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Comiéndose a Palestina en el desayuno

Fuentes:

Traducido del inglés para Rebelión y Tlaxcala por Ernesto Páramo y revisado por Manuel Talens

La semana pasada, el día que Ariel Sharon sufrió una embolia cerebral, Ha’aretz publicó un análisis, adecuadamente titulado «Comiéndose a Palestina en el desayuno», que expresaba el verdadero espíritu de Ariel Sharon. Se trata del último análisis honrado que verá la luz en los medios globales, ahora que celebran a Sharon con tanta insistencia como héroe de la paz, el hombre «que habría podido lograr una auténtica paz» y otras nociones igual de absurdas. El artículo de Ha’aretz comentaba las predicciones de un comentarista político muy conocido y de un grupo de expertos israelíes. Presentó un escenario que, según ellos, reflejaba el ideal de Sharon con respecto a Palestina una vez que hubiese obtenido la victoria electoral que preveía en las elecciones del próximo mes de marzo. Según dicho escenario, Sharon iba a establecer las fronteras definitivas de Israel y a modificar la estructura geográfica de Cisjordania al anexar las principales colonias israelíes en ese territorio (las colonias del Jerusalén Oriental ya están anexadas) y al establecer el muro de separación como la frontera oficial de Israel.

Fuera de Jerusalén, los principales grupos de colonias en Cisjordania alojan a unos 190 000 colonos israelíes y siguen creciendo a un paso muy acelerado. Además, los 200 000 colonos israelíes de Jerusalén Oriental, a quienes nadie en Israel tiene la menor intención de desplazar, también permanecerían en sus colonias bajo un control israelí total y permanente. Sharon también tenía intenciones de anexar una franja muy amplia de territorio al este de Cisjordania y a lo largo del río Jordán. Tras eso, abandonaría el resto de las colonias que se encontrasen en medio de las dos áreas anexadas, evacuando entre 40 000 y 50 000 colonos. Esta situación incorporaría a Israel el 90 por ciento de los 425 000 colonos israelíes que ahora viven en los territorios ocupados, en tierra Palestina confiscada.

El resultado de estas maniobras sería, por supuesto, la muerte de cualquier esperanza de que el pueblo palestino pudiera tener una independencia efectiva y verdadera en un estado que fuera viable y que pudieran defender. El territorio que Sharon les hubiera dejado a los palestinos sería, quizá, el 50 o el 60 por ciento de lo que es ahora Cisjordania y Gaza -lo que equivale a un diez o doce por ciento de la patria original palestina- y ese área tan pequeña de territorio estaría totalmente rodeada por Israel y fracturada por franjas de territorio israelí que penetrarían profundamente hasta el corazón de Cisjordania. Otros analistas, muy astutos, han visto el desarrollo de un escenario similar, en especial el activista israelí Jeff Halper, cuyo artículo «Sharon se prepara para traicionar a Abbas con otra ‘oferta generosa'», que apareció en CounterPunch el 8-9 de octubre de 2005 (http://www.counterpunch.com/halper10082005.html).

Según este escenario, Sharon habría buscado una ayuda masiva adicional de USA para pagar por el establecimiento de la nueva frontera y para compensar a los colonos evacuados. Los escritores de este guión, al reconocer que la Administración de Bush es un cómplice voluntario, el proveedor de todos los fondos necesarios para financiar este expansionismo abierto y brutal, y que ésta es la administración más partidaria que se puede imaginar, actuaban bajo la idea de que mientras Bush permaneciera en la presidencia, Sharon tendría una oportunidad de tres años para llevar a cabo su plan de devorar a Palestina.

Aunque es casi seguro que Sharon no estará en este mundo o, cuando menos, no tendrá las facultades necesarias para poner en práctica su plan, los comentaristas mas conocidos y los editorialistas de USA e Israel ya han decretado que el plan de desmembrar Palestina, o algo parecido, será el futuro para Israel-Palestina y, explícitamente o por inferencia, se han pronunciado a favor, otorgando a Sharon el manto de pacificador y salvador de Israel. La adulación ha sido increíblemente intensa: Sharon, el guerrero que se volvió pacificador; Sharon, el héroe militar que dedicó su vida a la preservación de Israel; Sharon, el pragmático valiente; Sharon, el hombre sensible que buscaba compromisos; Sharon, el hombre que buscó la reconciliación con los palestinos y que, al mismo tiempo, conservó la seguridad de Israel; Sharon, siempre en busca de la verdad y la justicia.

No importa si los antecedentes de Sharon incluyen el homicidio de palestinos en numerosas ocasiones, que empiezan en los años cincuenta y continúan con las matanzas en los campos de refugiados en Beirut en 1982 (Sabra y Chatila); si sus soldados oprimen, asesinan y roban a los palestinos todos los días; si él, hasta su último pensamiento consciente, estaba planeando el robo del territorio palestino a una escala sin precedentes; si él y sus secuaces ofrecieron abiertamente la pequeña evacuación de Gaza como un medio para facilitar la absorción casi total de Cisjordania y la destrucción permanente de la posibilidad de una independencia verdadera para el pueblo palestino. No importa si cuando se sentó a zamparse su última comida consideraba la perspectiva de comerse a Palestina en el desayuno del día siguiente. La mayor parte de los israelíes lo quieren mucho, porque Sharon hizo que se sintiesen seguros. Fue lo suficientemente brutal y poderoso como para hacer que se sintiesen seguros. Odiaba a los árabes, igual que la mayoría de los israelíes. Quería expulsarlos -fuera de la vista, fuera de la mente, fuera de Palestina- lo mismo que la mayoría de los israelíes. Tenía un apetito voraz, que todo el mundo sabía imposible de saciar hasta que hubiese devorado toda Palestina.

Eso satisface mucho a los israelíes. El novelista David Grossman, que por lo general tiene una posición política izquierdista, recientemente describió a Sharon como «un hombre muy amado por su pueblo», para quien se había convertido en «una especie de figura paterna grande y poderosa a quien [ellos, su pueblo] estaban dispuestos a seguir con los ojos cerrados, a dondequiera que los dirigiese». El propio Grossman, escribiendo con gusto, parece haberse enamorado del mito de Sharon. Al afirmar que «no nos queda más que admirar su coraje y determinación», Grossman sostiene que Sharon «puso a Israel en el camino para terminar la ocupación».

Otros observadores, de diversas tendencias políticas, han etiquetado a Sharon de manera similar: «La mejor esperanza para la paz» (Beny Morris, historiador israelí); «el hombre que podría haber logrado una paz verdadera» (el líder palestino-usamericano Ziad Asali); «un gran estadista y el líder [que] trajo una nueva esperanza a la región» (el analista izquierdista israelí Gershon Baskin) y el hombre que pareció buscar «un camino viable» para traer la paz «a Israel» (Michael Lerner, de TIKKUN).

Todo esto depende, por supuesto, de cuál es la definición de «esos términos». ¿Qué es lo que quiere decir Grossman con «ocupación», una palabra que Sharon usó muy pocas veces y un concepto que nunca reconoció?; ¿qué es exactamente lo que quiere decir por «terminar» completa, parcialmente, con poco o mucho entusiasmo? ¿Y qué significa «la paz», o «la paz verdadera»? La clase de paz que Sharon y la mayor parte de los israelíes y los usamericanos pueden imaginar es completamente distinta de la que los palestinos desean y necesitan. ¿Es esta una paz con justicia? Y si lo es ¿para quién? ¿Quiere esto decir que los palestinos van a ser libres o que sólo les proporcionará a los israelíes la seguridad para seguir oprimiéndolos? ¿Será «esta paz» la paz de la conquista para Israel y la paz de la derrota y la servidumbre para los palestinos, al igual que lo fue la paz impuesta a los amerindios? ¿O la paz, según Sharon, se obtiene con un verdadero estado para los palestinos, un estado verdaderamente independiente, viable, que se pueda defender, con fronteras, una economía y un régimen que los palestinos podrán controlar? Seguramente no.

Aunque la mona se vista de seda, mona se queda. No hubo nunca paz para los palestinos en el horizonte político de Ariel Sharon. Aaron David Miller, un miembro muy importante del equipo para la paz de Bill Clinton, escribió recientemente que Sharon había abandonado su sueño del Gran Israel de extender el control político y territorial de Israel sobre toda Palestina, desde el mar hasta el río Jordán. David Grossman afirma que, por fin, a sus ochenta años, Sharon comprendió que la fuerza no es la solución, que son necesarios compromisos y concesiones. Pero todo son mentiras, insensateces de comentaristas que en otras ocasiones tienen sentido común y que desesperadamente desean que eso sea verdad. De hecho, como buen pragmático, Sharon simplemente había dejado de hablar del Gran Israel, había dejando de complotar activamente para lograrlo, con la esperanza de engañar a gente como Miller y Grossman. Y lo logró. Ninguna de las «reservas indias» que Sharon estaba en a punto de crear en Gaza y Cisjordania les hubieran dado a los palestinos la menor seguridad de permanencia o libertad en el futuro.

Ariel Sharon se había convertido en una sensación de seguridad para todos aquellos que se situaban exactamente en el punto medio de la cuestión israelopalestina, aquellos que trataron de lograr un equilibrio artificial entre dos elementos tan desequilibrados, gente como Michael Lerner, de TIKKUN, que ha apoyado «un centro progresista» como la mejor forma de obtener la reconciliación entre palestinos e israelíes. Como si el derecho moral estuviera de alguna forma cercano a una posición neutral en este conflicto. Sharon, el pragmático, permitió que la gente que ocupa el centro pensara que se les había unido, que quería una paz genuina para los palestinos y para los israelíes, y les hizo creer que, por lo tanto, ya no tenían que seguir pidiendo justicia o equidad en Palestina.

Sharon reconoció que, al menos por el momento, Israel tenía que moderar su ambición de ejercer soberanía y control absoluto sobre todos los territorios palestinos. Sin embargo, decidió abandonar su responsabilidad de administrar Gaza para tratar de forzar a los palestinos en Cisjordania a que viviesen en varios enclaves pequeños, donde Israel no tendría responsabilidad alguna sobre de sus necesidades diarias. Los Michael Lerner de este mundo y los otros que pertenecen al llamado centro progresista han traicionado su propia responsabilidad moral al declarar victoria. Son incapaces de ver la inutilidad y, por supuesto, la inmoralidad de sus esfuerzos de pretender que hay «equilibrio» entre un grupo indefenso, sin poder de ninguna clase, y un grupo todopoderoso que controla todas las situaciones y todo el territorio, y que no ha logrado obtener una verdadera paz con justicia.

Lerner ha abandonado el activismo para promover la paz en Palestina-Israel y ahora concentra sus esfuerzos en la política interior de USA. Su último comentario acerca de Sharon es una típica construcción retórica: Sharon «ha ignorado sistemáticamente la humanidad del pueblo palestino, violó todos sus derechos humanos», etc., etc. [pero] «de todas maneras, la pérdida de Sharon nos dolerá mucho a quienes militamos en el movimiento por la paz, porque sus recientes acciones, incluso insensibles a las necesidades del pueblo palestino, parecían adecuadas para crear en Israel una mayoría favorable a concesiones que hubieran podido crear, por fin, las condiciones para una reconciliación respetuosa con los palestinos y, de esta manera, garantizar la paz para Israel». En otras palabras, Sharon era un opresor brutal, pero no había nadie mejor que él en Israel y, como era un pragmático, hubiera podido hacer algo que satisficiera a los palestinos, algo que nosotros en el movimiento de paz deseamos mucho, porque queremos que Israel tenga paz.

Otra organización centrista por la paz, Brit Tzedek, que apoya una posición en lo que llaman «la izquierda moderada», publicó una declaración tras la embolia cerebral de Sharon que es casi idéntica en tono y contenido a la de Lerner. La preocupación presuntuosa y lacrimógena por Israel que se manifiesta claramente en esta declaración demuestra a las claras por qué, a pesar de lo que la organización llama un «desacuerdo profundo» con las tácticas de Sharon, tantos de quienes se consideran izquierdistas han abrazado su estrategia total, porque en última instancia, piensan, todo esto es para bien de Israel. Al aplaudir a Sharon por su «constante determinación de salvaguardar el futuro de la patria judía», Brit Tzedek acepta el mito de que Sharon y su nuevo partido político querían «incorporar a su programa político la necesidad de abandonar más colonias en Cisjordania, la creación de un estado palestino y, todavía más importante, ocupar el centro del paisaje político israelí». Nadie más podría haber galvanizado la opinión popular en Israel como Sharon.

Por supuesto, el mito crece: puede que Sharon sea un miserable y un criminal, pero es nuestro miserable y nuestro criminal -nuestro miserable y criminal usamericano, nuestro miserable y criminal israelí- y, si quiere comerse a Palestina en el desayuno, a quién le importa. Siempre y cuando preserve la seguridad de Israel, devorar a Palestina es algo bueno. Lo llamaremos simplemente mona vestida de seda. Y, con suerte, Mahmoud Abbas estará de acuerdo, capitulará y aceptara la clase de paz que los seguidores de Sharon van a ofrecerle. Al fin y al cabo, no tiene otra alternativa. USA, la Unión Europea, Israel y, ahora, la mayor parte del movimiento usamericano por la paz marchan en armonía para hacer realidad la herencia de Ariel Sharon. Sólo el pueblo palestino de Abbas protesta, pero qué importa, ya que carece de poder.

Al final, en este momento emocional de su incapacitación política, cuando los mitos que lo rodean son más fuertes, Ariel Sharon se ha convertido en el portador de la bandera de la hipocresía de la mayor parte del movimiento usamericano por paz, que no está interesado en paz o en justicia para los palestinos en ningún sentido objetivo, sino sólo en paz y en seguridad para Israel.

Hay medidas objetivas de lo que es justicia, tanto para palestinos como para israelíes, pero el movimiento por la paz parece preocuparse menos que nadie por el hecho de que ni Sharon ni ninguno de sus herederos jamás han tenido la intención de obtenerla. Hoy, la creación de mitos sobre Sharon es el factor más perjudicial a la hora de obtener justicia para los palestinos.

Kathleen Christison trabajó en la CIA como analista política y ha dedicado treinta años al estudio del Oriente Próximo. Es autora de Perceptions of Palestine y The Wound of Dispossession. Bill Christison fue un alto funcionario de la CIA. Sirvió como oficial de inteligencia nacional y como director de la Oficina de análisis regional y político de la CIA.

Ernesto Páramo y Manuel Talens son miembros de Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística. ([email protected]). Esta traducción es copyleft.
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