Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
Las bombas de racimo están de nuevo al orden del día en las noticias gracias a un reciente informe de Amnistía Internacional.
La agencia por los derechos humanos ha confirmado que 35 mujeres y niños murieron asesinados tras el último de los ataques contra un supuesto escondite de al-Qaida en el Yemen. Se trató inicialmente de enterrar la historia de la forma que fuera, y el Yemen negó oficialmente que los civiles murieran como consecuencia del ataque del 17 de diciembre contra al-Majala, en el sur del Yemen. Sin embargo, ha sido sencillamente imposible ocultar lo que ahora se considera la mayor pérdida de vidas como consecuencia de un solo ataque estadounidense en el país.
Si las víctimas civiles fueran en efecto un error de cálculo por parte del ejército de EEUU, no habría ya ninguna duda sobre el hecho de que la munición de racimo es un arma demasiado peligrosa como para utilizarse en la guerra. Y ciertamente que jamás deberían usarse en zonas civiles. Las bajas humanas que provoca son demasiado grandes como para poder encontrar una justificación a las mismas.
No sólo es el Yemen. Gaza, Líbano y Afganistán son también ejemplos descarnados de las indecibles pérdidas y sufrimiento causados por las bombas de racimo. Mientras tanto, el impenitente ejército israelí no se detendrá siquiera a considerar el uso de bombas de racimo en áreas civiles. En vez de eso, está sopesando formas para hacerlas «más seguras». El Jerusalem Post informaba el 2 de julio que el ejército «ha puesto en marcha recientemente una serie de pruebas alrededor de un componente de esas bombas que ha sido especialmente diseñado con un mecanismo autodestructivo que reduce espectacularmente la cifra de artefactos explosivos sin detonar». Durante la carnicería israelí contra el Líbano del verano de 2006, Israel lanzó millones de bombas de racimo, sobre todo en el Sur del Líbano. Además de la inmediata devastación y de los muertos, los explosivos sin detonar continúan causando víctimas civiles en el Líbano, la mayoría de ellas entre los niños. Docenas de vidas perdidas desde el final de esa guerra.
En Gaza, el mismo terrible escenario se repitió entre 2008 y 2009. Sin embargo, al contrario que en el Líbano, los atrapados palestinos de Gaza no tenían lugar alguno donde escapar.
Ahora Israel está anticipando otra guerra con la resistencia libanesa. En preparación de la misma, hay ya una campaña de relaciones públicas en marcha. Busca convencer a la opinión pública de que Israel está haciendo cuanto puede para evitar víctimas civiles. «Como consecuencia de los daños colaterales y de la condena internacional, y frente a un potencial nuevo conflicto con Hizbollah, el ejército israelí se está dedicando a fabricar la ‘bombita’ M85, creada por las Industrias Militares Israelíes (IMI, por sus siglas en inglés), de propiedad estatal», informaba el Jerusalem Post.
Por supuesto, los amigos de Israel, especialmente aquellos que aún no han ratificado el Convenio contra las Bombas de Racimo, estarán encantados con los éxitos iniciales de las pruebas del ejército israelí. A causa de las presiones existentes para que firmen el acuerdo, a esos países les preocupa tan sólo ofrecer una versión «más segura» de los actuales modelos de bombas de racimos. Esto ayudaría no sólo a mantener los inmensos beneficios que genera este negocio moralmente repugnante, también confían en acallar así las creciente críticas de la sociedad civil y de otros gobiernos del mundo.
En diciembre de 2008, EEUU, Rusia y China, entre otros, enviaron un terrible mensaje al resto del mundo. Se negaron a participar en la firma histórica del tratado que prohibía la producción y uso de bombas de racimo. En un mundo plagado de guerra, ocupaciones militares y terrorismo, el hecho de que las grandes potencias militares se hubieran implicado en firmar y ratificar el acuerdo habría indicado -aunque no fuera más que simbólicamente- la voluntad de esos países de evitar las injustificables muertes de civiles y las duraderas cicatrices de la guerra.
Por fortuna, la negativa no impidió completamente alcanzar un acuerdo internacional. El incesante activismo de muchos individuos y organizaciones con conciencia hicieron que se llegara a buen puerto en Oslo, Noruega, el 3 y 4 de diciembre, cuando 93 países firmaron un tratado que prohibía ese tipo de armamento.
Por desgracia, aunque no resultó sorprendente, EEUU, Rusia, China, Israel, la India y Pakistán -un grupo que incluye a los mayores fabricantes y usuarios de armas- ni asistieron a las negociaciones de Irlanda en mayo de 2008 ni mostraron interés alguno por firmar el acuerdo de Oslo.
La mayoría de los países que han firmado los acuerdos no están implicados en ningún conflicto activo militar. Tampoco se benefician de forma alguna de la lucrativa industria de las armas de racimo.
El tratado fue el resultado de la intensa campaña de la Cluster Munition Coalition (CMC), un grupo de ONG. CMC está determinada a seguir adelante con su campaña para conseguir llevar más países al buen redil.
Sin la implicación de los productores más importantes y de los usuarios activos de esas bombas, la ceremonia de Oslo fue en gran medida simbólica. Sin embargo, no hay nada simbólico en el dolor y amargas pérdidas sufridas por las muchas víctimas de las bombas de racimo. Según el grupo Handicap International, la tercera parte de las víctimas de las bombas de racimo son niños. Igualmente de alarmante es que el 98% del total de víctimas sean civiles. El grupo estima que alrededor de 100.000 personas han sido mutiladas o asesinadas por las bombas de racimo en todo el mundo desde 1965. A diferencia de las armas convencionales, las bombas de racimo siguen activas durante muchos años, atrayendo a los niños con su aspecto llamativo. A menudo los niños confunden las bombas con dulces o juguetes.
Recientemente llegaron de Holanda noticias esperanzadoras. Maxime Verhagen, Ministro de Asuntos Exteriores, instó a la Cámara de Representantes de su país a que ratificara el convenio que prohíbe la producción, posesión y uso de esa munición. La prohibición no deja lugar a ninguna confusión en las interpretaciones y le traen sin cuidado los experimentos del ejército israelí.
En su discurso, Verhagen afirmó: «Las bombas de racimo son poco fiables e imprecisas y su uso supone un grave peligro para la población civil… Años después de que un conflicto haya terminado, la gente -especialmente los niños- puede caer víctima de la parte de la munición que no detona de las bombas de racimo».
Hasta la fecha, han firmado el acuerdo 106 países y lo han ratificado 36, y entrará en vigor el próximo 1 de agosto, a pesar del hecho de que los grandes actores mundiales se nieguen a formar parte de él.
El impulso de Holanda es realmente un paso en la buena dirección pero queda aún mucho más por hacer. La responsabilidad recae también en las sociedades civiles de los países que todavía no lo han firmado o no lo han ratificado. «Lo único necesario para que el mal triunfe es que los hombres (y las mujeres) de bien no hagan nada», dijo Edmund Burke. Esto es realmente así en el tema de las bombas de racimo, al igual que en cualquier otro aspecto donde los derechos humanos sean violados o ignorados.