Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
La esencia de la política occidental en Oriente Medio no ha cambiado desde la invasión de Iraq liderada por Estados Unidos en 2003.
Un manifestante escapa del humo delos gases lacrimógenos durante las protestas antigubernamentales en la zona de Karbala, al sur de la capital iraquí, Bagdad
Cuando la pasada semana se le pidió al secretario de Defensa de los Estados Unidos, Mark Esper, que corroborara la afirmación del presidente Donald Trump de que el líder del grupo Estado Islámico (Daesh) Abu Bakr al-Baghdadihabía muerto «gimoteando y llorando» mientras corría por un túnel, contestó que no podía hacerlo: «No dispongo de esos detalles».
Como alguien que no ha visto nunca acción en su vida y observabaesa snuffmovie de imágenes tomadas desde helicópteros, Trump sintió la necesidad de embellecer el drama de lo que sucedía bajo tierra. O tal vez el comandante en jefe consiguió esas citas exclusivas del «maravilloso» perro que las Fuerzas Especiales de la Marinamostraron después de lo deBaghdadi.
Ahí se estaba evidenciando una cuestión que ya nos resulta familiar. Cada vez que matan a un líder de Al-Qaida o del Daesh, Occidente comete el error de declarar terminado el problema, sin considerar o reconocer el contexto y las condiciones que permitieron que figuras anteriormente insignificantes alcanzaran poder y protagonismo.
¿Misión cumplida?
Fantasear sobre el fin de al-Qaida y del Daesh en términos que conllevan ecos del Dios vengativo del Antiguo Testamento es una ocupación a la que se ha entregado más de un dirigente.
George Bush , Tony Blair , Vladimir Putin , Nicholas Sarkozy y David Cameron han declarado todos ellos «misión cumplida» sobre sus diversas intervenciones en Oriente Medio. El resultado de sus esfuerzos puede verse hoy: Siria está destruida y bajo ocupación permanente; Yemen y Libia, devastados por la guerra civil; e Iraq, paralizado.
El propio Baghdadi fue un producto directo de la decisión de Bush y Blair de invadir Iraq en 2003.
Al igual que muchos iraquíes que provienen de Samarra, Baghdadi se unió a la lucha de los suníes iraquíes contra la invasión estadounidense. Cofundó el grupo JamaatJayshAhl al-Sunnahwa-l-Jamaah (JJASJ), fue capturado en Faluya, recluido en Abu Ghraib y Camp Bucca-descritos más tarde como «universidadesyihadistas»- y liberado después de menos de diez meses. Pasó desapercibido, un clérigo miope que disfrutaba jugando al fútbol, un hombre sin importancia.
Cuando Estados Unidos se retiró de Iraq en 2011, el Daesh se consideraba tan insignificante que la recompensa otorgada a uno de sus líderes cayó de 5 millones de dólares a 100.000 dólares. John Brennan, director de la CIA en ese momento, declaró que el Daesh había quedado»bastante diezmado», con solo alrededor de 700 seguidores. Brennan tenía razón. El Daesh, que primero se hizo un hueco en el movimiento tribal Sahwa-el Despertar – y después en la Primavera Árabe en 2011, estaba aislado de su propia comunidad suní y era repudiado por al-Qaida.
Aplastando la Primavera Árabe
Una vez más, a Baghdadi le llegaría la ayuda de los aliados regionales de Estados Unidos que conspiraban para derrocar a Mohamed Morsi, el primer presidente elegido democráticamente en Egipto, en un golpe militar que Estados Unidos nunca reconoció como tal.
El aplastamiento de la Primavera Árabe en 2013, a manos de Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos, y con él la esperanza de millones de ciudadanos árabes de que pudiera lograrse un cambio pacífico y democrático, fue el mayor balón de oxígeno para el Daesh en general y Baghdadi en particular.
Sirvió para resucitar tanto al hombre como a la organización en un momento en el que el Daesh y la idea que representaba estaban hundidos en la miseria. Le sirvió de apoyo en un Iraq dividido por odios sectarios, un campo de batalla en Siria y un suministro ilimitado de combatientes extranjeros.
Hoy se comete el mismo error cuando Trump nos invita a considerar la muerte de Baghdadi como un punto de inflexión para el Daesh. Se siguen ignorando tanto el contexto como las condiciones que dieron vida a personas como Baghdadi y grupos como elDaesh, desdeñados por dirigentes obstinados dedicados a glorificar golpesde Estado que han tenido éxito.