España, 18 de julio de 1936; Chile, 11 de septiembre de 1973. Los dos fueron golpes de Estado militares contra gobiernos legítimamente constituidos. Más aún, la preparación del golpe de Estado de Pinochet contra el Gobierno de Unidad Popular presidido por Salvador Allende tuvo como modelo el golpe de Estado de Franco contra el Gobierno […]
España, 18 de julio de 1936; Chile, 11 de septiembre de 1973. Los dos fueron golpes de Estado militares contra gobiernos legítimamente constituidos. Más aún, la preparación del golpe de Estado de Pinochet contra el Gobierno de Unidad Popular presidido por Salvador Allende tuvo como modelo el golpe de Estado de Franco contra el Gobierno del Frente Popular. Lo recordaba recientemente el profesor Joan E. Garcés, que fue asesor directo de Allende, en el Centro de la Diversidad Cultural de Venezuela. Sin embargo, dos de las instituciones más importantes que conforman los aparatos del Estado capitalista, Ejército e Iglesia católica, tuvieron una posición bien diferente en cada uno de ellos.
Sobre esa diferencia del Ejército y de la Iglesia católica respecto a los dos golpes de Estado, en Chile y en España, se habló en el Ateneo de Madrid en la presentación del Suplemento de CRÓNICA POPULAR dedicado a CHILE, 40 AÑOS DESPUÉS, editado en cuidada edición de papel para suscriptores, donantes y colaboradores y que, anteriormente, había sido colgado en la portada del periódico en versión PDF.
En el acto, celebrado el día 8 de octubre, participaron cinco de los autores de los artículos que componen este cuarto suplemento sobre los países de la CELAC: dos chilenos, el doctor Oscar Soto, médico personal del presidente Salvador Allende, y la arquitecta y consultora Ximena de la Barra; y tres españoles, el escritor y periodista Mario Amorós, el periodista y director de cine José Bartolomé, y el profesor de Economía, Juan Pablo Mateo Tomé, miembro del Consejo de Redacción de CRÓNICA POPULAR.
Dos médicos de izquierdas hablan del médico Salvador Allende
En la mesa había dos médicos de izquierdas, Oscar Soto Guzmán, militante del Partido Socialista Chileno, y Sergio García Reyes, militante del Partido Comunista de España y miembro de la Agrupación Ateneista «Juan Negrín», colaboradora junto a CRÓNICA POPULAR de la presentación del suplemento, Y los dos hablaron sobre otro médico, el doctor Salvador Allende Gossens, primero ministro de Salud, cuando contaba 33 años, del Gobierno del Frente Popular, entre 1938 y 1944, presidido por Pedro Aguirre Cerda, «el presidente de los pobres» y cuyo lema era «gobernar es educar», y, después, cuando ya tenía 62, presidente del Gobierno de Unidad Popular, de 1970 a 1973, en que tuvo lugar el brutal golpe de Estado.
Actuando como presentador del acto y moderador, Sergio García Reyes, intervino refiriéndose de entrada a la situación actual de crisis sistémica del capitalismo y, frente a la dictadura de los mercados, planteó la necesidad de «un nuevo Renacimiento» que sitúe a la economía al servicio del hombre.
Después, y tras calificar a CRÓNICA POPULAR como «un grito de libertad», hizo una reseña biográfica de cada uno de los intervinientes además de una expresa mención a otros que no se encontraban en el acto. Entre ellos, la filósofa chilena Marta Harnecker, que en el suplemento reflexiona sobre las enseñanzas que se desprenden de la experiencia del l Gobierno de Unidad Popular de Allende y en una amplia entrevista del escritor Ramón Pedregal Casanova, miembro del Consejo de Redacción de CRÓNICA POPULAR, analiza aquella experiencia en relación con los nuevos caminos hacia «el socialismo del siglo XXI» iniciados en diversos países de América Latina.Y destacó también la aportación del profesor y abogado Joan E. Garcés y del analista político Marcos Roitman, que, recordó, coordinó gran parte del suplemento, que, gracias a él, cuenta con artículos de varios importantes periodistas latinoamericanos.
Óscar Soto, al lado de Allende hasta el último minuto
Médico internista y cardiólogo, profesor de la Universidad de Chile, Oscar Soto Guzmán fue médico de cabecera de Salvador Allende y formó parte del equipo más próximo del presidente chileno desde 1970, cuando fue llamado en su calidad de cardiólogo tras haber sufrido aquél una angina de pecho. Desde entonces, lo acompañó en numerosos viajes a los países que tuvo que visitar oficialmente y no se separó de él hasta su muerte, en el palacio de La Moneda el 11 de septiembre de 1973, junto a los leales que formaban su equipo más cercano, entre ellos los periodistas Augusto Olivares y Carlos Jorquera, los subsecretarios de Interior y Tierras, el abogado Daniel Vergara, y Lautaro Ojeda, el ministro secretario general del Gobierno, el economista Fernando Flores, el secretario privado del presidente Osvaldo Puccio y su hijo, estudiante de Derecho, su secetaria privada, Miriam Contreras…
Oscar Soto revivió aquellas últimas y trágicas horas del presidente Allende y relató cómo vió emocionarse a aquel hombre que fue ejemplo de dignidad y ética y que siempre mantenía la calma al conocer el suicidio de su amigo Augusto Olivares, «perro Olivares», como le llamaban los más cercanos a él. Cuando las tropas golpistas entraron a sangre y fuego en el palacio de La Moneda, Oscar Soto, que en aquel momento se encontraba en la planta baja del edificio, fue quien recibió la orden de rendición. Subió las escaleras hasta la primera planta y se lo comunicó a Allende, que pidió a quienes se encontraban con él que bajaran, que él lo haría el último. Unos minutos después, poco antes de las 14:00 horas, se escuchó un tiro. Gabriel García Marquez y Fidel Castro, dijeron que había sido muerto.por los militares. «Yo tengo que decir la verdad», recalcó Oscar Soto:»Allende se suicidó con su fusil ametrallador, que tenía entre sus manos. En eso fue en lo único que coincidí con la Junta Militar. Pero, además, también lo certificó la autopsia que se hizo al cadáver en 2011, tras ser exhumado…».
Oscar Soto abandonó Chile como exiliado en 1973 y, desde entonces, reside en Madrid, en donde ha sido profesor de la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense y ha ejercido su profesión en la Clínica Ruber y el Hospital General de Segovia. Su experiencia junto a Allende la ha dejado plasmada en dos obras, El Ultimo Día de Salvador Allende, editado en 1998 y reeditado en el 2008, y Allende en el recuerdo, editado en estas fechas. En ambos libros, repasa aquellos acontecimientos de los que fue protagonista y testigo de excepción y recuerda para el lector los estados de ánimo, las actitudes, reacciones y formas de comportarse de Salvador Allende en las distintas etapas de su mandato.
Mario Amorós especialista en la historia reciente de Chile
Mario Amorós, es licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense y doctor en Historia por la Universidad de Barcelona. Desde hace años forma parte del equipo de REBELIÓN y se ha convertido en un especialista en la historia contemporánea de Chile, a cuya historia política reciente ha dedicado siete libros, algunos de ellos descargables gratuitamente en www.rebelion.org: Chile, la herida abierta (2201); Después de la lluvia. Chile, la memoria herida (2004); Antonio Llidó, un sacerdote revolucionario (2007), en el que rescata la lucha del cura valenciano, dirigente del M.I.R. secuestrado, torturado y desaparecido por la DINA en 1974; La Memoria Rebelde, testimonios sobre el exterminio del MIR: de Pisagua a Malloco, 1973-1975,(2008), donde relata la historia de esta formación política creada en 1965 y que propuso nuevas formas de lucha, siguiendo el ejemplo del Ché Guevara; Compañero presidente. Salvador Allende, una vida por la democracia y el socialismo (2008); Sombras sobre Isla Negra. La misteriosa muerte de Pablo Neruda.(2012). Y, el estudio más completo hasta el momento sobre la vida del presidente del Gobierno de la Unidad Popular, Allende. La biografía (2013), un libro de más de setecientas páginas, fruto de haber sabido aunar en su trabajo, la formación, herramientas y bagaje de historiador con la inacabable curiosidad y la capacidad para saber contarlo del periodista.
Mario Amorós ha rastreado con rigor bibliotecas y archivos y eso le permite conocer a fondo también toda la historia personal y política del presidente chileno Allende. No se le escapa detalle alguno y sitúa al médico y político socialista en cada uno de sus momentos, citando la fecha exacta y concreta de todos ellos., tal como hizo en el Ateneo de Madrid. En el marco de la presentación del suplemento CHILE, 40 AÑOS DESPUÉS, de CRÓNICA POPULAR, Mario Amorós recordó cómo Allende siempre se enorgulleció de sus antecesores, de origen vasco, que habían llegado a Chile en el siglo XVII, la contribución de su familia a la independencia de su país, ya que su bisabuelo Ramón Allende Garcés había combatido en las batallas de Boyacá y Carabobo junto a Simón Bolívar, después de haber formado parte de los llamados Húsares de la Muerte dirigidos por el legendario guerrillero Manuel Rodríguez, su pertenencia a la masonería, de la que su abuelo, el doctor Ramón Allende Padín, había sido Gran Maestre, sus años de vicepresidente de la combativa Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile, su etapa de ministro de Salud en el Gobierno del Frente Popular de Aguirre Cerda, una coalición en cuya articulación tuvo una influencia decisiva el Frente Popular de España y el golpe de Estado que lo derribó.Y después, desgranó las importantes medidas que adoptó al frente del Gobierno y que determinaron frenar a toda costa la ITT, Nixon y Kissinger en una siniestra alianza con la oligarquía chilena.
José Bartolomé: no había política militar
El periodista y director de cine documental José Bartolomé, uno de los más próximos colaboradores de Marta Harnecker, vivió el golpe de Estado de Pinochet en las calles y fábricas de Santiago de Chile, mientras el equipo de Patricio Guzmán,del que formaba parte, prácticamente lo filmaba.Una película que recoge las imágenes reales de un golpe de Estado que conmocionó al mundo. De ello ha escrito en CHILE, 40 AÑOS DESPUÉS. Y de ello habló en el Ateneo, añadiendo datos de especial interés, por ejemplo los distintos orígenes del partido comunista de Chile y del partido socialista, fundado en los años treinta por militantes antiestalinistas. Pero donde puso la atención especialmente fue en la carencia de una política militar de los partidos de la Unidad Popular.en la falta de una alternativa militar, quizás porque se había mitificado su «profesionalización». Esto se tradujo en que no hubiera rechazos al putsch en el interior de las Fuerzas Armadas, más allá de casos aislados, y en la indefensión de la clase obrera chilena que sufrió el control del país por parte de la Junta Militar a través del establecimiento del toque de queda universal. Lo vivió allí, en directo como él, Patricio Guzmán y sus amigos rodaban su película y vió que las calles de la capital se mantuvieron vacías, lo que contrapuso a la situación de rechazo que se vivió en toda España al tener lugar el alzamiento en armas de Franco. Para él, el último mensaje de Salvador Allende era una despedida, no una llamada a la lucha, tal vez porque sabía que el movimiento obrero chileno era un movimiento de masas fundamentalmente pacífico, que no había sido armado para afrontar una eventualidad de la naturaleza de un golpe de Estado.
Juan Pablo Mateo, el neoliberalismo chileno, un plan de ajuste contra el salario
De lo que vino después, de la dictadura de Pinochet y la aplicación de las recetas del neoliberalismo de los «Chicago Boys» habló luego el profesor Juan Pablo Mateo Tomé que clarificó cómo las medidas económicas adoptadas por la Junta Milita respondieron a la lógica del capital para que las grandes empresas obtuvieran de nuevo altas tasas de beneficios. Para Mateo Tomé está claro que todo el proceso de reestructuración constituyó sin duda alguna un plan de ajuste contra el salario y la clase trabajadora y a favor de las fracciones más poderosas del capital de Chile, que, frente a lo que había ocurrido en los mil días del Gobierno de Allende, recibió fondos de los organismos multilaterales, como el Fondo Monetario Internacional.»Tras el golpe de Estado- denunció Mateo Tomé- Chile se convirtió en una receptor privilegiado de ayudas económicas» que, en la lógica de la dictadura y del proceso de acumulación capitalista, beneficiaron a las fracciones de clase más poderosas de la sociedad chilena al tiempo que los trabajadores sufrieron un progresivo empobrecimiento.
Ximena de la Barra: Chile, el país más injusto de la OCDE
Ximena de la Barra hizo una denuncia resuelta y contundente de la posición de la Democracia Cristiana como uno de los sostenes del golpe de Estado, de los Gobiernos de la concentración y de todo lo ocurrido en su país desde la dictadura de Pinochet.»La Democracia Cristiana fue golpista y a Pinochet lo sucedió otro golpista, Patricio Alwyn, que, bajo el Gobierno de Allende, era senador y presidente de la DC e instigó el golpe de estado», recordó de forma contundente. Patricio Aylwin fue presidente de la República de Chile entre 1990 y 1994. Además, hoy Chile- criticó- está presidida por Sebastián Piñera uno de los hombres más ricos del mundo, según la revista FORBES, que debe su fortuna a negocios bursátiles, es decir especulativos, a la burbuja inmobiliaria y a las tarjetas de crédito.
Y, en la línea de su artículo en el suplemento, recordó que Chile es un país de records, tristes records, realmente, porque «Chile es el país más injusto de la OCDE». Frente a este estado de cosas, Ximena de la Barra resaltó la lucha del pueblo mapuche y de los estudiantes, que no es una lucha corporativista sino que «están planteando una posición crítica desde una perspectiva general de la sociedad».
Ejército e Iglesia, dos posiciones distintas en el golpe de Estado
Rodrigo Vázquez de Prada. Periodista
El golpe de Estado de Franco fracturó al Ejército español y una parte muy significativa de los militares permaneció leal al Gobierno de la II República y a la Constitución. En Chile, aunque nunca se podrá decir que el apoyo al golpe fue monolítico, el Ejército asumió el «pinochetazo» de forma mayoritaria.
Desde la perspectiva del Gobierno de Unidad Popular y los partidos políticos que lo apoyaban ¿Era previsible que se produjera ese apoyo mayoritario a un golpe de Estado? ¿Existía un plan de respuesta de la los partidos políticos de la izquierda chilena y de la clase trabajadora a un hipotético putsch? En el Ateneo, José Bartolomé afirmó que no había nada preparado para frenar el golpe de Estado. ¿Cuáles fueron las razones de que así fuera? En gran parte, quizás las razones se encuentren en la excesiva creencia en el mito de la profesionalidad de las Fuerzas Armadas chilenas, en una alta dosis de ingenuidad y confianza por parte de Salvador Allende y del Gobierno de Unidad Popular en el respeto a la Constitución por parte de los militares, o, en suma, en la falta de una política militar por parte del Gobierno y en la carencia también de una alternativa militar y diferencia de análisis y de planteamientos de los partidos que lo apoyaban, el partido socialista y el partido comunista.
Pero, en cualquier caso, tal como recordó el doctor Oscar Soto y coincidieron con él el resto de los participantes en el debate, los militares chilenos estaban formados en la Escuela de las Américas, una institución creada en EE.UU., desde la que el imperialismo inoculaba su particular visión de las Fuerzas Armadas a los militares latinoamericanos, y, quienes pasaban por sus aulas «obedecían más al Pentágono que a su propio Gobierno». No en vano, según se dice en Wikipedia, en ella «se graduaron más de 60.000 militares y países de hasta 23 países de América Latina, algunos de ellos de especial relevancia por sus crímenes contra la Humanidad». Entre ellos, el general chileno Manuel Contreras, nombrado por Pinochet director de la DINA y que diseñó con la CIA de la llamada Operación Cóndor, una operación para llevar a cabo terrorismo de Estado desde las dictaduras latinoamericanas y que realizó la detención, tortura, asesinato y muerte de miles de militantes de la izquierda. Fue condenado a cadena perpetua. Pero todavía en 2010, este siniestro y vulgar asesino expresaba desde la cárcel donde cumplía su condena que se sentía «orgulloso» del trabajo que había desarrollado al frente de la inteligencia militar de la dictadura pinochetista.
En su obra Allende y la experiencia chilena, Garcés recuerda que en los prolegómenos del golpe de Estado, mientras que «los generales comprometidos con la oposición burguesa conspiran y desean combatir, los partidarios del Gobierno flaquean, dudan, abandonan, no tienen la motivación ideológica y de solidaridad con los intereses de los trabajadores que aquellos tienen con la burguesía insurrecta».
El caso paradigmático del derrumbamiento del estado de ánimo de los militares constitucionalistas fue el del general Prats. Agobiado por la presión de los militares golpistas, el general Carlos Prats, se derrumbó y, entre sollozos, presentó su dimisión a Allende el 26 de agosto. Dimitió de los dos cargos que desempeñaba: comandante en jefe del Ejército, para el que había sido nombrado en noviembre de 1970, y Ministro de Defensa, cargo que había aceptado en marzo de 1973, tras haber sido anteriormente Ministro del Interior desde noviembre de 1972. El general Prats fue quien propuso a Pinochet como sucesor suyo como comandante en jefe del Ejército. Pinochet había intervenido a las órdenes del general Prats en la detención del primer golpe de Estado, el llamado «tanquetazo» o «tancazo», el 29 de junio de 1973, al frente del cual se encontraba el teniente coronel Roberto Souper, del Regimiento Blindado nº 2. Sin embargo, los golpistas fueron implacables con Prats: el 30 de septiembre de 1974 fue asesinado en Buenos Aires junto a su esposa.
No obstante, junto al del general Alberto Bachelet, el nombre del general Carlos Prats forma parte de la amplia nómina de los héroes chilenos leales al Gobierno de la Unidad Popular y asesinados por mantener dicha lealtad hasta el último momento. Igual que lo había sido anteriormente el general René Schneider, comandante en jefe del Ejército, muerto unos antes, el 25 de octubre de 1970, como consecuencia de las heridas que le produjo un atentado de la extrema derecha, fueron ellos los militares de máxima graduación que se mantuvieron fieles al Gobierno y pagaron con la detención y torturas e, incluso, con la muerte, su respeto a la Constitución democrática.
El general Prats había sido nombrado comandante en jefe del Ejército por el presidente Eduardo Frei Montalvo, el 27 de octubre de 1970, para suceder al general René Schneider. El 6 de noviembre de 1970, es decir, dos días después de haber asumido la presidencia, tras las elecciones celebradas el 4 de septiembre, Salvador Allende le confirmó como comandante del Ejército. Dos años después, el 2 de noviembre de 1972, le nombró, asimismo, ministro de Interior, al mismo tiempo que nombraba ministros a otros dos militares, el contralmirante Ismael Huerta, de Obras Públicas, y el general de Brigada Claudio Sepúlveda, de Minería. Como titular de Interior, el general Prats asumió la vicepresidencia de Chile durante un viaje al extranjero de Allende, y como tributó un homenaje oficial al gran poeta Pablo Neruda, por la obtención del Premio Nobel de Literatura. Junto a los otros dos militares, Prats dejaría de ser ministro de Interior el 27 de marzo de 1973. Finalmente, el 9 de agosto de 1973 Allende lo llama de nuevo junto a él y lo nombra Ministro de Defensa. Fue éste un ministerio especialmente breve. Dimitió antes de que concluyera el mes, abatido tras una manifestación de protesta ante su domicilio de esposas de generales y, sobre todo, al comprobar que la mayoría de altos mandos del Ejército habían rehusado expresarle públicamente su lealtad. Pudo exiliarse a Argentina cuatro días después del golpe de Estado. Pero, un año después, el 28 de septiembre de 1974, una bomba colocada debajo de su automóvil por un agente de la DINA acabó con su vida. El odio de los sectores más reaccionarios de su país le persiguió hasta causarle la muerte.
El general de Aviación Alberto Bachelet, murió preso a causa de las torturas que padeció en la prisión. Era padre de Michelle Bachelet, presidenta de Chile desde marzo de 2006 a marzo de 2010, y, actualmente candidata socialista a las próximas elecciones generales. Fue detenido también el mismo 11 de septiembre y también fue torturado. No llegó a salir de la prisión. Murió en la cárcel a consecuencia de las torturas que sus compañeros de armas le inflingieron. Otro general de Aviación, Orlando Poblete, simpatizante de los socialistas, fue también detenido, torturado y desterrado a fines de 1974, a pesar de que se había retirado del servicio activo en febrero de 1973.
Junto a ellos, tiene que figurar también el nombre de Orlando Letelier, ministro de Defensa el 11 de septiembre de 1973, tras la dimisión del general Prats. En 1971 Allende lo había nombrado embajador extraordinario y plenipotenciario de Chile ante los EE.UU. Después, en 1973, fue ministro de Relaciones Exteriores, Interior y, finalmente, de Defensa. Fue detenido en los primeros minutos del putsch, cuando entraba a su despacho, sito a cien metros del palacio de La Moneda. Aunque no era militar (abandonó sus estudios en la Academia Militar para licenciarse en Derecho) fue conducido preso y torturado en distintos centros militares convertidos en prisiones. Un año después, en 1974, fue puesto en libertad tras una intensa campaña internacional desarrollada en su defensa. Finalmente, el 21 de septiembre de 1976, fue asesinado por agentes de la DINA en Washington, donde residía desde que abandonó su encarcelamiento. El procedimiento del atentado y quien hizo detonar el artefacto explosivo fueron los mismos que acabaron con la vida del general Prats. Una bomba situada bajo su coche colocada por el norteamericano Michael Townley, agente de la DINA.
Sin embargo, al mismo tiempo que la mayor parte del Ejército prestó su apoyo al golpe de Estado, el papel de la Iglesia católica fue sustancialmente distinto. Y, además, resueltamente diferente al que jugó en nuestro país en relación con el golpe de Estado primero y la dictadura más tarde. En España, la jerarquía católica fue uno de los principales sostenes del golpe de Estado, al que calificó de «cruzada» y «guerra santa» contra el comunismo. Ésa fue la postura de la jerarquía católica, con la excepción de cinco altas dignidades de la Iglesia, entre ellos el cardenal de Tarragona, Vidal y Barraquer, que moriría en el exilio.
En Chile, la Iglesia católica primero mantuvo buenas relaciones con Salvador Allende y su Gobierno, después permaneció distanciada del golpe de Estado de Pinochet y, finalmente, realizó una importante labor de apoyo a los detenidos y a las familias de los desaparecidos bajo los negros años de la dictadura pinochetista. Una labor la de la iglesia chilena en el interior del país que contrasta vivamente con la posición del secretario de Estado del Vaticano en funciones, monseñor Benelli que, según recientes revelaciones de Wikileaks,se alineó con la Junta Militar de Pinochet y expresó a diplomáticos estadounidenses «su grave preocupación, y la del papa Pablo VI, sobre la exitosa campaña internacional izquierdista para falsear completamente las realidades de la situación chilena».
Rory Great es periodista
Fuente: http://www.cronicapopular.es/2013/10/chile-40-anos-despues-presentado-en-el-ateneo-de-madrid/