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Homenaje a Shafiq al-Hout, célebre periodista y miembro fundador de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP)

«Beirutí en Jaffa, Yafawí in Beirut»: la historia de Shafiq al-Hout contada por él mismo

Fuentes: The Electronic Intifada

Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos

El 2 de agosto de 2009 el célebre periodista y miembro fundador de la Organización para la Liberación de Palestina Shafiq al-Hout falleció en Beirut, Líbano, a los 77 años de edad. Este artículo es parte de la vida de Shafiq tal como me la contó como parte de un proyecto de historia oral realizado en Beirut en 1999. El objetivo del proyecto era reunir material apropiado para enseñar inglés a los niños palestinos refugiados basado en entrevistas de historia oral a cinco palestinos lo suficientemente mayores como para recordar sus vidas en Palestina antes de la desposesión de 1948. Shafiq estaba entusiasmado con el proyecto y explicaba: «Quieren borrar Palestina de la memoria de la nueva generación y todo lo que yo pueda hacer para luchar contra eso estaré más que encantado de hacerlo». Shafiq no sólo accedió a ser entrevistado sino que sugirió a otros palestinos de su generación para el proyecto y en ocasiones ayudó a concertar las entrevistas con ellos. Shafiq tenía lágrimas en los ojos cuando hablaba de su vida en su ciudad natal de Jaffa y de la experiencia de ser desposeído de su país, y de la historia de la muerte de su abuelo en el exilio. Shafiq al-Hout era apasionado, emotivo, crítico y un luchador acérrimo por la causa y el pueblo palestino. Mientras lloramos su pérdida, también debemos seguir el camino del retorno, una senda en la que él nunca flaqueó. — Mayssoun Sukarieh, Beirut, Líbano

«El alcalde beirutí», así era como los habitantes de Jaffa llamaban a mi padre. Había heredado de su padre el puesto de alcalde y solía ejercerlo en su tiendita en la calle Manshiyyah. Los habitantes de Jaffa le habían dado el apodo cariñoso de «beirutí» como muestra de su inmensa gratitud por los servicios que mi padre les había prestado sin pedir nada a cambio. Otra razón de que lo llamaran «beirutí» era que los antepasados de mi familia, los Hout, estaban profundamente arraigados en Líbano. Mi abuelo, Salim Youssef al-Hout, visitó constantemente Jaffa a finales del siglo XIX. El encanto de la ciudad lo cautivó como a otros libaneses. Decidió entonces asentarse ahí y se casó con una mujer de Jaffa del barrio de Manshiyyah.

Mis cinco hermanos nacieron en la casa mi abuelo mientras que yo nací en la pequeña y humilde casa de mis padres. De hecho, cuando mis padres decidieron tener su propia casa fueron tachados de revolucionarios. Este desagradable incidente enfadó por igual a la familia de mi padre y a la de mi madre. La entrada de nuestra casa era como la de la mayoría de las casas de Jaffa. Tenía un pozo y una palmera bajo la cual nos dejaban jugar durante horas. También tenía un patio en el que había plantadas flores fragantes y jugosas verduras. No lejos de casa había un patio de arena donde jugábamos al fútbol con nuestros vecinos.

La ventana de mi habitación daba a la calle, lo que me proporcionaba una visión panorámica. Recuerdo ser muy feliz en Ramadán ya que durante esa época del año podía ver a Abu Hussein, el musahharati que tocaba el tambor y despertaba a la gente para el suhur, la última comida temprano por la mañana permitida antes del amanecer, cuando empieza el ayuno.

Aunque me atraía mi casa, era la casa de mi abuelo la que yo sentía verdaderamente mi hogar. De hecho, los días más felices fueron los que pasé jugando con mis primos en la casa de los abuelos. Nada detenían el ruido que hacíamos o nuestras carreras excepto la llegada a casa de mi abuelo. Mi abuelo, por cierto, no era necesariamente el abuelo ideal. Era un hombre serio y duro; nunca nos contaba historias o nos abrazaba como suelen hacer los abuelos. Todo lo que recuerdo de él era una mano que se ofrecía en espera de ser besada y con enorme disciplina todos nosotros nos poníamos en fila para cumplir el ritual. Durante las vacaciones este ritual era el primer deber del día. Se sentaba en su butaca y a su lado tenía su bolsa de tela llena de dinero. Cada uno de nosotros besaba su mano extendida y recogía su eidiyyah, una asignación de vacaciones que siempre era proporcional a nuestra edad.

En la casa de mi abuelo tuve la oportunidad de conocer a los niños judíos Mael, Maraz y Sholomesh, con cuyos padres mi padre y mi abuelo tenían relaciones comerciales. La fiesta de la boda de Haim Bazar, cuyo hermano Daoud jugaba al fútbol conmigo, es otro evento memorable que todavía puedo recordar vívidamente.

Hasta el bachillerato estudié en la escuela pública Ameriyyah que estaba al lado de la escuela para niñas al-Zaharaa. Mis amigos y yo solíamos escalar los muros de la escuela para mirar a las niñas y ser mirados de forma insinuante. Las niñas de la escuela al-Zaharaa hacían lo mismo.

Después entré en los boy scouts de la escuela y a consecuencia de ello pude hacerme una clara imagen de esta gran institución. Nuestro primer viaje fue al Mar Muerto. Nada más llegar y en cuando descendimos de los autobuses todos nos precipitamos hacia el mar y nos zambullimos frenéticamente en sus aguas irresistibles ¡para salir lo más rápidamente que podíamos, llorando y gritando porque se nos quemaban los ojos debido a la sal!

Además de las actividades de la escuela, teníamos nuestras aficiones especiales. Nuestro pasatiempo favorito era nadar en la espléndida playa de Jaffa con su arena blanca como el azúcar. Nos llamábamos unos a otros e íbamos a la playa a nadar, a luchar entre nosotros o a jugar al fútbol. Cuando las primeras bicicletas llegaron a Jaffa, empezamos a alquilarlas y a deambular por sus calles. Íbamos hasta la torre del reloj y luego de vuelta al barrio.

Cuando nos hicimos un poco mayores, empezamos a disfrutar de ir a los cines, situados en diferentes partes de Jaffa. El cine al-Hamra era parecido al Roxy de Beirut. En este cine vi muchas obras como «La mesa verde», dirigida por Youssef Wehbeh, y «Los niños de la calle», así como muchas otras películas que tenían como protagonistas a Ismail Yassin, Abdel Wahab y Layla Murad. Una de las películas, de la que todavía me acuerdo muy bien, era «Primera mirada» en la que trabajaban «al-Sahroura» Sabah y Abdel Wahab.

Después de ver las películas solíamos hablar de ellas y discutir acerca de sus temas y enseñanzas. Estas películas nos hacían aspirar a ser actores algún día en el futuro. Cada uno de nosotros elegía un actor como ideal; alguien que tenía la voz bonita, por ejemplo, aspiraría a ser como la sobresaliente personalidad de Abdel Wahab; otro joven admirador con buen sentido del humor soñaría con convertirse en Ismail Yassin. A mí me encantaba hacer el papel del gran Youssef Wehbeh, quizá porque la mayoría de las veces hacía el papel de frío abogado y uno de mis más preciados sueños era convertirme un día en abogado. Con mucha frecuencia me ponía delante de un espejo e imitaba ese tipo de voz que él solía tener cuando defendía o acusaba a alguien. E incluso me imaginaba casos e incluía en mi cabeza cada uno de los detalles de la sala del tribunal, con sus abogados, fiscales, culpables y jueces. También me veía a mí mismo defendiendo o acusando dinámicamente a algún alma atormentada en mi imaginaria sala del tribunal.

Abril de 1948 es un mes que nunca podré olvidar. Ese mes [el dirigente de la resistencia palestina] Abdel Qader al-Husseini fue martirizado y la tristeza ensombreció Jaffa y toda Palestina. También ese mes mi rebelde hermano llegó al martirio lo que añadió a la tristeza que heredé a consecuencia de ser ciudadano de un país usurpado la tristeza personal de perder ahora a mi muy querido hermano espiritual.

Después de que muriera al-Husseini empezaron a aparecer señales de derrota. En Jaffa oíamos las noticias tanto de pueblos palestinos que caían en manos judías como de masacres cometidas por los judíos. Eran noticias que nos llegaban a diario. El pueblo de Jaffa estaba cada vez más preocupado oyendo estas noticias. Esta inquietud se convirtió en miedo cuando los británicos empezaron a bombardear al azar las plazas y calles de Jaffa.

En espera del apoyo árabe, el pueblo de Jaffa resistió pero nos fuimos quedando sin esperanza cuando este apoyo empezó a tardar demasiado, posiblemente porque Jaffa estaba lejos de las fronteras árabes y cerca de Tel Aviv, o debido a sus estrechos pasos terrestres unido a la imposibilidad de que llegaran tropas por mar.

En abril de 1948 llegaron unos pocos miembros del Ejército de Rescate Árabe, acompañados de algunos yugoslavos (fieros combatientes con nombres árabes), de modo que entre ellos se podían encontrar Khalids, Umars y Jaafars. Eran más puntuales y estaban mejor organizados que el Ejército de Recate.

Llegaron a Jaffa noticias de la masacre de Deir Yassin que causaron una oleada de rabia y de miedo en lasciudad. Mientras, se tomó la decisión espontánea de evacuar a los niños, las mujeres y ancianos de la ciudad hasta que las tropas árabes entraran en ella y las cosas volvieran a la normalidad.

En esas alarmantes circunstancias mi familia decidió dejar el país para ir a Beirut ya que teníamos algunas raíces allí. Así, pasaríamos el verano disfrutando del maravilloso paisaje libanés. Mi padre insistió en obtener un visado de entrada en Líbano. El consul libanés, Edmond Rock, vivía en Jaffa, así que nos concedió un visado gratis. Mi visado fue estampado en el pasaporte palestino número 21203. Tenía el pasaporte preparado desde hacía poco antes ya que había planeado viajar a Gran Bretaña y estudiar derecho allí para realizar mi sueño y defender los derechos de la gente.

¿Cómo podíamos llegar a Beirut? La carretera estaba cerrada y además era peligrosa porque la [milicia judía] Haganah había tomado posiciones por todas partes. No teníamos más opción que el mar. Así que nos dirigimos al mar donde un barco griego llamado «Dolores» nos esperaba. Como fuimos de los pocos afortunados que llegamos pronto pudimos alquilar un camarote en el barco que estaba tan abarrotado, incluso en cubierta, con lo que estuvo a punto de hundirse debido a la enorme cantidad de personas que esperaba encontrar refugio en los puertos de Líbano.

Todavía puedo recordar el miedo reflejado en las caras de la gente en el puerto de Jaffa. Miles de habitantes de Jaffa se abrían paso a codazos en medio de la multitud tratando de escapar a la muerte. No quedó sin utilizarse ningún medio de transporte naval disponible, hasta las barcas de dos metros. Los barcos se encaminaban hacia donde los llevara el capitán o los vientos, sin importar la dirección. Algunos se dirigieron al norte y llegaron a Líbano, y otros al sur y se encontraron en Egipto.

La huida fue aleatoria. Había familias cuyos miembros fueron «distribuidos» en diferentes barcos que iban en direcciones distintas.

Pasé la mayor parte del viaje de un día sentado al lado del capitán mirando dos enormes peces que nos escoltaron durante todo el camino. Se despidieron de nosotros en cuanto nos acercamos a las aguas territoriales libanesas.

Llegamos al puerto de Beirut a la mañana siguiente. Allí había miles de palestinos y miles de libaneses para dar la bienvenida a sus familiares palestinos. Todos los rostros estaban perplejos y sombríos, sin saber cómo iba a ser el futuro. Los trabajadores del puerto nos saludaron con una cordialidad y ardor inusitados. Estaban acostumbrados a ver llegar palestinos a pasar sus vacaciones allí.

A continuación nuestro primo libanés, que había venido a recibirnos, nos llevó en coche a su casa donde íbamos a pasar unas semanas en verano. Más tarde decidimos alquilar una casa en la zona de Souk al-Ghareb para pasar el verano como siempre y planeamos volver a Palestina en invierno. Sin embargo, este muy esperado retorno no iba a suceder tan pronto como habíamos creído. Se acercaba rápidamente el invierno y la gente empezó a buscar piso para alquilar en Beirut. Pero mi abuelo, que era libanés de origen, había insistido en no asentarse en Líbano. Se negó a alquilar nada que no fuera un piso amueblado. A finales del verano cayó enfermo. Su único deseo era ser enterrado en Jaffa. Cuando se puso gravemente enfermo y comenzó a delirar, empezó a confundir los pinos a los que daba su habitación en Souk al-Ghareb con los naranjos que podía ver desde su ventana de Jaffa. Señalaba los pinos y le pedía a mi padre ser enterrado bajo el naranjo que él mismo había plantado. Y así fue como los pinos de Souk al-Ghareb se convirtieron en los naranjos de mi abuelo de Jaffa.

«El yafawi» [habitante de Jaffa]: así es como empezaron a llamarme en Beirut, donde acabamos viviendo tras pasar el verano en Aley [un pueblo del monte Líbano]. Nuestro largamente esperado retorno a Jaffa, pospuesto una vez más. Este nuevo apodo suscitó en mi gran cantidad de preguntas acerca de mi identidad. En Jaffa nos llamaba los «beirutíes» [los de Beirut] y en Beirut se nos conocía como los yafawi. ¿Quién soy? ¿Por qué tenemos identidades restringidas o específicas? Debo tener una identidad más amplia que beiruti o Yafawi, una identidad incluso mayor que Líbano y Palestina.

Al principio estábamos de acuerdo con el deseo de mi padre de alquilar un piso amueblado en vez de una casa porque nos parecía que en cualquier momento podíamos volver a Jaffa y debíamos estar preparados para viajar ligeros, y, por consiguiente, comprar muebles no sería buena idea. Fue en esa casa donde recibí un telegrama de mi amigo Ibrahim Abu Loghod felicitándome por haber sido admitido en el Instituto Británico. En aquel momento grandes preguntas en relación a mi futuro empezaron a ocupar mi mente.

Yo no sería capaz de defender a mis clientes como lo hacía en sus películas mi héroe Youssef Wehbeh. Además, tenía que abandonar mis sueños porque esta carrera no existía en la Universidad Americana de Beirut (AUB, en sus siglas en inglés), que era mi única esperanza, y como había estudiado en inglés no podía seguir mis estudios en otra institución. Por lo tanto, ¿qué más alternativas tenía?

«¿Por qué no entras en la facultad de medicina y te conviertes en médico, alguien que traerá alegría a nuestros corazones, alguien de quien estaríamos todos muy orgullosos?», sugirió mi padre y yo obedecí. En 1949 entré en la AUB.

Durante los primeros meses que estuve en ella, los simpatizantes de las diferentes tendencias políticas que había en la AUB se pelearon conmigo, como con todos los recién llegados, ya que todo el mundo árabe estaba potencialmente a punto de estallar.

«Los países del mundo árabe comparten la misma historia y utilizan la misma lengua. Deberíamos ser todos una nación». Esto es lo que trataron de enseñarme George Habash, Hamed Jabboury y Wadi’ Haddad, que formaban em núcleo del Movimiento Nacionalista Árabe. Después me atrajeron Saadoun Hamadi, Fouad Arrikabi y Leila Bouksmati, que me insistieron en que esa unidad, libertad y socialismo eran los únicos medios de liberar Palestina y que todos éramos una nación árabe con una «larga misión».

Prácticamente todos los grupos políticos trataron de convertirnos a sus ideas, desde los dirigentes del Partido Baath hasta Mansour Armaly, que solía tomarme de la mano, sacarme del vestíbulo occidental de la AUB para invitarme a un té y a un pitillo en la cafetería, y asegurarme que la Unión Soviética era quien ayudaría a resolver la causa palestina. «Tenemos que luchar por las clases oprimidas porque se rebelarán y nos liberarán de la opresión», solía decirme. Yo simplemente no podía decir quién tenía razón.

Al principio no me preocupaba realmente la universidad y todo cuanto la rodeaba. Yo vivía ahí mientras mi pueblo había sido expulsado. En colaboración con un grupo de amigos decidimos establecer un Club Palestino y pedir una autorización al ministro libanés del Interior.

«Vamos a ver al mufti Amin al-Husseini para pedirle que nos ayude a conseguir la autorización. Tienen mucha influencia entre los altos cargos libaneses», sugerí. Así que fuimos a al-Nouzha, cerca de Mansourieh, donde vivía Hajj Amin, pero tanto él como las autoridades libanesas nos decepcionaron. No conseguimos la autorización. Entonces, ¿qué hacer?

Mi amigo y yo fuimos a los campos de refugiados para tratar de alistar a palestinos capaces de asumir responsabilidades por nuestra causa. A pesar de las horribles condiciones en las que seguían viviendo nos recibieron con un fervor increíble y nos aseguraron repetidamente que estaban dispuestos a hacer lo que pudieran para volver a casa. Este compromiso admirable con la causa palestina estaba presente en los campos de Tel al-Zaatar, Shatila, Burj al-Barajne y Rashidieh. Al parecer, toda esta gran movilización política alarmó a los seguidores de Amin al-Husseini, que no suscribían nuestra ideología. Esto explica las amenazas que recibimos de sus seguidores que culminaron en una emboscada que nos habían preparado en la que se nos golpeó con dureza. Para empeorar las cosas también llamaron a los servicios de seguridad libaneses y nos acusaron de ser comunistas. En aquella época ser comunista era uno de los peores crímenes de los que una persona podía ser acusada.

Entonces decidí que lo mejor para mí era dirigir el foco de mi trabajo hacia el campus universitario. En aquella época nuestra situación económica empezó a deteriorarse. Nos mudamos a la casa en la que vivían mis tíos y tías. Además, mi padre ya no pudo seguir pagándome las tasas de tutoría de la universidad.

La competición entre los diferentes movimientos políticos en la AUB estaba en su momento culminante y comunistas, nacionalistas y baathistas, además de otros, luchaban por la supremacía en el campus. Me uní a los comunistas que me había atraído mucho porque se centraban en las necesidad básicas vitales de los estudiantes. Estas necesidad eran una causa principal de sufrimiento tanto para mí como para mis colegas palestinos. Tras las elecciones de estudiantes de 1951, mientras yo trabajaba en el laboratorio de química, me dijeron que acudiera al despacho de Archie Crawford, que entonces era el vice-presidente de la universidad. Pensé que quería que pagara mis últimas tasa de tutoría, pero ni por un segundo se me ocurrió que estaba a punto de que se me prohibiera implicarme en ninguna actividad política a partir de ese momento. En seguida se hizo evidente cuando Crawford empezó a interrogarme acerca de la naturaleza de mis actividades extracurriculares dentro y fuera del campus de la AUB. Tanto él como las autoridades libanesas condenaban estas actividades y las consideraban un especie de campo de cultivo para disturbios y amotinamientos. Después del interrogatorio quedé horrorizado al ver salir a dos inspectores de detrás de una cortina, que me esposaron y me condujeron por toda la universidad hasta llegar a un jeep que nos esperaba. Durante el interrogatorio en la comisaría de policía se me acusó de ser comunista. Cuando me soltaron una semana después supe que el presidente [libanés] Charles Helou había emitido un decreto presidencial ordenando mi deportación de Líbano.

Los miembros libaneses de mi familia trataron de contactar con varios dirigentes políticos libaneses para intentar obtener un permiso para que yo pudiera permanecer en Líbano, pero fue inútil. ¡Y entonces llegó el día de mi juicio! Resultó ser un día de alegría cuando descubrimos que el juez de mi caso era Mahmoud al-Nouman, que estaba casado con una de las primas de mi padre.

Unas horas antes del juicio mi padre se quedó sorprendido por una inesperada visita a nuestra casa del juez Nouman; en un primer momento mi padre pensó que venía para tranquilizarlo de que todo iba bien. ¡Qué equivocado estaba!

Sin saber cómo empezar, finalmente dijo: «Tío, he venido a decirte que he renunciado al caso de tu hijo y he pedido que sea transferido a otro juez». Antes de que mi padre preguntara por qué, el juez añadió: «En casos similares, la decisión ya está tomada y escrita en un sobre sellado que nosotros simplemente abrimos y leemos. Esto es política de alto nivel; es política de Estado, ¡en realidad, nosotros no tenemos nada que decir al respecto!».

Al día siguiente el juez leyó el veredicto que le habían escrito: «Tres meses de cárcel y deportación de Líbano». Sin embargo, cuando fui liberado mi familia había convencido al primer ministro Sami Solh de que suspendiera el decreto presidencial que ordenaba mi deportación de Líbano.

Cuando salí de la cárcel supe que se había cumplido el decreto de deportación de mis amigos Muhammad Lasawi y Nashat al-Shaar. El primero fue deportado a la frontera libanesa-palestina donde encontró a un pastor libanés que simpatizó con él y le ayudó a pasar a Siria. Pero el gobierno Shishakli, que compartía con el gobierno libanés la postura anticomunista, lo detuvo y encarceló durante ocho años, y cuando fue liberado era un hombre enfermo e inválido. Por lo que se refiere al segundo deportado, tuvo la suerte de escapar de Sira a Iraq, donde debe de vivir todavía.

Cuando me liberaron descubrí que me habían expulsado de la universidad por un año. Este último revés le dolió terriblemente a mi padre, ya que estaba pasando los peores días de su vida; dada la magnitud de nuestros problemas financieros, tenía que hacer cola para recibir las raciones de la UNRWA [la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados Palestinos] … Decidí buscar un trabajo y empecé a dar clases en las escuelas Makassed, pero a la administración no le gustaron las discusiones que normalmente mantenía con los alumnos sobre la causa palestina y acabó por echarme. La peregrinación aparentemente interminable de una escuela a otra sin encontrar trabajo me llevó a un estado de desesperación tan grave que incluso llegué a contemplar el suicidio.

Un día fui a ver a mi amigo el barbero, alguien con quien me parecía que podía compartir mis desgracias. Casualmente un hombre escuchó nuestra conversación y dijo: «Ustedes, la familia Hout, son una destacada familia libanesa y seguro que su padre y su abuelo están registrados como libaneses, así que, ¿por qué no solicitan ustedes la ciudadanía libanesa?». Corrí a rogar a mi padre que solicitara la ciudadanía libanesa; él me maldijo y rápidamente me preguntó: «¿quienes que renuncie a mi identidad palestina? Eso es imposible, aunque nos tengan que expulsar de Líbano».

La reacción de mi padre me obligó a solicitar por mi cuenta la ciudadanía libanesa y a presentar papeles falsificados de que había nacido en Líbano un año antes de mi nacimiento. La solicitud se rechazó tres veces y durante aquel periodo me gradué en la AUB. Después el juez Othman al-Dana me convocó y trató de saber qué razones tenía yo para insistir en obtener la ciudadanía libanesa. Le dije que había firmado un contrato con una escuela en Kuwait y que tenía que estar allí antes de que empezara el año escolar. Así fue cómo, sin más preguntas, fui declarado libanés y se me concedió la ciudadanía libanesa.

Cuando llegue a Kuwait [después de inesperadas complicaciones en relación a la obtención de la ciudadanía] me encontré con que el ministerio de Educación había decidido sustituirme por llegar tarde y había contratado a otro profesor, pero encontré otro trabajo en otra escuela. En aquella época empecé a mantener correspondencia con Salim al-Lawzi, que era el director de al-Hawadeth, una prestigiosa revista de Líbano. Volví a Beirut y empecé a trabajar como periodista para al-Hawadeth y esta revista se convirtió en la plataforma desde la que yo iba a poder trabajar por la causa palestina. Además, la revista me dio la oportunidad de comunicarme con los palestinos dispersos por la diáspora. Por medio de esta plataforma pudimos iniciar un movimiento político reservado llamado Frente para la Liberación de Palestina y publicamos una revista mensual llamada Tariq al-Awda, «El camino del retorno», que hasta 1964 se imprimió en la imprenta al-Hawadeth. Los miembros del Frente fueron aumentando de forma continua y hasta ahora ha incluido a los recién llegados de los campos de refugiados de Líbano, Kuwait, Siria, Jordania, Amman y Cisjordania, así como a personas pertenecientes a todas las clases sociales palestinas, desde simples trabajadores a profesores e ingenieros. Nuestro objetivo era luchar por la liberación de Palestina e insistir en el carácter árabe de esta causa.

Enlace con el original: http://electronicintifada.net/v2/article10694.shtml