Recomiendo:
0

Quinto Festival Aéreo en la playa y bahía de Gijón

Apología del belicismo, fomento de la guerra

Fuentes: Rebelión

La policía municipal dice que lo presenciaron medio millón de personas, casi el doble de la población local, casi la mitad de Asturias. El protagonista del espectáculo es el Ejército y desde luego no se trata de una simple exhibición de acrobacia porque estos aviones no son inofensivos, son aviones de guerra y ya sabemos […]

La policía municipal dice que lo presenciaron medio millón de personas, casi el doble de la población local, casi la mitad de Asturias. El protagonista del espectáculo es el Ejército y desde luego no se trata de una simple exhibición de acrobacia porque estos aviones no son inofensivos, son aviones de guerra y ya sabemos para qué sirven.

El montaje institucional y mediático estremece; nada tiene que ver con la apariencia lúdica de una mañana de verano de sol y playa. A lo largo de los dos kilómetros de paseo que bordea la playa, cada veinte metros, unas banderolas de Cajastur -en vías de privatización- colocadas sólo para el Festival, miles de sombreros también de Cajastur, una megafonía desde la que se arengaba al público que en un día soleado con o sin aviones abarrotaría la playa y las zonas veraniegas y, también, toda clase de policías y de autoridades civiles y militares.

En el Náutico, al lado del mar, un camión especialmente diseñado para estas exhibiciones con una cabina emuladora de estos vuelos estaba a disposición del público para que, en tandas de 14 personas, fueran cómplices conscientes o inconscientes durante ocho minutos de lo que es una misión aérea de momento incruenta. En el camión figuran los anagramas de Repsol y del Corte Inglés y unas imágenes marketing del Ejército con el eslogan «Vuela con nosotros».

A todo este ambiente de euforia habría que sumar los comentarios del locutor que a través de la megafonía en un lenguaje pseudo técnico hablaba de «formación en pescadilla», en «espejo», «avión táctico», «Patrulla Águila», de «nuestro Ejército» y, añadía, que todo se desarrollaba en un ambiente de «camaradería», de «compañerismo», en cada acrobacia pedía un fuerte aplauso para los pilotos. Algunos aplaudían y hasta saludaban con la mano una y otra vez como si los pilotos pudieran oír o ver los aplausos y víctores, pero el objetivo estaba logrado, la admiración de lo que aparentan ser acrobacias cuando no son más que los mismos o parecidos entrenamientos de guerra y para la guerra, porque se trataba de hacer pasar por acrobacias, que sin duda lo son, lo que está destinado al belicismo, a la guerra. Porque si de un entrenamiento profesional se tratara qué hacen encima de la gente buscando su complicidad, mejor se irían lejos de la ciudad al desierto o a alta mar sin arriesgar a que un accidente provoque una catástrofe. Pero no, ha de ser encima de nuestras cabezas para que su estruendo nos entre bien y hasta el fondo de nuestra conciencia para que digamos amén y además hasta con admiración por su supuesta valentía. En numerosas ocasiones sobrevolaban espacios abarrotados de gente y hasta los propios edificios de la ciudad, hay que impresionar, puntúa.

Este juego y diversión para pequeños y mayores no es inocente. Estos aviones son muy poderosos, suben y bajan en vertical, hacen bucles, vuelan haciendo giros, todas estas filigranas son realmente una maravilla tanto de la técnica como del entrenamiento. ¡Yo quiero ser piloto! dirá cualquier niño o cualquier adolescente, pero lo que no sabe, se enterará demasiado tarde, es que estas acrobacias son las que se utilizan y están pensadas para poder transportar y lanzar cualquier mortífera carga, para matar, porque para otra cosa no sirven estos aviones tan veloces y aerodinámicos que parecen tan hermosos.

Y esto es lo que estremece del montaje institucional, porque sin duda el ambiente creado es el adecuado para mentalizar y configurar la moral y la ética de los que distraídamente toman el sol en la playa, se bañan o simplemente pasean. Las acrobacias se admiran, emocionan, pero esto no es un circo, debajo hay otro mensaje tenebroso no confesado. El Ejercito no es ningún circo, no hace circo aunque lo parezca, sólo hace la guerra y la hace contando con la inconsciencia que fomenta y simula con estas exhibiciones.

Pero no sólo estremece esta parte del montaje, sino también el rancio mensaje de patrioterismo y de nacionalismo derechista del animador de la potente megafonía. Los paracaidistas cerraron el espectáculo, el último se lanzó con una bandera de 60 metros cuadrados y 20 kilogramos de peso, decía con énfasis el locutor, que ondeó durante los minutos de su caída para posarse en el espacio previamente acordonado de la playa.

A partir del domingo, después de este espectáculo, cuando nos digan que nuestras fuerzas armadas están en alguna misión, por supuesto siempre de paz, hemos de creer que la paz así diseñada es hermosa, tanto como los vuelos, las acrobacias de estos aviones y lo visto en el simulador. Pero no, comencemos por olvidar que esto no trata de ningún ejercicio de habilidades inocentes, sino que todo el montaje está concebido premeditadamente para cautivar criterios y para conformar las conciencias.

Es algo más perverso todavía que lo relatado en «B-52», la obra de teatro [1] estrenada hace un par de meses en Avilés y Oviedo en la que una tripulación de cinco engreídos pilotos realizan una misión, que para ellos es de rutina, hacia Iraq. Su trabajo es tan aséptico como insulsas o estúpidas son sus preocupaciones a bordo. El vuelo que realizan es una simulación, como la patrocinada por Repsol y el Corte Inglés, la palanca que activa la descarga de las mortíferas bombas queda relegada, ni siquiera forma parte de las preocupaciones de la tripulación, la tragedia que tan alegremente acarrean no lo es a 30.000 pies, para la tripulación el drama es ajeno e inexistente, queda muy abajo y como ellos está tan altos, las víctimas ni lloran ni sangran, carecen de rostro o eluden ponérselo.

Valientes soldados, valiente ejército, valientes autoridades que envenenan a niños, jóvenes y mayores con exhibiciones obscenas, terroristas, salvo que no sea terror lanzar bombas sobre la población. Porque parece que si las bombas pesan más de 100 kilos o mejor, si pesan una tonelada o varias toneladas eso, como no está al alcance de los «otros», ya no es terrorismo, no lo es porque «nosotros» no somos ni radicales ni islamistas, disfrutamos de impunidad bíblica ilimitada, somos lo que está bien visto, cristianos y siervos del capital, una ruina social.

[1] La obra «B-52«. Travesura militar en dos actos, escrita por Santiago Alba Rico, fue representada por la compañía «El Perro Flaco Teatro» que dirigen David Acera y Sonia Vázquez.

www.asturbulla.org