Traducido del inglés para Rebelión y Tlaxcala por Germán Leyens
Nazaret . La trayectoria de una prolongada campaña que este mes produjo el disparatado informe parlamentario británico de todos los partidos sobre el antisemitismo en el Reino Unido puede ser trazada desde el intensivo cabildeo del gobierno israelí que comenzó hace más de cuatro años, a principios de 2002.
En aquel entonces, cuando Ariel Sharon desgarraba los desarrapados restos de los acuerdos de Oslo al volver a invadir ciudades de Cisjordania entregadas a la Autoridad Palestina en su destructiva violencia conocida como Operación Escudo Defensivo, enroló a los medios israelíes en la refriega. Los periódicos locales comenzaron a destacar interminablemente preocupaciones sobre el aumento de un «nuevo antisemitismo», un tema que fue rápida y entusiastamente adoptado por el fornido lobby sionista en USA.
No fue la primera vez, desde luego, que Israel había recurrido a sus fieles usamericanos para que lo sacaran de líos. En «Beyond Chutzpah», Norman Finkelstein documenta el advenimiento de las afirmaciones sobre un nuevo antisemitismo durante la deslucida campaña de Israel en la Guerra de Yom Kippur de 1973. En esa ocasión, esperaban poder desplegar la acusación de antisemitismo contra críticos a fin de reducir la presión sobre Israel para que devolviera el Sinaí a Egipto y negociara con los palestinos.
Israel puso sobre aviso al mundo ante una nueva de antisemitismo a inicios de los años ochenta, precisamente cuando cayó bajo críticas sin precedentes por su invasión y ocupación de Líbano. Lo que diferenciaba el nuevo antisemitismo del racismo anti-judío tradicional del tipo que llevó a los campos de la muerte de Alemania, dijeron los impulsores de la campaña, era que esta vez incluía a la izquierda progresista en lugar de la extrema derecha.
Las nuevas afirmaciones sobre un nuevo antisemitismo tuvieron su inicio en la primavera de 2002, en el sitio en la red en idioma inglés del respetado diario liberal israelí, Haaretz, que destacó durante muchos meses un suplemento especial en línea de artículos sobre el «nuevo antisemitismo», advirtiendo que el «antiquísimo odio» estaba siendo resucitado en Europa y USA. La cantinela fue rápidamente copiada por el Jerusalem Post, un periódico derechista en idioma inglés que es utilizado regularmente por los círculos dominantes israelíes para reforzar el apoyo para sus políticas entre los judíos de la Diáspora.
Como sus precursores, arguyeron los apólogos de Israel, la última ola de antisemitismo fue de la responsabilidad de los movimientos progresistas occidentales – aunque con un nuevo sesgo. Un antisemitismo occidental permanentemente presente pero sobre todo latente estaba siendo avivado hasta llevarlo al frenesí por la creciente influencia política e intelectual de inmigrantes musulmanes extremistas. La implicación era que se había generado una nefasta alianza entre la izquierda y el Islam militante.
Semejantes puntos de vista fueron expresados por primera vez por altos miembros del gabinete de Sharon. En una entrevista en el Jerusalem Post en noviembre de 2002, por ejemplo, Binyamin Netanyahu advirtió que el antisemitismo latente volvía a activarse.
«Desde mi punto de vista, hay muchos en Europa que se oponen al antisemitismo, y muchos gobiernos y dirigentes que se oponen al antisemitismo, pero la tendencia existe. Es ignorar la realidad decir que no está presente. Ahora dicha tendencia ha sido englobada y estimulada por la fuerza más potente y más abierta del antisemitismo, que es el antisemitismo islámico que proviene de algunas de las minorías islámicas en los países europeos. A menudo se disfraza de antisionismo.»
Netanyahu propuso «reventar el furúnculo» iniciando una agresiva campaña de relaciones públicas de «autodefensa». Un mes más tarde, Moshe Katsav, escogió el objetivo más blando de todos, advirtiendo durante una visita de Estado que la lucha contra el antisemitismo debe comenzar en Alemania, donde «pueden escucharse voces de antisemitismo.»
Pero, como siempre, el objetivo principal de la nueva campaña sobre el antisemitismo fue el público en USA, el generoso patrono de Israel. Allí, miembros del lobby de Israel se volcaron hacia un coro apocalíptico.
En las primeras etapas de la campaña, no ocultaron la verdadera motivación del lobby: quería asfixiar un debate en ciernes en la sociedad civil usamericana, particularmente en las iglesias y las universidades, para desinvertir – retirar sus principales inversiones – de Israel como reacción a la Operación Escudo Defensivo.
En octubre de 2002, después que Israel hubo efectivamente reocupado Cisjordania, el cumplidor eterno Abraham Foxman, director de la Liga Contra la Difamación [ADL, por sus siglas en inglés], asoció a los críticos que llamaban a desinvertir de Israel con los nuevos antisemitas. Instó a un nuevo organismo establecido por el gobierno israelí llamado Foro para Coordinar la Lucha contra el Antisemitismo a articular claramente «lo que sabemos en nuestros corazones: cuando se cruza esa línea (hacia el antisemitismo).»
Una semana después entró en calor y advirtió que los judíos eran más vulnerables que en cualquier otro momento desde la Segunda Guerra Mundial. «No creí en toda mi vida que yo o nosotros nos sentiríamos preocupados en la medida en la que nos sentimos, o [enfrentaríamos] el antisemitismo con la intensidad con la que lo vivimos,» declaró al Jerusalem Post.
Haciéndose eco de la advertencia de Netanyahu, Foxman agregó que la rápida difusión del nuevo antisemitismo ha sido posibilitada por la revolución en las comunicaciones, sobre todo Internet, que permite que los musulmanes transmitan sus mensajes de odio por todo el mundo dentro de segundos, infectando a la gente en todo el globo.
Ahora quedó claro que Israel y sus leales tuvieron tres objetivos principales cuando iniciaron su campaña. Dos eran motivos familiares de intentos anteriores de acentuar un «nuevo antisemitismo». El tercero era nuevo:
El primer objetivo, y posiblemente el mejor comprendido, era asfixiar toda crítica a Israel, particularmente en USA. Durante 2003 se hizo crecientemente obvio a periodistas como yo que los medios usamericanos, y pronto gran parte de los medios europeos, se hacían cada vez más reticentes a imprimir aunque fuera las más inofensivas críticas a Israel que solían permitir. Para cuando Israel comenzó a acelerar el ritmo de construcción de su monstruoso muro a través de Cisjordania en la primavera de 2003, los redactores ya se mostraron reticentes a tocar el asunto.
Al guardar silencio el cuarto poder, muchas de las voces progresistas en nuestras universidades e iglesias hicieron lo mismo. La desinversión fue totalmente eliminada del orden del día. Organizaciones macartistas como CampusWatch ayudaron a imponer el reino de la intimidación. Los académicos que se resistieron, como Joseph Massad de la Universidad Columbia, atrajeron la atención vengativa de nuevos grupos activistas como el Proyecto David.
Un segundo objetivo, menos notado, fue un deseo urgente de impedir toda disminución de la cantidad de judíos dentro de Israel que podría beneficiar a los palestinos al aproximarse los dos grupos a la paridad demográfica en el área conocida por los israelíes como Gran Israel y por los palestinos como Palestina histórica.
La demografía ha sido una antigua obsesión del movimiento sionista: durante la guerra de 1948, el ejército israelí alejó por el terror o expulsó por la fuerza a aproximadamente un 80% de los palestinos que vivían dentro de las fronteras de lo que se convirtió en Israel para garantizar su nueva condición de Estado judío.
Sin embargo, a fines del milenio, después de la ocupación por Israel de Cisjordania y de Gaza en 1967, y del rápido crecimiento de las poblaciones palestinas oprimidas tanto en los territorios ocupados como dentro de Israel, la demografía volvió a ser colocada en la punta de la agenda política de Israel.
Durante la segunda Intifada, cuando los palestinos resistieron a la maquinaria bélica de Israel con una ola de ataques suicidas contra autobuses en importantes ciudades israelíes, el gobierno de Sharon temió que judíos israelíes acaudalados podrían comenzar a considerar a Europa y USA como más seguros que Jerusalén o Tel Aviv. El peligro era que podría perder la batalla demográfica si los judíos israelíes emigraban.
Cuando se sugirió que Europa en particular se había convertido en un caldo de cultivo del fundamentalismo islámico, se esperaba que los judíos israelíes, muchos de los cuales tienen más de un pasaporte, sintieran temor de partir. Un sondeo de la Agencia Judía realizado ya en mayo de 2002, mostró, por ejemplo, que un 84% de los israelíes creía que el antisemitismo se había vuelto a convertir en una seria amenaza para la judería mundial.
Al mismo tiempo, los políticos israelíes concentraron su atención en los dos países europeos con la mayor población judía: Gran Bretaña y Francia, que también tienen cantidades importantes de inmigrantes musulmanes. Destacaron un presunto aumento del antisemitismo en esos dos países en la esperanza de atraer a sus poblaciones judías a Israel.
En Francia, por ejemplo, extraños ataques antisemitas recibieron abundante cobertura en los medios de información: Un rabino anciano apuñalado (por sí mismo, como resultó ser en realidad). Una joven judía (que en verdad resultó no ser judía) atacada en un tren por matones antisemitas.
Sharon aprovechó el clima manipulado de temor en julio de 2004 para afirmar que Francia era asolada por «el antisemitismo más salvaje,» e instó a los judíos franceses a irse a Israel.
El tercer objetivo, sin embargo, no ha sido presenciado antes. Relaciona el aumento de un nuevo antisemitismo con el aumento del fundamentalismo islámico en Occidente, implicando que extremistas musulmanes están estableciendo un control ideológico sobre el pensamiento occidental. Encaja bien con la atmósfera posterior al 11-S.
En este espíritu, académicos judíos usamericanos como David Goldhagen caracterizaron el antisemitismo como en «desarrollo» constante. En un artículo intitulado «La globalización del antisemitismo» publicado en el semanario judío usamericano Forward en mayo de 2003, Goldhagen argumentó que Europa había exportado su antisemitismo racista clásico al mundo árabe que, por su parte, estaba reinfectando a Occidente.
«Luego los países árabes reexportaron la nueva demonología híbrida de vuelta a Europa y, utilizando a Naciones Unidas y otras instituciones internacionales, a otros países en todo el mundo. En Alemania, Francia, Gran Bretaña y otros sitios, la actuales intensivas expresión y agitación antisemitas utilizan antiguos tropos que solían ser aplicados a los judíos locales – acusaciones de sembrar el desorden, de querer subyugar a otros – con un nuevo contenido abrumadoramente dirigido contra judíos fuera de sus países.»
Esta teoría del contagio «boyante» de odio hacia judíos, propagado por árabes y sus simpatizantes a través de Internet, los medios y los organismos internacionales, encontró muchos admiradores. La periodista neoconservadora británica Melanie Philips hizo la afirmación popular, aunque ridícula, de que la identidad británica está siendo subvertida y excluida por una identidad islámica que está convirtiendo a su país en una capital del terror: «Londrestán».
Este objetivo final de los proponentes del «nuevo antisemitismo» tuvo tanto éxito porque pudo ser fácilmente fusionado con otras ideas asociadas con la guerra de USA contra el terror, tales como el choque de civilizaciones. Si se trataba de «nosotros» contra «ellos», entonces el nuevo antisemitismo postulaba desde el inicio que los judíos están del lado de los ángeles. Corresponde al Occidente cristiano decidir si pacta con los buenos (judaísmo, Israel, civilización) o con el mal (Islam, Osama bin Laden. Londrestán).
Estamos lejos de llegar al final de este camino traicionero, porque la Casa Blanca se encuentra en bancarrota de iniciativas políticas aparte de su guerra contra el terror, y porque el sitio de Israel está asegurado por el momento en el corazón del orden del día neoconservador del gobierno de USA.
Esto quedó en claro la semana pasada cuando Netanyahu, el político más popular de Israel, agregó otra capa más de maldad letal a la maquinaria de manipulación neoconservadora que se prepara para enfrentar a Irán ante sus ambiciones nucleares. Netanyahu comparó a Irán y a su presidente, Mahmoud Ahmadinejad, con Adolfo Hitler.
«Hitler se lanzó primero en una campaña mundial, y luego trató de obtener armas nucleares. Irán trata de conseguir armas nucleares primero. Por ello, desde esa perspectiva es mucho más peligroso,» declaró Netanyahu a los responsables israelíes de la política antiterrorista.
La implicación de Netanyahu es transparente: Irán busca otra Solución Final; esta vez tiene como objetivo a Israel y a la judería mundial. Se aproxima el momento de la decisión, según Tzipi Livni, ministra de relaciones exteriores de Israel, que pretende que, a pesar de toda la evidencia contraria, Irán está a sólo meses de poseer armas nucleares.
«Terrorismo internacional es un término erróneo,» agregó Netanyahu, «no porque no exista, sino porque el problema es el Islam internacional militante. Ése es el movimiento que opera el terror en el ámbito internacional, y es el movimiento que prepara el máximo terror, el terrorismo nuclear.»
Frente a los aviesos propósitos de los «fascistas islámicos», tales como los de Irán, el arsenal nuclear de Israel – y el Holocausto nuclear que Israel puede y parece estar dispuesto a desatar – puede ser presentado como la salvación del mundo civilizado.
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Jonathan Cook es un escritor y periodista basado en Nazaret, Israel. Es autor de «Blood and Religion: The Unmasking of the Jewish and Democratic State» que será publicado próximamente por Pluto Press; disponible en USA de University of Michigan Press. Su sitio en la red es www.jkcook.net
http://www.counterpunch.org/cook09232006.html
Germán Leyens es miembro de los colectivos de Rebelión y Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística. Esta traducción es copyleft y se puede reproducir libremente, a condición de mencionar al autor, al traductor y la fuente.