Los contratos de hasta una semana de duración se disparan con respecto al 2007
«Mi empresa, que es una empresa grande, tiene una ETT interna», resume Pilar (pide publicar un nombre ficticio por temor a perder el trabajo), subgobernanta en un establecimiento de lujo de una de las principales cadenas hoteleras de Madrid. Con 54 años y en el sector hostelero desde 1999, asegura que nunca había visto una precariedad y desprofesionalización tan elevada. «El trabajo de piso [atención y limpieza de habitaciones y zonas comunes de los hoteles] siempre ha sido duro, pero teníamos un convenio y unas condiciones mínimas; ahora la externalización y el gran volumen de eventuales han empeorado mucho estas condiciones, además de extenderse a otras profesiones que trabajan en los hoteles y otros sectores como la hostelería», explica. «Se trabaja al día, en función de la ocupación. Se trampea, con horarios de 10 o 12 horas, sin cobrar horas extras, te dicen de hoy para mañana cuando libras, qué turno tienes, cuándo tendrás vacaciones… Y ojito con quejarte».
Pilar vive la temporalidad en carne propia: su contrato actual, de un mes de duración, vence el próximo día 23. Y así seguirá hasta que le dejen de poner sobre la mesa otro contrato por un mes o hasta que encuentre otro trabajo. «Te dan el finiquito y, después de un par de días, lo normal es que vuelvan a renovarlo… Pero las camareras de piso lo tienen peor: las contratan por quincena, por semana…», reconoce. Las estadística del Servicio Público de Empleo acreditan que el volumen de los contratos temporales y en especial los de cortísima duración (como los de hasta una semana) no han parado de crecer. Se han disparado si se compara con niveles del 2007, cuando la crisis económica aún no había golpeado al mercado laboral. En los primeros seis meses de este año, de los casi 9,5 millones de contratos firmados, 2,5 millones duraron en el mejor de los casos siete días -es decir, más de uno de cada cuatro-. Son unos 13.000 minicontratos al día, 575 por hora. Sólo en junio (ver cuadro), ya en temporada veraniega, empresarios y trabajadores firmaron 507.068 de este tipo, el doble que nueve años antes. A razón de 16.900 al día, 704 por hora.
Hace nueve años, en el primer semestre estos contratos de tan corta duración representaban el 15% -1,4 millones del total de 9,2 millones-. Antes de la crisis, de media, la contratación era por 72 días, ahora está en 51 días..
El mercado laboral, que trata poco a poco de cicatrizar las heridas de la gran depresión, está cambiando. Entre los aspectos que más preocupa a sindicatos es que la sostenida rebaja de la duración de los contratos temporales, tradicionalmente vinculado a los servicios, se está notando en otros sectores. Hace sólo unos días, CC.OO. mostraba su preocupación por la precarización en la industria -minoritaria, pero tradicional punta de lanza del empleo más estable-. Con respecto a los años previos a la crisis, el número de contratos de hasta siete días se han multiplicado por diez y mientras que en los seis primeros meses del 2007 representaban apenas el 3,9% de los firmados en el sector, ahora ya suponen el 28,7%.
En todo caso, el sector de servicios, cada vez con mayor peso en la economía española, copa este tipo de contratación en términos absolutos: ahí es donde se firman el 85% (por encima de los 434.000 en el primer semestre del 2016).
¿Qué consecuencias tiene la proliferación de contratos de escasa duración? «Supone una pérdida evidente de capacidad productiva y, para los trabajadores, entran en un círculo vicioso de temporalidad del que muchos no pueden salir», concluye Manuel Hidalgo, profesor la Universidad Pablo de Olavide (Sevilla). «Un sector que abusa de los contratos cortos ofrecerá trabajos que requieren escasa formación y, por tanto, de poco valor añadido. La falta de continuidad laboral impide la formación y la adquisición de habilidades sofisticadas, que es lo que puede hacer competitiva a una empresa», abunda Josep Espluga, experto en sociología del trabajo y profesor de la Universitat Autònoma de Barcelona.