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Arabia Saudí y la guerra de legitimidad en el Yemen

Fuentes: Jadaliyya.com

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.


 

Niño yemení de Saada en el campo Mazraq, en 2009, de personas internamente desplazadas, durante la «Operación Tierra Quemada». El campo fue bombardeado cinco días después de iniciada la «Operación Tormenta Decisiva» en marzo de 2015. (Foto de Paul Stephens/IRIN)

El 21 de abril de 2015, la coalición bélica de estados árabes con Arabia Saudí al frente anunció que la «Operación Tormenta Decisiva», la campaña militar contra el Yemen iniciada el 25 de marzo, había pasado a una nueva fase, más pacífica, denominada «Operación Restaurar la Esperanza». Poco después, el presidente yemení Abd Rabbu Mansur Hadi pronunció su primer discurso a la nación desde el exilio en Arabia Saudí, repitiendo muchas de las anteriores acusaciones y ultimátums a los hutíes. Los bombardeos se retomaban apenas unas horas después de ese anuncio de la coalición, y más de una semana después no muestran signos de desaceleración. Parece que pocas cosas han cambiado excepto la denominación de la guerra. Pero lo que esta nueva fase ha confirmado es que ninguno de los intentos a favor de la «paz» de Arabia Saudí en el Yemen -ya sea bajo el pretexto de la «Operación Restaurar la Esperanza» o cualquier otro- será probablemente más violento y permanente que su actual guerra.

Arabia Saudí ha utilizado la «Operación Tormenta Decisiva» (y ahora la «Operación Restaurar la Esperanza») para marcar un nuevo capítulo en su propia historia como potencia política y militar. Hay pocas dudas de que el reino planea asegurarse una posición hegemónica regional similar, si no en su lugar, a la de EEUU. Desde que velozmente se formó la «coalición de los dispuestos» (y de los sobornados) y se iniciaron las campañas bélicas, hiperbólicamente llamadas en las diarias conferencias de prensa que podrían confundirse con las informaciones de la OTAN sobre Afganistán, está claro que Arabia Saudí ha modelado su personalidad militar siguiendo la de EEUU. Quizá lo que más conspicuamente ponga de relieve su intento de apropiarse de la voz hegemónica de EEUU en la región es que ha enmascarado su militarismo agresivo y unilateral con el lenguaje de la rectitud. Del mismo modo que el presidente George W. Bush emprendió su guerra contra Iraq en nombre de la «democracia» y la «libertad», así también el rey Salman y su hijo Muhammad, de 28 años de edad, ministro de defensa y príncipe heredero adjunto, desplegaron el lenguaje de la «legitimidad» para justificar sus brutales acciones en el Yemen.

La misma noción de «legitimidad» se ha convertido de tal modo en el tropo central de la guerra, que el día que se iniciaron los bombardeos, el portavoz de la coalición dirigida por los saudíes proclamó en un tono lleno de confianza, y un tanto críptico, que Arabia Saudí «continúa coordinando con legitimidad». Con la estupidez de tal declaración en gran medida incuestionada, la tosquedad de la propaganda no pareció socavar sus afirmaciones. A las pocas horas de haber lanzado la «Operación Tormenta Decisiva», quedaba claro que Arabia Saudí tenía poder para dictar la narrativa de la guerra. El reino saudí utilizaba el lenguaje de la «legitimidad» para ocultar la política del poder e imponer binarios que resultan ya demasiado familiares desde que se inició la «guerra global contra el terror»: legitimo frente a ilegítimo, Estado frente a terroristas, justo frente a injusto, Arabia Saudí/árabes frente a Irán, sunníes frente a chiíes y nosotros frente a ellos. Al actuar así, los gobernantes saudíes frustraron cualquier posibilidad de discurso político alternativo que rechazara tanto a Hadi, con sus socios saudíes, como a la alianza hutíes/Saleh, y que pudiera suponer la recuperación del proyecto de establecer un Estado que sea más justo y representativo.

Aunque Arabia Saudí ha proclamado su liderazgo y legitimidad en la esfera internacional, el régimen ha invertido también muchos esfuerzos en justificar la guerra a nivel interno. Al igual que otros países de la coalición bélica, el régimen saudí se ha empleado con mano dura para proteger su manto interno de rectitud imponiendo multas considerables y sentencias de veinte años de cárcel a cualquier nacional saudí que critique la guerra. Bahréin, Kuwait, Jordania y potencialmente otros Estados de la coalición siguieron rápidamente su ejemplo.

Sin embargo, los países de la coalición no están solos en su intento de conseguir el apoyo, o al menos la aquiescencia, de sus poblaciones. Hadi y su gobierno en el exilio, los hutíes y sus partidarios y el resto de facciones con intereses en la política yemení han sido actores importantes en la guerra más larga por la legitimidad que ha estado teniendo lugar en el Yemen: Una guerra anterior a la «Operación Tormenta Decisiva» que fue creando las condiciones políticas que han hecho posible la actual guerra.

El movimiento hutí: De Saada a Sanaa

Ansar Allah, el movimiento que es más conocido como el de los hutíes, tiene sus propias afirmaciones sobre la legitimidad. Cuando en 2010 se inició la revolución, ya llevaban casi una década implicados en una rebelión activa en el norte contra el régimen del entonces presidente Ali Abdullah Saleh. Sin embargo, dejaron de buena gana sus armas y corrieron a Sanaa en autobuses cargados de hombres y mujeres para incorporarse al movimiento no violento en la Plaza del Cambio. Ellos, junto con otros manifestantes, exigieron la dimisión de Saleh y la reconfiguración del Estado de forma más equitativa. El período posrevolucionario incluyó la elección del entonces vicepresidente de Saleh, Hadi, como candidato único -quién continuó gobernando una vez terminado su mandato de dos años en febrero de 2014-, elección que fue seguida por la Conferencia por el Diálogo Nacional (CDN). La CDN representaba un proceso de transición auspiciado por el Consejo de Cooperación del Golfo (CCG), y en ella se invitó a participar a las principales facciones del Yemen, aunque varios dirigentes del movimiento secesionista sureño Hirak la boicotearon desde que comenzó.

Cuando la CDN concluyó, dos representantes hutíes en la conferencia habían muerto asesinados y el movimiento de jóvenes que inició la revolución estaba prácticamente silenciado. Tanto los hutíes como los secesionistas del sur denunciaron los resultados de la Conferencia. La apertura política creada durante la revolución de 2011 para transformar el gobierno y hacerlo más justo y representativo parecía pertenecer al pasado. Las instituciones políticas que Saleh creó para perpetuar su dominio autoritario volvieron a reaparecer indemnes y el mismo Hadi parecía haber pasado la mayor parte del tiempo que estuvo en el poder acumulando cantidades masivas de riqueza. Los hutíes, que habían invertido profundamente en los resultados de la revolución, estaban con toda razón preocupados por la restauración de un statu quo en el que quedaban marginados a nivel político, económico y cultural.

La revolución de 2011 y su rechazo al gobierno de Saleh crearon las condiciones por las que la población yemení se sintió justificada y capaz de desafiar a un sistema político autoritario. La destitución de Saleh y las promesas de la revolución de establecer un Estado verdaderamente democrático dieron a los yemeníes de todas las clases sociales -no sólo a la elite política tradicional- un sentimiento de propiedad de su país y muchas expectativas en su sistema político. Se había creado una oportunidad crucial para romper el statu quo en bien de todos. Pero el período posrevolucionario vio cómo los residuos del régimen de Saleh -incluidos los agentes de Arabia Saudí- gestionaban un proceso de transición que obstaculizaba intencionadamente los objetivos de la revolución y reforzaba las estructuras de poder del antiguo régimen. No es sorprendente, pues, que los hutíes, entre otros, proclamaran que el proceso de transición, la presidencia de Hadi y su gobierno eran ilegítimos.

La experiencia de los hutíes como grupo marginado y su disposición inicial a negociar compromisos y forjar alianzas políticas durante la revolución y en el inmediato período posrevolucionario deberían haberles aportado credibilidad y afirmado en el liderazgo político. Pero cualquier apariencia de apertura política se disipó tan pronto como llegaron al poder. El hecho de que los hutíes hayan gobernado haciendo uso en gran medida de la violencia y represión desde que iniciaron su marcha hacia Sanaa en septiembre de 2014, supuso una especie de bendición para la legitimidad y apoyos a la «Operación Tormenta Decisiva» y al presidente yemení. Hadi, que ha sido por lo demás universalmente vilipendiado como dirigente corrupto e ineficaz, ocupa sin embargo un cargo público que la gente respeta. Por otra parte, se considera a amplios niveles que los hutíes se han apoderado ilegalmente del control del Estado a través de su milicia, con el apoyo de facciones del ejército que aún se mantienen leales a Saleh. Desde entonces, han adoptado duras medidas contra los medios de comunicación críticos; arrestado, secuestrado y torturado a activistas políticos; disparado fuego real contra manifestantes pacíficos; ejecutado a opositores políticos y militares; encarcelado casi a la mitad del liderazgo del partido Islah y a docenas de jóvenes activistas y emprendido un guerra despiadada en Adén que ha masacrado a la población civil y reducido la ciudad a escombros. Han paralizado los ministerios estatales y desmantelado otras instituciones del Estado en feroz respuesta a la corrupción del gobierno. Han creado un clima de exclusividad política al pairo de los antojos de determinados dirigentes hutíes. Y lo más inquietante para muchos yemeníes, los hutíes han encabezado también la idea de un liderazgo político justo que gobierne en nombre de Dios y la religión y pida el regreso del imanato. Si esto, al igual que el eslogan de los hutíes de «Muerte a EEUU, muerte a Israel, maldición sobre los judíos, victoria para el islam», refleja un objetivo político real o es un mero estilo retórico es algo que queda sujeto a debate pero cuyos efectos no son menos reales.

El delito del que se acusa a los hutíes más consistentemente es de haber fundamentado su retórica sectaria marginando a los sunníes y empoderando a los chiíes zaidíes en todas las esferas de los aparatos estatales y militares. No hay duda de que han atacado a sus opositores políticos, que son predominantemente sunníes, incluido Hadi y su gobierno, el Partido Islamista Islah y al-Qaida en la Península Arábiga (AQPA). Está también claro que han promovido al poder a sus propios hombres que, como era de esperar, son zaidíes. Pero la historia del movimiento hutí es la historia de las tribus del gobernorado de Saada y no la de los zaidíes del Yemen. Es una historia de opresión política, económica y cultural no muy diferente a las historias que emanan de otras periferias regionales del Yemen, incluido Yemen del Sur, Hadramawt y la Tihama. Saleh desarrolló formas únicas de represión para cada una de esas poblaciones, especializándose en enfrentar a cada región o grupo social contra el otro, así como a tapar sus compartidas quejas. El régimen de Saleh acusó a los hutíes de ser «agentes de Irán» y rechazó sus legítimas quejas alegando que sólo intentaban hacerse con el poder para imponer el imanato. Los millones de dólares que venían de Arabia Saudí y que se gastaron en apoyar los esfuerzos proselitistas salafíes por todo el Yemen -especialmente en el lejano norte- se sintieron de forma aguda entre los zaidíes de Saada, en particular en el contexto de una brutal campaña militar contra ellos y del reciente poder político del Partido Islamista Islah y de AQPA. Por tanto, aunque no se pueda dudar del agudo incremento del sectarismo en el Yemen durante los últimos años, sobre todo desde que los hutíes marcharon hacia Sanaa, resulta asombroso el alcance en el que los hutíes consideran sus acciones como una consolidación del poder en manos de las familias y tribus de sus partidarios más que una campaña sectaria impulsada ideológicamente. Al haberse convertido el favoritismo tribal en una forma banal de corrupción que han utilizado casi todas las elites dominantes del Yemen, el desafío discursivo ante el statu quo sunní que los yemeníes encuentran tan alienante e inflamatorio resulta más creíble.

[Mapa de los gobernorados del Yemen. Imagen de Golbez/Wikimedia Commons.]

El gobierno yemení en el exilio

Mientras tanto, gran parte del resto del mundo, entre ellos los ciudadanos de los países que forman parte de la «Operación Tormenta Decisiva», apenas puede entender la complicada y cambiante maraña de la política yemení. Pero han demostrado ser una audiencia receptiva ante la narrativa de que los «hutíes» pueden ser sustituidos por «Irán» y de que la guerra no es más que una lucha por el poder regional entre Arabia Saudí e Irán, o peor aún, que es una renovación de la disputa medieval entre sunníes y chiíes. Hadi y su gobierno, o lo que queda de él, han sido siempre los más entusiastas defensores de esta narrativa de «guerra por poderes». El 12 de abril de 2015, Hadi publicó un artículo de opinión en el New York Times cargando toda la culpa de la crisis del Yemen a Irán. La historia que cuenta, y la que apoya el régimen saudí, es que él es el presidente «legítimo», democráticamente elegido, del Yemen. Según esta narrativa, los iraníes, al igual que los titiriteros de los hutíes, derrocaron al gobierno de Hadi en un intento de hacerse con el control del Yemen, un país que comparte una larga e insegura frontera con Arabia Saudí y cuya situación estratégica en el estrecho de Bab al-Mandab le proporciona el control sobre todo el tráfico hacia el canal de Suez. Además, sostiene, la «Operación Tormenta Decisiva» es una campaña legal y moralmente justificada que se inició sólo a invitación del gobierno «legítimo» del Yemen. Que el destituido presidente Ali Abdullah Saleh y las decenas de miles de soldados yemeníes que le son leales hayan proporcionado un apoyo crucial a los hutíes -en una reciente e inesperada alianza- no encaja a la perfección en la narrativa de la «marioneta de Irán», pero sirve para alimentar el argumento de la ilegitimidad de los hutíes.

En el momento de escribir estas líneas, Hadi continúa «gobernando» desde Riad con edictos para el «pueblo» a través de Facebook y del débil poder presidencial que ostenta reorganizando entre sus seguidores -que también han encontrado su camino al exilio en la capital saudí- los nombramientos del gabinete. Mientras el pueblo yemení ríe y llora ante la impotencia e ineptitud del «legítimo presidente» del Yemen, Hadi y sus diputados han jugado sin duda un papel destacado (al menos inicialmente) en el desarrollo de la estrategia política y militar de la «Operación Tormenta Decisiva». Resulta curioso que Arabia Saudí y el gobierno de Hadi no hayan puesto de manifiesto con mayor énfasis el apoyo prestado por los militares yemeníes presentes en Riad, entre los que destaca el general Ali Mohsen. Teniendo en cuenta la campaña militar que tanto ha dependido de la «invitación» e implicación del gobierno del Yemen para evitar acusaciones de unilateralismo ilegal, esa omisión podría explicarse mejor por el grado en el que Arabia Saudí se siente tan proclive a demostrar que puede luchar guerras por sí misma.

La violencia de la guerra y la paz

La campaña militar está ya en su segundo mes y ha causado una catastrófica crisis humanitaria en el Yemen. Arabia Saudí ha atacado infraestructuras esenciales -aeropuertos, carreteras, fábricas y centrales eléctricas- en un país que apenas puede permitirse mantener esas infraestructuras, mucho menos reconstruirlas. Se han atacado objetivos civiles, incluido un campo de refugiados, un almacén de suministros humanitarios de Oxfam, gasolineras, escuelas y edificios residenciales, provocando numerosas víctimas. La campaña ha impuesto un bloqueo marítimo y aéreo en un país donde más de la mitad de su población padece inseguridad alimentaria y se importa la mayor parte de los alimentos, incluido casi todo el suministro de arroz y trigo. El embargo ha causado una escasez de combustible que ha llegado a paralizar prácticamente todas las formas de transporte. Está también dañado el acceso al agua y hay riesgo de que se produzca un parón total en las telecomunicaciones.

A pesar de la creciente cifra de víctimas civiles y de una vida diaria prácticamente insoportable, un sorprendente número de yemeníes apoya la «Operación Tormenta Decisiva». Mucha gente, especialmente quienes han experimentado la guerra con los hutíes en el sur, se muestran políticamente pragmáticos en su apoyo a una campaña militar que ataca a sus rivales políticos. Pero hay otros muchos que tienen una visión menos cínica del papel de Arabia Saudí en el Yemen. Algunos ven a los saudíes como «hermanos» en una larga historia de intercambios culturales, religiosos y económicos, y a Arabia Saudí como el «bastión» árabe contra la influencia iraní. Los menos sentimentales sostienen que la intervención saudí es benigna en comparación con otras intervenciones extranjeras (especialmente la iraní), porque al menos Arabia Saudí está interesada en la paz y estabilidad regionales aunque sólo sea en función de sus propios intereses políticos.

El grado de implicación de Irán en el Yemen en general, y su influencia sobre los hutíes en particular, ha sido objeto de muchos debates. Aunque los gobernantes saudíes han dependido en gran medida de la narrativa de que los hutíes son las marionetas de Irán, los periodistas y representantes de otros gobiernos, incluido EEUU, han manifestado una perspectiva más escéptica acerca del nivel en el que Irán corta realmente el bacalao en Sanaa. No obstante, el debate sobre el grado y efecto de la implicación iraní en Yemen sigue siendo irrelevante ante las críticas a la campaña militar saudí. O peor aún, sirve para desviar intencionadamente la atención del más de medio siglo de influencia saudí en el Yemen con efectos mucho más perjudiciales que la intervención de cualquier otra potencia extranjera. Incluso la Conferencia para el Diálogo Nacional, que debía haber sido el compendio de una revolución que captó los corazones y esperanzas de los pueblos del Yemen, se utilizó tan sólo como herramienta para retrasar el proceso de cambio mientras Arabia Saudí y sus aliados en el Yemen consolidaban su poder y apuntalaban las instituciones autoritarias erigidas bajo Saleh. Sin embargo, no existe debate alguno sobre las largas décadas de intervención de Arabia Saudí en los asuntos yemeníes y su financiación de políticos yemeníes de todos los partidos, incluyendo los que ocupaban los niveles más altos del poder.

La crisis humanitaria hoy existente no se ha originado en la campaña militar sino que es fruto de un régimen político y económico que Saleh creó, Arabia Saudí y EEUU patrocinaron, Hadi perpetuó y los hutíes exacerbaron. Mucho antes de que cayera la primera bomba en el Yemen, se padecía ya una crisis hídrica insalvable, la economía estaba paralizada, el gobierno central en bancarrota y el hambre había hecho su aparición. El papel de Arabia Saudí devastando la economía y manteniendo un régimen político corrupto e ineficaz no ha sido insignificante. Que la unilateral campaña de Arabia Saudí pretenda estar ayudando al pueblo yemení, protegiendo la soberanía de su país y combatiendo la «intervención extranjera» en sus asuntos es si no irónica cuando menos trágica.

Victoria saudí, pérdida yemení

Aunque Arabia Saudí empezara la «Operación Tormenta Decisiva» con la expectativa de que su campaña de bombardeos estilo conmoción y pavor conseguiría la rendición rápida y decisiva de los hutíes y de su aliado Saleh, la campaña ha experimentado ya su primer cambio de imagen. Mientras tanto, los hutíes se mantienen inquebrantables. Aún no está claro si Arabia Saudí saldrá «victoriosa» del Yemen, no obstante su proclamación de la victoria al comienzo de la «Operación Restaurar la Esperanza». Pero cabe también la posibilidad de que Arabia Saudí acabe agotada y en retirada. O quizá, de forma más ominosa, puede que la campaña de Arabia Saudí siga adelante tras los pasos de su tocaya, la «Operación Restaurar la Esperanza» original, una campaña militar estadounidense en Somalia disfrazada con la excusa de «intervención humanitaria». Al igual que hoy Arabia Saudí, el gobierno de EEUU utilizó esa operación como «ejemplo» de su agresivo liderazgo militar, pero las tropas estadounidenses se encenagaron en el conflicto y la campaña acabó de mala manera, dejando en ruinas a Somalia y a EEUU con otro fiasco militar.

Han pasado aproximadamente cincuenta años desde que Arabia Saudí y Egipto invadieron el Yemen para (re)instalar un régimen a su gusto. Esa guerra de la década de 1960 culminó con la derrota del imanato zaidí apoyado por los saudíes, el triunfo de un régimen republicano en el norte del Yemen y la reafirmación de la supremacía militar y política del nacionalismo árabe nasserista (aunque esa victoria resultó efímera). El poder y las alianzas han ido cambiando con el paso del tiempo pero el ímpetu de la intervención sigue siendo el mismo. Tras décadas impulsando el islam político como bastión contra el nacionalismo árabe nasserista y otras ideologías de la izquierda, Arabia Saudí ha surgido como poderoso vencedor. En vez de tramar en secreto acuerdos políticos a puerta cerrada, financiar a apoderados locales o despachar ejércitos de misioneros y emisarios religiosos y culturales, Arabia Saudí le dice hoy al mundo que está afirmando su poder de forma inequívoca y con la autoridad que sólo la «legitimidad» puede conferir.

Si Arabia Saudí llega a proclamar la «victoria» en la presente campaña, el control que sobre el Yemen ha ejercido en las últimas décadas, y que ha tratado de mantener durante el período revolucionario posterior a 2011, se verá reforzado con una beligerancia, prerrogativas y «legitimidad» nunca antes exhibidas. Arabia Saudí está ya adelantando un «Plan Marshall para el Yemen» y hay perspectivas de que permita que el país entre el CCG como retribución por la destrucción causada por sus actuales correrías militares. El sistema autoritario que Arabia Saudí lleva tanto tiempo apoyando, y que trató de salvar cuando se produjo el proceso de transición, se atrincherará mucho más que en la época del régimen de Saleh. Aunque la perspectiva de los petrodólares y de los empleos en el CCG pueda parecer atractiva para un país golpeado por la guerra y que está muriéndose de hambre, la «Operación Restaurar la Esperanza» representa sin embargo otro recordatorio de que Arabia Saudí no ha sido nunca un intermediario honesto de la paz y prosperidad en el Yemen, y sí ha estado en cambio siempre al acecho en la sombra desencadenado las luchas más debilitantes para el país. En el mejor de los escenarios posibles, cuando dejen de lanzarse misiles y las negociaciones por el alto el fuego en Omán o cualquier otro lugar «neutral» hayan acabado, Yemen tendrá que lidiar con las consecuencias de negociar con una impopular milicia rebelde que está fuera de control debido a la mano dura de una potencia imperial que siempre ha hecho cuanto estaba en su poder para subordinar y debilitar al estado yemení. Y como siempre, el precio de ese poder lo pagará el pueblo con sus esperanzas y sus vidas.

Fuente: http://www.jadaliyya.com/pages/index/21538/saudi-arabia-and-the-war-of-legitimacy-in-yemen