia andaluza después de la conquista no es meramente castellana sino que tambien la cultura negra tiene una fuerte presencia en la cultura andaluza. De hecho, hasta un palo del flamenco, el zorongo, es fruto de esa influencia.
Así que, retomando el hilo inicial: sí, Andalucía es un hecho nacional de tres mil años de antigüedad. De Tartessos sabemos poquito pero es comparable a un aspecto familiar: yo personalmente ni sé el nombre de mi bisabuelo paterno, sólo sé que existió, pero si no hubiera sido por él mi abuelo no habría sido como fue, ni así mi padre ni yo. Yo no soy mi bisabuelo ni mi abuelo ni mi padre, pero no se me puede explicar sin tenerles a ellos en cuenta. A Andalucía le ocurre igual con Tartessos, la Bética y al-Andalus. Y el afirmar esto no tiene, o no tendría, que ser nacionalista sino algo afirmado por cualquiera por el mero hecho que los estudiosos en el campo así lo afirman.
En cuanto a apelar a la República plurinacional española… discrepo totalmente. Especialmente teniendo en cuenta una postura que, como se entiende del nombre de la organización en que milita el sr. Barrios, ha de ser revolucionaria. Sin entrar en aspectos nacionalistas, porque no vienen a cuento, una postura de izquierdas, auténticamente de izquierdas, ha de ser anticapitalista y antiimperialista, y más aún cuando precisamente Espacio Revolucionario Andaluz (ERA-EA) está en la construcción de un Bloque Andaluz de Izquierdas que se mueve en los espacion del anticapitalismo y el antiimperialismo y, como consecuencia de estos aspectos, soberanista; y en una postura de izquierdas la defensa de un marco de acción español es totalmente propio de la izquierda reformista y no de la revolucionaria, no hay revolución en la república española sea plurinacional o no. Falta un análisis de qué es España, un análisis que desde una postura marxista no hace más que afirmar que España es la forma que la burguesía estatalista mantiene su mercado interno y así mantiene su método de acaparación de capital. España es de manera inherente un sistema capitalista, así en cada momento de la historia que ese mercado interno ha estado en peligro debido a la voluntad de reconocimiento y voluntad de autogobierno de las naciones que componen el Estado siempre ha salido el mismo sector a defender incluso provocando una guerra civil con tal de mantener España como tiene que ser.
Hablar de revolución y España, sea monárquica o republicana, es totalmente antagónico. Siempre que haya una estructura española el sistema será idéntico al actual, heredero de la España franquista con un lavado de cara previo. No a nivel global, ya que en Italia los nacionalistas son los fascistas de la Liga Norte, pero a nivel del Estado español el ser revolucionario implica ser nacionalista y defender la autodeterminación de las naciones que lo componen, ya que España como nación no existe, es una estructura supranacional creada para defender unos valores determinados que favorecen a la oligarquía española repartida por todo el territorio estatal y especializada según dónde se encuentre para un mejor rendimiento común burgués.
Perdón por la extensión del artículo, pero el hecho de explicar la historia andaluza y, especialmente debido a incluir directamente las citas para facilitar la comprensión de los hechos, han alargado de una manera que no deseaba el texto. Aún así espero que sirva para fomentar el debate y aportar, aunque sea un granito de arena, algunos argumentos objetivos en torno a la realidad histórica y cultural de Andalucía.
Notas:
[1] Debido al uso del artículo, añado el enlace al texto íntegro: http://www.aloj.us.es/gicomcult/portada/37tx/24.htm
[2] González Jiménez, Manuel; En torno a los orígenes de Andalucía, «El fracaso de la Repoblación en Andalucía»