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Arafat

Fuentes: La ventana

Representó, por décadas, al pueblo palestino. Fue su rostro, su voz. También su espada. Le dio unidad y le hizo sujeto de la política mundial. Nadie como él juntó tragedia y esperanza. Amargos fueron los últimos años. Prisionero en su cuartel de la Muqata, en Ramala, sufrió, uno tras otro, los vejámenes israelíes. Prefirió ese […]

Representó, por décadas, al pueblo palestino. Fue su rostro, su voz. También su espada. Le dio unidad y le hizo sujeto de la política mundial. Nadie como él juntó tragedia y esperanza.

Amargos fueron los últimos años. Prisionero en su cuartel de la Muqata, en Ramala, sufrió, uno tras otro, los vejámenes israelíes. Prefirió ese lento martirio antes que regresar al exilio.

En el encierro y la humillación su salud se quebrantó. Superviviente de todas la guerras y decenas de atentados, se consumió en una resistencia gandhiana. Por no dejar su Palestina.

En Israel celebran su muerte. Contemplar el entierro del Rais les llenó de júbilo. Como si con Arafat hubiera muerto la causa palestina. La OLP estallará en pedazos. Perecerá sola.

Recuerda, la de Arafat, otra muerte injustamente prematura. Ho Chi Min no vio la derrota norteamericana en Vietnam. Murió seis años antes, en 1965. Pero la guerra fue continuada.

Suele la muerte acrecentar ideas y lucha de los grandes hombres. Sucederá con Arafat, que resumió en vida la lucha inevitable de un pueblo desterrado. Muerto seguirá dándole rostro.

Ha muerto Arafat. No su causa. Que lo recuerden quienes cantan victoria prematuramente.