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El potencial revolucionario del arte

Armas de deconstrucción masiva

Fuentes: CounterPunch

Traducido para Rebelión por Germán Leyens

«A mi juicio los artistas son los verdaderos arquitectos del cambio,
y no los legisladores políticos que implementan el cambio después de los hechos.»
–William S. Burroughs

En un reciente artículo, el cineasta serbio Emir Kusturica – único director que ha recibido dos veces la Palma de Oro, declaró:

«El cine de Hollywood fue más poderoso que la vida en los años cuarenta y cincuenta. En la actualidad, es más débil que la vida. Si se compara el cine estadounidense de los años cuarenta y los cincuenta con el de ahora, es devastador. Te preguntas: ‘¿Ha progresado realmente la humanidad de un modo tan estúpido, idiota?’ Mi problema no es sólo que hagan películas malas. Ni siquiera incluyen a seres humanos. El único criterio que vale para ellos es la boletería, y cuando la boletería es tu criterio, no puedes hablar de cine en serio.»

Podría haber agregado los años treinta… porque fue cuando Katherine Hepburn desafió irreverentemente la moda y la convención social, evitando las fajas, enaguas, medias, portaligas y tacones altos considerados «normales» para las mujeres de su época. Hepburn usaba pantalones. Incluso se puso zapatillas. En el Hollywood de los años treinta, una conducta semejante era considerada escandalosa… por no decir más. Sus jefes en RKO llegaban a requisar los pantalones de sport de Hepburn… en la esperanza de obligarla a ponerse una falda. Impertérrita, Kate vagaba por el estudio llevando sólo su ropa interior. Llegó a imponerse… le devolvieron los pantalones.

Kusturica no tenía que limitar sus comentarios a Hollywood. Ubicados en la era de Celine Dion y de «American Idol,» podríamos preferir el recuerdo de «Strange Fruit», que comenzó como poema… escrito en los años 30 por un maestro judío del Bronx llamado Abel Meeropol, después de ver una fotografía de un linchamiento. Bajo el seudónimo «Lewis Allan,» Meeropol le puso música al poema y lo vio presentado por primera vez en una reunión del sindicato de maestros. Cuando Barney Josephson, el gerente de Cafe Society, un popular club nocturno desegregado de Greenwich Village, escuchó «Strange Fruit,» organizó una reunión entre Billie Holiday y Meeropol. Después de una vacilación inicial, Lady Day quiso grabar la canción pero su casa de discos se negó. Su persistencia llevó la canción a una marca especializada y Holiday comenzó a presentarla regularmente en shows en vivo en 1939. Su interpretación apasionada de «Strange Fruit» presentó a públicos blancos poderosas imágenes de racismo, desigualdad y crímenes motivados por el odio… imágenes que ya no podían ser ignoradas.

Poco después de que Holiday introdujera «Strange Fruit,» Charlie «Bird» Parker (1920-1955), nacido en Kansas city, provocó una revolución musical en Nueva York de mediados de los años cuarenta. Bautizado «bebop», el estilo de Bird se basó en innovaciones anteriores de intérpretes como Coleman Hawkins y Lester Young. Armado de un vocabulario y de un estilo musicales revolucionarios, Parker se unió a leyendas del jazz como Dizzy Gillespie, Bud Powell, Thelonious Monk, Charlie Christian, Kenny Clarke, y Miles Davis… convirtiendo a Harlem en la capital del jazz del mundo y cambiando la música para siempre.

Por cierto, se podría describir el sonido de Parker como rápido. Se podría explicar que el bebop introdujo rítmicamente improvisaciones asimétricas y un nuevo vocabulario tonal. También se podría hablar del uso de «novenas, onceavas y treceavas» o «acordes rápidamente implicados» o tal vez de «nuevas variantes de acordes alterados y de sustituciones de acordes».

Para el intuitivo Bird, sin embargo, fue «sólo música». Dijo que todo lo que hacía era «tocar limpio y buscar notas bonitas».

Los que no tocaban limpio en esa época eran los pintores de la Escuela de Acción de Nueva York. Cuando Jackson Pollock chorreó su camino hasta la portada de Life Magazine, Willem De Kooning dijo simplemente: «Rompió el hielo.» En eso está la rebelión. Pollock y sus contemporáneos abstractos expresionistas pintaron lo que sentían con poca preocupación por las reglas o las convenciones o el entendimiento crítico. Cuando un crítico escribió que las pinturas de Pollock carecían de principio y fin, el pintor respondió: «No quiso hacer un cumplido, pero lo fue».

Otro contemporáneo de Pollock fue Marlon Brando… y cuando subió a la escena con su camiseta blanca en 1947, revolucionó la actuación estadounidense. «Estalló en nuestras conciencias con una camiseta desgarrada, barboteando, refunfuñando, con el ceño fruncido, llamando a gritos a ‘¡Stel-la!’ como Stanley Kowalski en ‘Un tranvía llamado deseo’ de Tennessee Williams, primero en Broadway, después en la película», escribió Lawrence Grobel en su libro «Conversations with Brando.» «Desde el inicio, Brando desató un poder bruto nunca visto antes en la pantalla».

O, como dijera Jack Nicholson hablando de Brando: «Nos dio nuestra libertad.»

Una libertad semejante no es sólo revolucionaria, es amenazante para algunos. No fue por coincidencia que el macartismo apareció poco después de las rupturas artísticas mencionadas. El que el culto de las boleterías se haya impuesto actualmente es, en gran parte, una respuesta reaccionaria ante la revolución artística desarrollada en los años sesenta y setenta… desde el cine de la Nueva Ola al Arte Pop, el rocanrol y el punk.

«El rocanrol me resultó revolucionario», dice la madrina del punk, Patti Smith. «Las canciones eran armas».

Armas de deconstrucción masiva, las llamaría yo.

«Quisiera ser como Paul Revere,» le dijo Smith a William S. Burroughs en 1979. «Eso lo era todo para mí. Quería ser como Paul Revere. No quería ser un gigantesco gran héroe; no quería morir por la causa. No quería ser una mártir. Todo lo que quería es que la gente se despertara».

Si te cuesta reconciliar las raíces revolucionarias de Patti Smith con sus recientes esfuerzos políticos, más ajustados al ambiente general, bueno, lo mismo le pasa a la mismísima Smith.

«Si ese rocanrol se ha convertido en otra cosa es culpa de todos», dice. «Todos tenemos que responsabilizarnos. No puedes decir ‘Tuve que hacerlo, porque la gente del marketing dijo que lo hiciera’. Es culpa del artista. Es culpa de MTV. Todos somos culpables de haber olvidado que el rocanrol es un arma tan grande y poderosa.»

También somos culpables de haber olvidado los versos de «This Land is Your Land» (La respuesta radical de Woody Guthrie en 1940 a la sacarina de Irving Berlin en «God Bless America»)

«Iba caminando y vi un letrero.
Y ese letrero decía «No pasar».
Pero por el otro lado no decía nada.
Ese lado es tuyo y mío.

En las plazas de la ciudad, a la sombra del campanario,
Cerca de la oficina de la asistencia social, veo a mi pueblo.
Y algunos gruñen y algunos se preguntan
Si este país sigue hecho para ti y para mí.»

Y no olvidemos tampoco las palabras garabateadas sobre la guitarra de Woody: «Esta máquina mata fascistas».

Como dice Ani DiFranco: «A veces canto por la guerra que combato / Porque cada instrumento es un arma si lo sujetas bien.»

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Mickey Z escribe actualmente un libro sobre temas relacionados: «»50 American Revolutions: People’s Patriotism Since 1776,» que será publicado por Disinformation en el otoño de 2005. Se le encuentra en la Red en http://www.mickeyz.net.