Traducido del inglés para Rebelión por J. M.
Un gran debate sobre Israel-Palestina está tomando el centro del escenario en la política de Estados Unidos y no muestra signos de decaer.
La última vez que hubo una primaria abierta del Partido Demócrata, Hillary Clinton y Barack Obama se enfrentaron en todo para competir, desde la Guerra de Irak hasta la atención médica. Todo, es decir, excepto Israel.
Las críticas a Israel durante la carrera 2007-2008 se limitaron a los candidatos marginales. En 2007, durante un debate en la radio pública nacional, Mike Gravel, el exsenador de Alaska que nunca recibió más del 3 por ciento de los votos, preguntó por qué era un problema que Irán financiara a Hamás y Hezbolá y no que Estados Unidos financie a Israel.
Esa fue una de las únicas desviaciones de la línea proisraelí estándar emitida durante la temporada de las primarias y el candidato que la hizo no era exactamente una estrella. Gravel no ganó un solo delegado. Si bien Clinton y Obama expresaron obedientemente su apoyo a Israel durante toda la campaña, la relación entre Estados Unidos e Israel no ocupó un lugar central en la carrera primaria demócrata.
Una década después, el debate sobre Israel ha cambiado radicalmente. Ahora se desarrolla en el escenario más destacado de la política estadounidense: en la carrera presidencial y en los pasillos del Congreso.
El senador Bernie Sanders (Vermont), que está en tercer lugar en la carrera para ser el próximo candidato presidencial demócrata, ha dicho en repetidas ocasiones que quiere que EE.UU. aproveche su influencia militar sobre Israel para poner fin al trato injusto de Israel a los palestinos. Pete Buttigieg, el alcalde de Indiana en el cuarto lugar, dijo que los contribuyentes estadounidenses no deberían pagar la factura de una anexión israelí de Cisjordania. La senadora Elizabeth Warren (Massachusetts), que lucha por el liderazgo con Joe Biden, ha sido menos clara sobre su plan para Israel-Palestina. Pero ha hablado de la necesidad de poner fin a la ocupación de Israel y en octubre dijo que estaba dispuesta a condicionar la ayuda militar estadounidense a Israel. En cuanto a Biden, está solo cuando dice que condicionar la ayuda militar estadounidense a Israel sería «absolutamente indignante».
Mientras tanto una nueva cosecha de progresistas, liderada por las representantes Ilhan Omar (Minnesota) y RashidaTlaib (Michigan), está ampliando el debate sobre la alianza entre Estados Unidos e Israel en el Congreso, pidiendo límites a la ayuda militar estadounidense y elogiando las tácticas de boicot, desinversión y sanciones como herramientas para cambiar el statu quo en el terreno.
«Hay una apertura y una disposición cada vez mayores para hablar con mucha más profundidad y de manera más imparcial sobre las realidades del conflicto entre Israel y Palestina», dijo Logan Bayroff, portavoz de JStreet, el grupo de presión judío liberal estadounidense proisraelí. «Se ha abierto mucho más espacio en los últimos 10 años y especialmente en los últimos cuatro, durante la Administración Trump».
Esta evolución no es fortuita. El cambio drástico en el debate de EE.UU. sobre Israel-Palestina es el resultado de los cambios en la ideología del partido, una serie de eventos sorprendentes para Israel y los EE.UU. ¿El resultado de todo esto? Un animado debate sobre el futuro de la relación entre Estados Unidos e Israel que no muestra signos de decaer.
El senador Bernie Sanders en la Conferencia Nacional de JStreet 2019, 28 de octubre de 2019. (Foto cortesía de JStreet)
El Estado judío no es ajeno a la política de Washington. Incluso antes de que el presidente Harry Truman reconociera a Israel en 1948, los judíos estadounidenses estaban en el Capitolio, presionando a Truman para que apoyara la conversión de la Palestina árabe, en su población mayoritaria, en un Estado judío.
Durante gran parte de las siete décadas posteriores, la discusión de Estados Unidos sobre Israel en Washington se ha centrado en la mejor manera de proteger al Estado judío de sus vecinos hostiles.
Ha habido interrupciones ocasionales del statu quo. A principios de la década de 1980, el presidente Ronald Reagan suspendió las entregas de aviones de combate a Israel después del bombardeo de un reactor nuclear iraquí y prohibió la exportación de bombas de racimo después de que Israel las arrojase a Líbano durante la primera guerra de Israel allí. En 1992 el presidente George HW Bush se negó a aprobar garantías de préstamos para Israel a menos que dejara de construir colonias en tierras palestinas en Cisjordania y Gaza.
Sin embargo estos cambios ocasionales en el debate político estadounidense sobre Israel no socavaron la férrea alianza estadounidense-israelí. Y eventualmente estas interrupciones en el debate sobre el statu quo se desvanecieron.
Sin embargo, la polarización de la política de Washington en los últimos años allanó el camino para la división partidista de hoy en Israel. El Partido Republicano se volvió más blanco, viejo y rico. La influencia evangélica cristiana de derecha sobre el Partido Republicano creció considerablemente, empujando las políticas del Partido sobre Israel hacia la extrema derecha. El Partido Demócrata se volvió más dependiente de personas de color, jóvenes, laicos y minorías religiosas. Las bases de ambos partidos se fusionaron en torno a dos visiones fundamentalmente diferentes de cómo debería comportarse Estados Unidos en el mundo. Los ataques del 11 de septiembre de 2001 unieron temporalmente al oficialismo demócrata y al Partido Republicano para librar la guerra de Irak, pero en espacios progresistas el sentimiento contra la guerra era alto. Y con ello se prestó más atención al tema de Palestina, aunque Palestina fue un tema que a veces provocó divisiones.
«Comenzaron a hacer conexiones entre lo que sucedía en el país y lo que sucedía en Israel, porque Israel estaba haciendo esa conexión en términos de su campaña de hasbará«, dijo Zaha Hassan, miembro visitante de Carnegie Endowment for International Peace. «Dijeron que la resistencia palestina en los territorios ocupados no era diferente a los movimientos extremistas islámicos en el Medio Oriente. Los liberales y progresistas en los Estados Unidos comenzaron a considerar si los valores que defiende su movimiento pueden continuar apoyando a Israel sin considerar los derechos humanos palestinos».
Era común ver en el apogeo de las protestas de la guerra de Irak ondear la bandera palestina, oír el eslogan «¡De Irak a Palestina, la ocupación es un crimen!». Las luchas contra el poder imperial de Estados Unidos conectó la lucha de los negros en los Estados Unidos con las luchas anticoloniales en todo el mundo, incluida Palestina. En la era posterior al 11 de septiembre, entonces, como a fines de la década de 1960, las divisiones en las calles sobre Israel-Palestina no se tradujeron en una ruptura en el consenso de Washington sobre Israel. En cambio, tomaría hasta los años de Obama para que el escepticismo sobre Israel entrase en el centro del debate.
El presidente Barack Obama habla sobre el discurso de El Cairo con el Asesor Adjunto de Seguridad Nacional para Comunicaciones Estratégicas Denis McDonough, derecha, y el escritor de discursos Ben Rhodes en Air ForceOne en ruta a El Cairo, Egipto, 4 de junio de 2009. (Foto oficial de la Casa Blanca por Pete Souza)
La elección de Barack Obama como presidente fue un shock para un país acostumbrado a los hombres blancos que ocupaban la Casa Blanca. También prometió romper con las guerras de la era de Bush y reparar las relaciones con el mundo árabe y musulmán después del 11 de septiembre, una promesa que intentó cumplir al hacer en Medio Oriente su primera visita al extranjero. Allí prometió una nueva era en la política estadounidense.
Una de esas nuevas áreas políticas fue Israel-Palestina. Después de asumir el cargo en enero de 2009, llamó al presidente de la Autoridad Palestina, Mahmoud Abbas, antes de llamar al primer ministro israelí Ehud Olmert, quien pronto dejaría el cargo con deshonra para ser sucedido por Benjamin Netanyahu. En su viaje a Oriente Medio, Obama no aterrizó en Israel, sino que fue a El Cairo, donde criticó la violencia palestina, pero pidió a Israel que dejase de construir colonias y abordase la crisis humanitaria en Gaza.
Rechazado por Netanyahu, cuyo Gobierno continuó construyendo colonias israelíes, Obama nunca siguió sus exigencias con consecuencias. Pero los llamados de Obama al congelamiento de las colonias, junto con la fría respuesta de Netanyahu, sentaron las bases de una tóxica relación Obama-Netanyahu.
Estas tensiones alcanzaron un máximo en 2013 con el debate sobre el acuerdo nuclear con Irán. La decisión de Obama de llegar a un acuerdo con Irán hizo que Netanyahu y sus aliados republicanos se volvieran apopléticos. A sus ojos el acuerdo daría a Irán acceso a la economía global sin hacer nada para limitar su financiación de grupos militantes opuestos a la política estadounidense en la región. Para Netanyahu este acuerdo también minó el papel de Irán como una distracción del problema palestino.
El Partido Republicano invitó a Netanyahu a pronunciar un discurso ante el Congreso para tratar de frustrar el acuerdo. Esto creó un sorprendente choque político entre Obama, el presidente histórico amado por la base de su partido por un lado, y el Partido Republicano e Israel por el otro, lo que aumenta la división partidaria en el Estado judío.
«Los republicanos pensaron que Netanyahu era el líder mundial más importante en ese momento, incluso por encima de Obama. Se convirtió en una estrella, como si fuera el gurú del Partido Republicano», dijo Shibley Telhami, profesor de la Universidad de Maryland y miembro senior no residente de la Brookings Institution. «Para los demócratas fue exactamente lo contrario. Eso tuvo un gran impacto».
Telhami, un entrevistador, vio ese impacto en una encuesta realizada en diciembre de 2015: las calificaciones desfavorables de Netanyahu entre los demócratas aumentaron del 22% al 34%. El 13 por ciento de los republicanos veían mal al líder israelí y el 51 por ciento lo veía favorablemente.
Cuando Netanyahu llegó a Washington en marzo de 2015 para criticar el acuerdo con Irán, 58 demócratas unidos a independientes boicotearon el discurso.
Las críticas a Israel en la era de Obama no se limitaron al Congreso. Fue aún más destacada en los movimientos sociales progresistas, lo que a su vez dio a los demócratas la confianza de que su postura anti-Netanyahu estaba respaldada por las bases que votan por ellos.
Cuando se produjo el enfrentamiento entre Obama y Netanyahu por Irán, cada vez más grupos de derechos de los palestinos estaban dedicando recursos a Washington. En 2015, Jewish Voice for Peace (JVP), el grupo de izquierda solidario con Palestina, contrató a su primer empleado centrado en el Congreso.
«Ocurrió [el asalto a Gaza] en 2014 y de repente fuimos muchos más», dijo Rebecca Vilkomerson, quien acaba de renunciar como jefa de JVP después de 10 años al frente. «Decidimos que teníamos suficientes miembros con suficiente peso para que no fuera inútil ir a este tipo de reuniones [en el Congreso]».
Miembros de Estudiantes por la Justicia en Palestina y Jewish Voice for Peace conmemoran la muerte de palestinos ese año en la Procesión de Todas las Almas en Tucson, 9 de diciembre de 2014. (Shachaf Polakow / Activestills.org)
También a fines de 2014, Defensa para los Niños Internacional-Palestina y el Comité de Servicio de Amigos Americanos iniciaron la campaña «No es la forma de tratar a un niño», un esfuerzo centrado en Washington para lograr que los legisladores estadounidenses denuncien el maltrato de niños palestinos por parte de Israel. Ese esfuerzo ha tenido éxito, particularmente en la figura de la representante Betty McCollum (Minnesota) con sus cartas y proyectos de ley llamando la atención sobre el arresto de niños palestinos que Israel hace, ahora devenida en la principal defensora de los derechos palestinos en el Capitolio.
Sin embargo todos los grupos de izquierda liberal no trabajaron en conjunto. JStreet, por ejemplo, un grupo que comenzó en 2007, ha forjado un espacio distinto en Capitol Hill, presionando por un Estado palestino y el fin de la ocupación de Israel para permitir que Israel permanezca «judío y democrático», en palabras de JStreet. Eso va en contra de grupos como JVP y la Campaña de los Derechos de los Palestinos de los Estados Unidos (USCPR), quienes apoyan los principios completos del llamado de Boicot, Desinversión y Sanciones (BDS), incluido el derecho de retorno de los refugiados palestinos, y el fin de la ayuda militar de los EE.UU. Sin embargo, en conjunto, los grupos desde JStreet hasta la Campaña de los Estados Unidos han introducido un nuevo lado en un debate que solía estar dominado solo por las preocupaciones de seguridad israelíes.
«Aunque la otra parte tiene muchos más recursos y conexiones más profundas, los grupos de derechos de los palestinos han hecho un trabajo duro y diligente para hacer sentir su presencia en el Capitol Hill, dejando en claro que hay otra perspectiva que los miembros del Congreso deben reconocer, incluso si todavía no sienten la necesidad de votar de diferente manera», dijo un asesor demócrata del Congreso a +972. «Así es como cambias el debate. Empiezas a complicar el problema para las personas, y para muchos miembros del Congreso el problema no ha sido complicado. Eso está cambiando».
Pero si el debate en Washington se centró en Netanyahu, los movimientos sociales de izquierda no se centraron principalmente en el líder israelí. En cambio se centraron en el propio Israel y criticaron a todo el régimen que gobernaba a los palestinos como un Estado de apartheid que había que boicotear, un mensaje difundido a través de las campañas de BDS. Grupos de derechos palestinos se aliaron con grupos de derechos civiles y de inmigrantes para campañas dirigidas a los especuladores privados de prisiones, utilizando el mensaje de que la opresión de las personas de color en prisión está vinculada a la opresión de los palestinos, especialmente porque empresas como G4S se beneficiaron del encarcelamiento de todas esas comunidades.
Gran parte de este trabajo estudiantil fue liderado por los propios palestinos, un reflejo de los grupos de trabajo como lo hizo la Unión General de Estudiantes Palestinos en los campus de EE.UU. a partir de la guerra de 1967. Después de los Acuerdos de Oslo, el activismo liderado por los palestinos en los EE.UU. se tambaleó, ya que se prestó más atención a la construcción del Estado en casa en lugar de formar un movimiento anticolonial global. Pero los organizadores palestinos se reafirmaron en el movimiento de solidaridad más amplio una vez que fracasaron los Acuerdos de Oslo. Ese resurgimiento alcanzó un pico después de la invasión israelí de Gaza en 2008-2009.
«Los palestinos comenzaron a ser más centrales, lo que también significaba que los organizadores palestinos se levantaron», dijo Andrew Kadi, un antiguo dirigente palestino-estadounidense y miembro del comité directivo de la USCPR.
Uno de los momentos más importantes para el movimiento por los derechos de los palestinos fue en agosto de 2016, cuando A Visionfor Black Lives, una plataforma de políticas publicada por grupos afiliados al movimiento descentralizado Black Lives Matter, aprobó la desinversión del «complejo militar-industrial» de Israel y acusó a Israel de apartheid y genocidio. Para los grupos de derechos de los palestinos, la plataforma política fue un excelente ejemplo de cómo deberían conectarse la lucha por la libertad negra y la lucha palestina. Fue una afirmación contundente de su estrategia «interseccional», que aseguró que los palestinos abogaran por los derechos de los negros en los Estados Unidos, y viceversa, como parte de un impulso más amplio para conectar las luchas palestinas y negras por la justicia.
«Ahora hay una situación en la que los movimientos sociales están profundamente interconectados», dijo Nadia Ben Youssef, directora de defensa del Centro de Derechos Constitucionales. «Estamos creando una política coherente de justicia social, si tienes una opinión sobre la justicia racial, si tienes una opinión sobre el encarcelamiento, si tienes una opinión sobre la desigualdad en general, tienes una opinión sobre Palestina».
Cuando llegó la conmoción de las elecciones de 2016, la amplia izquierda había llegado a reconocer que los derechos palestinos deberían ser una parte integral de la agenda progresista. Linda Sarsour, una destacada activista palestina-estadounidense, fue uno de los rostros de la histórica Marcha de las Mujeres contra Trump en enero de 2017. Pero la integración de los derechos de los palestinos en el movimiento progresista no se produjo sin controversia. Grupos proisraelíes criticaron a Sarsour y al Movimiento por la Vida Negra. Fueron acusados de secuestrar el movimiento progresista con una agenda totalmente diferente. Sin embargo, se hizo insostenible para los progresistas ignorar a Palestina.
Eso se ha vuelto aún más evidente a medida que representantes progresistas como Ilhan Omar, elegido en 2016, han emprendido la lucha por todo, desde «Medicare para todos» o «New Deal Verde» hasta el fin de la ocupación de Israel. La visión de política exterior de Omar se centra en la desmilitarización y los derechos humanos, sin excepción, para el trato de Israel a los palestinos.
La elección de Trump ha acelerado la política de Palestina en los Estados Unidos. Su estrecha alianza con Netanyahu ha alejado a los demócratas liberales de Israel. Los obsequios de Trump a la derecha israelí (el traslado de la embajada de EE.UU. a Jerusalén, el silencio de la Administración sobre las colonias israelíes y el reconocimiento de los Altos del Golán como territorio israelí) lo vincularon aún más con Netanyahu, un problema para aquellos que creen en la importancia de una relación bipartidista con el Estado judío.
Trump también ha seguido otra estrategia que ha llevado a Israel-Palestina al corazón del debate estadounidense: etiquetar a críticos fervientes suyos como Omar y Tlaib de «antisemitas», como parte de un intento de dividir al Partido Demócrata, despegar a los votantes judíos y alborotar su base de derecha.
«Se ha visto al Partido Republicano tratar de convertirlo en un arma política, en un problema de punta. Se convierte en un problema de guerra cultural al rojo vivo, como el aborto o la inmigración», dijo Logan Bayroff, el portavoz de JStreet. «Esto irrita a su base de votantes, que no son judíos estadounidenses, pero son muchos votantes evangélicos, que están impulsando esa agenda».
La decisión de Netanyahu en agosto pasado de prohibir a Omar y Tlaib viajar a Israel-Palestina en una delegación del Congreso fue parte de la estrategia de Trump para describirlas como enemigas de Israel y Estados Unidos. Al ayudar a crear una controversia internacional que acapare los titulares, Trump adelantó sus planes para hacer de Omar y Tlaib los rostros del Partido Demócrata, una estrategia que cree ganará a las personas preocupadas por el viraje de los demócratas hacia la izquierda.
Pero esa decisión también tuvo un efecto boomerang. Omar y Tlaib realizaron una notable conferencia de prensa después de que se anunció la prohibición, hablando con una audiencia y emitida a nivel nacional sobre las indignidades de la ocupación y cómo Israel daña a los palestinos. Fue, en una sola semana, una muestra de cómo Palestina se ha movido de los márgenes a la corriente principal de la política estadounidense. A la derecha se usa para la división social y política, mientras en la izquierda, es amplificado por legisladores progresistas que ven a Palestina como parte de su agenda más amplia para la justicia social.
Para los demócratas que desean mantener la alianza entre Estados Unidos e Israel tal como es, la decisión de Netanyahu de prohibir a Tlaib y Omar fue preocupante y solo fomentó su deseo de ver a Netanyahu dejar el cargo y tener a alguien como Benny Gantz, el jefe del partido Azul y Blanco, tomar el control. A sus ojos eso permitiría a los demócratas volver a su lugar habitual en Israel: apoyar las negociaciones entre Israel y la Autoridad Palestina sin la molestia de un partidista puro como Netanyahu que tensa la relación entre Estados Unidos e Israel.
Pero si bien Ganzt como primer ministro puede dar a esos demócratas un respiro del caos de la era Netanyahu-Trump, no terminará el progresivo cuestionamientodel consenso de Washington sobre Israel.
«Hay muchos demócratas con la ilusión de que el problema es solo Bibi. Pero no deberíamos personalizar esto demasiado», dijo el asistente demócratadel Congreso. «Sí, Bibi es excepcionalmente malo, particularmente evidente en su enfoque partidista, pero como Trump, Bibi es el producto de una tendencia política genuina en Israel». Representa a un electorado liberal que los demócratas deben enfrentar si se toman en serio los propios valores que profesan».
Fuente: https://www.972mag.com/us-israel-debate-palestine-2020/
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