En Argentina el conflicto hispánico iniciado en julio de 1936 se convirtió, a efectos prácticos, en una confrontación política interna. Millones de residentes en el país lo vivieron como algo propio, se vieron impulsados a pronunciarse sobre la guerra y a desarrollar múltiples acciones solidarias.
Muchxs percibieron una estrecha relación entre sus convicciones y las causas que defendían en el terreno nacional. Y actuaron en consecuencia. Otros, que no participaban habitualmente en las confrontaciones políticas, se vieron impulsados a tomar partido.
Lo hicieron ante la magnitud del impacto que provocó el alzamiento del grueso del ejército español contra un gobierno civil, seguido a poco andar por la puesta en marcha de una poderosa maquinaria de guerra, con el decisivo auxilio de las potencias fascistas.
No eran circunstancias propicias para la indiferencia o la neutralidad, buena parte de la población no se refugió en una o en la otra, sino que experimentó la necesidad de definirse, e incluso de actuar, en función de sus convicciones. Fueron amplia mayoría los que lo hicieron en contra de la alianza entre reaccionarios ibéricos y dictaduras fascistas.
La repercusión del conflicto hispano fue enorme.
Entre 1936 y 1939, los diarios argentinos reflejaron de continuo los sucesos de la guerra, que a menudo aparecían en tapa. Los partidos políticos, los sindicatos y las organizaciones de la sociedad civil crearon redes de solidaridad que alcanzaron a todo el territorio nacional, en articulación con las asociaciones de las colectividades de españoles y con las delegaciones oficiales representativas de la República.
Las consignas y la lucha de los republicanos en España contribuyeron a definir y a poner en escena los problemas locales, producidos por la política de fraude, proscripciones, persecución, represión y restricción a la participación que caracterizaron a los gobiernos argentinos de la década de 1930.
Durante casi tres años los debates y campañas políticos argentinos fueron puestos bajo el signo de la lucha entre la democracia y el fascismo, ese era el sentido que muchos asignaban a la guerra española.
Para las corrientes más radicalizadas, en cambio, lo que alumbraba era una revolución proletaria que la reacción local e internacional (amén de los “pseudorrevolucionarios”) procuraba aplastar, lo que los llevaba también a comprometerse con la causa española con sumo entusiasmo. Anarquistas y trotskistas participaban de esta visión.
La muy numerosa colectividad española, de entre un millón y medio y dos millones de personas, para una población total del país de doce millones, era un factor importante para que la conmoción que emanaba el conflicto en nuestras tierras se ampliara; distaba de ser el único.
La repercusión interna de la guerra era expandida en particular por las organizaciones obreras y los partidos de izquierda. De por sí propensos a un involucramiento fuerte con las causas consideradas justas en diversas partes del mundo, a partir de sus principios internacionalistas. La contienda española los sacudía de un modo especial, articulando la proximidad cultural con la confluencia ideológica.
Se sumaba la resistencia al régimen político antidemocrático que imperaba en Argentina. El del presidente Agustín P. Justo era un gobierno de ideas conservadoras, con un barniz de liberalismo político, desleído a cada paso por la práctica generalizada del fraude electoral.
Esos gobiernos mantenían un enfoque represivo hacia el movimiento obrero, que incluía la reclusión en prisiones del Sur, la deportación en virtud de la llamada Ley de Residencia, las torturas en la Sección Especial de la policía, el mantenimiento en la ilegalidad del Partido Comunista y de organizaciones anarquistas como la FORA.
El gobierno de Justo propició medidas restrictivas para las manifestaciones públicas, que iban en contra de las convocatorias de solidaridad con la República. Las autoridades limitaron la actividad de las organizaciones prorrepublicanas. En septiembre de 1936 se prohibió en Buenos Aires la realización de asambleas o mítines políticos al aire libre, limitándolos sólo a salas cerradas, y previa autorización policial.
El enfrentamiento con una situación de tales características desde posiciones de izquierda, era pasible de ser relacionada con la lucha contra la reacción en Argentina. Aunque el gobierno argentino no podía ser definido como fascista, sí era considerado no democrático, y por eso enemigo de la República española.
Se lo acusaba con justicia de tratar con guantes de seda a los partidarios de la España “nacional”, y al mismo tiempo ser muy reticente en sus relaciones con los “rojos”.
¡Todo para España!
La guerra impulsó a distintos fuerzas políticas de izquierda a manifestarse a través de la organización de asociaciones y redes de solidaridad, las declaraciones de apoyo al gobierno republicano, el envío de dinero, alimentos, ropa y equipos sanitarios, así como la salida de voluntarios para sumarse a la lucha.
Todo el territorio nacional se vio sembrado de comités de ayuda a la República, orientados a la solidaridad con los defensores del gobierno legítimo. Estos organismos de base se multiplicaron con extraordinaria rapidez bajo nombres diversos: Comités de Ayuda al Pueblo Español (CAPE), Comités Populares de Amigos de España, Juntas Pro Socorro y Reconstrucción de España, Comités de Ayuda a España leal.
Se fueron expandiendo por todo el territorio argentino hasta llegar a contar con filiales en casi todos los barrios de las ciudades más importantes y en numerosas localidades del resto del país. En 1939 había más de mil comités esparcidos por toda la geografía nacional.
Las acciones fueron muy diversas, desde el envío de dinero para pagar raciones alimenticias a los soldados, hasta la compra y remisión de ambulancias para los servicios sanitarios.
Distintas corrientes ideológicas y organizaciones tuvieron diferentes iniciativas, desde la venta de cigarrillos marca Leales por la Federación de Sociedades Gallegas hasta el envío de un medicamento contra las infecciones elaborado por estudiantes de química, que impulsaron los anarquistas. Los comités llegaban a establecerse hasta en los pequeños pueblos de provincia, donde se organizaron colectas basadas en la producción primaria local, como granos o algodón.
Cualquier militante con mínimas dotes de orador podía conseguir un auditorio vibrante de entusiasmo por la causa española y estimular así el flujo de donaciones en dinero o en especie.
Socialistas, comunistas y anarquistas, perseguidos, y en los dos últimos casos ilegalizados, encontraron en la solidaridad con el pueblo español un carril muy eficaz para manifestarse en la esfera pública. La consigna del “frente popular” o la de la “revolución social” se agitaron como pocas veces en las calles de Buenos Aires y otras ciudades de Argentina. Todo parecía poco a la hora de aportar a la derrota del fascismo.
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