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El legado olímpico de “los Juegos de todos”

Barcelona ’92 y el boom del nuevo urbanismo elitista

Fuentes: Diagonal

Barcelona ’92 sirvió para transformar un modelo económico decadente a la medida de los sectores empresariales mayoritarios. El proceso de reconversión urbana que precedió a los Juegos Olímpicos de 1992 se suele considerar como un modelo del óptimo aprovechamiento de grandes eventos para beneficio de una ciudad. Barcelona era a finales de los ’70 una […]

Barcelona ’92 sirvió para transformar un modelo económico decadente a la medida de los sectores empresariales mayoritarios.

El proceso de reconversión urbana que precedió a los Juegos Olímpicos de 1992 se suele considerar como un modelo del óptimo aprovechamiento de grandes eventos para beneficio de una ciudad. Barcelona era a finales de los ’70 una ciudad industrial que había experimentado un crecimiento expansivo en los 20 años anteriores con apenas planificación urbana o atención a servicios y dotaciones asistenciales básicas.

En un contexto global en el que la producción industrial se estaba descentralizando, moviéndose hacia centros más asequibles, la ciudad condal debía emprender una transformación económica estructural o languidecer dentro de un modelo agotado.

La alternativa planteada con la presentación de la candidatura olímpica en 1982 fue clara y contó con el beneplácito de las administraciones y la opinión pública: la terciarización del espacio urbano barcelonés, la transformación de ciudad industrial a ciudad empresarial, turística y «cultural», bien publicitada y con una pléyade de esperadas infraestructuras de nueva factura.

La creación de redes de comunicación viaria modernas, la ampliación y mejora del aeropuerto del Prat y la apertura de la ciudad al mar fueron los ejes sobre los que se fundó el apoyo de las administraciones locales al proyecto, que prometía una oportunidad para deshacer los desmanes urbanísticos del Franquismo con un coste de aproximadamente un billón de pesetas.

Gentrificación

Un 55% de la inversión salió del erario público, con un aumento de la carga impositiva y una merma en la provisión de servicios sociales en el área metropolitana de Barcelona en los años posteriores, tiempo en el que el índice de precios aumentó en tres puntos respecto al resto del Estado. El precio del suelo creció un 240% entre 1986 y 1992, la construcción de vivienda pública cayó un 75% en este período y la oferta de vivienda de precio libre creció hasta un 101%.

Todo ello contribuyó a elevar el perfil económico necesario para habitar en Barcelona ciudad, desplazando hacia la periferia a las familias con menos ingresos y cronificando la dualidad social que ya existía durante los años del desarrollismo, como señala el profesor Pere López Sánchez.