El pasado 6 de marzo entraba en vigor en Arabia Saudí el decreto número 16.820 por el cual se ampliaban los supuestos en los que podría considerarse que se están cometiendo actos de terrorismo o de apoyo al mismo en el país, así como la lista de aquellos grupos que pasaban a engrosar la lista […]
El pasado 6 de marzo entraba en vigor en Arabia Saudí el decreto número 16.820 por el cual se ampliaban los supuestos en los que podría considerarse que se están cometiendo actos de terrorismo o de apoyo al mismo en el país, así como la lista de aquellos grupos que pasaban a engrosar la lista «junto con aquellos reconocidos internacionalmente como tales» de grupos terroristas.
Así, por ejemplo, desde el 6 de marzo de 2014 todo aquel que «invoque el pensamiento de corte ateo de una forma u otra o haga dudar sobre los presupuestos de la religión islámica en los que este Estado se basa» pasarán a rendir cuentas en los tribunales del Reino.
Antes de continuar, y en aras de una explicación lo más clara posible, merece la pena hacer mención al comunicado que el 7 de marzo emitió el Estado Islámico de Iraq y Siria o del Levante (según sus siglas en inglés: ISIS o ISIL) en el que se dirige fundamentalmente al Frente de Al-Nusra, pero en el que en cierto modo contesta al comunicado del ministerio del Interior saudí, hablando de cómo los dólares son los que dirigen las políticas de algunos contra Da’esh (ISIS o ISIL en su acrónimo árabe).
Arabia Saudí, tras una relación de las acciones que se consideraran ilegales y penadas, como la lealtad a otros estados o partes exteriores o la lucha en las zonas de conflicto fuera del país, amplió su lista de terroristas. El primer supuesto bien podría aplicarse a las filiales de Al-Qaeda que en principio deben lealtad a Ayman al-Zawahiri, o a los insurrectos huthis, con lazos con Irán y en Yemen, o incluso a los Hermanos Musulmanes, con innegable relación no solo con figuras de prestigio internacional entre las ramas de la Hermandad (como Yusuf al-Qaradawi, asentado en Qatar) sino también con otras ramas del amplio tejido global de esta organización. Sin embargo, lo más probable es que en la mente de los legisladores saudíes estuviera el vecino Qatar, que no ha tenido reparos en mostrar su preferencia por el modelo ijwaní -relativo a los Hermanos- de gobierno, y que ha visto cómo Arabia Saudí, así como de EAU y Bahrein, retiraban a sus embajadores del pequeño emirato. El segundo se refiere a los saudíes que dirigen o participan en brigadas o en algunos de los tribunales de sharía de las zonas liberadas de Siria, o en otros países como Iraq, a los que se da un plazo de quince días para arrepentirse.
Partiendo de estas premisas, es lógico que la lista la encabecen «todos los que dicen pertenecer a Al-Qaeda», ya sea en la Península o en Iraq, seguidos de Da’esh y el Frente de Al-Nusram y posteriormente de Hizbollah en Arabia Saudí, los Hermanos Musulmanes (que en el caso sirio no han dejado de elogiar en los pasados meses el apoyo saudí a la revolución, manteniéndose incluso cautos en sus críticas al golpe de Estado egipcio apoyado por los saudíes) y los huthis.
En un alegato en su defensa, Da’esh asegura en su comunicado que «todos han acordado derrocar a este Estado (Islámico de Iraq y el Levante) maltratado». Así -y es aquí donde la referencia a Arabia Saudí es clara- «los judíos, los cruzados y su casta de dictadores (que los apoyan) nos combaten porque somos terroristas y criminales, y nos oponemos a sus leyes; mientras que los nusayríes (alauíes, en referencia al régimen sirio) nos combaten porque somos wahabíes (doctrina oficial en Arabia Saudí), infieles y agentes de EEUU». Es decir, que los wahabíes los rechazan, pero a un tiempo, los enemigos de los saudíes califican a Da’esh de lo mismo que el propio Da’esh califica a Arabia Saudí. Y así sigue hablando de las acusaciones lanzadas desde diversos bandos hasta llegar al Frente de al-Nusra, cuyo líder, al-Yulani, había asegurado en su entrevista en diciembre de 2013 que las asperezas con Da’esh eran leves y se habían limado. Según, Da’esh, el Frente de al-Yulani es el frente de la traición porque se ha dedicado a mentir sobre ellos en sus declaraciones, mentiras que posteriormente procede a desmentir, para alertar a los que luchan contra ellos de que «no seáis una espada de EEUU o una flecha en el arco de los nusayríes sin daros cuenta, ni os pongáis en la trinchera de la democracia sin sentirlo». Con esta última declaración, Da’esh no solo se pone en contra de los que lo combaten en el campo militar, sino también contra la propia revolución siria y la población, a la que ya amenazó con que su retirada supondría su exterminio en Alepo, que en su mayoría sí pide al menos unos mecanismos de llegada democrática al poder, que en Siria no existían.
Así las cosas, con sus comunicados, Arabia Saudí se arroga el derecho a erigirse como defensora de los principios de la religión islámica en los que está basado su Estado, y Da’esh considera que todos van en su contra diciendo que «hemos corrompido la yihad en Iraq y ahora la queremos corromper en Siria» como si ellos fueran «los guardianes de la yihad» (que en cierto modo es lo que pretende Arabia Saudí). Por último, y para ahondar en la complejidad de este entramado, los Hermanos Musulmanes sirios en su órgano de prensa que acaba de cumplir un año publicaban un artículo en la última página de su vigésimo-cuarto número que precisamente resalta la identidad islámica de la idea de revolución porque el islam «trajo una revolución mundial […]. El islam no creó entes cerrados en sí mismos que creen tener la verdad en sí mismos, sino que hizo estallar una revolución en varias zonas y niveles, que no comienza ni termina, sino que comienza y prosigue en la destrucción de dictaduras en las almas de los «revolucionarios» y en la destrucción de todo aquellos que no es Dios y que el Hombre adora, como la perdición, el dinero, la vida mundana, los placeres […] El islam crea su continua revolución, en el individuo y la umma […]». Y pòr ello, «el intento de descubrir el significado de la revolución en el islam es necesario para aproximarnos mejor al gran movimiento histórico que está azotando a nuestra zona ahora, y por el cual avanzaremos nosotros y el mundo, y este artículo no ha sido más que un intento de hacer algo así».
Es decir, que según esta lógica, publicada en el órgano de prensa de los Hermanos, muy crítico con Da’esh, el carácter revolucionario islámico es ese que llevará a la umma al progreso. Pero con ello, también se niegan otras identidades revolucionarias y el planteamiento global revolucionario del islam recuerda en su configuración a los postulados de grupos radicales a los que los Hermanos se oponen en sus escritos y muchos de sus actos. Y, por cierto, aún esperamos la respuesta oficial de los Hermanos, que hasta el momento no ha pasado de comentarios en Facebook de sus miembros más jóvenes: «el comunicado del ministerio de Interior saudí me recuerda a la Inquisición española». Y así es en parte: Arabia Saudí quiere tener el monopolio en la interpretación del islam, y todo lo demás es calificable de hereje o, en términos más contemporáneos, terrorista.
¿Estamos ante un todos contra todos en la interpretación política del islam? La caja siria de Pandora, donde realmente se están dirimiendo estas diferencias en realidad sobre el terreno ha desatado un terremoto de enfrentamientos que complican aún más si cabe el mapa del islamismo en sus niveles ideológico, de organización política y de actuación militar. El resultado es que la pequeña representación del mundo que se está desarrollando en Siria se complique de manera exponencial, que el régimen siga contando con sus apoyos mientras los del lado revolucionario se desconcentran aún más, y que la población civil siga viéndose sometida a esta lucha de titanes.
Fuente original: http://hermanosmusulmanes.wordpress.com/2014/03/08/arabia-saudi-isisisil-y-los-hermanos-todos-contra-todos/