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¿Boicot sin razones?

Fuentes: economist.com

Traducido por Carlos Sanchis y revisado por Caty R.

El artículo «El boicot a Israel. Nuevos parias en el bloque»* de The Economist del 13 de septiembre de 2007 es, aparentemente, una obra equilibrada que presenta las posiciones de los que apoyan y de los que se oponen a las sanciones contra Israel.

«La campaña a favor de las sanciones contra Israel está creciendo. Pero encuentra resistencia y es menos efectiva de lo que parece.

Por una vez los críticos de Israel y sus coros de animadores están de acuerdo en algo: el estado judío se arriesga a un gran aislamiento internacional. Grupos proisraelíes como la ONG Monitor y el Centro Jerusalén para Asuntos Públicos dicen que está en marcha un nuevo asalto. En el otro campo, Shir Hever o el Centro Alternativo de Información, un grupo activista israelo-palestino de Jerusalén, dicen que abogar por el boicot no siempre se trata como antisemitismo. Ambas partes tiene un motivo para exagerar tales afirmaciones. Pero la campaña ‘boicot, desinversiones y sanciones’ (conocida en el mundo activista como ‘BDS’) parece que está creciendo» (The Economist, 13 de septiembre de 2007).

Sin embargo, el artículo da la impresión de que las sanciones promovidas por varias organizaciones de todo el mundo contra Israel en protesta por los 40 años de ocupación de los Territorios Palestinos y de los Altos del Golán, son una forma de «fastidiar» a Israel, una especie de nueva moda para criticar a Israel. El artículo incluso sugiere que las iglesias de Estados Unidos que decidieron desinvertir en Israel lo hicieron «realmente» como parte de las luchas internas entre las propias iglesias.

Lo que el autor olvida señalar es que para llamar al boicot, la desinversión y las sanciones a Israel se esgrimen razones muy importantes cuyo eco se está multiplicando por todo el mundo: el desdén absoluto del gobierno y los militares israelíes hacia las críticas; la continua construcción ilegal de asentamientos; las flagrantes violaciones de los derechos humanos de los palestinos; la construcción del muro de separación (violando el dictamen de la Corte Internacional de Justicia); y la continuación de los ataques contra civiles palestinos desarmados, incluidos niños, son las razones por las que Israel está siendo gradualmente enajenado por la comunidad internacional.

Israel sigue gozando de un gran apoyo de Estados Unidos (y las industrias petroleras y armamentísticas que operan con el Congreso estadounidense tienen un presupuesto varias veces mayor que el de los lobies judíos y evangélicos mencionados en el artículo). Mientras tanto los líderes mundiales van a remolque de acuerdo con las exigencias estadounidenses (y con sus propios intereses económicos en Israel), pero las voces que exigen respuestas claras de Israel se están incrementando.

La comparación con Sudáfrica ciertamente es adecuada. Con respecto a la cuestión de la efectividad del boicoteo no faltan pruebas de que un boicot contra Israel puede ser más efectivo de lo que lo fue el boicot contra el régimen del apartheid (y el artículo de The Economist no rebate esto). Sin embargo, la argumentación de que Israel es una democracia, al contrario que el apartheid sudafricano, es altamente problemática. En el estado de Israel el 100% de los judíos tiene derecho a votar, pero solo un 25% de los palestinos bajo el gobierno israelí posee este derecho democrático fundamental. Así, mientras que Israel es formalmente una democracia electoral, es altamente parcial y está ensombrecida por la falta de una democracia sustancial y de la igualdad de derechos.

Sin embargo Israel, que ha declarado sobre sí mismo que está en un «estado de emergencia» desde su nacimiento, dirige ejecuciones extrajudiciales, permite a sus militares funcionar con un auténtico descuido judicial y otorga derechos extra legales y privilegios a los judíos. Gran parte de la discusión de Israel como una «democracia» está destinada a las relaciones públicas y tiene poco fundamento en la realidad. Aunque Israel no puede decir que es «desarrollo separado», sus políticas socio-económicas identifican «áreas de prioridad nacional»-que incluyen los asentamientos y sus industrias en Cisjordania- y que descuidan a los ciudadanos palestinos de Israel. Las políticas de ocupación israelí suprimen las industrias palestinas en los territorios ocupados y desvirtúan el desarrollo económico allí en provecho de Israel.

El artículo de The Economist además señala que el liderazgo palestino pone objeciones al boicot, pero no menciona que la mayoría de las organizaciones de la sociedad civil palestina, los movimientos políticos y grupos de protesta no violenta apoyan ampliamente el boicot y que más de 200 organizaciones firmaron una petición llamando a la comunidad internacional a boicotear a Israel.

El boicot económico a Israel no es un paso destinado únicamente a promocionar los intereses palestinos. Se requiere una gran candidez para creer que los palestinos están de acuerdo en vivir bajo la ocupación militar israelí sin oponer resistencia. El boicot abre la opción a la resistencia no violenta y no mata a nadie. Así pues, representa una forma alternativa de lucha que fuerce a Israel a responsabilizarse de sus acciones y también, de forma no violenta, a poner fin a su continua ocupación.

* The Economist 13 Sep 2007

El boicot a Israel

Nuevos parias en el bloque

La campaña a favor de sanciones contra Israel está creciendo. Pero encuentra resistencia y es menos efectiva de lo que parece.

Por una vez los críticos con Israel y sus coros de animadores están de acuerdo en algo: el estado judío se arriesga a un gran aislamiento internacional. Grupos proisraelíes como la ONG Monitor y el Centro Jerusalén para Asuntos Públicos dicen que está en marcha un nuevo asalto. En el otro campo, Shir Hever o el Centro Alternativo de Información, un grupo activista israelo-palestino de Jerusalén, dicen que abogar por un boicot no siempre se trata como antisemitismo. Ambas partes tiene un motivo para exagerar tales afirmaciones. Pero la campaña «boicot, desinversiones y sanciones» (conocida en el mundo activista como «BDS») parece que está creciendo.

Los grupos de presión proisraelíes ven esto como parte de lo que ellos llaman la «estrategia de Durban», ideada por activistas en una conferencia antirracismo celebrada allí por las Naciones Unidas en 2001, que marcó un nuevo punto para asestar un golpe a Israel. El detonante real, sin embargo, parece que ha sido un llamamiento de hace dos años hecho por una coalición de organizaciones palestinas para boicotear productos fabricados en Israel o en los asentamientos de Cisjordania, y para la desinversión en firmas israelíes, empresas asociadas a éstas, o firmas extranjeras consideradas como beneficiarias de la ocupación de Cisjordania y (entonces) Gaza por Israel. Caterpillar, cuyas excavadoras se usan para demoler casas palestinas y construir asentamientos y Motorola, cuyos clientes de equipos de comunicaciones incluyen al ejército israelí, son objetivos populares.

Este año dos grandes sindicatos británicos y el mucho más pequeño Sindicato Nacional de Periodistas (NUJ) llamaron a sus miembros a boicotear los productos israelíes. El Congreso Irlandés de Sindicatos respaldó la desinversión. El sindicato del sector público de la provincia canadiense de Ontario votó para apoyar la BDS el año pasado; activistas locales hacen campaña contra Indigo, una cadena minorista que vende libros y música. Sus dueños mayoritarios tienen una fundación para veteranos israelíes. En febrero se llevó a cabo una «Semana del apartheid israelí» en los campus de Estados Unidos y Gran Bretaña por tercer año consecutivo. Se han aprobado mociones para boicotear a universidades israelíes en las conferencias de los dos sindicatos británicos de profesores. Un puñado de iglesias estadounidenses y el Consejo Ecuménico Mundial de Iglesias han considerado la desinversión en compañías como Caterpillar, como ha hecho la Iglesia de Inglaterra, la iglesia asentada en Gran Bretaña.

Muchos más actos de menor envergadura -desde una protesta contra productos israelíes a las puertas de un almacén alemán de comida a la amonestación del gobierno holandés a una compañía que estaba ayudando a construir el muro de separación en Cisjordania- muestran que la hostilidad hacia Israel, o al menos hacia su trato a los palestinos, está encontrando su expresión.

Vistos más de cerca los boicots parecen débiles. La mayoría de las mociones aprobadas han sido recomendaciones no obligatorias o instrucciones para investigar la puesta en marcha de la BDS. Las votaciones de los activistas en las conferencias pueden ser rechazadas por los miembros, como el boicot del NUJ que fue revocado por las quejas furiosas de éstos. Tras la presión de grupos judíos, los presbiterianos estadounidenses que en el 2004 votaron el examen de la desinversión en más de cinco firmas estadounidenses, el año pasado renunciaron sin haber retirado ni un dólar. Los dos sindicatos británicos de enseñanza se fusionaron y votaron de nuevo la consideración de suspender vínculos con las instituciones israelíes y lo único que consiguieron fue provocar un tremendo contraataque de los decanos de las universidades estadounidenses.

Todo ello recuerda la campaña fortuita contra Sudáfrica antes de que las Naciones Unidas respaldaran las sanciones en 1962. Pero el movimiento anti Israel da pocas señales de que pueda obtener el apoyo oficial. Una razón es que Israel tiene miembros muy poderosos en los grupos de presión tanto en organizaciones judías como en el movimiento evangélico cristiano de Estados Unidos, para el cual el nacimiento del estado judío es un cumplimiento de la profecía (algunas mociones BDS aprobadas en iglesias estadounidenses realmente reflejan divisiones cristianas internas). A diferencia del Congreso Nacional Africano, que actuó tanto en la esfera moral como en la organización de las sanciones, el liderazgo palestino no apoya la BDS -temeroso de que pueda dañar más a los palestinos que a los israelíes- y está más débil y dividido.

La diferencia principal entre el caso israelí y el sudafricano está, sin embargo, en la esfera moral. Israel es una democracia robusta con una vibrante libertad académica, mientras que estaba claro para la mayoría de los sudafricanos que el «desarrollo separado» era la tapadera para un burdo sistema de racismo; tanto los errores como los aciertos en Palestina son más turbios y más fieramente disputados. Por todas esas razones la diáspora judía escorada a la izquierda y los activistas de campañas contra la ocupación a menudo polemizan contra la BDS y a favor de un compromiso más «constructivo». Boicotear a las universidades israelíes, advierten, realmente perjudica a los más enérgicos críticos de la ocupación (y puede, de este modo, que sea improbable molestar a los halcones israelíes).

Incluso los entusiastas de la BDS no están completamente de acuerdo en la mejor forma de acometerla. Mientras que unos llaman a un boicot amplio, otros piensan que «sanciones inteligentes», como la prohibición de artículos producidos en los asentamientos de los territorios ocupados o contra firmas específicas, tendrán más efecto y soslayarán las acusaciones de antisemitismo. La economía israelí, dicen, es más vulnerable a las presiones que la de Sudáfrica; más pequeña, más globalmente conectada y con menos recursos naturales. «No creo que el boicot sea tan amplio como en Sudáfrica» dice Hever, «pero un pequeño y específico impacto económico puede cambiar la forma de pensar de mucha gente». Quizás. Pero culpar sólo a Israel por el encallamiento en los territorios ocupados continuará señalando a muchos extranjeros como injustos.

Texto original en ingles:

http://www.economist.com/world/international/PrinterFriendly.cfm?story_id=9804231

Nancy Hawker es una investigadora que estudia las economías de los campos de refugiados en la región de Jerusalén.

Carlos Sanchis y Cay R. pertenecen a los colectivos de Rebelión, Cubadebate y Tlaxcala. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar a la autora, al traductor y la fuente.