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Traficantes de Sueños publica “Un comunismo más fuerte que la metrópoli”, de Marcello Tarí

Años 70, la historia salvaje de la Autonomía italiana

Fuentes: Rebelión

Frente a lo que podría considerarse un «ascetismo rojo» y la reiteración encadenada de días de necesidad, la Autonomía como proceso revolucionario sitúa en el centro de la experiencia el juego y la audacia, la infancia que al morir deja en cada individuo la indolente tristeza cotidiana del trabajo asalariado de los adultos. El término […]

Frente a lo que podría considerarse un «ascetismo rojo» y la reiteración encadenada de días de necesidad, la Autonomía como proceso revolucionario sitúa en el centro de la experiencia el juego y la audacia, la infancia que al morir deja en cada individuo la indolente tristeza cotidiana del trabajo asalariado de los adultos. El término clave es «entusiasmo», un espíritu que se adueña de la persona y devuelve a la vida humana su ser. «Una chispa que incendia la pradera». Desde el fondo de las generaciones brilla entonces, en cada individuo, el potencial de alumbrar nuevos mundos. Con este punto de partida radical, Marcello Tarì explica el despliegue histórico que tuvo en Italia un comunismo presente, sin futuro ni sacrificio. Lo hace en el libro «Un comunismo más fuerte que la metrópoli. La autonomía italiana en la década de 1970», editado en 2016 por Traficantes de Sueños.

Marcello Tarì se define como un «investigador descalzo». Además de la citada obra, ha publicado «Movimenti del Ingovernabile. Dai Controvertici alle metropolitane» y participado en el texto colectivo «Gli autonomi». ¿Qué representó históricamente la década de los 70? «Una guerra global de contrainsurrección», sostiene Tarì. En febrero de 1973 Estados Unidos devaluó nuevamente y sin titubeos el dólar e Italia hizo otro tanto con la lira, lo que condujo a un alza súbita del precio de las mercancías. En un contexto -el de los años previos- de luchas sociales y obreras que habían mermado la productividad y aumentado los salarios (en Italia incluso el doble que en otros países de Europa). Los patronos se consideraron obligados a una restauración del mando. En la FIAT de Turín, y en general en las factorías italianas, la tensión entre empresarios y obreros alcanzó el punto de ruptura en 1973. Con cerca de 150.000 empleados, la FIAT era la mayor fábrica de Europa y el referente para la producción y las luchas en Italia. Ya no se trataba de una batalla exclusivamente económica, sino de apuntar contra la producción y la autoridad de la empresa. Por una parte «negarse» como clase obrera, pero además atacar el poder del Estado. Estos principios se tradujeron en una panoplia de técnicas de lucha, sabotaje y guerrilla interna sin precedentes en las fábricas. Desde el absentismo (con picos del 25%) hasta la persecución de los fascistas, el bloqueo de la producción y las huelgas indefinidas.

La derrota de este largo ciclo de luchas se produjo en 1980. «Después de haber echado a los militantes más combativos gracias a la rendición incondicionada de los sindicatos y el PCI, FIAT logró despedir a miles de personas, a toda la generación que desplegó las luchas en los años anteriores», explica Marcello Tarì. En el recuerdo quedaron las manifestaciones de 1973 en las secciones de fábrica, impulsadas por jóvenes obreros que, con pañuelos rojos en la cara, «castigaban a jefes, guardias, rompe-huelgas y espías». El PCI y los sindicatos respondieron con acusaciones de «provocadores» y «aventureros». Pero los jóvenes proletarios, inmigrantes e hijos de inmigrantes del Sur o el Piamonte, ya no querían ser obreros ni tampoco un «trabajo de mierda». Una aproximación al nuevo modo de entender la factoría y la vida se encuentra en el texto de Nani Balestrini «Lo queremos todo» (Traficantes de Sueños, 2006). Se pretendía una organización autónoma de la vida, de ahí que empezaran a constituirse «mercadillos rojos» con productos mucho más baratos, o se practicara la «apropiación» directa de mercancías; en ciudades y pueblos se ocuparon casas. No se trataba de conquistar el aparato estatal sino de satisfacer las necesidades elementales de la vida. «Juntos, gratis y de manera comunista», resume el autor del libro sobre la Autonomía italiana.

Marcello Tarí caracteriza a los grupos que considera «más inteligentes» en la génesis del Movimiento Autónomo: Potere Operaio y Lotta Continua. Si en 1973 el foco del conflicto de clases se situó en Turín, entre 1974 y 1976 Milán tomó el relevo. Allí se desplazaron Toni Negri, Oreste Scalzone y numerosos militantes de la Autonomía. En Milán nacieron algunos de los periódicos más importantes, como Rosso y Senza Tregua, los Circoli del Proletariato Giovanile, las Brigate Rosse y a finales de los 70 la organización combatiente Prima Linea. Era la urbe en la que las transformaciones del modo de producción -del fordismo al postfordismo- se produjo de un modo más palmario y violento. Además, en la capital lombarda se desplegó en 1974 la primera acción armada de sabotaje por parte de un comando «autónomo». El objetivo fue la fábrica Face Standard, y el resultado los perjuicios evaluados en miles de millones de liras. «La empresa estaba relacionada con la multinacional ITT, en la que la presencia de la Autonomía era muy fuerte», recuerda Marcello Tarí. «Con el tiempo los colectivos autónomos se dotaron de estructuras armadas para forzar las situaciones de lucha». En el plano teórico-práctico, se apostaba por un comunismo «espurio», en el que se entreveraban Marx, la antipsiquiatría, la Comuna de París, la contracultura estadounidense, el dadaísmo, el insurreccionalismo, el obrerismo y el feminismo. Y se enfrentaba a Lenin con Frank Zappa.

En las fábricas se produjo un destacado trasvase desde la izquierda sindical hasta la Autonomía o las Brigate Rosse. Ocurrió en Alfa Romeo, en Siemens, Marelli, IBM, Pirelli, Breda, Carlo Erba y los cinturones industriales. Se tomó en consideración a otros sujetos explotados, como las trabajadoras de los grandes almacenes, forzadas a sonreír por contrato; o estudiantes que no hallaban grandes diferencias entre la escuela, la universidad y la fábrica. En el movimiento ocupaba un rol central la crítica de la cultura, lo que significaba en palabras de Mario Tronti, autor de «Obreros y capital», un «rechazo a convertirse en intelectuales». O de otro modo, «Teoría de la Revolución quiere decir práctica directa de la lucha de clase». También se formulaba una crítica de la política, lo que no significaba «retirarse a la vida privada o en alguna comuna hippie», aclara Marcello Tarí. Se trataba más bien de profundizar el ataque, exacerbarlo, pero sin delegación ni representaciones. En los días insurreccionales de 1975, Milán se convirtió durante 72 horas en el escenario de «una guerrilla urbana sin precedentes». Se inauguró, «con fuego», el ciclo de la Autonomía, subraya Tarí. Irrumpieron entonces, además de jóvenes militantes con experiencia, los «otros» muchachos, feministas, «maricones», «chusma» y obreros absentistas. Unos meses antes las bandas fascistas redoblaron los ataques, se produjeron enfrentamientos cotidianos y los militantes requerían armas para la autodefensa. El 28 de febrero un fascista griego murió en Roma durante un choque con activistas autónomos. El 16 de abril, en Milán, los fascistas asesinaron al joven Claudio Varalli.

En la década de los 70 el Estado italiano empezó a calificar de «terrorista» a toda persona o movimiento que quisiera cambiar el presente de modo revolucionario. Todavía humeantes las jornadas insurreccionales de abril en Milán, el Parlamento aprobó el 22 de mayo de 1975 la «Ley Reale» (por el nombre del ministro de Justicia que la impulsó), que incluía el arresto preventivo, también alargaba la detención preventiva, castigó el embozo del rostro, amplió la caracterización de arma impropia y definió el cóctel molotov como arma de guerra. Marcello Tarí destaca dos elementos capitales: la ley «reconoció el derecho de las fuerzas del orden a disparar a matar en el momento en el que un agente lo considerara necesario»; a esta disposición siguió un crescendo en el balance de muertos y heridos. Además, el autor pone de relieve la abstención del PCI ante esta ley que pretendía básicamente reprimir la «desviación juvenil». Las relaciones entre el partido comunista y la Autonomía se deterioraron «definitivamente». El estado de excepción se acabó integrando en el sistema, aunque no se declarara de manera explícita para no admitir una guerra civil latente. «Ni siquiera cuando los tanques salieron a la calle en Bolonia para sofocar la insurrección de marzo de 1977, y en Roma se prohibió toda manifestación pública», remata el autor de «Un comunismo más fuerte que la metrópoli».

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.