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Arabia Saudita, arenas del terror

Fuentes: Rebelión

Cualquier monarquía hoy es una obsolescencia en si misma, que bordea peligrosamente lo absurdo y lo patético, ya nadie que no saque beneficios directos de dicho esperpento histórico lo discute. Hoy los monarcas se han convertido en gerentes de empresas propias u otras que utilizan sus contactos e influencias. Quizás el epitome de esa clase […]

Cualquier monarquía hoy es una obsolescencia en si misma, que bordea peligrosamente lo absurdo y lo patético, ya nadie que no saque beneficios directos de dicho esperpento histórico lo discute. Hoy los monarcas se han convertido en gerentes de empresas propias u otras que utilizan sus contactos e influencias. Quizás el epitome de esa clase de monarcas ha sido el hijo putativo de Francisco Franco, Juan Carlos, quién alguna vez tendrá que explicar por ejemplo, las coincidencias entre sus razones de la traición al pueblo Saharaui y su lucha independentista y sus vinculaciones comerciales con el holding hispano-marroquí que explota el gran banco pesquero frente a las costas saharauis. Uno de los más rico del mundo, con una extensión de más de 150.000 kilómetros cuadrados, con más de doscientas especies de peces, sesenta de moluscos y otras como cefalópodos y crustáceos, además de contar con una extraordinaria riqueza en plancton. El negocio pesquero ha dejado al rey franquista millones de dólares y al pueblo saharaui miles de muertos.

Pero en la ecuación estado y negocios nada se puede comparar a la promiscua mistura del reino/empresa de la familia Saud.

Tras la esperada muerte del rey Abdullah bin Abdul Aziz, que manejó durante veinte años, a su capricho y al de los tres mil miembros de la familia, una de las veinte economías más ricas del planeta, nada extraño se espera que pase en el atrabiliario reino, después de los funerales. El rey Abdullah con sus 91 años fue un testigo privilegiado del vertiginoso crecimiento de su país/empresa, incluso la impronta de ese crecimiento está en su propia vida. Más allá la prefabricada biografía del Abdullah, nada realmente cierto se conoce de sus orígenes. Se cree nació en 1924, ya que ni en algún lugar del Territorio Vacío como llamaban los viajeros de entonces a lo que hoy se conoce como Arabia Saudita.

El extinto rey fue uno de los casi cien hijos de Abdelaziz bin Saud, quien en 1932, con la inestimable ayuda de Inglaterra y Francia, terminó de dominar a las tribus rivales para fundar Arabia Saudita.

Inmediatamente con la muerte del rey Abdullah asumió el trono su medio-hermano, el príncipe Salman, ahora exministro de Defensa, la inmediatez de la asunción se dan para evitar cualquier tipo de tormenta, ya que en el reino/empresa de los Saud, las únicas tormentas que se toleran son las de arena.

Salman es miembro del más exclusivo club del mundo, que se conoce como el clan Sudairi, compuesto solo por siete hermanos Saud, o sus sucesores, hijos de Hassa al-Sudairi, la esposa favorita del fundador de la dinastía Abdelaziz bin Saud. Este clan representa el núcleo duró del poder saudita, y son quienes han manejado férreamente las riendas del estado desde la muerte del fundador en 1953.

Salman, de casi ochenta años, tiene graves problemas de salud; y algunas fuentes afirman que ya ha sufrido un derrame cerebral. Los dos únicos hijos que quedan son el príncipe heredero Muqrin, que tiene sesenta y nueve años y es el favorito a suceder a Salman, ya que su hermano, el príncipe Ahmed, tiene setenta y dos. Cuál será el lugar del otrora poderosísimo príncipe Mohammed bin Nayef, de cincuenta y cinco años, hasta hace días ministro del Interior, quién tras su férrea política antiterrorista la que no ha dejado de provocar centenares de muertos posesionaba al príncipe como el hombre indicado, aunque hoy ha quedado como segundo en la línea sucesoria tras su primo Muqrin.

Otros miles de otros príncipes y princesas ahora tendrán que proteger su estatus dentro de la monarquía.

Pero más allá de que Salman cuente con ese apoyo clave y fundamental, el reino, la casa Saud, se encuentra ciertamente comprometida, como para que el reinado de Salman, sea un bordar y cantar como el de sus recientes predecesores. El mundo es otro y particularmente la región es otra.

La Arabia de los Saud se encuentra comprometida económicamente, tras los malabarismos realizados durante el 2014, para bajar de manera artificial en precio del petróleo, más del cincuenta por ciento desde el mes de junio de 2014, por requerimiento de su principal aliado en el mundo, los Estados Unidos, intentado con esto llevar a la bancarrota a tres enemigos claves: Rusia, Irán y Venezuela; la pugna todavía continúa, aunque no se sabe hasta donde quiere Washington desbarrancar el precio del petróleo.

Riad debió recurrir a sus reservas, que convengamos, no son pocas y pueden soportar estas y otras presiones, sin despeinarse. Arabia Saudita controla una quinta parte de las reservas mundiales de petróleo, unos doscientos sesenta mil millones de barriles, y sus reservas en divisas extranjeras y oro aunque incalculables, deberán cubrir el déficit presupuestario del 2015 que se calcula casi el triple respecto al de 2014.

Más allá de la gran disparidad de riqueza, el desempleo es muy alto, uno de cada tres saudíes está desocupado y dos tercios de los saudíes que trabajan, lo hacen para el gobierno.

Fuego en las fronteras.

Las fronteras sauditas se han complejizado mucho más que su economía. Al norte, en su frontera con Irak, a velocidad de vértigo se esta construyendo un monumental muro, de mil kilómetros de extensión, con cuarenta torres de vigilancia, sensores de movimiento subterráneos, vehículos de vigilancia, y más de una treintena de estaciones de respuesta militar con helipuertos, para evitar la filtración del Estado Islámico, recordemos que Arabia Saudita es el Guardián de los Santos Lugares, la Meca y Medina, los dos lugares más venerados por el Islam. La conquista esos dos sitios para los califados de Ibrahim es uno de sus objetivos claves, lo que por otro lado arrastraría a una guerra santa de la que ningún país musulmán dejaría de participar.

Al sur los Saud no la tienen mejor, tras la renuncia del presidente de Yemen, Abed Rabbo Mansour Hadi, asediado por las brigadas rebeldes chiítas Huttis o Ansar-ullah, (partidarios de Dios), que han tomado la capital Saná y grandes regiones del país.

Yemen, el más pobre de los veintidós países árabes y uno de los más poblados del Golfo, es además base de al-Qaeda en la Península Arábiga (AQPA).

Yemen se ha convertido en un verdadero polvorín, en que una guerra civil larvada, que ya lleva casi tres años, amenaza en encender todo el país.

Arabia Saudita en 2011 pudo evitar, gracias a cientos de millones de dólares transferidos, que en Yemen la primavera árabe terminase contaminando el statu quo, que desde su unificación en 1990 entre el sur socialista y el norte pro occidental, transitara sin muchos altibajos.   Hasta que Estados Unidos, en el marco de su Guerra global contra el Terrorismo, comenzó a atacar con drones diferentes objetivos que por lo general fueron familias de pastores, provocando gran número de muertos civiles, ocultados por el gobierno, pero a así y todo la indignación ha puesto al país prácticamente en pie de guerra contra los Estados Unidos y todo lo que los represente como los sauditas. Más la tensión entre chitas y sunitas, la presencia de AQPA y el Estado Islámico, conforma un coctel listo a estallar en cualquier momento.

Otro de sus vecinos, la Sultanía de Omán también está viviendo turbulencias políticas debido a la grave enfermedad (cáncer de colom) del Sultán Qaboos bin Said, que ha gobernado durante cuarenta y cinco años; su posible muerte abre un sinfín de combinaciones políticas en el pequeño y extremadamente rico sultanato que podría trasmitirse a los lindantes saudí. En Bahrein tras el pasó de la primavera árabe, contenida gracias a los refuerzos enviados por los sauditas y al-Qaeda, ha dejado en la población cierto anhelo de venganza. El rico emirato de Qatar sufrió un sofoco económico importante en el 2013, gracias al gigantesco apoyo material que brindó a los mercenarios que combatían en Siria obligando al emir Hamad Bin Khalifa al Thani a abdicar a favor de su hijo Tamim, que está intentado dar una mano de cal al enchastre de su padre.

Al este, los Saud tienen la omnipresencia de su más acérrimo enemigo, Irán, que se ubica apenas a ciento ochenta kilómetros golfo Pérsico de por medio; y al oeste del otro de lado de los doscientos cincuenta kilómetros del mar Rojo, el Cuerno de África, Etiopia, Eritrea, Yibuti y Somalia, una de las regiones más pobres y convulsas del mundo, abastecedora de mano de obra semi esclava y militantes para los grupos radicales como al-Qaeda y Estado Islámico.

El credo del mal.

Tras la caída del Sha de Irán en 1979, los Saud pasaron a convertirse en los amigos predilectos de los Estados Unidos en la región. Por esa razón los Estados Unidos miran para otro lado cuándo se crítica la política de derechos humanos de la familia Saud, que es ninguna.

Utilizando con creces los principios del wahhabismo, un movimiento religioso radicalmente intransigente, intolerante, incompatible con cualquier otra estructura religiosa, incluso del sunísmo clásico, de donde proviene o política, lo que permite a los Saud haberse mantenido como una monarquía absolutista y feudal, institucionalizada desde hace casi doscientos cincuenta años.

La lectura absurda del Corán no solo ha dado sustento ideológico al reino/empresa sino también a los grupos más radicales como al-Qaeda y Estado Islámico. El wahhabismo fue creado por Mohammed ben Abdel Wahhab en el siglo XVIII, además de la religión oficial de Arabia Saudita, es la de Qatar y del Emirato de Sharjah (miembro de los Emiratos Árabes Unidos).

La visión del Corán de Abdul Wahhab (1703-1792) que escapando de la Meca encontró ayuda de Mohamed Ibn Saud, un líder tribal del Nejd, quién incluso se casó con un a hija de Wahhab. La alianza fructificó en la construcción de una secta religiosa hecha a medida para las necesidades políticas de Mohamed Ibn Saud. El wahhabismo es la ley fundamental del estado y el rey debe ser el guardián de esas normas. Este corpus ideológico, que ha fundado la actual monarquía Saudí establece desde el principio, como ley inapelable, que solamente los descendientes de Mohamed Ibn Saud le sucederán.

El nombre oficial del wahhabismo es «Salaf as-Salih«, traducido como «la forma correcta de actuar en función a las enseñanzas de píos predecesores». Por ello, los miembros de este movimiento prefieren autodenominase como salafistas.

La religión oficial saudita intenta, al igual que el modelo de la Democracia norteamericana, que quién no entienda según su interpretación es factible de ser invadido, conquistado y masacrado. Los Estados Unidos cuentan con su vocación «democrática» con los SEALS y el wahhabismo con la Sharia, como fuerza disuasiva. Su alianza es tan intima y profunda como la de Israel.

Arabia Saudita, al igual que otras naciones que aplican la ley islámica o sharia, no tienen Código Penal y son los jueces los que interpretan con amplia libertad las normas criminales, por lo tanto el reino saudita es el país con más ejecuciones en el mundo árabe.

A partir de 1938, cuando se descubren los yacimientos de petróleo, comienza la expansión de los Saud y su religión hecha a medida por el resto del Islam, aunque hasta hoy sigue siendo muy minoritaria.

La mutawein o policía religiosa, cuyo mandato es asegurar la observancia y promoción de «la Virtud y la Prevención del Vicio» de las costumbres islámicas, está autorizada a detener y castigar públicamente a cualquiera que se considere haber faltado alguna de las estrictas normas.

Cada viernes, día santo musulmán, los turistas visitan la plaza conocida como la plaza de As-Sufaat (Deira Square) conocida también como Chop-Chop Square o plaza de los hachazos ya que en ella se efectuaban las ejecuciones publicas en la mañana después del Salátul Dhuhur u oración del mediodía. La chop chop Squire es parte de la exótica visita a Riad, allí a la vista de locales y extranjeros, a manera de advertencia, se llevan a cabo las ejecuciones de las penas, desde la amputación de una mano derecha a los ladrones hasta decapitaciones y crucifixiones a la vista. Una vez cumplida la orden del juez, se anuncia los motivos de tal castigo que van de hurtos menores, violación, adulterio, robos, a asesinatos. Homosexuales, traficantes de droga e incluso bloogeros o a quienes hayan cometido faltas a las estrictas leyes religiosas, son quiénes reciben las peores penas.

Los sauditas fueron los primeros sostenedores de los talibanes en Afganistán en su lucha contra la Unión Soviética, recordemos que el inefable Osama bin Laden era saudita.

Los petrodólares de los Saud también levantaron infinidad de madrazas o escuelas coránicas de corte wahhabita especialmente en Pakistán, Afganistán y norte de la India de donde emergieron muchos de los jóvenes que hoy componen organizaciones vinculadas a al-Qaeda o el Estado Islámico.

Pero los Saud tuvieron que demostrar con hechos fácticos su lealtad a Washington, no alcanzaba los grandes negocios petroleros a senadores y gobernadores estadounidenses; los Bush son solo un nombre de una larguísima lista. Además de haberse convertido en un muro infranqueable que evita cualquier agresión a Israel, han financiado por intermedio del ubicuo príncipe Bandar al-Sultan infinidad de operaciones alrededor del mundo, tal cual la CIA lo había programado, desde el escándalo Irán-Contras en que muchos de los dólares sauditas, un millón mensual, se usaron para comprar armas para la contra nicaragüense; sostuvieron a Irak en su guerra con Irán, además de sostener a principio de los ochenta, en Italia, una intensa actividad contra el entonces Partido Comunista; el príncipe Bandar financió a los grupos neofascistas en diferente atentados, incluso el de la Estación de Bolonia que dejó ochenta y cinco muertos y doscientos heridos. Colaboró también en las guerras de los Balcanes en los noventa, en la caída de Muammar Gaddafi y prácticamente no hay lugar en el mundo en que tenga presencia el terrorismo salafista o no que Arabia Saudita no se encuentre involucrada, honorando su alianza con los Estados Unidos e Israel.

Una manera de pagar protección por posibles agresiones de grupos radicales o potencias como Irán.

Arabia Saudita se ha convertido desde hace décadas en el desierto del mal y mientras le siga sirviendo a los intereses imperiales lo seguirá siendo. 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.