En una larga entrevista, de más de 700 páginas, Ignacio Ramonet desgrana la biografía de Hugo Chávez hasta que éste llega a la presidencia de Venezuela, en 1998. Antes, escribió «Fidel Castro, biografía a dos voces». Son dos trabajos diferentes. En «Hugo Chávez, mi primera vida» (Debate) aborda la «construcción», la «fábrica» y los antecedentes […]
En una larga entrevista, de más de 700 páginas, Ignacio Ramonet desgrana la biografía de Hugo Chávez hasta que éste llega a la presidencia de Venezuela, en 1998. Antes, escribió «Fidel Castro, biografía a dos voces». Son dos trabajos diferentes. En «Hugo Chávez, mi primera vida» (Debate) aborda la «construcción», la «fábrica» y los antecedentes de quien será en el futuro presidente de la República Bolivariana. Pero la aproximación a Chávez no resulta sencilla. Según Ignacio Ramonet, requiere de entrada sortear el «muro mediático» tejido, desde el primer momento, en torno a su persona (España es posiblemente el país del mundo con medios de información más hostiles a Chávez). Se trata, en general, de «constructos mediáticos» que muy poco tienen que ver con la realidad.
Una de las grandes «barreras» históricas a las que se enfrentó Chávez estriba en que, como militar, se enfrentó a Carlos Andrés Pérez, un presidente socialdemócrata muy bien relacionado, por ejemplo, con el PSOE. «Yo lo conocí muy bien, lo entrevisté varias veces; Pérez sí era un caudillo, un cacique populista», detalla Ramonet. En la época de Carlos Andrés Pérez se hablaba de la Venezuela «saudita», muy vinculada a la explotación del petróleo. Pérez combatió con gran saña a la izquierda. En su pasada etapa al frente del Ministerio del Interior, les exhortaba a los militares: «disparen primero y pregunten después», al tiempo que se reprimía brutalmente, liquidaba y torturaba a la guerrilla de izquierdas. Para rematar, la escandalosa corrupción de las elites. En definitiva, según Ignacio Ramonet, «la socialdemocracia latinoamericana y europea detestan a Chávez por ser uno de los jefes de la rebelión militar contra Carlos Andrés Pérez en febrero de 1992; pero precisamente esto es lo que le convirtió en uno de los hombres más populares de Venezuela».
Hugo Chávez fue elegido (con el 56% de los sufragios) presidente de Venezuela en diciembre de 1998, en un país -el más rico de América Latina- con el 60% de la población en la pobreza. Es el primer presidente progresista de América Latina que accede al poder por las urnas, después de Salvador Allende (25 años de diferencia entre ambos). Y lo hace con un partido de masas radicalmente diferente a los que han gobernado el país durante 40 años, AD y COPEI.
En sus 14 años al frente del gobierno, Chávez convocó 19 elecciones, de las que sólo perdió una. El escritor y periodista habló por primera vez con el presidente en 1999. «Mi impresión era que se trataba de un hombre progresista, que tenía como objetivo el mejor reparto de la riqueza, la mejora de la sanidad, la lucha contra el analfabetismo y la corrupción». No se trataba sólo de un militar. Ahora bien, desde primera hora se tuvo que enfrentar a una oposición muy recia. La prensa venezolana lo saludó desde los comienzos con calificativos como «caudillo» y «dictador». Pero en la izquierda tampoco se le aceptaba. «Intelectuales de América Latina muy significados me decían que más milicos no». «Salíamos del ciclo de dictaduras militares en la región», recuerda el periodista.
Además, Hugo Chávez fue el primer mestizo (mezcla de indio, blanco y negro) que accedió a la presidencia. Un «milagro social». Porque en Venezuela, y en la mayoría de las sociedades latinoamericanas, quienes no tuvieran pigmentación blanca podían ascender algo en la escala social, pero finalmente se topaban con una barrera. Una vez en el poder, los ataques más básicos de la oposición contra Chávez eran de índole racista: «simio», entre otros epítetos. Sin embargo, «lo cierto es que, por primera vez, una parte de la sociedad se reconoce en la dirigencia del país y su política de redistribución de la riqueza», explica Ignacio Ramonet.
Todo libro tiene su trastienda, sus entresijos, las anécdotas de obrador que no figuran en el texto, pero que lo enriquecen al conocerlas. Cuando se lanzó la edición venezolana de «Hugo Chávez, mi primera vida», Ramonet se lo entregó a Correa, quien mantuvo una estrecha relación con el presidente venezolano, y se sorprendió: «Pero si ya lo sabemos todo sobre Chávez». Pero el mandatario ecuatoriano andaba errado, pues pensaba que Hugo Chávez era, en sus orígenes, un joven de clase media. No es así. Fue un presidente de raíces muy humildes, como después lo serían Lula o Evo Morales, pero Chávez fue el primero. Es algo que también sorprendió a Leonel Fernández, presidente de la República Dominicana.
El futuro presidente de Venezuela nació en Sabaneta, en el estado de Barinas, región de Los Llanos, un territorio muy marcado por la identidad y la «esencia» nacional. A su padre, con 19 años, lo mandaron de maestro a una aldea aprovechando que sabía leer y escribir. Antes, vendía carne por las comunidades montado en un burro. Pero fue realmente su abuela, Rosa Inés, una mujer pobre y sin recursos, quien crió a Hugo y a su hermano mayor. Vivían en una casa con techo de palma, paredes de adobe, suelo de tierra y un pequeño jardín con frutales. Vendían las frutas o las transformaban en una pasta dulce («arañas»), que Hugo Chávez vendía por la calle con 6 años. Una infancia marcada por la estrechez y la penuria. En su primer día de escuela, no le dejaron entrar porque calzaba alpargatas. Así pasó la niñez, centrado en la escuela y en la venta ambulante.
Pasados los años, Chavez no se convirtió en un advenedizo, ni en un «nuevo rico», ni en un impostor. «Mantuvo toda la vida su fidelidad a los orígenes», apunta Ramonet. Se apoyaba para ello, con frecuencia, en una cita de un intelectual como Gramsci: «No hay que ir al pueblo, hay que ser el pueblo». Contra lo que pudiera pensarse, el interés de Hugo Chávez por la política fue bastante tardío. Su madre pretendía que se dedicara al sacerdocio, de hecho, durante mucho tiempo ejerció como monaguillo. Acompañaba entonces a un cura adscrito a la Teología de la Liberación, que le influyó y le llevó a considerar a Jesús de Nazaret como el primer revolucionario, y tener entre sus textos de cabecera el «Sermón de la Montaña» y los evangelios.
La práctica de monaguillo también le acercó a la experiencia de la muerte, con ocho años, cuando asistía en la extremaunción a moribundos. En el bautismo de los recién nacidos, pudo comprobar la alegría que llegaba a las casas. Eran lecciones de filosofía primaria para un niño. De la venta callejera, recordaba el mandatario años después, aprendió las artes de la comunicación y las consignas, lo que aprovechó para la política. Son retales del pasado y experiencias que forjaron un imaginario.
Hugo Chávez, cuenta Ignacio Ramonet, tuvo siempre deseos de ser pintor y practicó, de adolescente, en una academia de bellas artes. Pintó toda la vida, hasta la muerte. De hecho, fue su gran vocación. También sentía inclinación por la poesía y lo demostraba recitando de memoria largos romances, casi interminables. Eran éstas unas composiciones muy características de la región de Los Llanos, en el pasado, una inmensa estepa para guerrear. Escribió asimismo cuentos, piezas de teatro, etcétera. Pero no únicamente en el mundo de las artes: «Chávez fue también un creador en el campo de la política, hasta el punto de cambiar el destino y la faz de América Latina», subraya el periodista. «Y eso lo puede hacer sólo alguien que va más allá de planteamientos burocráticos y partidarios».
El pasado y los antepasados de Chávez explican en alguna medida la obra política. Su madre fue nieta de un bandolero de Los Llanos, Maisanta, hijo, a su vez, del jefe de una banda revolucionaria que nunca aceptó el dominio de caciques y latifundistas. Eran los primitivos de la revuelta. El citado jefe fue oficial de Zamora, quien lo fue de Simón Bolívar. Chávez establece, de ese modo, una línea de continuidad entre Bolívar y su persona. Pero sobre todo, le da la vuelta al discurso oficial de la época. Porque, de pequeño, su propia familia (reproduciendo las consignas de la época) se avergonzaba de Maisanta. Chávez recuerda cómo la abuela le decía a su madre, cuando se irritaba: «Cómo se nota que llevas la sangre de ese criminal».
La oposición a Chávez ha «vendido» una imagen de presidente tosco. Pero recuerda Ignacio Ramonet que fue un alumno muy brillante en la escuela primaria. Cuando el primer obispo de Marinas pasa por la escuela de Sabaneta, Hugo es el designado para el discurso. Hace gala entonces de un desparpajo y una desenvoltura propia de quien se ha forjado en la calle. También se destacó como estudiante de secundaria, sobre todo en Matemáticas y Física. Pero en ese momento su verdadera pasión era el béisbol. Con 13 años se dedica con mucha intensidad a ese deporte. «El béisbol, los estudios y las chicas eran sus prioridades, como en el caso de cualquier adolescente», recuerda Ignacio Ramonet. Además, «la política no le interesaba para nada». En aquella época -evocaría Chávez años después- sólo le llegaron noticias de la muerte del Che. Nada, por ejemplo, de acontecimientos como Mayo del 68.
Participa en campeonatos regionales y estatales de lo que en ese momento le apasiona, el béisbol. Como premio a la victoria en una de las competiciones, le explicó a Ramonet en una entrevista, les llevaron a un burdel. Podría parecer una paradoja, pero es precisamente su vocación por el deporte la que le lleva a ingresar en la academia militar, a pesar del rechazo de su familia. Y lo hizo porque allí enseñaban béisbol unas leyendas vivas, jugadores venezolanos que habían sido campeones del mundo. Son los grandes azares que en ocasiones marcan el rumbo de la historia. La fuerza del destino. El año que Hugo Chávez entra, se modifican los planes de estudio en la academia militar. El presidente Caldera (cristianodemócrata) decide dos cosas: retirar del mando de tropa a una serie de oficiales progresistas, a quienes envía como instructores a la academia. A los cadetes, además, se les exigirá el bachillerato y se les impartirán estudios de licenciatura. Y así es como un joven que aspira a ser como su ídolo «El látigo Chávez» (con el mismo apellido y zurdo como Hugo), se encuentra con profesores muy formados y politizados. Descubre la figura de Bolívar, que le fascina. Se entusiasma por la historia y la cuestión militar. Y finalmente, lo que parecía imposible, abandona el béisbol.
El presidente Chávez leía y citaba mucho. Lecturas, y también experiencias de su etapa formativa, que le marcaron. Al poder llegó muy joven, con 44 años. A diferencia de Fidel Castro, que leyó y estudió a los clásicos del marxismo «occidental», Hugo Chávez se destacó por una formación esencialmente latinoamericana. Leyó a Miranda (padre de la patria venezolana), Bolívar, Mariátegui, enre otros, rescató a personajes olvidados como Zamora. Además, fue el primero en acceder al poder (por la vía democrática y aprovechando el descontento popular) construyendo un nuevo partido de masas, lo que años después harían Correa y Evo Morales. Según Ignacio Ramonet, Hugo Chávez «se inscribe en la tradición de los militares progresistas». Citaba mucho a De Gaulle (general que en Francia había dirigido la resistencia contra el fascismo). Uno de sus grandes referentes fue Velasco Albarado, general y presidente de Perú, que impulsó una reforma agraria y permitió que la lengua Quechua se considerara lengua nacional, entre otras reformas.
El joven Chávez conoció a Velasco Albarado en 1974 en Ayacucho (Perú), donde se desplazó con un grupo de cadetes. Se celebraba el 150 aniversario de la batalla final contra el imperialismo español en América Latina. A pesar de su gran influencia (por ejemplo, el «libro azul»), Chávez consideró que la vía exclusivamente militar adoptada por Velasco Albarado, también por Torres en Bolivia o por Torrijos en Panamá, no era la correcta. Los tres llegaron al poder mediante un golpe de estado. Fueron tres referentes progresistas para Hugo Chávez. Que prefirió, sin embargo, la vía democrática, con la creación de un partido de izquierdas y la suma del apoyo popular. Cambió la faz de América Latina.