El meridional desierto israelí del Negev alberga tanto a judíos como a los aborígenes beduinos, que acusan de discriminación al Estado del que son ciudadanos y al que pagan impuestos. Por undécima vez en dos años, según informes procedentes del Negev, fuerzas israelíes invadieron la pequeña aldea beduina de Taweel abu Jabral, la semana pasada, […]
El meridional desierto israelí del Negev alberga tanto a judíos como a los aborígenes beduinos, que acusan de discriminación al Estado del que son ciudadanos y al que pagan impuestos.
Por undécima vez en dos años, según informes procedentes del Negev, fuerzas israelíes invadieron la pequeña aldea beduina de Taweel abu Jabral, la semana pasada, respaldadas por aplanadoras.
Habitantes del lugar y organizaciones de derechos humanos informaron que varias casas fueron demolidas, al tiempo que los militares confiscaban propiedades y despojaban a familias de sus hogares en medio de temperaturas que superaban los 40 grados.
Los aldeanos de Taweel abu Jabral, ciudadanos legales israelíes, dijeron sentir que Israel los trata «como basura».
Cerca de Taweel abu Jabral, en la aldea de Amra, en el norte del Negev, el jeque Abed al-Menm, sentado de piernas cruzadas, bebía sorbos de té en un refugio hecho de latas y pedazos de madera, mientras los vientos calmos y cálidos del desierto llenaban el aire de arena y polvo.
«Una vez intenté comprar tierra, cerca de mi aldea, luego de darme cuenta de que nunca recibiríamos servicios básicos del Estado. Los habitantes judíos me dijeron que nunca le venderían tierra a un árabe», relató Abed al-Menm a IPS.
«Un hombre me dijo que están intentando desarraigar a los árabes de aquí, aunque nosotros somos indígenas», agregó.
Amra está separada por una valla del pueblo judío de Omer, cerca de Beersheba, la principal ciudad del desierto del Negev.
Todas las noches, alrededor de las 22:00 horas, las fuerzas israelíes cierran la entrada a la aldea, dejando aprisionados allí a sus aproximadamente 4.000 habitantes. Los guardias abren la puerta por la mañana, dijo Al-Menm.
También describió este acto como un castigo colectivo a los aldeanos por no abandonar la tierra.
«Somos ciudadanos del Estado de Israel y nos tratan de esta manera… Pagamos impuestos, votamos, y aun así nuestra comunidad carece de agua corriente, electricidad, escuelas o servicios», expresó.
Desde el establecimiento del Estado de Israel en 1948, las comunidades beduinas del Negev han estado bajo sitio.
Mientras las demoliciones de casas y los ataques militares israelíes en Palestina llegan a la portada de los periódicos, miembros de comunidades beduinas dentro de Israel dicen que su situación es comparable –si no peor, a veces– que la de los pobladores de Gaza y Cisjordania.
Faizal Sawalha, del Consejo Regional de Aldeas No Reconocidas del Negev, dijo a IPS que unos 76.000 beduinos viven en 45 aldeas desparramadas por todo el Negev y que son consideradas inexistentes por el Estado israelí.
Aunque son ciudadanos de Israel, a los habitantes de estas aldeas se les niega servicios sociales básicos como educación, atención médica o pavimentación de calles y carreteras. Ninguna de esas aldeas cuenta con electricidad, gas o agua corriente.
Lo que ocurrió hace poco en Taweel abu Jabral sucede regularmente en aldeas beduinas del Negev.
Hace tres semanas, cientos de efectivos de la policía y el ejército de Israel llegaron con perros, aplanadoras y armas para demoler viviendas, dijo Al-Menm a IPS.
«Hay violencia casi a diario. Vienen a hostigarnos. ¿Qué podríamos hacer contra ellos? ¿Cómo nos protegemos, como ciudadanos del Estado? ¿Acaso esto es la democracia de Medio Oriente de la que ellos hablan?», preguntó.
El gobierno israelí manifestó hace poco su intención de «solucionar» lo que denomina el problema beduino, dijo Sawalha.
«El plan del gobierno israelí pretende controlar todo el desierto. Los beduinos ocupamos menos de dos por ciento del Negev, pero constituyen 27 por ciento de la población. Lo que Israel ve como solución es trasladarnos a áreas urbanas, a pueblos y ciudades», agregó.
«Y, por supuesto, los centros urbanos no se ajustan a nuestro estilo de vida: somos pueblos agrícolas, queremos vivir en establecimientos rurales y criar ovejas. Con el paso de los años, el gobierno israelí estableció siete poblados urbanos para los beduinos del Negev. Pero no les dio ningún medio de vida, así que muchos de ellos ahora están desempleados», enfatizó.
Al-Menm dijo que, en estas comunidades profundamente pobres, la educación es un lujo.
«Mis hijos tienen que atravesar 15 kilómetros de un valle en el que sólo hay vertederos de aguas servidas y basura para llegar a la escuela más cercana. Muchos de nuestros niños terminan abandonando la escuela, especialmente las niñas», declaró.
Al este de la ciudad israelí de Beersheba se extiende la aldea, no reconocida, de Wadi Niyam. Un penetrante olor acre inunda el área, donde cientos de casuchas de paredes de lata se encaraman en las secas laderas de las colinas.
Sawalha dijo que en los años 70 se construyeron 17 plantas químicas al oeste de esta aldea, en un área llamada Ramat Hovav. Al norte de la aldea, una enorme central eléctrica emite un zumbido persistente. Hacia el sur, Israel construyó varios parques industriales militares.
Ibrahim Abu Affash tiene 54 años, vive en Wadi Niyam y es padre de 15 hijos. Abu Affash dijo a IPS que miembros de su comunidad sufren decenas de enfermedades causadas por la proximidad de estas áreas industriales, especialmente por las plantas químicas.
«El Ministerio de Salud de Israel admitió ante la población que esta zona está muy contaminada. Nosotros sufrimos cánceres, casi todos los niños tienen asma, las mujeres pierden embarazos habitualmente, tenemos erupciones y lesiones en la piel, enfermedades oculares, problemas estomacales, reacciones a los olores y a los tóxicos», explicó Abu Affash.
«Hace dos semanas, una de las plantas químicas de Ramat Hovav tuvo una explosión y gases tóxicos fueron liberados en el aire. Las autoridades evacuaron a todos los obreros industriales en autobuses, pero no informaron a esta aldea hasta casi dos horas después. No teníamos ningún autobús que nos evacuara. La mayoría de nosotros simplemente nos quedamos adentro. Nos pusimos pedazos de tela en el rostro», agregó.
«A diferencia de otros aldeanos beduinos y palestinos, nosotros queremos irnos de aquí. Israel lleva a cabo demoliciones regulares de hogares en nuestra aldea. No queremos quedarnos aquí. Pero ellos no nos darán ningún lugar decente para vivir», destacó.
Los residentes de Wadi Niyam se presentaron tres veces ante la Corte Suprema de Justicia de Israel, para obligar al Estado a tomar cartas en el asunto.
«Hace poco demandamos ante la Corte Suprema de Justicia israelí electricidad para nuestra pequeña escuela», dijo Abu Affash, mientras señala la enorme planta eléctrica al lado de la aldea. «En vez de conectar la escuela a la central eléctrica, que está a apenas 300 metros, trajeron generadores a gas.»
«Cuando les dijimos que necesitábamos una nueva escuela para albergar a la cantidad cada vez mayor de niños, la Suprema Corte estuvo de acuerdo. Así que volvieron a la aldea, pero en vez de construir una nueva escuela levantaron una pared en el medio de la vieja, a la que dividieron en dos escuelas», rió Abu Affash.
«Dijeron que ésta era una escuela temporaria, pero la vieja escuela también lo es, desde 1948», expresó.
«Esperemos que, con la atención de la prensa comience a cambiar nuestra situación. Ésta es nuestra tierra ancestral y queremos vivir en ella, donde sea que elijamos. Deberíamos ser tratados como ciudadanos iguales», dijo Al-Menm.
«Israel alega que es una democracia y que hay igualdad, pero nosotros nunca somos tratados como iguales. Me parece que Israel está unido contra los árabes. Muchas veces fuimos forzados a irnos de nuestras tierras», se lamentó.
Sawalha opinó que las políticas contra los beduinos en el Negev existen para cumplir un solo propósito: oprimir a las poblaciones nativas a fin de «judeizar» todo el territorio.
«No importa dónde esté uno: como árabe en Cisjordania, en Gaza o dentro del Estado de Israel, los pueblos autóctonos sufren las políticas del Estado», aseguró.