Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Durante la semana pasada indignados jóvenes residentes de Tel Aviv han estado realizando una sentada, o, para ser más exactos, una ‘tiendada’, a lo largo del elegante Rothschild Boulevard para protestar porque los precios en el mercado de la vivienda han subido tanto que han dejado de ser asequibles en la capital cultural y económica de Israel. Las manifestaciones han llamado la atención de los medios internacionales e israelíes, y The Guardian incluso comparó a los manifestantes con los revolucionarios por la democracia en Egipto y otros países árabes.
Las protestas podrán ser algo nuevo, pero el proceso contra el que los habitantes de las tiendas protestan existe en Tel Aviv, como en otras ciudades del mundo, desde hace por lo menos dos décadas. Hasta hace poco, las principales víctimas de los altos precios de las viviendas no eran jóvenes judíos israelíes de clase media que ya no se pueden permitir vivir cerca de la acción cultural y económica en Tel Aviv, sino residentes palestinos pobres en Jaffa, expulsados por la elitización y que no tuvieron ningún otro sitio al que ir.
Después de la guerra de 1948, cuando Jaffa, como la mayoría de las otras ciudades y aldeas palestinas fueron vaciadas de la vasta mayoría de su población, la otrora orgullosa ciudad se convirtió en un pobre y decrépito vecindario de Tel Aviv y pasó por un proceso de judeización, y solo quedaron 5.000 de por lo menos 70.000 palestinos. Esa población aumentó varias veces en las décadas siguientes, pero cuando Jaffa se convirtió repentinamente en un vecindario de moda para la emergente clase yuppie judía de Israel desde fines de los años ochenta, los precios comenzaron a aumentar.
Mediante una serie de mecanismos legales y económicos la creciente población palestina fue expulsada de los restantes vecindarios de Jaffa como Ajami y Jebaliya, que eran bastante interesantes por su ubicación al borde del mar. Los residentes se quejaron de una clara política de judeización mediante la planificación y otros mecanismos, pero fueron rechazados cuando llevaron su caso a la municipalidad de Tel Aviv.
«¿Qué podemos hacer? – el mercado es el mercado», declaró más de un funcionario. En otras palabras, no era una política del Estado, sino más bien fuerzas naturales del mercado las que estaban expulsando a palestinos de clase trabajadora, y a sus vecinos judíos, de esos vecindarios.
Por cierto, ese argumento carecía de sentido. El Estado israelí ha estado profundamente involucrado en la neoliberalización de la economía del país, de la cual Tel Aviv era el epicentro natural. Como parte de este proceso tendía a utilizar las así llamadas «fuerzas del mercado» como parte de sus instrumentos para posibilitar una mayor penetración judía en las ciudades y vecindarios palestinos que eran considerados como prioridades para la judeización. El que judíos también hayan sido víctimas no era relevante, ya que eran reemplazados por aún más judíos, y los que eran excluidos siempre tenían «algún otro sitio» donde ir.
Jóvenes judíos podían «colonizar» ciudades vecinas como Bat Yam – el equivalente a mudarse de Manhattan a partes menos deseables pero que pronto serían elitizadas de Brooklyn o Queens en los años ochenta. Los palestinos, sin embargo, no tenían literalmente ningún sitio al cual ir excepto unas pocas ciudades palestinas que también sufrían de escasez de viviendas.
La resistencia fue generalmente fútil; más de una familia palestina colocó tiendas para vivir en los mal mantenidos parques de Jaffa después de ser expulsados de sus casas, como protesta contra su expulsión y porque no se podían permitir vivir en otra parte. Las tiendas se convirtieron en parte del paisaje después de un tiempo, pero terminaron por desaparecer.
Mientras tanto, la elitización mantuvo su ritmo, sea mediante falsas monstruosidades de la era otomana como el área de Andromeda Hill o el aún más perverso Centro Peres por la Paz, construido -significativamente- sobre terrenos expropiados a refugiados de Jaffa, incluso en el cementerio del vecindario, cuyas lápidas restantes se tambalean sobre el cerro a lo largo del límite sur del Centro.
Mientras tanto, a fines del año pasado, la Corte Suprema israelí aprobó la construcción de una urbanización para viviendas de un grupo religioso sionista en el corazón de Ajami, en terrenos de refugiados que les fueron cedidos en arriendo por la municipalidad y la Administración de Tierras Israelíes, a pesar de enérgicas protestas de los residentes locales palestinos y de grupos israelíes por los derechos humanos.
Y mientras se desarrolla este proceso, las partes árabes restantes de Ajami, sufren por la droga, la violencia y la negligencia del gobierno (como lo ilustra la cinta Ajami de 2010), mientras activistas que presionan con demasiada fuerza contra la situación pueden contar con ser objeto de diversos grados de la «educación Shabak» que palestinos a ambos lados de la Línea Verde siempre han sufrido cuando cuestionan las premisas básicas del régimen israelí.
¿De mercados a boicots?
Mientras este proceso se limitaba a Jaffa, la mayoría de los israelíes, incluidos los residentes de Tel Aviv no se preocupaban mucho del tema. Después de todo, lo que sucedía en Jaffa era lo que había pasado en todo el país durante décadas; era el modus operandi para el cual se creó el Estado de Israel.
¿Qué es diferente ahora? Actualmente, los que son obligados a irse son israelíes de clase media y no tienen dónde ir; por lo menos no a algún sitio de su gusto. Ricos expatriados judíos y judíos de la Diáspora, que han comprado gran parte de las viviendas de Ajami, se encuentran ahora entre los más importantes compradores de apartamentos en Tel Aviv, mientras se dice a los jóvenes judíos askenazíes que viven actualmente en tiendas que deben mudarse a la «periferia» y colonizar partes muchos menos interesantes del país que las ciudades satélite de Tel Aviv.
Activistas gay se quejan de que solo se sienten en casa en Tel Aviv, mientras pretendientes a ser creadores culturales sienten poco deseo de mudarse a ciudades en desarrollo pobladas por judíos Mizrahi de clase trabajadora o recientes inmigrantes de la antigua Unión Soviética o Etiopia.
Podréis pensar que es una historia fascinante. ¿Pero qué tiene que ver con un artículo sobre «boicot al fascismo», como dice el título? Resulta que tiene mucho que ver. El sufrimiento de jóvenes israelíes a manos del mercado de la vivienda de Tel Aviv ilustra un fenómeno más amplio que afecta actualmente el tejido de la sociedad israelí en su conjunto: Procesos y políticas que durante años o incluso décadas han sido desplegados sobre, o han afectado a, la comunidad palestina a ambos lados de la Línea Verde, también afectan negativamente ahora a israelíes judíos de la corriente dominante. Pero casi nadie entiende la génesis del problema, y por lo tanto la cólera es dirigida en la dirección equivocada o se disipa porque, después de todo, el mercado es el mercado: ¿qué le vamos a hacer?
Otro ejemplo de este proceso es el debate que rodea la aprobación en la semana pasada por la Knéset [parlamento israelí] de la así llamada ley «Antiboicot» que ahora ilegalizó que israelíes apoyen o participen en el boicot de Israel o incluso de los asentamientos o productos hechos en los asentamientos, y que permite que los objetivos de boicots demanden a los partidarios de estos por daños sin tener que demostrar el verdadero daño sufrido.
La nueva ley ha causado una tormenta de protestas dentro y fuera de Israel, y críticos izquierdistas afirman que llevará a extranjeros a peguntarse si «hay realmente democracia aquí» y, aún más dañino, a argumentar que su aprobación presagia la llegada del fascismo a Israel, sea «silencioso» o «intenso y palpable».
Se argumenta que una ley semejante restringe la libertad de expresión, refleja una clara tiranía de la mayoría dentro de la política israelí, borra la distinción entre Israel y los Territorios Ocupados, lesionará los esfuerzos de varios grupos por la paz por ayudar a resucitar el moribundo proceso de paz, y forma parte de un proceso más amplio para despojar a la Corte Suprema israelí de su independencia. De un modo más amplio, en las palabras del usualmente conservador columnista de Maariv, Ben Caspit, representa una derecha que «se vuelve frenética» y que amenaza la supuesta estructura democrática de Israel.
Pero igual que el problema de la vivienda en Tel Aviv, esas afirmaciones solo son válidas si se considera a la sociedad israelí judía. Para los ciudadanos palestinos de Israel, y mucho más aún para los palestinos en los Territorios Ocupados, Israel siempre ha sido – usando la palabra como si estuviera jugando- fascista.
¿El problema es fascismo o nacionalismo?
La fórmula básica para el fascismo, el de un Estado corporativista altamente militarizado, que maneja las relaciones entre los trabajadores y el capital en nombre de un «pueblo» míticamente definido que excluye a todos los que considera como no pertenecientes al colectivo, lo que define bien el tipo de etnonacionalismo que ha dominado durante mucho tiempo la ideología sionista.
Además, el tipo de exclusivismo que está en el corazón de todas las identidades nacionalistas es aumentado con esteroides ideológicos en los discursos autoritarios nacionalistas que subyacen al fascismo, cómo han demostrado trágicamente las experiencias italiana y alemana. Los etnonacionalismos, y particularmente los que emergen en escenarios de asentamientos coloniales como en Israel, Sudáfrica, EE.UU., Australia y Argelia Francesa, también se basan en formas extremas de exclusivismos y expansionismo territorial que tienen que negar los derechos básicos e incluso la humanidad a poblaciones indígenas a fin de lograr su objetivo de asegurar su control y / o soberanía sobre la «patria».
El geógrafo israelí Juval Portugali define nacionalismo como el «orden social generativo» del sionismo, que consolida la relación entre el pueblo judío/israelí y el territorio que reivindica. Este orden generativo ha sido históricamente exclusivista con mucha más frecuencia de lo que ha sido abierto a identidades plurales, por lo cual la (re)emergencia de nacionalismos ha causado con tanta frecuencia la guerra – especialmente cuando se les ha sumado un proyecto de asentamiento colonial.
En Israel este proceso es evidenciado en el poderoso papel del Estado y del ejército israelíes en todos los aspectos de la vida del país, desde el período dominado por socialistas laboristas antes de 1948 hasta el presente neoliberal. Ha conformado una realidad política en la cual los palestinos, sean ciudadanos del Estado israelí o habitantes de Cisjordania y Gaza ocupados, siempre han tenido menos derechos, por ley y costumbre, que los judíos.
Por lo tanto no es sorprendente, para recordar las quejas de los que critican la nueva ley antiboicot, que los palestinos a ambos lados de la Línea Verde hayan sido privados desde hace tiempo de los derechos civiles y políticos de la igualdad de ciudadanía. Su libertad de expresión ha sido limitada durante mucho tiempo en diversos grados, siempre han sufrido la tiranía de la mayoría judía, nunca ha habido una distinción entre los Territorios Ocupados e Israel (de ahí la masiva expansión de la empresa de los asentamientos incluso durante Oslo), y la Corte Suprema nunca se ha apartado del consenso político dominante en Israel en apoyo a la ocupación – sea en Jaffa o Jerusalén Este.
En resumen, la izquierda se ha «vuelto frenética» en los territorios igual que la derecha. Por cierto, toda la noción de que exista una diferencia básica entre la izquierda y la derecha sionista ha sido históricamente poco más que la estrategia retórica del «buen policía y el mal policía» para confundir a los extranjeros sobre su acuerdo básico con los temas cruciales que rodean el control sobre el territorio de la Palestina del Mandato.
Por cierto, los palestinos lo han comprendido hace tiempo, incluso si estadounidenses y europeos han preferido mantener su ignorancia más o menos intencionalmente. Laboristas, Likud o Kadima; la ocupación continúa. (Al escribir estas líneas Ha’aretz informa que la Administración Civil y el ejército israelí están involucrados en otro importante robo de tierras en el corazón de Cisjordania, tratando de que grandes áreas, incluidas las que contienen puestos avanzados «ilegales», sean declaradas tierras estatales para que Israel se pueda apoderar permanentemente de ellas antes de cualquier acuerdo de paz.)
El futuro de los boicots
Contra este nivel a largo plazo de dominación y discriminación institucionalizadas, los palestinos han probado muchos medios de resistencia, ninguno de los cuales ha tenido mucho éxito hasta ahora. En un artículo reciente discutí algunos de los medios de resistencia de base cultural, no violentos, que podrían lograr un cierto éxito contra el poder del Estado israelí.
Como señala Yousef Munayyer en su reciente artículo de opinión, la nueva ley antiboicot ha tenido el efecto saludable de estimular más interés por el boicot y un movimiento de BDS más amplio. También, con razón, que ya que la ocupación no puede existir sin el apoyo masivo del Estado israelí, toda la premisa de la mayoría de los movimientos contra los que se dirige la ley -grupos izquierdistas israelíes que tratan de boicotear productos de los asentamientos o instituciones culturales / educacionales- es extremadamente deficiente, ya que solo al enfrentar todo el aparato del Estado israelí un movimiento de boicot puede esperar lograr detener la fuerza implacable de la ocupación.
El desafío que enfrenta un movimiento semejante, sin embargo, es que ideologías que comparte el ADN del fascismo están genéticamente predispuestas a creer que el mundo está en su contra y que su existencia está en constante peligro desde el interior y el exterior. En el caso israelí, mientras más exitoso llegue a ser un movimiento de boicot, más se sentirá justificado el Estado israelí para defenderse, con el apoyo de una gran parte del público, utilizando cualesquiera medios a su disposición -desde el tiroteo contra manifestantes desarmados al lanzamiento de masivas campañas de propaganda.
Además, sus dirigentes y sus seguidores de menor cuantía están cada vez más dispuestos a satanizar e incluso a actuar contra miembros del colectivo que cuestiona la ideología y las políticas oficiales. Es, desde luego, algo que no se aplica solo a Israel actual, ni a los regímenes autoritarios del mundo árabe, como deja en claro el artículo de opinión de William Cook del 21 de julio, que describe similitudes entre las subversiones de la libertad de expresión del gobierno israelí y del estadounidense.
Contra un adversario tan poderoso, los palestinos y sus partidarios en el movimiento de BDS tendrán que elaborar un conjunto extremadamente creativo y persuasivo de argumentos, y las estrategias para difundirlos en todo el globo, a fin de tener una probabilidad de superar las abrumadoras ventajas que poseen el gobierno israelí y sus partidarios. En mi próximo artículo, consideraré algunos de los principios, estrategias y tácticas clave del movimiento en la actualidad y exploraré cómo sus fuerzas y sus debilidades auguran el futuro próximo de la lucha contra la Ocupación.
Mark Le Vine es profesor de historia en la UC Irvine e investigador en el Centro de Estudios del Oriente Medio en la Lud University en Suecia, y autor, hace poco de Heavy Metal Islam: Rock, Resistance, and the Struggle for the soul of Islam (Random House 2008) e Impossible Peace: Israel/Palestine Since 1989 (Zed Books, 2009).
Fuente: http://english.aljazeera.net/