La aversión que produce en Occidente el lema “Desde el río hasta el mar, Palestina será libre” obedece a una deliberada malinterpretación del llamamiento a acabar con el apartheid y con la supremacía judía en toda la Palestina histórica.
Desde el 7 de octubre Israel está demostrando que su empeño en mantener un Estado supremacista judío exige seguir asesinando a decenas de miles de palestinos y palestinas. Casi un siglo y medio después de que los sionistas europeos empezaran a instalarse en Palestina y 75 años después de que establecieran violentamente su administración colonial de asentamiento, el pueblo palestino se ha negado a rendirse y sigue resistiendo con todas sus fuerzas. Esto le convierte a ojos de Israel y de sus aliados occidentales en el blanco de la genocida maquinaria asesina israelí.
Para justificar la brutalidad de sus acciones, los dirigentes sionistas suelen recurrir a aforismos racistas con los que describir a las personas palestinas. Incapaces de deshumanizar suficientemente a sus víctimas en un mundo no occidental cada vez más hastiado de los crímenes israelíes, los dirigentes actuales recurren a los mismos axiomas habitualmente utilizados por la anterior generación de conquistadores sionistas. Tales máximas siempre han resultado eficaces en los países occidentales, que no se cansan nunca de los crímenes de Israel.
Benjamin Netanyahu ha declarado recientemente que esta guerra de aniquilación de Israel contra las y los palestinos es una maniquea “guerra entre las fuerzas de la luz y las fuerzas de la oscuridad, entre la humanidad y el animalismo”. Como en todas sus argucias racistas previas, el primer Ministro carece de originalidad.
Aforismos racistas
Theodor Herzl, el fundador austrohúngaro del movimiento sionista, fue quien primero describió la futura colonia de asentamiento judío en 1896 como “la sección del muro de Europa contra Asia, un puesto avanzado de la civilización frente a la barbarie”.
Por su parte, el presidente bielorruso de la Organización Sionista, Chaim Weizmann, describió a los palestinos en 1936 como “las fuerzas de la destrucción, las fuerzas del desierto” y a los colonos judíos como “las fuerzas de la civilización y de la construcción”. Weizmann, que se convertiría posteriormente en el primer presidente de Israel, también describió la conquista sionista de Palestina como “la antigua guerra del desierto contra la civilización, pero no nos detendrán”.
Esta retórica racista y genocida no es exclusiva del sionismo sino propia de todos los colonizadores. Cuando los franceses conquistaron Nueva Caledonia confinaron en reservas a los indígenas canacos que sobrevivieron a las matanzas después de robarles sus tierras. Describían la resistencia canaca a las políticas genocidas de Francia en 1878 como una guerra del “salvajismo contra la civilización”.
Cuando Gran Bretaña invadió y ocupó Egipto en 1882 llamó a su guerra “un combate entre la civilización y la barbarie”. En el archivo colonial abundan ejemplos de descripciones similares.
Netanyahu, de origen polaco, no es el único de los dirigentes israelíes contemporáneos que lanza improperios racistas. Al tercer día de la actual guerra palestino-israelí, el ministro de Defensa Yoav Gallant, también de origen polaco, calificó a las personas palestinas como “animales humanos”. En la misma línea, el ex primer ministro israelí Ehud Barak, de origen lituano, se ha referido a Israel como “un remanso en medio de la jungla”.
La retórica religiosa que los sionistas laicos han utilizado siempre para justificar su conquista de Palestina no está lejos de la línea oficial de Israel. Antes de la última invasión terrestre israelí de Gaza, Netanyahu apremió a sus tropas coloniales diciendo: “recordad lo que Amalek os ha hecho, dice nuestra Santa Biblia. Y lo recordamos”.
El dios judío había ordenado a su pueblo: “Ahora id, atacad a los amalecitas y destruid por completo todo lo que les pertenece. No les perdonéis; matad a hombres y mujeres, niños y bebés, ganado y ovejas, camellos y asnos”. Mientras las fuerzas militares israelíes se preparaban para su misión de aniquilación, Netanyahu aplicaba este mandamiento contra el pueblo palestino.
Las invocaciones religiosas de Netanyahu forman parte de la conexión mítica que el sionismo establece entre los judíos europeos colonizadores y los antiguos hebreos con el fin de indigenizarlos en Palestina.
Tales mitologías sionistas, sin embargo, contradicen la propia narrativa bíblica en la que pretenden basarse, incluida la afirmación primaria de que el pueblo judío vivía en Palestina hace dos milenios y que era su único ocupante. La ficción fantástica en la que el sionismo insiste es que los judíos actuales son los descendientes directos y únicos de los antiguos hebreos. De hecho, Edward W. Said, en respuesta a la afirmación sionista de que ellos siempre habían sido indígenas de Palestina –contradiciendo la narrativa bíblica que presenta a los antiguos hebreos como conquistadores de la Tierra de Canaán–, insistía en una “lectura cananea” de estas falsas afirmaciones.
Calumnias de antisemitismo
Para ocultar aún más la naturaleza de la conquista sionista y su sangrienta historia en Palestina, Israel y sus colaboradores de los medios de comunicación occidentales nos han obsequiado con la abominable afirmación de que la ofensiva de Hamas del mes pasado ha sido el ataque más mortífero cometido contra los judíos “desde el Holocausto”.
El obstinado intento israelí y sionista de presentar a los palestinos como antisemitas y nazis se remonta a los años 1920 y 1930, respectivamente. El propósito de esta despreciable propaganda aún vigente es transformar la lucha anticolonial palestina en un conflicto antisemita que provoque la simpatía occidental hacia Israel.
Considerar a los soldados y civiles israelíes que murieron el 7 de octubre como víctimas del antisemitismo tiene como finalidad explícita ocultar que los palestinos que atacan a Israel y a los judíos israelíes lo hacen porque son colonizadores, no por ser judíos.
Tratar de equiparar a Israel y a los colonos judíos israelíes con los judíos europeos –que eran objetivo de los antisemitas por el solo hecho de ser judíos– no sólo es antisemita en sí mismo, sino que además deshonra la memoria de los judíos caídos durante la Segunda Guerra Mundial al vincularlos falsamente con la colonia de asentamiento supremacista judía que es Israel.
Las y los palestinos siguen resistiendo a Israel por su supremacía racial y por su colonialismo de asentamiento, no por su judaísmo. La imputación de que los palestinos no se habrían resistido a sus colonizadores si hubieran sido cristianos o musulmanes o hindúes, o que sólo se resisten a ellos porque son judíos, roza el ridículo.
Desde el río hasta el mar
Desacreditar como antisemita la resistencia palestina a la destrucción de sus tierras, de sus medios de subsistencia y de sus vidas delata la aversión occidental imperialista y racista que provoca el popular lema de protesta propalestino “Desde el río hasta el mar”. Para distraer la atención de la masacre de Gaza, los sionistas han emprendido una campaña para tachar el lema de antisemitismo.
“Desde el río hasta el mar, Palestina será libre” significa que toda la Palestina histórica tiene que ser liberada de los privilegios coloniales y raciales supremacistas judíos, y que hay que derogar todas las instituciones y leyes racistas israelíes desde el río Jordán hasta el mar Mediterráneo para que todos los palestinos y palestinas sean libres.
A quienes calumnian este lema les resulta irrelevante que el matizado sistema de apartheid que se aplica en el interior de Israel contra su ciudadanía palestina se parezca cada vez más, desde el último mes, por sus draconianas medidas represivas, al que se aplica en Cisjordania, donde se intensifican los pogromos contra la población palestina por parte de los colonos y del ejército israelí.
Los que lo critican, sobre todo los que dicen apoyar una solución de dos Estados, insisten en que rechazan la ocupación israelí de Cisjordania y Gaza, pero se oponen enérgicamente al derrocamiento de la supremacía judía en el propio Israel.
El eje de estos argumentos sionistas está en afirmar que hoy en día la identidad judía depende de que se instaure la supremacía judía sobre los no judíos y de colonizar tierras ajenas, y que todo aquel que se oponga a cualquiera de estas dos cosas es antisemita. Lo que es verdaderamente antisemita es la ideología colonial de asentamiento y de supremacismo judío –esencia misma del sionismo, no del judaísmo ni de la judeidad– que sionistas e israelíes proyectan sobre los judíos y el judaísmo.
El consenso de los gobiernos y de los medios occidentales en la defensa de Israel hoy en día no es, aunque sorprenda a algunos, diferente del consenso occidental que respaldaba a los colonos europeos en contra de los pueblos indígenas colonizados desde el comienzo del colonialismo europeo.
El respetado demócrata francés del siglo XIX Alexis de Tocqueville dijo lo siguiente sobre el colonialismo francés en Argelia: “Con frecuencia he oído a hombres a los que respeto, pero con los que no estoy de acuerdo, considerar malo que quememos cosechas, que vaciemos silos y, por último, que apresemos a hombres, mujeres y niños desarmados. Estas son, en mi opinión, necesidades deplorables pero a las que cualquier pueblo que quiera hacer la guerra a los árabes está obligado a entregarse”.
John Stuart Mill, icono del liberalismo, afirmó explícitamente que “el despotismo es un modo legítimo de gobierno para tratar a los bárbaros”.
Durante el genocidio alemán del pueblo herero de Namibia, los socialdemócratas alemanes liderados en el parlamento por August Bebel, resultaron ser tan racistas como sus homólogos conservadores y liberales. En respuesta a la deshumanización de los herero como bestias inhumanas, tanto por parte de los parlamentarios conservadores como de los liberales, Bebel expresó su simpatía por la lucha del pueblo herero aunque concedió que no eran civilizados: “He subrayado repetidamente que son un pueblo salvaje, de cultura muy baja”.
Hasta los comuneros franceses, enviados al exilio en Nueva Caledonia para reformarlos tras el levantamiento de la Comuna de París de 1871 que el Estado francés sometió, participaron activamente en el genocidio del pueblo indígena canaco.
Indiferencia occidental
Después del atentado del 7 de octubre muchos comentaristas se han preguntado en redes sociales cómo es posible que unos judíos israelíes pudieran organizar un festival de música a cinco kilómetros del campo de concentración de Gaza. Otros explicaron que “las fiestas en la naturaleza, al aire libre, o los festivales de música en los valles boscosos y desiertos del sur de Israel son un pasatiempo popular entre los jóvenes israelíes”.
La cuestión de la proximidad de las fiestas no es exclusiva de los israelíes. Un fiscal general sudafricano de la entonces colonia de asentamiento de Namibia bajo ocupación de Sudáfrica declaró en 1983 que “los blancos no tienen ni la más remota idea de lo que ocurre en la zona de operaciones” donde la resistencia negra era activa. “Los blancos del sur”, dijo, “siguen organizando fiestas”. Los historiadores de la lucha en Namibia explican que como estaban “acostumbrados a hacer la vista gorda ante la rebelión en los suburbios negros a ocho kilómetros de sus casas, no era de extrañar que los blancos de la región” ignoraran “los estragos” que se producían al lado.
Lo extraordinario del despreciable consenso occidental antipalestino de hoy en día es que la academia occidental, anteriormente un pilar de la defensa proisraelí, haya desacreditado en los últimos 40 años todas las reivindicaciones medulares del sionismo de Israel, para empezar, exigir la tierra de los y las palestinas, y afirmar que su “democracia” de raza superior se aplica a todos. Pero nada de eso ha causado efecto alguno sobre los gobiernos occidentales o sobre la representación que ofrecen los principales medios de comunicación sobre Israel o sobre la población palestina.
Que se siga dependiendo de orientalistas desacreditados (por no decir fanáticos sionistas pro israelíes) como expertos y asesores de gobiernos y medios de comunicación –a la sazón, Bernard Lewis y otros después del 11-S– cuyas opiniones ya están desautorizadas desde la década de 1970, ilustra el firme compromiso del poder político occidental con la supremacía blanca. E insiste en que solo el sionismo orientalista y el racismo antiárabe y antimusulmán recabarán el apoyo a las empresas imperiales.
Lo que demuestra claramente este compromiso es que sólo se recluta el conocimiento académico occidental que fomenta el imperio y la supremacía blanca al objeto de que respalde las empresas imperiales, mientras que cualquier cosa que pueda distraer sus objetivos se considera, como era de esperar, irrelevante o se rechaza y se censura con vehemencia.
Nuestro mundo está más dividido que nunca entre las fuerzas de la supremacía blanca lideradas por EE UU y Europa Occidental y sus víctimas no blancas. Los crímenes de guerra genocidas ejecutados estos días por Israel en Gaza son sólo los últimos de una larga historia de atrocidades coloniales para salvaguardar la supremacía blanca europea en la última colonia de asentamiento de Asia.
Pero lo que los supremacistas blancos se niegan a admitir es que el pueblo palestino no dejará de resistir a Israel hasta derrotar su régimen de apartheid y de supremacía judía desde el río hasta el mar.
Joseph Massad, jordano de origen palestino, es profesor de Política árabe moderna e Historia intelectual en la Universidad de Columbia, Nueva York. Es autor de numerosos libros y artículos académicos y periodísticos. Entre sus libros destacan Colonial Effects: The Making of National Identity in Jordan; Desiring Arabs; The Persistence of the Palestinian Question: Essays on Zionism and the Palestinians, y más recientemente Islam in Liberalism. Sus libros y artículos se han traducido a una docena de idiomas.
Traducción para viento sur de Loles Oliván Hijós. https://vientosur.info/como-israel-y-occidente-acusan-a-los-palestinos-de-antisemitas/