Traducido para Rebelión por LB
Es viernes, el fin de semana musulmán, y la familia Sharif aguarda el momento culminante de su semana: pollo para el almuerzo. En la desnuda cocina de su casa del superpoblado campamento de refugiados Beach, Amal Sharif, de 45 años, se inclina sobre una olla humeante de maftoul -pollo guisado con cuscús- mientras que el más joven de sus 10 hijos corretea alrededor presa de la excitación. El pollo -este grande cuesta 13 euros- es un manjar que sólo se degusta una vez por semana. El resto del tiempo la familia subsiste básicamente merced a las donaciones de harina, arroz y aceite que reciben de las Naciones Unidas y a pequeñas donaciones en efectivo. Los niños piden fruta, un lujo imposible, y la familia lleva un año sin probar la carne.
Durante 18 años, su marido, Adal Sharif, de 47 años, se ganó bien la vida trabajando para una empresa de transporte en Israel. Aquello terminó en 2000, cuando Israel encerró a los habitantes de Gaza tras rejas y muros despues de comenzar la segunda Intifada.
Su siguiente oficio -pescador- terminó cuando los israelíes destruyeron su barco durante las tres semanas de guerra de Gaza de 2008-2009. Sosteniendo un rosario en una mano y un cigarrillo en la otra, Sharif explica: «Mis ingresos han disminuido el 100%. Cuando no tienes dinero todo es muy caro«.
Su lucha diaria para alimentar a su familia desmiente las declaraciones realizadas esta semana por funcionarios israelíes en el sentido de que no hay crisis humanitaria en Gaza. Desde que Israel lanzó el sangriento asalto contra la flotilla que intentaba socorrer a la sitiada Franja de Gaza, Tel Aviv ha insistido reiteradamente en que esa misión era redundante.
Sin embargo, los alimentos apilados en los mercados -frutas, verduras, frutos secos, dulces, incluso conejos vivos- son inaccesibles para la mayoría de los habitantes de la Franja y ocultan un complejo panorama marcado por el aumento de la pobreza, el auge de la economía paralela y la creciente ira de los habitantes de Gaza ante el exhaustivo control que Israel ejerce sobre sus vidas cotidianas.
Los artículos que los israelíes permiten o prohíben introducir varían constantemente en función de criterios desconcertantes y caprichosos. A los habitantes de Gaza les resulta difícil comprender por qué los israelíes prohíben introducir cilantro pero permiten pasar canela, por qué a los niños les niegan los juguetes y a los propietarios de automóviles las piezas de recambio.
«Hace dos semanas prohibieron introducir café en grano«, dice Raed Fatouh, que coordina con los israelíes [el tránsito de productos] en los puntos de cruce. «Les llamé y me dijeron que no podía permitir el ingreso de café en grano, solo de café molido«. La razón, dijo, es que el café en grano requiere ser molido y eso podría ser calificado como actividad industrial.
«Ocurre lo mismo con la mantequilla. Si viene en bloques de 20 kg. los israelíes no la dejan pasar porque tiene que ser cortada. Pero sí permiten que pase la mantequilla ya cortada en pequeñas porciones. Los israelíes prohíben la entrada de cualquier producto que pueda dar trabajo a una pequeña empresa«.
La ayuda alimentaria básica está autorizada. Ocho de cada 10 habitantes de Gaza dependen de la ayuda, y esta semana los puntos de distribución situados alrededor de la ciudad de Gaza estaban haciendo un negocio mucho mayor que las tiendas de comestibles.
En un almacén gestionado por la UNRWA (agencia de la ONU para la ayuda al refugiado), Dina Aldan, de 22 años, hace cola en medio de una multitud de mujeres vestidas con jilbabs negros, sosteniendo en la mano su tarjeta de racionamiento y a su bebé de cinco meses, Najwan. A través de una ventanilla del almacén le entregan una bolsa de plástico transparente para su familia de cinco miembros: dos botellas de aceite de cocina, 3 kg. de azúcar, 3 kg. de arroz, una bolsa de leche y una lata de carne de cordero. Los 30 kg. de harina a los que Aldan tiene derecho requerirían a alguien de brazos más fuertes.
«Recibo estos suministros cada tres meses, pero sólo me duran una semana«, dice. «Tengo que ir al mercado a conseguir otros alimentos, pero todo está muy caro, la calidad no es buena y muchas cosas no las puedo conseguir«.
Su marido, un empleado del vidrio, trabaja un día de cada 10. Los israelíes destruyeron su casa en la guerra de Gaza y ahora el alquiler drena los ingresos familiares.
Para Dina Aldan y para muchos como ella resulta difícil elegir entre llevar la ayuda a casa o venderla a los comerciantes que esperan en el exterior del almacén.
La ONU dice que no hace un seguimiento de lo que los beneficiarios de la ayuda hacen con ésta, pero reconoce que los pobres tienen muchas necesidades que les cuesta satisfacer. «La muerte lenta de la economía de Gaza significa que algunos de los más pobres se han visto reducidos a bregar en un sistema medieval de trueque sin dinero«, dice un portavoz de la ONU, Chris Gunness.
La otrora próspera economía legal de Gaza ha sido suplantada en gran medida por la importación ilegal de mercancías de contrabando a través de túneles desde Egipto.
A simple vista parece que este mercado paralelo, que se calcula que proporciona empleo a unas 200.000 personas, está cubriendo satisfactoriamente las necesidades de la población.
Israel señala la amplia gama de artículos disponibles en las tiendas de Gaza. Pero los clientes y tenderos gazatíes cuentan una historia diferente.
En una bien surtida tienda de alimentación de la ciudad de Gaza, Abu Hassan, de 62 años, estudia detenidamente sus cuentas, esparcidas sobre el mostrador. Su familia es propietaria de la tienda desde hace 50 años, pero el negocio nunca ha estado peor.»¿Cuántos clientes ha visto usted entrar en la tienda en el tiempo que lleva usted aquí?«, pregunta. «Ni uno solo«.
Dice que los productos traídos por los túneles son muy caros y de mala calidad. Muestra un paquete de galletas egipcias, aplastadas dentro de sus envolturas. Tuvo que desechar toda la remesa sin recibir ninguna compensación por parte de sus distribuidores. «No hay nada que pueda hacer, lo pagué por adelantado«, dice.
Cerca de allí, Walid Naim, de 42 años, hace gestos en dirección a las pilas de televisores de alta definición, licuadoras, microondas, lavadoras, neveras, alisadores de pelo y aspiradoras almacenadas en su empresa familiar. «Todo viene de los túneles«, dice al tiempo que sorbe café árabe de una minúscula tacita de porcelana. «Antes ganábamos dinero, pero ahora la gente no tiene dinero para comprar mercancías«. Los apagones eléctricos de hasta ocho horas al día tampoco ayudan. «¿Para qué comprar aparatos eléctricos si no los puedes usar?«, pregunta Naim encogiéndose de hombros.
«El mundo no entiende la crisis de Gaza«, agrega su hermano, Wissam, de 35 años, sobre el telón de fondo de los generadores cuyo eterno ronroneo forma parte de la banda sonora de Gaza y provocan dolor de cabeza. «El mundo entero nos está castigando«.
Se ha sugerido que tras el furor internacional provocado por el asalto a la flotilla de ayuda Israel podría aliviar el bloqueo para permitir el ingreso de más ayuda alimenticia en la Franja de Gaza.
Sin embargo, el asedio de Gaza no se refiere solamente a paquetes de harina o a botellas de aceite de cocinar, por importantes que sean estos productos.
El sistema de salud está en crisis, dice la ONU, con una grave escasez de equipo médico. La ONU es incapaz de reparar las escuelas dañadas por los israelíes en la guerra de Gaza, o de construir otras nuevas para hacer frente a la explosión demográfica. Papel, pupitres y otros útiles escolares básicos son difíciles de obtener.
Y el impacto del asedio trasciende los elementos materiales para convertirse en un aislamiento psicológico. «También estamos en estado de sitio mental –estamos desconectados del resto del mundo-«, dice el economista Omar Shaban.
Los analistas y las organizaciones de ayuda rechazan las negativas israelíes sobre la existencia de una crisis humanitaria en Gaza.
«La gente piensa que Gaza es como Darfur», explica Shaban. «Es completamente diferente. No es que falten alimentos, sino que está aumentando el número de personas que no pueden permitirse el lujo de comprar alimentos. Se trata de una crisis humanitaria«.
Su argumento es respaldado por Gunness. «Ésta no es una crisis subsahariana. Es una crisis generada por motivos políticos y que tiene graves consecuencias humanitarias«.
De regreso al revoltijo de construcciones de bloques del campo de refugiados de Beach, Adal Sharif medita sobre el futuro de su numerosa prole. «No soy optimista«, dice, retorciendo las cuentas de su rosario. «Pero le pido a Europa que presione a Israel para que levante el bloqueo, para que permita a mis hijos vivir y saborear la libertad«.
Gaza en cifras
• Índice de desempleo: 44%
• Ocho de cada 10 habitantes de Gaza dependen de la ayuda exterior.
• El número de personas incluidas en la categoría de «pobres de necesidad» (incapaces de alimentarse a sí mismos o a sus familias) ha pasado de 100.000 a 300.000 en los últimos 12 meses.
• El PIB per cápita pasó de 2.500 dólares en 1998/99 a 600 dólares el año pasado.
• Se estima que unas 20.000 personas trabajan en la industria de los túneles.
• Oxfam calcula que la semana pasada los israelíes permitieron la entrada a 631 camiones con suministros humanitarios. Esa cifra representa el el 22% de la media semanal (2.807 camiones) vigente antes del bloqueo israelí.
• La semana pasada entraron en Gaza 871 toneladas de gas para cocinar, la mitad de la cantidad semanal normal.
• Esa semana la central eléctrica de Gaza entregó 1,063 millones de litros de combustible industrial, tan solo el 30% de los 3,5 millones de litros necesarios semanalmente.
Fuente: http://www.guardian.co.uk/
rCR