Pero la conciencia pregunta: «¿Es lo correcto?»
La conveniencia pregunta: «¿es políticamente aceptable?»
La vanidad pregunta: «¿es popular?»
Pero la conciencia pregunta: «¿Es lo correcto?»
(Martin Luther King)
Ante los datos de la última encuesta del CIS que confirman que Podemos se ha convertido en la segunda fuerza política del país en intención directa de voto (inmediatamente detrás de PP, y por delante del PSOE e IU), los tertulianos de las emisoras de radio difícilmente han sabido disimular la angustia que la nueva situación les produce. Mortificados pero no desorientados, han puesto en escena una curiosa argumentación: se han acogido al noble y añejo argumento del realismo para refutar o desacreditar la realidad de los datos. Así, los que durante los últimos meses han insistido en que las propuestas de Podemos eran populistas, hoy las han convertido en poco realistas. Analicemos el proceso. Primero por qué, a fecha de hoy, no ha funcionado la acusación de populismo y segundo, por qué ahora empiezan a advertirnos de que Podemos no va a tener más remedio que contar con la realidad.
Empecemos por el reproche de populismo. Según nuestros políticos y según los contertulios a su servicio, el programa de Podemos es populista porque se limita a decir «lo que la gente quiere oír». Esta afirmación ha permitido durante meses cerrar cualquier posibilidad de discusión incluso antes de iniciarla. Dos reflexiones suscita esta frase. Primero, queda implícito que es posible determinar lo que un sujeto colectivo como «la gente» puede querer. Nuestros expertos parecen olvidar que el sintagma «la gente» es una entelequia verbal, no real, y que solo por una convención lingüística y social se le puede adjudicar la autonomía y voluntad que supone el verbo querer; en principio, solo quieren algo los individuos no las colectividades. En todo caso, nuestros sabios de salón dan un salto sin red (y, claro, se estrellan) cuando, dando por sentado que «la gente quiere» algo, señalan que Podemos es populista porque ofrece o llena de contenido eso que «la gente quiere». Vaya por Dios, ¿y no es precisamente eso lo que se espera de los cargos públicos, que al menos enuncien los problemas de la gente como paso previo para asumirlos y resolverlos?
Pero, en segundo lugar, nuestros entendidos no se han percatado de que, cuando con tanto desparpajo sueltan la frase de marras, delatan sin darse cuenta su verdadera posición ideológica: no solo subsumen a cada individuo con nombre y apellidos bajo esa colectividad anónima que es «la gente», sino que cuando le presuponen un querer concreto, ese querer no es más que un querer oír. Queda implícito que la gente se limita a oír lo que los políticos y sus altavoces dicen; tan acostumbrados están a reducir a la «gente» a su condición auditiva, que esta élite tan versada solo hace «declaraciones» para que las repitan los medios de comunicación. «Ellos hablan y nosotros te lo contamos», decía una cuña publicitaria de la Cadena Ser. Bien saben y bien que han trabajado para construir una democracia en la que los ciudadanos, las personas, no podamos participar activamente en las decisiones políticas que nos afectan. En esta democracia en la que somos meros oyentes, los representantes políticos tienen claro qué debemos oír y qué no conviene que oigamos. Es evidente que quienes tachan de populista a Podemos es que no están dispuestos a tolerar que alguien diga lo que al parecer está prohibido decir: entre otras cosas, que los ciudadanos no solo oímos, sino que también podemos y debemos participar en las decisiones que nos afectan; esto tan escandaloso es «lo que la gente quiere oír», y lo que, de hecho, ha oído y asumido y convertido en intención de voto directo a Podemos según la última encuesta del CIS.
Ante este panorama, ante la posibilidad de que Podemos saque mayorías en ayuntamientos y comunidades, incluso en el Parlamento, nuestros beneméritos tertulianos ya no hablan tanto de populismo, como de falta de realismo. La cantinela más repetida estos días en los medios es que una cosa es decir «lo que la gente quiere oír» y, otra muy distinta, enfrentarse a la realidad. Para nuestros ilustrados maestros, la política es el «arte de lo posible», de tal manera que, si se quiere cambiar algo, lo mejor es observar las condiciones de la realidad, ver cuál es la correlación de fuerzas e intentar adaptarse a ellas. Así, resulta propio de personas que no saben nada de las condiciones reales de la política plantear un programa en el que, entre otras medidas, se apuesta por una renta básica universal o por el control estatal de los bienes básicos (energía, agua, salud, transporte…), por ejemplo. Si se tiene en cuenta la realidad estas propuestas no se pueden llevar a cabo. Qué sea eso de la realidad no nos lo aclaran mucho estos expertos, pero queda implícito que se trata del orden establecido por quienes verdaderamente tienen el poder e imponen las condiciones a los demás. En esto consiste la política realista, en eso que se ha venido llamando «juego de cintura», que no es más que aceptar el statu quo y transigir con el sistema edificado por la clase dominante [1]; todo lo que se salga de esta línea, cualquier otra actitud es inmediatamente considerada utópica, idealista, no realista.
Al parecer, estos sabios opinantes que hablan y escriben en los medios no se han dado cuenta de que todas las personas que van a dar su voto a Podemos lo van a hacer porque saben que precisamente es la única fuerza política que se va a atrever a no actuar de manera realista. El realismo es cosa del PP y de los restos del PSOE. Para Podemos, la política es el arte de hacer posible lo que hasta ahora parecía imposible. Y esto se consigue no adaptándose a la realidad, sino observándola, analizándola para tomar decisiones que vayan modificando la correlación de fuerzas a favor de la verdad y de la justicia. Y esto no es utopismo ingenuo, es lo correcto, como dijo Martin Luther King.
Nota:
[1] Cfr. MARTA HARNECKER, Instrumentos de la política (http://www.rebelion.org/docs/
María Elena Arenas Cruz es doctora en Filología Hispánica y profesora de Educación Secundaria
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