Cuando se fue a vivir a El Cairo, la politóloga argentina Carolina Bracco comenzó la investigación de un tema -las bailarinas en el cine egipcio- que en su momento pensó limitado. Apenas un recorte algo inocente de una realidad más amplia pero que excedía su investigación -quiso justificar en términos académicos-; una realidad que hasta […]
Cuando se fue a vivir a El Cairo, la politóloga argentina Carolina Bracco comenzó la investigación de un tema -las bailarinas en el cine egipcio- que en su momento pensó limitado. Apenas un recorte algo inocente de una realidad más amplia pero que excedía su investigación -quiso justificar en términos académicos-; una realidad que hasta entonces estaba fuera de su alcance.
«Fue mi puerta de entrada al estudio de los feminismos en Medio Oriente. Me di cuenta que no podía hablar de las bailarinas egipcias sin hablar del imaginario social construido en torno a ellas; que no podía hablar de las bailarinas en general sin hablar sobre cómo se aplican las políticas de los gobiernos de la región a través de los cuerpos de las mujeres; que no podía hablar de las egipcias sin ver qué pasaba con las mujeres del resto de los países donde se consumían los productos cinematográficos de Egipto», explicó Bracco sobre los orígenes de la investigación.
Desde entonces comenzó a sumergirse en un tema amplio, complejo, en el que condicionamientos diversos se entretejen y configuran la realidad de una región en ebullición. Descubrió, primero, que el término feminismo no resultaba muy amigable en los oídos de las mujeres de la región, y que el concepto feminismo islámico –surgido en la década del 90 y existente fuera de Medio Oriente- era apenas uno de los varios movimientos de mujeres que había allí como respuesta al fundamentalismo, para revisar y reinterpretar los textos sagrados del islam. Entendió, además, que se trataba de un mundo que había sido construido adrede como una otredad, y que esa construcción formó parte de la ideología de la conquista: que esos pueblos eran inferiores, que no sabían gobernarse por sí mismos y que había que llevarlos por el camino de la civilización. Aprendió, también, que «los árabes» son los pueblos de los 22 países que hablan el idioma árabe, y que esta lengua está atravesada por una religión, que es el islam, pero que las combinaciones son múltiples.
«Si bien son identidades que se solapan, no es lo mismo y hay que tratar de distinguir. Hay árabes musulmanes, hay árabes cristianos, hay árabes judíos», aclara, como preámbulo a las respuestas que forman parte del presente diálogo.
-¿Es posible hacer una relectura del Corán en clave feminista?
-Es lo que hace el feminismo islámico: una red que existe fundamentalmente en el sudeste asiático y entre migrantes actualmente en Occidente, que surgió de un encuentro que se hizo en los años 90 como respuesta a los movimientos islamistas de la región, al fundamentalismo y a la violencia contra las mujeres. La idea es releer los textos sagrados para entender que existe una interpretación tendenciosa de los mismos. En la mayoría de las religiones los clérigos son hombres -el islam no es excepción- y a lo largo de los años esto derivó en una práctica muy negativa para la vida de las mujeres. Cuando se hace esta relectura, se ve que las mujeres de la época en la que surge el islam, en el Siglo VII de la era cristiana, eran mujeres con una gran posibilidad de agencia, con muchos derechos que las mujeres de otras partes del mundo no tuvieron hasta entrado el Siglo XX, como el derecho a la herencia o al divorcio, entre otros.
-¿Esta relectura habilita una discusión de la sharía o ley islámica ?
-En el mundo árabe hay que partir de una cuestión básica que es que la codificación legal -civil y penal- está hecha siguiendo los modelos europeos, mientras que la vinculada al Derecho de Familia se hace siguiendo la sharía. Esto, sin embargo, plantea una realidad muy diversa: hay códigos de Familia que, por ejemplo en el caso de Túnez, son muy progresistas y, en el caso de la vecina Argelia, son muy regresivos. Allí las mujeres son tratadas como menores de edad. Y también están los casos con códigos completamente regresivos, como el de Arabia Saudita, donde las mujeres recién ahora están pudiendo empezar a conducir automóviles pero siguen siendo víctimas de un sistema de tutelaje masculino extremo. Son esas legislaciones tan opresivas para las mujeres lo que las feministas del mundo árabe intentan modificar.
-Está muy extendida la idea de que la sumisión de las mujeres del Medio Oriente responde a cuestiones de su cultura y de su religión. ¿Cuánto tiene de cierto esto?
-Creo que se trata de una escencialización que no permite ver la verdadera realidad de las mujeres. Las mujeres en todo el mundo estamos atravesadas por diversos factores y distintas opresiones, que tienen que ver con lo político, con lo económico, con los intereses extranjeros en nuestros países, etcétera. Por eso digo que atribuir la opresión de la mujer en Medio Oriente sólo a la religión es racista. Sobre todo porque si observas con detenimiento la realidad del mundo árabe se ve que los principales problemas que tienen las mujeres son la ocupación extranjera, las crisis económicas y la represión política. La mayoría de los países árabes hoy están gobernados por gobiernos autocráticos y represivos. Y hay otro componente racista en ese concepto que es que el trasfondo es que ellas no se pueden expresar. En vez de escuchar lo que dicen las mujeres de Medio Oriente, hablamos por ellas.
-¿Entonces las mujeres de Medio Oriente no se sienten oprimidas por el islam?
-Puede que haya mujeres que se sienten oprimidas por la religión, pero no es la situación con la que al menos yo me he encontrado durante mi investigación en la zona. Por el contrario, yo encontré que el problema no es el islam, sino el patriarcado. Y me pregunto por qué no podemos usar las categorías con las que reflexionamos sobre nuestras sociedades para ampliar un poco el debate. No pensar que ellas están oprimidas porque su sociedad es así. Porque es una idea que lleva a pensar que se trata de condiciones ininmutables: siempre va a ser así, es lo natural. Las sociedades son móviles, dinámicas, y las realidades sociales cambian permanentemente. Muchas de las cuestiones que pensamos como intrínsecamente pertenecientes a la cultura islámica, en realidad se fueron desarrollando más adelante en la historia y con el tiempo, y no tienen que ver con una cuestión cultural o religiosa, sino con cómo se fueron desarrollando esas sociedades en términos políticos y en conexión con otras sociedades de la época.
-Esto de los cambios en las sociedades es muy visible en varios países de la región en los que a mitad de siglo XX las vestimentas femeninas, por ejemplo, eran muy parecidas a las occidentales. ¿Qué pasó en la segunda mitad del siglo que modificó la situación?
-Ese fenómeno está vinculado en primer lugar a lo que se llamó ‘procesos de modernización’: proyectos europeos aplicados a países de Medio Oriente con la idea de modernizar a las mujeres. Había surgido de la idea -que era parte del discurso colonial- de que los países estaban atrasados porque sus mujeres estaban atrasadas. Entonces había que ser modernos porque este era el camino inevitable hacia el futuro. Comenzó en las décadas del 20 y del 30, y ya a mediados de siglo, con los procesos de independencias, se reforzó el discurso de la nueva mujer, que era el ama de casa educada. Esto fue una tendencia mundial, no sucedió sólo en Medio Oriente. A esta nueva ciudadana se le pidió que salga a trabajar y se le dieron nuevos derechos para acceder a la educación, pero siguió atada a la legislación de familia. Si bien incorporaron posibilidades de agencia -de estudio, acceso a cargos en empresas o en la función pública- siguen atadas en el ámbito doméstico o privado al tutelaje masculino. Esto explica, en parte, por qué los derechos de las mujeres en el Medio Oriente en general forman parte de un terreno más amplio, donde se disputan otras cuestiones.
-¿Qué pasó con ese modelo de mujer en Medio Oriente?
-En los años sesenta va a impactar en el mundo árabe la política de los países del llamado tercer mundo, los movimientos de los no alineados, el nacionalismo de Gamal Abdel Nasser en Egipto y la revolución argelina, entre otras cosas. Hubo un auge social del que las mujeres fueron parte -esto en la revolución argelina fue muy patente- pero cuando se lograron las independencias sus reclamos fueron dejados de lado. A mediados de la década del sesenta comienza un punto de no retorno marcado por la revolución islámica en Irán, la derrota de los países árabes en la Guerra de los Seis Días contra Israel y por la ocupación de Afganistán. Entonces comienza un fuerte proceso de islamización, que fue posible por el fracaso de los discursos nacionalistas, panarabistas y modernistas. Se empieza a instalar la idea de que «hay que volver a nuestra identidad religiosa», contra el imperialismo norteamericano, contra toda ocupación extranjera. Una idea que es antiimperialista pero al mismo tiempo está fomentada financieramente por Arabia Saudita y los países del Golfo, que son los más conservadores. Y que surge para hacer frente, a su vez, a las ideas de izquierda que habían surgido sobretodo en las universidades, y que sus protagonistas identificaban con el marxismo.
-¿Qué implicó, concretamente, la islamización?
-La islamización de las sociedades que comienza en esa época se da en simultáneo con un proceso de liberalización de las economías de la región. De pronto el islam aparece como una alternativa con fuertes factores identitarios con los que la gente se podía relacionar, y es así donde el uso del velo se empieza a ver como un fenómeno más extendido. Esto es interesante porque el velo se puede ver como un símbolo de opresión, por supuesto, pero también como un símbolo de resistencia cultural. Muchas mujeres de hecho dicen eso, que para ellas es un símbolo de identidad cultural. Y el velo es, a su vez, una forma legítima de transitar el espacio público. Esas mujeres que ya estaban trabajando y yendo a la universidad gracias a la modernización se encuentran de pronto con que su presencia en el espacio público es cuestionado. Entonces para defender su presencia en público y, también, para ser respetables y dignas de matrimonio se ponen el velo. Este proceso consiste en una retradicionalización de las sociedades que, una vez más, se proyecta en los cuerpos de las mujeres. Es un proceso económico, político, cultural, social, y no solamente religioso.
-Algunas dicen que en la actualidad estamos atravesando una ola feminista. ¿Tiene este proceso un impacto entre las mujeres árabes?
-Lo primero que hay que decir es que, en general, entre las mujeres de la región hay una fuerte reticencia a la palabra feminismo, porque está visto como un proyecto imperialista y occidental. Y la verdad, para mí, es válido. Y es entendible si se lee cómo a lo largo de los años se ha utilizado el feminismo y los derechos de las mujeres para negociar otras cuestiones. Pero la movilización de las mujeres es difícil. Su participación en las revueltas de la llamada Primavera Árabe, en el año 2010 y 2011, por ejemplo, fue pagada con un alto costo. En muchos países su aparición en el espacio público terminó con ellas siendo víctimas de testeos de virginidad, de violaciones masivas, de asesinatos; es decir, violencia sexual y violencia a secas. Y, pese a todo, en el proceso se les dio visibilidad a sus reclamos. Es cierto que la Primavera Árabe no fue motivada por demandas de género y que el poder, después, se reconfiguró una vez más en términos patriarcales, o mejor dicho paternalistas. Sin embargo, lo que si surgió de las revueltas es el nacimiento de nuevas organizaciones y redes de mujeres que están visibilizando, cada vez más, sus demandas.
-Es decir que la Primavera Árabe fue el punto de inflexión, más que las movilizaciones de mujeres que estamos viviendo en otras partes del mundo.
-Sí. Creo lo importante son estas redes y espacios de y para las mujeres que surgieron. Hubo una gran movilización que en 2013 que se llamó la Intifada de las Mujeres Árabes, unos cuantos años antes que el #MeToo y que fue una movida similar en la que la idea era empezar a contar sus experiencias de violencia de género. Eso dio pie a una visibilización mediática que antes no existía. Porque otra cosa que sucede es que en Medio Oriente y en el mundo Árabe es esta obsesión por no dar una mala imagen al mundo. Lo que si es interesante es que eso se trascendió, y hay muchas mujeres que están empezando a hablar. Muchas de ellas viven en el extranjero, y es lógico, tienen otros privilegios que les permiten alzar la voz. Es válido y para celebrar. Por ejemplo, estas chicas que se están escapando de Arabia Saudita. Lo vienen haciendo hace rato, pero ahora tienen visibilidad y lo logran. Esto refleja que es otro momento el que estamos viviendo, por supuesto también gracias a la tecnología y a las redes sociales. Creo que en parte lo que ellas piden es poder conversar con una feminista estadounidense y que no le quiera dar cátedra de cómo se tiene que liberar. El feminismo tiene esa cuestión, en punto colonial, y por eso hay que descolonizarlo, para sacarle ese bagaje que, quiero creer yo, en América Latina es diferente. Y eso nos puede dar un terreno común para dialogar desde otro lugar.
-¿En este momento en qué situación está el proceso que comenzó con la Primavera Árabe?
En este momento estamos viviendo una etapa contrarrevolucionaria y reaccionaria muy poderosa, en la cual nuevamente los derechos -no sólo los de las mujeres- están siendo vulnerados. Todos los días tenemos en Egipto, en Arabia Saudita, en Yemen noticias que dan cuenta de retrocesos en materia de derechos. Sí hay hoy un proceso interesante desarrollándose en Argelia. Junto con Sudán, son dos de los países en los que los patriarcas de antaño resistieron la Primavera Árabe, por diferentes motivos. En Argelia, a mediados del Siglo XX, las mujeres participaron muy activamente de la revolución, y después básicamente y textualmente les dijeron que se vayan a la casa. Ahora, nuevamente están participando y sí con demandas de género, porque justamente, siguen siendo ciudadanas de segunda. Entonces vuelve esta frase que decían las chilenas durante la época de Pinochet: «La democracia en las calles y en la cama». Porque el problema es que el ámbito interno y privado en estos países sigue siendo un ámbito de completa desigualdad. El planteo es: ‘¿De qué nos sirve que se vaya el tirano si para mi nada va a cambiar?’ Y esto importa, porque las mujeres que vemos manifestándose hoy en Argelia lo hacen bajo amenazas de muerte, bajo amenazas de que les van a rociar la cara con ácido, y todo tipo de cosas horribles. Esto también habla de un punto de no retorno. Creo que se está mirando con mucha atención lo que ya sucedió en el resto de los países y se está buscando un camino distinto.
-¿Qué pasa con las mujeres en Siria, uno de los países más afectados después de la Primavera Árabe?
-Lamentablemente, en Siria lo que empezó como un levantamiento terminó de la manera más brutal y terrible para su población. En muchas poblaciones las mujeres fueron víctimas, por ejemplo, de violaciones masivas por parte de los milicianos del Estado Islámico. Esto sucedió tanto en Siria como en Irak. Y hay otro tema, que aún persiste, y son los campamentos de refugiados: esos espacios son focos de violencia de género, de trata de blancas, de violaciones. Son el mayor problema humanitario en términos de género de la actualidad. Allí hoy hay mujeres que intercambian sexo por comida -cuando tienen el margen para que sea un intercambio-. La otra cara de la moneda es el Confederalismo Democrático impulsado por las kurdas en Rojava, que creo que es el único proyecto real en términos políticos que se dio en el contexto de la guerra civil en Siria. Pero lo que hay que ver es qué pasa ahora, que es un secreto a voces que Bashar al Assar tiene nuevamente el poder en Siria. Es probable que el régimen vuelva reforzado.
-También ha habido experiencias interesantes, como la Constitución democrática que surgió en Túnez después de las revueltas.
-Sí, se podría decir que Túnez es el único país que salió «victorioso» de la Primavera Árabe, al menos en principio. Porque salió con una Constitución que fue producto de un acuerdo entre dos sectores, y que en principio iba a llevar a un proceso de democratización mayor. Sin embargo, hay cuestiones bastante contradictorias. Un problema del país son los militantes que están volviendo de combatir con el Estado Islámico, que son muchos. Estos militantes que vuelven buscan islamizar una de las sociedades históricamente más laicas del Medio Oriente. En Túnez, durante el proceso de independencias, el presidente Habib Bourguiba llevó adelante un proceso de modernización y secularización. Cosas similares sucedieron en Turquía e Irán en el mismo periodo. Implicó la abolición del velo, la prohibición de la poligamia, e incluso la legalización el aborto, que en Túnez es legal desde 1973 hasta los 3 meses de embarazo con sólo presentarse en un hospital.
-¿Cuál es la situación regional del aborto?
-Túnez y Turquía son los dos únicos países donde el aborto es legal. En el resto de los países hay causales, como en Argentina, lo cual no implica legalización. Pese a todo, lo que me parece interesante es que es un problema concebido de forma diferente, porque el aborto no está condenado socialmente como está acá. Yo conocí muchas chicas en Egipto y otros países, con velo y todo, que me decían sin problemas «ah sí, yo me hice tres abortos».