Lo que con amor hacía una mano lo rompía con otra el desamor» Silvio Rodríguez. Hacia el porvenir «A la larga el aparato político no puede defender victoriosamente en guerra, o imponer en la paz, lo que la cultura niega. (…) «La ubicuidad de la llovizna radioactiva es deleznable comparada con la pervasividad del rocío de signos. La guerra real tiene estancamientos y armisticios: la de la cultura no.» Luis Britto García. El imperio contracultural. Del rock a la postmodernidad
En una ocasión escuché decir a Josefa Bracero, quien durante varios años dirigió la radio cubana, que muchas veces se hacen excelentes spots contra el hábito de fumar y luego en un capítulo de radionovela se fuman cien cigarros.
Un texto del trovador Fidel Díaz Castro sobre un programa de televisión del Canal Educativo de la Televisión cubana llamado Arte y corte me ha hecho recordar aquella certera afirmación. Escribía el también director de la revista El Caimán Barbudo:
«…hicieron como un reportajillo que dice, descarnada y admirativamente, que las modas universales salen de los jóvenes estadounidenses y describen todos los detalles, de tipos de chalecos, sombreros, hasta bufandas que debemos usar si queremos estar a la moda, o sea que descaradamente nos dicen que debemos parecernos a ellos, pues los que dicen lo que es hermoso y lo que no, son los del Norte, allí nace la belleza que debemos imitar. Si eso fuera poco, nos invitan de pronto con el eslogan de que si quieres vestir como los famosos sigas a X cantante de moda, y ponen el video clip de un joven cantante estadounidense y resaltan sus zapatos de dos tonos, etc., etc.etc…»
Haciendo zapping alcancé casualmente a ver el domingo siguiente el final del referido programa, donde de nuevo hubo desfiles con bufandas, gorros de invierno… pero esta vez para niños, con todos los figurantes rubios, como corresponde a la mayor parte de los habitantes en el clima que necesita esos accesorios; seguido por uno mucho más corto de una pasarela de niñas cubanas con el fondo de una música nada infantil.
Uno de los comentarios que sobre el texto de Fidelito se publicaron después en el blog de El diablo Ilustrado habla del origen del programa de televisión en el proyecto de un cuentapropista:
«con intervenciones en espacios públicos, irónicamente vive al fondo del gobierno y no es una metáfora, su calle es paralela a la sede de la asamblea provincial del gobierno del poder popular en la avenida de las misiones, quienes deberían ocuparse del bienestar urbano de nuestros vecinos; Por eso, el problema es mucho mayor a unos 27 minutos de televisión. Es evidente que se ha comprado el ideario estético de nuestros hijos con patrones foráneos, pq ese programa no es otra cosa que una enmascarada promoción comercial dentro de una realidad que simula ser desconocida por el locutor oficial.»
No dudo de las buenas intenciones de esta persona y de quienes lo apoyan pero una cosa es impulsar correctamente la gestión no estatal en nuestra economía, e incluso reflejarlo en los medios de acuerdo al espacio que va alcanzando en la sociedad cubana, contribuyendo a eliminar viejos estigmas y prejuicios, y otra, bien distinta, es convertir eso en plataforma para la importación acrítica de modelos culturales para los niños cubanos a través de una televisión pública y con el nombre de educativa. ¿Cuáles son nuestras prioridades? Un día antes escuché en la misma televisión a una especialista de su redacción infantil quejarse de que los programas más recientes para niños (La sombrilla amarilla y El camino de los juglares, son los que mencionó) no se producen desde el 2003.
No vi en la Televisión cubana la foto cubanísima del Secretario General de la ONU pelándose con una cuentapropista en La Habana Vieja en compañía del Historiador de la Ciudad y la Secretaria Ejecutiva de la CEPAL, quizás alguien juzgó inútil, o tal vez frívola, la escena que ayudó a echar por tierra muchas mentiras sobre Cuba. Pero eso sí, todos los domingos -a juzgar por lo que dice Fidelito y añaden sus foristas- el dinero que no hay para producir buenos programas cubanos para niños sirve para inculcar un modelo de vida y consumo que la mayoría no podrá satisfacer ni en Cuba ni en ninguna parte.
Hace unas semanas, en una barbería estatal llamada Él y ella, el pelado me costó cinco pesos cubanos, con trato amable y rápido. Demoré quince minutos desde que llegué hasta marcharme. Si noticia es el hombre que muerde al perro, pelarse hoy en Cuba por ese precio debería ocupar primeras planas. Aunque para ese espacio, más cercano al bolsillo y las aspiraciones de todos los cubanos, no hay promoción.
Es necesario recordar que el pensamiento que, por ahora -confundiendo modelos de gestión con sistema económico-social- se ceba contra el socialismo y la Revolución con la extendida chapucería e ineficiencia de los servicios, la gastronomía y el comercio estatales como bandera, pero agazapado, se afila los dientes con la ciencia, la educación, la salud, el deporte, la cultura y los medios, fue absolutamente marginal en la discusión de los Lineamientos Económicos y Sociales.
La «mano invisible del mercado»
No es sólo en esos escenarios donde se dirime la relación entre los símbolos y la economía en el futuro de Cuba ¿Qué hacemos con la heladería Coppelia, símbolo del acceso popular al consumo y el refinamiento -como otros- creado por Celia Sánchez y Fidel, devenido hoy emblema de la vulgaridad y el engaño al consumidor? No creo que el consenso popular sea que se la entreguemos a un cuentapropista caritativo, término que va volviéndose un verdadero oxímoron en agromercados y otros lugares. Vale la pena preguntarse por qué en Santiago de Cuba, y otros territorios, instalaciones similares a Coppelia funcionan con eficacia y buen gusto bajo gestión estatal ¿Qué señal nos envía la realidad cuando un intérprete de «chistes soeces y tontos» salta desde lujosos establecimientos gastronómicos en La Habana y ejerce como anfitrión estelar en nuestra televisión?
Como afirmara Paquita Armas Fonseca, a propósito de ese suceso , «tenemos el deber de transmitir cultura, y nunca afianzar los gustos que se abren paso, gracias al mercantilismo». He sido testigo -este fin de año y el anterior- de la presentación de algunos personajes como el que citaba Paquita en su texto, cuyos guiones -diseñados para los lugares donde se presentan habitualmente- son impuestos a colectivos de trabajadores que por una vez al año reciben el incoherente premio de su actuación en las actividades que empresas, organismos e instituciones realizan por el aniversario de la Revolución. En ausencia de la creatividad y la movilización de la inteligencia que debe esperarse del humor, las palabras «mierda», «el coño de su madre» y otras de similar cariz son repetidas hasta el paroxismo en «un tratado de lingüística escatológica», frase que el escritor Miguel Barnet utilizó en un poema para referirse a la radio de Miami pero que dolorosamente es cada vez más aplicable a esta realidad.
Es un problema que trasciende la televisión y no se soluciona con censuras, hay que ir a la economía y su papel decisivo a través de la Ley de la oferta y la demanda. Decía el gran humorista Alejandro García (Virulo) en una entrevista reciente con Pedro de la Hoz, publicada en Granma:
«Hay una historia que no puede ser olvidada. En los años ochenta el humor vivió momentos muy interesantes a partir de la multiplicación de colectivos, surgidos casi siempre en los medios universitarios, con propuestas ingeniosas e inteligentes, de sólido basamento cultural. Fue interesante ver cómo sus espectáculos llegaban a la sensibilidad popular sin concesiones. Recuerdo la Leña del Humor, en Santa Clara, la Seña del Humor en Matanzas, asesorada en sus inicios por Jorge Guerra, y aquí en La Habana Sala-Manca, de estudiantes del Instituto Superior de Arte, entre ellos Osvaldo Doimeadiós, y Onondivepa, entre otros. Recuerdo también a Churrisco y Ulises Toirac de aquellos tiempos.
«Podíamos hablar entonces de un movimiento y eso fue lo que dio pie en 1990 a la fundación del Centro Promotor del Humor, por parte del Ministerio de Cultura. Teníamos por sede al cine Acapulco; mientras en el Karl Marx el Conjunto Nacional de Espectáculos, que yo dirigía, mantenía las puertas abiertas a la integración de esas propuestas con nuestro trabajo. El Centro tenía sus fundamentos en la promoción y no en la comercialización. Con la realidad económica que se impuso en el país a medida que avanzaron los noventa, todo esto sufrió cambios y el Centro comenzó a funcionar bajo un criterio empresarial.
«En años sucesivos y hasta la actualidad, el humor escénico se ha debatido entre quienes apuestan por la agudeza, la inteligencia y el respeto al público y quienes toman el camino fácil del chiste de mal gusto, agresivo, empobrecido ética y estéticamente, alentado por cierto público que fue copando las capacidades de centros nocturnos y pedía y pagaba para satisfacer sus apetencias. Esto último no tiene por qué ser así. Yo creo en el humor inteligente y en la inteligencia de nuestro mejor público. Es la mejor manera de abrir, en nuestro caso, una ventana al futuro».
Al fenómeno, también se ha referido Oni Acosta Llerena en un texto que ya comentamos:
«¿Quiénes frecuentan los centros nocturnos cubanos? ¿Acaso médicos, periodistas, poetas, ingenieros, profesores, ejecutivos? Sabemos que no.
«¿Hacia quiénes van dirigidos los chistes de sub-mal gusto de muchos de estos lugares? No hay que dedicar cinco o seis largos años de carrera para darse cuenta del fenómeno en cuestión, como tampoco de una lamentable regla entre la oferta y la demanda: el que paga, manda. Y aquí radica uno de los puntos neurálgicos del problema, pues desde esos malos chistes, la decoración y hasta la mala música ofertada en disímiles lugares, estos están diseñados para satisfacer a aquel cliente de bajo nivel, que quiere verse reflejado en cada una de esas propuestas y, donde, por desgracia, es mayoría la que asiste.
Paradójicamente hay una minoría que asiste pero como grupo minoritario, no dicta sus patrones culturales y de gusto; es la misma que levanta día a día el sueño de país que queremos mantener. Es por ello que la marginalidad, la «guapería», las malas palabras y demás, repletan la inmensa mayoría de los centros nocturnos de La Habana.
Ulises Toirac, un humorista surgido, como recuerda Virulo, del movimiento de aficionados de la Federación Estudiantil Universitaria, decía en un debate en la UNEAC: «igual que hay un reguetón en la música -con lógicas excepciones- que se mueve por un lenguaje soez, utiliza palabras obscenas -las mismas que se oyen en la calle- y tienen un ritmo repetitivo, que no aporta nada al ser humano, hoy existe un reguetón en el humor que sigue esa misma tendencia y fructifica en centros nocturnos». Él también citaba como causa la economía: «esto cambiará cuando mejoren las condiciones económicas en Cuba y a un actor cómico, con un programa de alta aceptación, se le pueda pagar lo que necesita para vivir sin que tenga que recurrir a otros trabajos con menos valores estéticos pero mucho mejor remunerados»…
Extrapolemos a otros campos el escenario descrito por Ulises para el humor y el reguetón y preguntémonos si al mejorar la economía quedarán valores que defender, cuando hay un grupo social que a fuerza de dinero está imponiendo sus antivalores aprovechando las ventajas que le ofrece la relación oferta-demanda en una economía aún deformada. Una ideología se reproduce en la vida cotidiana -es decir, en la economía- o fracasa, conscientes de ello se impulsan las transformaciones para que la llamada ley fundamental del socialismo -De cada cual según su capacidad, a cada cual según su trabajo- se cumpla y coloque las cosas donde van.
Si como planteó Gramsci y recordaba Graziella Pogolotti en Juventud Rebelde «la hegemonía se edifica desde el poder económico y se sustenta en sus intelectuales orgánicos encargados de esterilizar la capacidad de resistencia de las víctimas», en lo que se endereza la pirámide social hoy invertida, hay que encontrar vías para que esos valores se reproduzcan en las actuales condiciones económicas del país y evitar que el peligro de -en palabras del Ché- «crear asalariados dóciles al pensamiento oficial ni «becarios» que vivan al amparo del presupuesto, ejerciendo una libertad entre comillas» se transforme, con el mismo presupuesto, en servir dócilmente al pensamiento oficial… del capitalismo. Siento que eso es lo que intentó hacer Fidel entre los años 2000 y 2006 y que Fernando Martínez Heredia describe como una «ofensiva» que pretendió «frenar desigualdades y reforzar al socialismo».
Martínez Heredia dijo el pasado enero frente a un grupo de periodistas cubanos algo muy inquietante sobre el contenido de nuestros medios:
«Es impresionante cuánto material que responde a esa campaña imperialista ocupa espacio en medios de comunicación que pertenecen al Estado cubano. Es vital crear conciencia acerca de esto, y sobre todo actuar en contra de algún modo que sea efectivo. En general, el mundo de lo político y el de lo apolítico están viviendo en paralelo, con escasos conflictos y aparentemente sin generar cambios en la situación. Como esto no genera confrontaciones, podría parecer innecesario que quien se sienta revolucionario vea con alarma lo que sucede y actúe en consecuencia. Ese sería un error muy grave. En realidad, esa calmada convivencia solo contribuye a reforzar un proceso sumamente peligroso de desarme ideológico que está en marcha en nuestro país.»
En países subdesarrollados, sólo aquellos de alta población, y por tanto, con una franja de las clase media alta que consume cultura -como en Argentina y Brasil, por ejemplo- esta se convierte en masa crítica y la producción audiovisual nacional logra ser rentable y con difusión masiva, a partir de una industria cultural propia y el apoyo del estado. Eso no impide la exclusión de las mayorías del disfrute de la cultura, aunque sí permite la permanencia de una importante producción nacional de calidad en los medios que muchas veces reproduce la ideología dominante pero otras da espacio a un pensamieto alternativo. En los demás países de nuestro entorno, ello no existe y son invadidos por lo que desde Miami se define como «cultura latina» y que ha venido apareciendo de manera cada vez más significativa en las pantallas de nuestros televisores, además de circular masivamente aquí por vías no formales.
Nuestro escenario es distinto porque venimos -gracias al socialismo- de una política de democratización de la cultura que busca ponerla al alcance de las mayorías y un desarrollo masivo del talento, que -paradójicamente- muchas veces sólo puede realizarse económicamente si es consumido fuera del país, es decir, en el capitalismo. Una fuente de contradicciones a la que se unen nuestro subdesarrollo económico, el bloqueo y la guerra mediática de Estados Unidos.
¿Sin símbolos pero sin amo?
La obra de la Revolución, a pesar de cualquier distorsión real o inventada, es tan grande que aflora incluso más allá de nuestra voluntad. Lo acabamos de ver en la Cumbre de la CELAC, o antes, en la acogida popular que tuvo el llamado a exhibir cintas amarillas como acto de solidaridad con los Cinco prisioneros que buscaban proteger a Cuba del terrorismo. A ese universo pertenece también el peregrinar de Silvio Rodríguez por los barrios más humildes del país y el taller que abrió Kcho -en presencia de Fidel- este 8 de enero en El Romerillo. Ahora bien, si Silvio convoca un concurso y financia seis discos con la poesía de Rubén Martínez Villena, ¿es el mercado el que tiene que ocuparse de que se difunda y conozca, nos sentamos a esperar que la parte del público creadora de hegemonías -que ya vimos cuál es- imponga desde los centros nocturnos su imposible llegada a los medios?
No es el contacto con el capitalismo y sus fetiches lo que va a demoler la Revolución, como demuestra una reciente encuesta entre los estadounidenses que visitan esta isla. Aún sobreviviendo económicamente, ella permanecerá sólo mientras renueve su universo simbólico -derivado de la verdad, la solidaridad, la ética y la justicia- que la ha traído desde la invocación a José Martí tras el asalto al Moncada, la circulación clandestina de La historia me absolverá, la conversión de los cuarteles en escuelas, los faroles de los alfabetizadores, la gesta internacionalista del Ché, a la que siguieron hechos como las misiones militares en África y la construcción masiva de círculos infantiles en La Habana durante el Proceso de rectificación, hasta la aparición de Fidel en medio de los disturbios del 5 de agosto de 1994, la lucha por el regreso del niño Elián, la transformación de una base radiolectrónica rusa en Universidad de las Ciencias Informáticas y la imagen de más de mil médicos dispuestos a acudir a Nueva Órleans tras el huracán Katrina, por citar unos pocos elementos.
Más que spots y campañas de valores -útiles, por supuesto, si están bien hechos- se necesita un funcionamiento social coherente en que la economía, los medios y las instituciones, actúen cotidianamente de acuerdo con el discurso político. Pero no es entregando nuestros medios y espacios recreativos de propiedad pública al culto nada disfrazado del capital, y sus derivaciones en condiciones de subdesarrollo, como lograremos asumir esos desafíos y cumplir con la voluntad popular expresada en la discusión de los Lineamientos y ratificada en los sucesivos discursos del liderazgo revolucionario.
Algo se intenta, pero ¿hay que esperar una de las dos temporadas anuales del programa Cuadro a cuadro para poder ver combinadas elevada factura con un desmontaje atractivo para los jóvenes de la industria cultural dominante y poner las palabras capitalismo, imperialismo y yanqui donde van, o esa sólo es tarea de los programas informativos que muy pocos entre ellos ven? Volviendo a las modas, ¿cuál es el vacío que hace a nuestros adolescentes colgar de sus cuellos las chapillas del US Army sin jamás haber utilizado las que sus padres y abuelos portaron en la luchas contra el apartheid en el Sur de África?
El último héroe televisivo que tuvieron los jóvenes cubanos fue El Tavo, más de veinte años han transcurrido y al menos dos generaciones han crecido con un vacío que antes llenaron series como Algo más que soñar y En silencio ha tenido que ser. Tiene que faltar algo más que recursos cuando a las carencias materiales se puede añadir una lista, para nada corta, de producciones aparecidas en el mismo período carentes en su mayoría de efectividad comunicativa o hasta contraproducentes. El abordaje efectivo y movilizador de las complejas realidades de nuestra juventud también ha sido excepcional, una serie televisiva como Doble juego -de Rudy Mora- resulta fácil de recordar entre tanto recurso dilapidado con resultados olvidables en productos como SOS Academia.
Poco después de la denuncia del director del Caimán escuché en la revista televisiva Buenos días al representante de un grupo surgido del movimiento de aficionados en las aulas universitarias hablar orgulloso de sus éxitos en el «Dubai Mall» y me pregunté si es lo que describió Fidelito un hecho aislado o una tendencia que parte de transformaciones similares a las descritas por Virulo. Disculpen que repita una idea que ya escribí antes: «una tribuna pública -como lo es, por ejemplo, una entrevista de televisión- no debería ser jamás, al menos aquí, -si aspiramos a un futuro diferente de un Miami con más calor y mucha más pobreza- un aeropuerto a donde constantemente se llega de viaje». Muy bien que exportemos nuestro arte y que eso genere ingresos para las personas, las instituciones y el país pero de ahí a convertir la presentación en un espacio comercial, ¡como un mall en Dubai!, en un logro de nuestra cultura, digno de elogio en los medios, hay un largo trecho.
El mismo día, tras la derrota del equipo Villa Clara en la Serie del Caribe, en uno de nuestros medios de comunicación se llegó a decir -en un acto de supina ignorancia histórica- que «nunca debimos haber salido» de ese torneo, si no fuera -como ha relatado certeramente el veterano periodista Elio Menéndez– nuestra separación de allí una más de las agresiones de Estados Unidos. Sacar a EE.UU. de la historia cubana, idealizar la Cuba prerrevolucionaria y presentar como víctimas de la Revolución a quienes abandonaron el país después de 1959 es parte de la estrategia para borrarnos la memoria. Nuestra prensa tiene ya bastantes problemas para que algunos quieran sumarle la tarea de imponer la historia oficial Made in USA. S eguramente, habrá quien juzgue valiente el fácil camino de sumarse a la corriente, cuqueando la censura que, se sabe muy bien, puede vestir de heroísmo lo que no es más que vanidad.
Algo anda mal cuando, fruto de nuestra ineficacia comunicacional, valentía está haciendo falta para decir que el deporte, ha sido, y es, en el caso de Cuba, un campo de batalla absolutamente politizado, como ha escrito Enrique Ubieta. Pretender ignorarlo en nuestra circunstancia -y cambiar la historia- es una manera de ser político a favor de quienes lo politizan todo contra este país.
Por cierto, si algo me gustó de nuestro regreso a la Serie del Caribe fue que, abandonando la importada fiebre de denominaciones zoológicas exóticas que se ha apoderado de nuestras series nacionales y del deporte cubano en general, el equipo que nos representó allí era llamado en la Televisión Venezolana acorde a su tradición y no con el nombre de la fiera -un leopardo, creo- que trataron de asignarle desde nuestros medios poco antes de partir hacia el torneo. Si nos preocupamos por el creciente ambiente de barbarie en los escenarios deportivos nacionales, más que prohibir las congas, deberíamos meditar sobre eso y aprender también de cómo los venezolanos utilizaron su música con una orquesta sinfónica en la arrancada del evento y una agrupación del nivel de la de Oscar de León en el partido contra Cuba, muy lejos del reguetón «Pitchea, mami, pitchea» con el que alguna vez inauguramos nuestro más importante torneo beisbolero.
Una agenda pendiente
El presidente Raúl Castro afirmó en su discurso por el 55 aniversario de la Revolución que «no se ha avanzado lo necesario» en hacer realidad » los objetivos que en la esfera ideológica aprobó la Primera Conferencia Nacional del Partido hace dos años» y el Primer Vice Presidente Miguel Díaz Canel llamó poco después a cumplirlos «con la misma pasión y sistematicidad con que se han seguido los Lineamientos de la política económica y social refrendados por el Sexto Congreso».
Los objetivos de la Conferencia son una plataforma ideológica de lucha por el socialismo a todas luces coherente con las nuevas circunstancias que el país vive pero urge cumplirlos para que los mejores valores que nos han acompañado hasta ahora, perduren, y no terminemos fumándonos los «cigarros» que nos hagan irrespirable el futuro.
Fuente: http://lapupilainsomne.wordpress.com/2014/02/11/coherencia-santa-palabra/