Todos los barrios del centro de la capital están tomados por la gentrificación y la turistificación. ¿Todos? No. Un pequeño grupo de asociaciones, vecinos y negocios resiste al invasor.
“Se hacen unos análisis tremendos
sobre qué es el centro de Madrid en los que se olvida que sigue
viviendo gente aquí. Es hasta ofensivo de que a veces se hable de que
no existe tal o cual barrio. Entonces, ¿toda la gente que estamos aquí
qué somos, fantasmas?”. Se lamenta Dolores Galindo, la presidenta del
club los Dragones de Lavapiés, conocidos en la ciudad más allá de los
límites de su barrio por su labor en fútbol base y su activismo
antirracista, feminista y por los derechos LGTBIQA+, entre muchos
otros.
“Es falso, falsísimo, que aquí no viva gente. Desde que la plaza es plaza siempre hubo vecinos”, comenta Ricardo Bustos, portavoz de la Asociación de Vecinos de la Plaza Mayor, el epicentro del turismo en la ciudad. “La ciudad está pensada para cualquiera menos para el vecino. Fijar población y servicios es muy difícil y entendemos a la gente que se va, pero seguimos luchando por que todo no empeore y se siga considerando una zona residencial, y no comercial”, explica Saturnino Vera, su equivalente en la Asociación de Vecinos de las Cavas.
Son algunos ejemplos de la “resistencia” vecinal, las aldeas galas que resisten como pueden al invasor, sea en forma de pisos turísticos que encarecen el alquiler, ordenanzas que piensan exclusivamente en la hostelería o la especulación y la gentrificación en sus diferentes formas. Algunas son más optimistas que otras, pero pelean porque el centro de la ciudad no se considere un lugar de paso o atracción turística, sino un espacio habitado en el que “todavía vive gente”.
Vivir en un BIC
Bustos
define la AAVV de la Plaza Mayor como “una asociación cultural y
vecinal, en defensa del patrimonio”, por lo que tiene de particular
vivir en un entorno declarado Bien de Interés Cultural (BIC). Este
incluiría no solo la Plaza en sí, el ‘cuadrilatero’ donde se acumulan
las denuncias por ruido o suciedad, también los alrededores, desde la
Cava de San Miguel, con el famoso mercado de las tapas, hasta Puerta
Cerrada, la Calle Imperial, las plazas de la Santa Cruz y la Provincia y
la Calle Mayor. Un total de 148 edificios y alrededor de 4000 vecinos,
sostienen, apoyándose en el último censo.
“Todo
lo que es BIC de una forma u otra se acaba convirtiendo en atracción
turística, pero esta plaza está habitada. Aquí hay familias que viven
de alquiler, personas que nacieron en la plaza, como quien dice, y
siguen, o quien se ha mudado eligiendo vivir aquí”, insiste el
presidente de la asociación. Aunque admiten el incremento de pisos
turísticos, “del que no hay datos, y que es problemático en algunas
fincas donde se han denunciado fiestas hasta tarde al lado de gente que
tiene niños o trabaja el día siguiente”, su principal pelea con la
ocupación del espacio público.
“Parece que la Plaza solo se ve desde el punto de vista de explotarla”. Las negociaciones en Junta de Distrito y ordenanza son previsibles: terrazas de 100 m2 para locales de 20 m2, producción ingente de basura de espacios como el Mercado de San Miguel que no se recoge, músicos que incumplen la normativa de volumen… “Son cosas que ya están prohibidas, pero como no hay inspecciones…”. Ahora piden una regulación similar a la de Barcelona, que en determinadas zonas del Eixample impide que todos los locales los ocupe el mismo tipo de negocio para evitar el monocultivo de la hostelería y recuperar las viejas tiendas de la Plaza, donde ya solo sobreviven las veteranas sombrererías y alguna de souvenirs.
El veterano Saturnino
Vera, de las vecinas Cava Baja y Cava Alta, zonas de ocio nocturno del
centro por antonomasia, es menos optimista con la población de la
zona: “Se supone que en el barrio de Palacio (desde calle de Toledo a
Palacio Real) estamos unos 40.000 habitantes entre las zonas de Ópera,
Austrias y La Latina, de las 150000 que dicen que viven en Distrito
Centro… pero mucho me temo que no es real y hay gente empadronada
porque le interesa o tiene una vivienda de uso turístico”.
En
su asociación se consideran “los pioneros de la lucha contra el
ruido, desde hace 15 años, cuando ya denunciábamos los locales de copas
sin licencia, incluso antes que Chueca. Ahora las viviendas turísticas
nos lo han complicado más, pero sobre todo el problema es cómo los
políticos ven la ciudad. Parece que lo único que quieren son turistas,
como si fuesen los que les votan. Se hace todo pensando en el que no
vive aquí: el dueño del bar y el turista”.
En
su caso vive en una casa de su propiedad, pero le preocupa que más
allá de ese ‘vecino de toda la vida’ apenas ve estudiantes que no fijan
población. “Hay tantas molestias, entre ruido, falta de limpieza y
demás, que a veces pienso que esto no tiene solución y solo queda
intentar que las ordenanzas no vayan a peor. Conseguir que esto siga
siendo zona residencial y no se convierta en comercial, como ya piden
algunos hosteleros”.
Aspiran a “un plan de ciudad que respeten los diferentes partidos y se cree con los vecinos, que acote lo que es para el turismo primando la residencia, en lugar de hacerle caso al primero que dice que va a crear empleo y luego siempre es mentira”. Una pelea es mantener zonas verdes como la del Parque de La Cornisa, junto a la Basílica de San Francisco El Grande. “Que no se piense en la foto del turista sino, por ejemplo, en los niños. En La Latina todavía tenemos cuatro colegios, dos institutos y un centro de infantil. Que no deje de ser posible llenarlos”.
Fútbol, asociaciones y libros
El Colectivo Vecinas a la Fresca, nacido este año, combate desde el activismo callejero y las redes sociales para que “el barrio siga siendo habitable y las vidas de sus vecinas dignas” y se consideran “herederas de todos los movimientos y colectivos que han luchado por esto a lo largo de los años”. Lo consideran un espacio “en permanente disputa por los intereses económicos”, entre el aumento de precios de la vivienda o la presencia policial constante.
Sus
portavoces nos explican el origen del nombre en la reconquista de
espacios y la lucha contra la crisis climática. Por un lado, la
búsqueda de liberar un espacio, ‘La Fresquita’, como refugio climático
de Lavapiés ante el aumento de la temperatura. Por otro, la
recuperación de la Plaza Arturo Barea con las reuniones ‘Toma la
fresca’, para que la plaza “no sea solo un sitio de paso o donde
tomarte una cerveza en un bar, sino que podamos jugar al pañuelo, hacer
concursos de tortillas o de gazpacho, y conocer a las vecinas del
bloque de al lado”.
Si las vecinas a la fresca y su recuperación de la señora sentada a la puerta de casa a la caída de la tarde en verano hacen referencia a una forma de compartir el espacio, los Dragones de Lavapiés le ganan en veteranía, con una década de presencia, y lo igualan en resignificar lo tradicional: el fútbol. Creado por un grupo de familias que no encontraba espacio para que sus hijos jugasen a la pelota en el propio barrio y que empezó con 80 miembros, todos niños en edad escolar, ahora reúne a casi 400 jugadores y jugadoras en todas las categorías.
Dolores
explica que ella misma, hace una década, “no era amiga de la idea de
crear un club de fútbol porque me parecía que había demasiado… pero
cuando los servicios sociales o las organizaciones te explican que
tienes niños que no van a clase pero si vienen a entrenar, ves como las
madres se han animado a jugar mezclando todas las nacionalidades y
saltándose prejuicio… o cómo uno de nuestros entrenadores consiguió que
se cambiase la normativa para poder acceder en silla de ruedas al
banquillo…”. También “las reacciones al primer partido de liguilla, en
el que recibimos insultos racistas. Fue cuando nacimos como una
institución antirracista”.
El
deporte “no es solo buena salud, es que las personas sean capaces de
estar juntas, comunicarse y lograr objetivos unidas. Incluso de superar
la soledad o las enfermedades mentales…”. Para Dolores los Dragones
representan “la supervivencia de un sentimiento vecinal en un barrio
que es muy simbólico y que está muy vivo. Pueden decir que aquí no hay
vecinos o movimiento, pero es mentira. Hay muchos teóricos hablando de
lo que es posible o no es posible en las grandes ciudades y la
superdiversidad, pero en Lavapiés esa existe y su forma es la
solidaridad. En la pandemia pareció el fin del mundo, y la gente que
nos dicen que es muy diferente se ayudó de forma altruista”.
De resaca de esa pandemia en 2021 apareció un negocio pequeño con ese espíritu “galo”, la librería Mary Read, conocida por estar especializada en literatura LGTBIQA+. Sus propietarios, Ana y Óscar, nos explican la excepcionalidad de haber encontrado un lugar como ese :“Los locales del centro son bastante inaccesibles, su estructura suele ser antigua y adaptarlos implica unos costes que los proyectos autogestionados no pueden abordar”. Agregan que en su entorno “la mayoría de negocios a nuestro alrededor son de hostelería, el centro de Madrid está copado de bares y restaurantes. Aunque llevamos dos años aquí, sí que notamos como la vida de barrio se ha ido degradando a causa de los pisos turísticos con una población superviviente mayor”.
Como
muchos negocios pequeños y de su mismo perfil, su supervivencia se basa
mitad en el nicho comercial mitad en convertirse en un espacio seguro
para su comunidad. “Somos una librería de barrio y temática, nuestro
catálogo está dirigido a la comunidad LGTBIQ+ y transfeminista. En
muchos casos este es un espacio en el que poder estar tranquilamente
sin miedo a recibir ningún tipo de miradas extrañas o violencias más o
menos explícitas ya sea por nuestro aspecto, nuestra pluma o nuestra
identidad. Un espacio en el que poder estar tranquiles”.
Los últimos caseros
Desde
la Calle Mayor, a la altura del monumento a las víctimas del atentado
contra Alfonso XIII y la Catedral Castrense, hacia la calle Pretil de
los Consejos, se puede contemplar un cartel en un balcón que señala al
vecino de arriba, el cuarto piso del bloque, denunciando que el piso
turístico que lo ocupa sería ilegal. Lleva ahí desde antes de la
pandemia y ha ilustrado ya un buen puñado de reportajes al respecto,
sin que ni vecino denunciante ni denunciado se pronuncien, y sería un
ejemplo de las “problemáticas” que señalan desde la AAVV Plaza Mayor.
Quizás
la mayor dificultad para este reportaje, más por renuencia a aparecer
en prensa que por ser seres mitológicos, ha sido encontrar caseros del
centro que hayan elegido alquilar a particulares o negocios pequeños
antes que reconvertir sus viviendas o locales para uso turístico o de
alguna cadena o franquicia.
José Luis reside en Cantabria y viaja habitualmente fuera de España por trabajo y alquila dos viviendas en el centro de Madrid, dos pisos que alquila actualmente parejas particulares (“son pequeños para una familia”, aclara por correo electrónico). “Estoy más tranquilo teniendo inquilinos de larga duración, que sé que van a cuidar su casa”, explica, apoyándose en el sentido práctico más que en otra cosa. “Los inquilinos que he tenido, salvo una excepción, han sido gente muy normal, con los que es muy fácil tratar y entenderse”.
Si los pusiera como pisos turísticos “seguramente les sacaría más rendimiento, pero tanta rotación de gente no me apetece, y tampoco me gusta que las ciudades se acaben convirtiendo en parques temáticos, que es un poco a lo que llevan los alquileres turísticos”. En el edificio donde están los apartamentos, cuya ubicación pide que no se publique, “varias viviendas se han convertido en pisos turísticos. He tenido la oportunidad de hacer lo mismo, pero, por las razones que explicaba, no me interesa”.
Otro caso es Enrique, el casero de Mary Read, que en su caso se reúne con El Salto en la sede de la Asociación de Vecinos La Corrala de Lavapiés, en la calle que comparte nombre con el barrio. Es el más veterano de los vecinos que aparece en este reportaje, con casi 70 años en el centro de Madrid, y el más pesimista. “Que el centro se muere y solo se va a quedar en un decorado para turistas es real, no hay que engañarse. Nosotros tenemos que sobrevivir como podamos”. También corrige la idea de la ‘aldea gala’ de: “somos más como Numancia y Sagunto, los últimos resistentes al poder que se nos viene encima”.
Enrique
lleva tanto tiempo en Lavapiés, viviendo entre las calles Doctor
Fourquet y Marqués de Toca, que recuerda jugar al fútbol en calle sin
coches, a los faroleros que encendían y apagaban las farolas de gas o
el antiguo almacén que vendía bolas de sal para las vaquerías de la
ciudad a mediados del siglo pasado. En su caso alquila el local a la
librería “porque prefiero que sea un negocio de este tipo, antes hubo
un taller de una artista y un negocio de informática de dos vecinos del
barrio. Además hemos firmado un contrato sin actualizar el IPC porque,
además de que yo esté con la difusión de la cultura, a la gente joven
no hay que ahogarla, hay que dejarla que siga viviendo, porque si no…”.
Como sus arrendatarios, nos comenta que el bloque entero se ha convertido “en una mezcla de pisos turísticos y de otros donde vive gente muy mayor de toda la vida, hasta que estos se vayan muriendo”. En Lavapiés (aunque él dice que su barrio es Atocha) “hemos sufrido todas las consecuencias de esto que nos viene encima. Luchar contra tanto gigante es difícil, solo puedes retrasarlo, ponerle pequeñas piedras, intentar que no arrase. Porque si pudieran, arrasarían con todo”.
Fuente: https://www.elsaltodiario.com/lavapies/aqui-todavia-vive-gente-aldeas-galas-centro-madrid