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La Ley de Memoria Histórica a examen

Carta al Suboficial Floren Dimas: Sin memoria no hay identidad

Fuentes: Rebelión

Querido Floren: Siempre andas cumpliendo las sabias     Querido Floren: Leo tu e-m sobre la «Ley de la Memoria». La política, dicen, es «el arte (?) de lo posible». Pero aquí hay no poco campo para la trampa, pues basta, a veces, decir que «no es posible». La política, para Tierno (y uno, modestamente, […]

Querido Floren: Siempre andas cumpliendo las sabias

 

 

Querido Floren: Leo tu e-m sobre la «Ley de la Memoria». La política, dicen, es «el arte (?) de lo posible». Pero aquí hay no poco campo para la trampa, pues basta, a veces, decir que «no es posible». La política, para Tierno (y uno, modestamente, coincide), era el camino o medio para elevarse de las proclamas, programas, proyectos, a la realidad, esto es, para convertirlas/os en realidades (verbigracia, Art. 47 de la Constitución: todos los españoles tienen derecho a una vivienda digna y adecuada; ¿cómo hacerlo realidad?: a través de la política. Que incluye, of course, cómo se reparte el presupuesto.

Verbigracia: en Valencia se dedican fortunas, del dinero público, a gastos papales, a obras grandiosas, a subvencionar a quien conviene al partido del Govern Valencià (lo que incluye muy buen dinero a los gavilanes del cemento y el ladrillo, que hacen, por su parte, generosas donaciones a ese partido), mientras miles de niños siguen sin tener edificio escolar, en barracones. En el Estado, se gasta money en comprar tanques (¿para luchar contra Francia, contra Andorra, contra Portugal?; ¿o contra Marruecos, si se logra que los tanques naden, y que dé permiso USA?), pero no lo hay para triplicar, o así, los inspectores de trabajo, y siguen muriendo quintales de trabajadores para mayor ganancia de empresarios infames. Ni hay presupuesto para una mayor flota de inspectores de Hacienda que no aprieten solamente las clavijas al esforzado mileurista, u ochocientoseurista, sino también a los profesionales con consultas privadas que ganan decenas de miles de euros, no dan factura, y declaran la octava parte. ¡Ah, el gran tema, cuando ya no hay revoluciones callejeras!: el presupuesto, he aquí la política. Que no son (sólo) los políticos.

Hay otras varias definiciones de política. La «mía» es, junto a la de Tierno: la trama, el entramado, de las relaciones de poder, de las relaciones de fuerza. Igual en mi Departamento de la Universidad que en una familia (con frecuencia), que en un partido, una asociación, un Ayuntamiento, etc, etc. Aleshores, ¿es posible ir más allá hoy, respecto a la Memoria, en este querido y miserable –a veces– país, único en Europa oriental y occidental, la ex comunista y la liberal-capitalista, donde se ha dado y da la impunidad del fascismo, único en el ancho mundo –donde la monarquía es una especie mayormente en extinción– en que ya van tres veces (algunos dicen cuatro) en que se ha ido y ha vuelto, mayormente, la vuelta, mediante golpes como el de Sagunto pro Alfonso XII, o el de Sanjurjo, Mola y Franco pro Juan Carlos? ¿Es posible, cuando anda con su diarrea verbal urbi et orbi un neofascistilla como Aznar –partidario del terrorismo internacional de Estado– capitaneando buena parte de la derecha española, y tiene a un meapilas mal reciclado como Acebes y a Mr. Z. Capone de sanchopanzas? ¿Cuando un homicida de Estado como Fraga sigue de prócer y padre de la patria? Aquí ha habido una «transición del embudo», un bello Estado de Derecho con intolerables guetos y trágalas. Cual el de nuestros guerrilleros antifascistas o «maquis» de después de la guerra incivil, cuando la ONU condenaba al régimen de Franco, quienes en toda Europa –este y oeste– son héroes, con medallas, pensiones, rangos honoríficos, mas aquí bandoleros aún, por obra y gracia del PP. Como el «saqueo jurídico» de los bienes de muchos ciudadanos por haber combatido en el Ejército republicano; dándoles a elegir, a veces incluso, entre sus propiedades y la vida.

¿Sabes que unos dignos tenientes generales –que, Código Penal en mano, han delinquido, prevaricando– concedieron la cruz de años de servicio a mílites condenados, dos veces, por delito de rebelión (una, por la jurisdicción castrense, otra, por el Tribunal Supremo), a causa de lo cual han pasado años en la cárcel, quedándoles antecedentes penales, etcétera (incluido el que pegó a Gutiérrez Mellado, y nos lo ponen frecuentemente en televisión), cuando el Reglamento correspondiente prohibía conceder tal cruz a quienes no hubiesen observado toda su vida militar «la más intachable conducta» (sic)? Pero eso no es lo más grave, sino que a militares de la UMD, incluido un servidor, se la han negado por «tachable» conducta, aunque sólo fuesen arrestos disciplinarios, es decir, administrativos, no penales. Y los militares del sedicioso «manifiesto de los cien», de diciembre del 81, que puso a España en carne viva, han ascendido a general (Blas Piñar, Cañadas….), pero no los de la UMD, como Díez Gimbernat o Monge, aun siendo de Estado Mayor. ¿Esto no se llama embudo? (Si no, sería peor, habría que hablar de «Ejército de la Victoria» décadas después de morir Franco).

(Por cierto, ¿incluirá la Ley de la Memoria un apartado que permita a estos militares «úmedos» instar un procedimiento con garantías que acredite las persecuciones y discriminaciones que sufrieron, ya en «la democracia», que tardó mucho más en llegar a las FAS que el 15-6-77 ó el 29-12-78? No voy a extenderme mucho sobre «mi caso», pero habría militares que declararían que a ellos les suspendieron en un curso de ascenso porque les vieron hablar conmigo cuando había una consigna, en la Academia de Caballería, de que no me hablase nadie. O aportaría un servidor la constancia, en documento oficial castrense, de que mi jefe de Unidad, Grupo Logístico XXXI –un hombre honrado de derechas– cuando me arrestó y expulsó Milans del Bosch de su virreinato o taifa, declaró que yo era objeto de persecución. Etcétera).

Voy terminando: los que se oponen a esta (insuficiente, cuidadosita) Ley en ciernes son tardofranquistas inconfesos; o que no saben, me temo, que lo son, pues «comprenden» el franquismo. No estamos pidiendo que condenen a policías especialistas en torturas, como Matute o Conesa, que manden a Fraga a la isla de Yeu como a Pétain, que censuren expresamente a militares que emitieron condenas de muerte a las que sólo cabría llamar «asesinatos jurídicos», como al de Riego. (Mi padre, sublevado con su regimiento «Farnesio» de Valladolid el 18-7-36, nos contaba que él pidió ir al frente enseguida, aunque tenía tres hijos y pronto cuatro, porque le ordenaban ser miembro de esos tribunales con orden concreta de condenar a muerte a cualquiera que fuese de un partido de izquierda o un sindicato. ¡Qué sarcasmo de juicios! Y a un comandante de ese regimiento que no se sublevó sino se quedó en su casa, era sábado y domingo, lo fusilaron también). Ahora pedimos la «amnistía» completa de los tantos años obligados al silencio. Que acaben las catedrales e iglesias de «curas Von Wernich» a la ibérica donde se honra, con lápidas fascistoides, a la media España que fusiló a la otra media.

La verdad nos hará más libres. Nos negamos al olvido, que sería, además, traición. Es imposible abdicar del pasado, y hay que informar a los que vienen después. Es el «Recuérdalo tú y recuérdalo a otros» de Cernuda. Sin memoria no hay identidad, el enfermo de Alzheimer pierde ésta, sólo se sabe lo que se recuerda. Como dice Carlos Castilla, de quien tomo frases, el olvido sella la muerte del que existió. Sobre todo, si se persigue su derecho a ser recordado. Por el contrario, sobrevive mientras se le recuerde, en la memoria. Por eso hay estatuas y nombres de calles. Aunque en Valencia la fenicia –mientras Franco cabalga en la «capitanía general», y su escudo fascista preside la entrada principal de la misma– aún no existe ni un callejón a nombre del valenciano de honor, de honradez como pocos, de catolicismo confeso siempre, gran militar y gran hombre, Vicente Rojo Lluch, jefe del Ejército de la República.

José Luis Pitarch,

Vicepresidente de Unidad Cívica por la República