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No nos tenemos que ir fuera de Europa para asistir a la violación de los derechos humanos en los centros de internamiento de los inmigrantes “sin papeles”

Centros de internamiento o la violacion autorizada de los derechos humanos

Fuentes: Rebelión

A los inmigrantes sin papeles en este país no se les consideran personas.

No nos tenemos que ir fuera de España para asistir a la violación de los derechos humanos, basta con pasarse unos días por los centros de internamiento de los inmigrantes «sin papeles».

En España,  los  CIE son los centros desde donde, tras un máximo de estancia de 40 días, expulsan a sus países a los «sin papeles», sí el abogado no logra detener el proceso.

Sabía que existían estos centros pero el día 3 de febrero tuve ocasión de visitarlos por primera vez, cuando me enteré de que un amigo mío africano estaba detenido por no tener papeles y se encontraba en el CIE de Madrid (edificio inaugurado hace tan solo 8 meses, situado en la antigua cárcel de Carabanchel). Fui  allí corriendo pues me avisó un inmigrante, que había podido salir del centro, que si le quería ver tenia que apuntar mi nombre esa misma mañana en una lista. Llegué al centro y pregunté a un policía que ¿dónde me apuntaba? ante mi asombro me dijo  que volviese a las cuatro.

A las cuatro me fue imposible entrar de la cantidad de visitantes que había. Por fin me enteré de las reglas. Se supone que nosotros tenemos que aparecer, si queremos asegurarnos de que vamos a ver al recluso el día del que disponemos, desde las 11 de la mañana hasta las 16 h en la calle (el resfriado, por supuesto, no hay quien te lo quite). Pocos somos los afortunados que tenemos ese tiempo y podemos entrar a ver a nuestros amigos, novias, mujeres, padres o hijos…

No  contentos con dejar en nuestras manos la organización de las visitas (y todo esto para verlos 5 ó 7 minutos máximo y de una manera incomodísima). A los infortunados los vemos separados por unas mesa largas vigilados por varios policías que prohíben cualquier acercamiento físico y escuchan tu conversación.

Pronto intuí, alarmada, que si ése era el trato que daban a los visitantes cuál sería el que daban a los reclusos.  El chico al que yo voy a  visitar, a parte de tener una expresión de horror que se justifica (lleva ya allí más de 30 días) después del viaje atroz realizando durante dos  años hasta llegar al «paraíso prometido», está cada vez más delgado y me dice que le duele todo el cuerpo por el frío y la falta de comida. Me explica que llevan 6 días sin agua caliente (los días más fríos de este invierno), no hay calefacción y la mayor parte de ellos dispone sólo de la ropa que tenían cuando fueron detenidos.  Las mantas para dormir son muy delgadas. Más tarde me entero, por familiares, de que hay muchas mujeres y hombres durmiendo en el suelo (el edificio está pensado para 100 personas y ahora hay más de 300).

El aspecto del chico mientras van pasando los días está cada vez más deteriorado y sé que ha sido tratado por estrés postraumático y que debería estar con tratamiento en una circunstancia así de dura. Quiero hablar con el médico pero me resulta imposible. Dejo el certificado del diagnóstico de la psiquiatra y lo que debe tomar a los policías. Nadie le da ningún fármaco.  Más tarde me entero de que es él el que tiene que ir al médico (por la mañana, pues por la tarde no hay nadie) y contarle todo lo que le ocurre. Tiene que ser en inglés pues es su idioma ¿sabrá alguien allí inglés, ruso, rumano, polaco, árabe… Mucho me temo que no.  A través de estas visitas me voy enterando de que la comida es intragable y por ello se han puesto repetidamente en huelga de hambre. Huelgas que terminan con castigos y palizas a quienes la promueven o los funcionarios creen que la promueven (un fin de semana terminó con ambulancias en el centro que fueron a recoger e intentar reparar los golpes que habían recibido los que lideraban una huelga de hambre). El desayuno consta de un zumo de naranja y 3 galletitas, igual que la cena. La comida una sopa con pan muy duro, o unos espaguetis sin nada, el día mejor un trozo de pollo en mal estado.

Hace unos días, más de 60 reclusos tuvieron vómitos y diarreas por una de estas comidas en mal estado, hay que añadir a esto el frío y el estrés generado por la inminente expulsión. ¿Cómo solucionaron  la avalancha de gente con gastroenteritis que necesitaba ir a los lavabos urgentemente? Pues de la manera más bárbara, cerraron
los lavabos y les dijeron que se fueran a «cagar a sus países». No tuvieron otra  salida que hacer sus necesidades en las celdas y vomitar en ellas.

Soy una observadora temporal de dicho centro y, obviamente dicha cárcel para los que han cometido «el delito de no estar documentados», es un polvorín. Llamé alarmada a los medios de comunicación. Primero a un programa sobre inmigrantes, «Con todos los acentos», ellos pidieron permiso para entrar pero se lo negaron. Llame a «El País» y a «El Mundo». «El País» sacó una columna, pues coincidió ese día con que se habían fugado varios reclusos en la madrugada. Las fuentes que dieron como fiables fueron sólo las de la policía. Llame a la Cadena Ser. Llamé a diferentes ONG pero los días seguían pasando… Yo sigo yendo allí y sólo he visto a una colaboradora del diario «El Mundo» que pasó fugazmente. Una vez más me enfrento con la realidad de que los inmigrantes sin papeles en este país no se les consideran personas. Me queda la esperanza de que, quizá, alguna vez, alguna ONG caritativa se acuerde de aquellos que están pasando el trago más amargo, de los que devuelven a su lugar de origen, a la miseria.