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Entrevista con Judith Butler

«Aspirar a lo imposible»

Fuentes: opendemocracy

En política, a veces lo que parece que nunca ocurrirá en realidad empieza a suceder, se prepara el terreno para la transformación. Judith Butler habla del conflicto israelí-palestino y de su reciente libro Parting Ways: Jewishness and the Critique of Zionism. Judith Butler, profesora de Retórica y Literatura Comparada en Maxine Elliot Se utiliza actualmente a […]

En política, a veces lo que parece que nunca ocurrirá en realidad empieza a suceder, se prepara el terreno para la transformación. Judith Butler habla del conflicto israelí-palestino y de su reciente libro Parting Ways: Jewishness and the Critique of Zionism.

Judith Butler, profesora de Retórica y Literatura Comparada en Maxine Elliot

Se utiliza actualmente a Judith Butler para lanzarle acusaciones inverosímiles. Entre otras cosas le han llamado «idiota útil» de los antisemitas, partidaria del terrorismo y -ese viejo clásico- una judía que se odia a sí misma.

Este tipo de denuncias rara vez se dirigen contra los filósofos postestructuralistas. Sin embargo, la profesora del Instituto Maxine Eiliot en el Departamento de Literatura Comparada de la Universidad de California tiene un tipo especial de renombre dentro de la academia. Su trabajo sobre el conflicto, el sexo y el Estado-nación ha transformado radicalmente la manera en que pensamos acerca de la sociedad.

Y a diferencia de la mayoría de los teóricos, habla también públicamente sobre el sensible punto de vista en un tema profundamente polémico como el del antisionismo judío. Debido a esto, cada movimiento público de Butler es analizado y perseguido por la censura. Su conferencia de febrero de 2013 en el Brooklyn College sobre el movimiento de Boicot, Desinversión y Sanciones tuvo una reacción particularmente ruidosa. La tensión que le provocó, me dice, la llevó a dejar de pronunciarse por un tiempo.

Parting Ways: Jewishness and the Critique of Zionism es la respuesta de Butler a los que colocan el antisionismo fuera de los límites aceptables de la oratoria judía. Con la intención actualizada del secretario de Estado estadounidense John Kerry de revivir la solución de dos Estados en Israel-Palestina, cuestiona qué tipo de soluciones son objeto de debate. Desafiando la pobreza imperante de la visión, Butler ofrece en cambio un sistema ético de lo que significa ser judío como hecho significativo en las relaciones entre ambas partes del conflicto.

Argumentando a favor de una forma de binacionalismo, sugiere que pasar de la «segregación» a la «convivencia» -no importa lo ambivalente o rebelde que sea- es un mejor enfoque ético para Israel-Palestina. La transformación radical a la que apela exige un trabajo de la sociedad en si y para si: toda convivencia genuina requiere un cambio personal y social en el tratamiento de las poblaciones marginadas.

Esta no es una solución romántica. «Las personas que esperan que la enemistad se convierta de repente en amor, probablemente están utilizando el modelo equivocado», dice Butler, «vivir con un otro puede crear descontento, desdicha, contradicciones, incluso estar lleno de antagonismos, pero todo eso no puede significar en la esfera política recurrir a la expulsión o el genocidio. Y esa es nuestra obligación».

Cuando nos encontramos, Butler parecía cansada. Su postura es difícil y es vulnerable ante las malas interpretaciones intencionadas. La profesora que se defeine como un «yo consciente intelectual situado en la marginalidad», sin embargo ha entrado en las líneas de fuego políticas de uno de los conflictos más importantes de nuestro tiempo.

En la introducción de Parting Ways usted dice, acertadamente, que por supuesto tiene una historia personal, una historia familiar de pérdida durante el régimen nazi y que tal vez le gustaría explorar que algún punto, pero que aquí no es relevante, ¿por qué no?

Bueno, es un problema. Yo no tengo un apellido judío, pero es debido a lo que sucedió en la inmigración. La familia de mi madre fue asesinada en Hungría a principios de 1940 y crecí con ese conocimiento y con una buena cantidad de desbordamiento traumático en mi familia de origen. Por un lado digo eso y me da credibilidad, ¡oh! es una judía que en realidad creció como judía y de hecho una sobreviviente del Holocausto de segunda generación.

Pero ¿debo hacer un reclamo de eso? ¿Me da más legitimidad? Si es así también me enoja mucho. ¿Por qué tengo que hacer un reclamo? Yo no quiero venderme de esa manera. Quiero que mis argumentos sean buenos sobre la base de lo que realmente tengo que decir. Me sitúo en este problema como una judía que no quiere ser representada por el Estado de Israel, un Estado que pretende representar a todo el pueblo judío y me convierte en una ciudadana. De todos modos estoy segura de que no me dejará serlo.

¿Tal vez si se arrepiente?

Sí, una buena narrativa de conversión me conseguiría algún «mmm… no es el camino por el que va a ir, quería señalarlo pero no explotarlo». Pero aunque no lo hubiera señalado de ninguna forma seguiría siendo un problema. La gente tiene que saber quién soy y de dónde vengo.

Muy a menudo, cuando llega la pregunta: «¿Bueno, es usted sionista?» si dices que no, se supone que deseas la destrucción del Estado de Israel y que estás implicado en algún ataque violento real o potencial. Pero, en realidad, se podría decir: «No sobre esta base».

Nací sionista, porque no tenía otra opción. Fue la atmósfera de mi vida familiar, pero ciertamente rompí con ella cuando hice más preguntas al respecto. Y eso no significa que quiera ver la destrucción de un pueblo, significa que quiero ver una estructura estatal que encarne de manera más sustancial los principios básicos de la democracia.

¿Por qué el tema de la convivencia es un hilo tan importante a lo largo del libro?

JB: Algunos políticos israelíes han propuesto transferir a los palestino de lo que actualmente se llama Israel a los territorios ocupados a Jordania o a otros países árabes con la idea de que no se mezclen los israelíes y los palestinos ni las comunidades palestinas y las comunidades judías.

La idea de una separación absoluta me parece lamentable. Y del mismo modo, si nos fijamos en algunos términos  de los textos básicos de Hamás, encontramos la famosa llamada a lanzar a los israelíes al mar. La mayoría de los palestinos, sobre el terreno, dicen que por supuesto no es eso lo que quieren pero Hamás no ha hecho una declaración pública en ese sentido. Hasta que no se retiren esas palabras, seguirán siendo nocivas.

Estoy tratando de pensar qué sucedería si sacamos de la mesa de negociaciones el concepto de expulsión de ninguna de las poblaciones y en cambio pensamos en los derechos de los que ya fueron expulsados, que incluirían los derechos de los refugiados que llegaron a Israel a raíz de Segunda Guerra Mundial, también los de otros países, y los derechos que tienen los palestinos por haber sido despojados de sus tierras y sus hogares.

Necesitamos un conocimiento jurídico y político del derecho de los refugiados, mientras tanto no ocurre nada con un grupo que origina una nueva clase de refugiados -no se puede resolver un problema de los refugiados mediante la producción de un nuevo y potencialmente mayor problema-. Mientras lo que se entiende como una regla básica, que me parece lógica y clara, podría ser también un punto de partida para reflexionar sobre la convivencia.

Edward Said pensaba que había alguna esperanza para el binacionalismo en el hecho de que, aunque la historia de despojo y destierro de los judíos es muy diferente de la historia de despojo y destierro de los palestinos, ambos tienen experiencias recientes y dolorosas que pueden permitir que lleguen a un entendimiento sobre los derechos de los refugiados, o de lo que puede significar vivir con historias de ese tipo que les afectan a ambos.

En medio de la discusión sobre la convivencia usted dice: «Seguramente el binacionalismo no es amor, pero podríamos decir que hay allí una unión necesaria e imposible que se burla de la identidad, una ambivalencia que surge del descentramiento del ethos nacionalista y que constituye la base de una demanda de control ético permanente». Entonces existe una exigencia ética de que no elegimos con quién convivimos, y también que si eso produce una ambivalencia, es simplemente algo que tenemos que aceptar.

Así es. Las personas que esperan que la enemistad se convierta de repente en amor probablemente están utilizando el modelo equivocado. Creo que a lo que Hannah Arendt se refería cuando dijo que «no podemos elegir con quien convivimos en el mundo» es que todas las personas que habitan el mundo tienen derecho a estar aquí en virtud de su mera existencia. Estar aquí significa que usted tiene el derecho a hacerlo.

El punto al que se refiere, por supuesto, es que el genocidio no es una opción según el derecho. No esta bien decidir que una población entera no tiene derecho a vivir en el mundo. No importa si estas relaciones son muy próximas o muy distantes, no existe el derecho a borrar ua una población o a degradar su humanidad básica.

¿Qué significa entonces vivir unos con otros? Puede que no sea gozoso, puede ser miserable, también puede ser contradictorio, incluso puede estar lleno de antagonismos, peroa todo eso se puede dar cauce en la esfera política sin recurrir a la expulsión o el genocidio. Y esa es nuestra obligación, salir de la furia asesina que tenemos.

Para extrapolar levemente, si los israelíes aceptaran esta ambivalencia, ¿sería una manera de pensar transformadora?

Bueno, creo que algunos realmente hacen. Hay espacios comunes donde existe cierta convivencia entre la gente, donde comparten vecindad. En Haifa hay comunidades enteras que están más o menos integradas. Pero por supuesto eso es con los palestinos israelíes, aceptados en su mayor parte en algunos tipos de cooperación, así como ellos aceptan la ciudadanía de segunda clase.

Tenemos que hacer una crítica de los modos de cooperación que perpetúan la desigualdad. Queremos modos de coexistencia o solidaridad -algunos lo llaman convivencia- que aspiren a la transformación en todos los aspectos, para lo que necesitamos una verdadera igualdad política y económica, acabar con la ocupación y llegar a una manera razonable de honrar el derecho al retorno.

¿Es Parting Ways un llamado a la transformación?

Creo que sí. Hay tres llamados básicos que parece que vienen de los activistas y académicos palestinos que han estado trabajando en este tema desde hace mucho tiempo. El primero es el de establecer una base constitucional firme para la igualdad de todos los ciudadanos, independientemente de su religión, su origen étnico o su raza.

La segunda llamada es a acabar con la ocupación, que es ilegal y la extensión de un proyecto colonial. Considero que tanto Cisjordania como Gaza estan colonizadas, a pesar de que Gaza no está ocupada de la misma manera que Cisjordania. El gobierno israelí y el control militar de todas las mercancías que entran o salen de esa zona han restringido el empleo y el material de construcción que permitiría a los palestinos reconstruir sus casas y las estructuras por los bombardeos.

La tercera llamada es probablemente la más controvertida, pero yo creo que hay que dedicarle una gran cantidad de ideas para ver cómo se materializa el derecho al retorno y cómo podría honrarse ese derecho, ya sea por medio de «reasentamientos» o de compensaciones. Algunos planes incluyen un retorno a las áreas donde la gente vivió pero no necesariamente a las casas donde vivía.

Pero las personas que se convirtieron en apátridas por la ocupación militar tienen derecho a la repatriación, y entonces la pregunta es a qué Estado, en qué forma de gobierno y en qué zona. Los que han sufrido el despojo de sus bienes tienen derecho a una indemnización de algún tipo. Estas son las leyes internacionales básicas.

En el capítulo final cita un poema de Mahmoud Darwish que dice «una vida posible es la que quiere lo imposible». Usted describe esto como una paradoja, ¿podría explicarlo?

Bueno, hay personas que creen en la realpolitik y dicen: «Nunca habrá un Estado, nunca habrá igualdad, nunca habrá paz … no se engañe. Si quiere ser político sea concreto e intente ver qué ajustes se pueden hacer en el régimen actual».

Entonces, ¿qué significaría vivir en un mundo en el que nadie tiende una mano a la posibilidad de la igualdad política fundamental o a lograr un cese total de las prácticas coloniales, si nadie se hubiera propuesto que todo eso es posible? La gente se burla cuando se habla del derecho al retorno. Estuve en una reunión con los palestinos y los israelíes, donde la gente decía: «Eso nunca ocurrirá». Y yo digo, bueno, así que no se tratará en la mesa de negociaciones».

En política, a veces lo que parece que nunca ocurrirá en realidad empieza a suceder, se prepara el terreno para la transformación. Y tiene que haber personas que luchan por eso y que aceptan que son idealistas y que están bregando por los principios en lugar de la realpolitik. Si no existen los ideales entonces toda nuestra sensibilidad política se corrompe por este proceso.

Y tal vez uno de los trabajos de la teoría o filosofía es elevar los principios que parecen imposibles, o que tienen el estatuto de lo imposible, estar firmes en ellos y desearlos, incluso cuando parece muy poco probable que alguna vez se realicen. Pero eso está bien, es un servicio.

¿Qué pasaría si viviéramos en un mundo donde no hubo gente que lo hizo? Sería un mundo empobrecido.

Corrección: Este artículo se ha actualizado para reflejar el hecho de que Judith Butler ya no está en el Departamento de Retórica de la Universidad de California.

Ray Filar es editor asociado de Transformation y periodista freelance. Sus escritos se han publicado en The Guardian, The Times y New Statesman, entre otros. Se trata principalmente de políticas feministas, políticas queer, (sub)cultura y otras luchas políticas. Tiene una maestría en Estudios de Género de la Universidad de Cambridge. Se puede contactar en Tweets@rayfilar y su blog es: http://rayfilar.blogspot.co.uk/

Fuente: http://www.opendemocracy.net/transformation/ray-filar/willing-impossible-interview-with-judith-butler

rCR