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Respuesta a Salvador López Arnal

Clases, naciones sin estado, Europa….

Fuentes: Rebelión

Además de las luchas de clases, y cruzadas por ellas, están las luchas de derechos humanos, de género, de trato al ecosistema, de espacios económicos extremos, de geopolíticas versus gobernanza mundial, de democratización del espacio público y político, de gestión del ciberespacio, de las comunidades humanas cada vez más interculturales, de reconocimiento y decisión de […]

Además de las luchas de clases, y cruzadas por ellas, están las luchas de derechos humanos, de género, de trato al ecosistema, de espacios económicos extremos, de geopolíticas versus gobernanza mundial, de democratización del espacio público y político, de gestión del ciberespacio, de las comunidades humanas cada vez más interculturales, de reconocimiento y decisión de las naciones sin Estado…. Las caras de la dominación son muchas más que las de Jano. Nada que no sepa Salvador López Arnal pero que obliga a que los análisis sean más complejos que la pura remisión a tres actores: clases dominantes mundiales, «clases medias («fundamentalistas» dice) y clase trabajadora. Junto a las clases hay así otros sujetos sociales y políticos como individuo-persona, género, especie, países empobrecidos, planeta-mundo, sociedad civil/ ciudadanía, internautas, comunidades relegadas y/o integradas, naciones sin potestad de decidir….

Las tradiciones de izquierda se enriquecerán en la medida que respondan, desde su propia autotransformación y lógica, a todos y cada de estos retos, sin fosilizarlos con esquemas que ni siquiera eran más útiles para otros tiempos porque ya dejaban muchos flecos sin resolver. Necesitan traducir y reconvertir unas y otras emancipaciones. No confrontar como incompatibles o menospreciar como colaterales, ni una de esas problemáticas, exige que haya que hacer un mix que articule y canalice bien todas ellas en un cuadro holístico. No se trata de relegar el rol de las clases sino de darle sentido y oportunidad a las mayorías -clases trabajadoras y populares- de orientar (y hasta la utopía de liderar y hegemonizar) la construcción de otro mundo por partes y tiempos. Al fin y al cabo se trata de pensar desde una izquierda polivalente y emancipadora, sabiendo que los marcos nacionales (en los Estados y en las naciones sin Estado) condicionan la implicación emocional, el proyecto, los contenidos y las alianzas.

El marxismo clásico era democrático y bastante respetuoso con las «burguesías nacionales» y las clases medias de las naciones sin estado cuando, por mor de una alianza de clases antioligárquica o antiimperial, reconocía el derecho de autodeterminación en los casos de conflictos nacionales. Sin embargo, se olvidaba que debajo de esos conflictos había procesos sociales de aculturación estatalista y efectos diglósicos comunitarios; que se iniciaban movimientos antiimperialistas desde posiciones nacionalistas como fuerza aglutinadora de capas sociales diferentes en los países dependientes y neocolonizados; y que el derecho de autodeterminación -por el que he luchado toda mi vida- nunca debió entenderse como una concesión utilitarista sino como una convicción que también tocaba a las clases trabajadoras. Así podrían pugnar por liderar los procesos nacionales en el doble interés de clase y de la sometida nación como un todo (existen las naciones como sujeto político) en lugar de entregar la primogenitura de partida a otros grupos sociales, sean «burguesías nacionales» o pequeñas burguesías (si el término dice algo todavía) radicalizadas. Por esas limitaciones -un fracaso- en la percepción clásica, ya hace años que nacieron izquierdas nacionalistas y/o soberanistas en muchos países con cuestión nacional pendiente. Pueden ser más consecuentes que las izquierdas unívocas al uso. Negarles su filiación de clase es un error sectario.

Lo dicho es aun más verdad en estos tiempos en los que las clases trabajadoras se han ampliado enormemente, al tiempo que se ha diluido una parte de sus intereses compartidos -se advierte hasta por el voto a formaciones bien distintas- y un amplio sector forma parte, por nivel de vida, de las clases medias de los países europeos.

El soberanismo -con raíces en Quebec- es la actualización en claves de democracia avanzada del autodeterminismo.

La cuestión del proyecto final -independencia, confederación, federación- puede abordarse desde la ideología, desde las preferencias por ventajas e inconvenientes de cada modelo, desde la factibilidad o desde la reacción ante el Estado en caso de negativa total a consulta alguna. Entiendo perfectamente que confederalistas y federalistas convencidos deriven por reacción, y sin fanatismo alguno, hacia el independentismo para una época o para una eventual consulta.

Obviamente hay soberanistas e independentistas de derecha, de centro, de izquierda flácida e izquierda radical, y será cuestión de las izquierdas pugnar por liderar los procesos de construcción nacional. Los mismos perfiles que en los partidos de Estado. Como no van ayudar las izquierdas «españolistas» o «estatalistas» en esa dirección hay ya hay un problema de aclaración sobre esos posibles aliados. De todos modos no hay que olvidar que, en el Estado español, además de partidos nacionalistas y soberanistas de izquierda, hay en el interior de los partidos clásicos con referencia en España, alas catalanistas y vasquistas. El tripartito catalán anterior no se entendería sin ello.

En estas circunstancias no parecen factibles alianzas holísticas en las comunidades nacionales con desencaje. En temas sociales caben alianzas de izquierda; y en temas nacionales habrá propensión a acuerdos entre patriotismos de izquierda, derecha y centro. En cambio, planteados los temas nacional-sociales de forma conjunta la cuestión no tiene solución: los soberanismos de izquierda solo podrían entenderse consigo mismos.

Lo cierto es que los espacios identitarios maltratados de tamaño pequeño y medio son propensos a generar sociedad civil y a complicidades reivindicativas que facilitan experiencias avanzadas. Mucho más que en los Estados.

Obviamente hay una Europa de los capitales y de los Estados y otra de las clases populares y de los pueblos. Parece razonable que se quiera estar como país -entidad o Estado- en Europa sin intermediarios capadores (el Estado se autoatribuye las relaciones internacionales) y mejor si, además, se forja una alianza en Europa con izquierdas, verdes y pueblos para una Europa distinta. Pero eso hay que trabajarlo sin quedarse simplemente en denostar lo que es hoy la UE, un imperio (en retroceso) que ya no es modelo de casi nada. Aunque la pregunta, en sentido contrario, sería si seguir en España significa avanzar un ápice frente el neoliberalismo.

Entiendo la diferencia con la Asamblea de Catalunya de los 70 y cabe discutir sobre la composición social y política de la Asamblea Nacional Catalana pero no parece que, al menos hasta ahora, haya estado hegemonizada por CIU o sus bases, ni por una deriva neoliberal.

Se pueden precisar en artículos más largos -se publicó en un diario, Deia- que la opinión publica española a la que me refiero es a la mayoritaria; que el «sujeto nacional» del que hablo es diverso en su interior; que el «déficit fiscal» no puede ocultar la mala gestión interna ni su valor de excusa para el neoliberalismo del Gobierno de CIU (sanidad, enseñanza…), por cierto como el de la España de Rajoy, que no es ningún modelo con el que los trabajadores puedan quedarse, ni argumento contra un Ciao Ciao España; que una confederación a secas o la independencia no es una panacea; y que canalizado ese tema su valor final depende del camino y de sus derivas… Pero no seré yo quien en función de garantías del escenario final que nadie puede dar (depende de la pugna entre actores y sujetos) me niegue a recorrer el camino (y disputar la hegemonía) con los aliados-adversarios. De ello depende el escenario final. La otra opción es quedarse como observador de un palenque que, pareciendo ajeno, organiza el patio propio.

Finalmente, en un debate de ideas no ha lugar que, con cierta intención, se atribuya que mi tuit del 11S buscaba el éxito (como echar caramelos en la puerta de un colegio). Pues no. A diferencia de los tuits que escribo a contracorriente, y que son un libre ejercicio reflexivo de expresión, reflejó mi emoción aquel día, que disfruté y mucho, a pesar de las carencias propias de los discursos en las movilizaciones de masas.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.