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¿Cómo que nunca HAMAS?

Fuentes: Insurgente

Mientras los Estados Unidos e Israel acaban de planear, con el mismo espíritu gregario (más bien confabulado) de siempre, el futuro de sus relaciones con el Movimiento para la Resistencia Islámica (HAMAS), irrecusable ganador de las elecciones parlamentarias palestinas -76 de los 132 escaños-, hagamos un tanto de abogados del «diablo» (de HAMAS, sí) y […]

Mientras los Estados Unidos e Israel acaban de planear, con el mismo espíritu gregario (más bien confabulado) de siempre, el futuro de sus relaciones con el Movimiento para la Resistencia Islámica (HAMAS), irrecusable ganador de las elecciones parlamentarias palestinas -76 de los 132 escaños-, hagamos un tanto de abogados del «diablo» (de HAMAS, sí) y de fiscal de los «justos» (gringos, sionistas y otros «adictos» a la paz), proclamando una verdad que, de escucharla en medio de su coma profundo, rompería los tímpanos al mismísimo Ariel Sharon, de oídos a prueba de balas y gritos como el de ¡criminal!

 

Como alguien afirmó, «así como la Casa Blanca alentó en los 80 el surgimiento de los sectores islamistas más radicales para combatir en Afganistán el ateísmo rojo de la Unión Soviética y terminó dando a luz a los talibanes, pocos quieren recordar que el surgimiento de HAMAS en los territorios palestinos durante la Primera Intifada -el 14 de diciembre de 1987- fue visto con cierta simpatía, si no auspiciado, por la dirigencia israelí, que suponía que el engendro serviría para contener el laicismo de izquierda que representaba la OLP».

 

Para diversos analistas, entre ellos Stephen Zunes, con ese mismo fin, el de contención, la Casa Blanca respaldaba entre bastidores el rechazo de los gobiernos derechistas de Tel Aviv a discutir con sus pares de la Autoridad Nacional Palestina (ANP) la celebérrima Hoja de Ruta, fórmula de paz del Cuarteto, integrado por la ONU, los Estados Unidos, Rusia y la Unión Europea, «que implicaba pasos sucesivos y alternativos para la consolidación de la confianza entre ambas partes».

 

Entonces, ¿resultarán legítimas las jeremiadas, ese rosario de lamentaciones salido de gargantas semíticas, estadounidenses y occidentales al respecto del triunfo de quienes son acusados una y otra vez de terroristas?

 

Los plañideros deberían mostrarse de acuerdo, siquiera en su fuero interno, con lo que Zunes ha delineado la mar de ríspido: «Dado que la primera responsabilidad de cualquier gobierno es la protección de su pueblo, la ANP a cargo de Al Fatah sufrió un rotundo fracaso debido a la abrumadora superioridad de las fuerzas de ocupación israelíes apoyadas por Estados Unidos, la primera potencia mundial.»

 

Fracaso porque «desde la creación de la ANP, en 1994, Israel ha asesinado a cientos de civiles, destruido miles de casas, granjas, viñas, y construido un muro que separa su territorio del de Cisjordania». (El desmantelamiento por Tel Aviv de la infraestructura de la Autoridad Nacional ha insuflado vigor a un HAMAS que ha respondido a las más perentorias necesidades materiales del pueblo, y que aspira a satisfacer hasta las necesidades espirituales. Con la más acendrada observancia del Islam, por supuesto.)

 

Por su parte, personalidades de la ANP, tales Saeb Erekat, ex ministro y encargado de las conversaciones con Tel Aviv, han tenido a bien expresar, de manera desgarrada: «Ha habido unos cuantos errores. Nos han castigado porque no hemos logrado alcanzar una paz definitiva durantes estos últimos años, porque la corrupción que hemos tenido ha sido exagerada, porque la negociación con Israel se ha detenido y la ocupación ha continuado, mientras que las condiciones generales de vida no han mejorado. Además, Israel decidió también llevar a cabo la retirada unilateral de Gaza, sin llegar a ningún acuerdo con nosotros.»

 

Y se cansaron de esa situación los palestinos, religiosos o laicos, protagonistas de unos comicios ejemplares: en la tranquilidad, la legalidad, con una participación del 85 por ciento del censo en Gaza y el 74 por ciento en Cisjordania; ello, en medio de una economía en ruinas y con el telón de fondo de injerencias foráneas que perseguían aislar, marginar al Movimiento de Resistencia Islámica, el cual ha hecho del atentado suicida una desesperada, cruenta respuesta al terrorismo de Estado, lo que suele silenciar algún que otro medio entre los más influyentes en la opinión pública internacional.

 

Tal asevera el analista vasco Txente Rekondo, el voto significa una protesta contra la gestión de Al Fatah, que se presentaba en la liza política rezumando diferencias internas, a pesar de llevar una única lista de candidatos, y con el sambenito de corruptos con que cargan algunos de sus dirigentes; pero también representa la confirmación de la imagen positiva de un HAMAS unido, disciplinado, monolítico en la competencia electoral, con una nítida y efectiva política de ayuda social para los desposeídos -concretada en una vasta red benéfica de escuelas, hospitales-, y, ¡lo fundamental!, de inmaculado expediente: sin sombra alguna de descomposición moral en sus ascéticas filas. Filas que, por cierto, se han ganado el respeto por la cantidad de mártires ofrendados a la libertad, sobre todo a partir del estallido de la Segunda Intifada (septiembre de 2000), cuando Israel lo declara enemigo número uno, algo que luego hará Occidente, aprovechando el nerviosismo y el horror generados por las embestidas contra las Torres Gemelas.

 

A todas luces, no andan descaminados quienes concluyen que los palestinos no desean una paz a cualquier precio. Una mayoría amplia de ellos ha desmentido en las urnas la posibilidad de un Estado (semi)independiente que acate las directrices llegadas de Tel Aviv y Washington. Y esa mayoría ha mostrado su visión de que, en la práctica, los acuerdos de Oslo son papel mojado, como lo asevera HAMAS, sin cortapisa alguna.

 

Un HAMAS «calzado» en el sufragio no sólo por la represión de los sionistas -arrestos de sus candidatos, muerte de algunos milicianos y la prohibición de contender por el Parlamento en Jerusalén oriental- sino, y quizás en primer orden, por la combinación de cuatro estrategias, resumidas por Rekondo. La reformista, por la vía de la educación y la propaganda religiosa; la comunal, centrada en los servicios sociales; la política, movilizadora de las masas; y, finalmente, la armada, que proclama y utiliza la fuerza militar…

 

Mayormente, es esta última la que atiza el griterío occidental e israelí. Claro, no todo el mundo entiende, ni quiere entender, que en la carrera electoral el movimiento matizó postulados como el de la eliminación del Estado judío, al asegurar que no descartaría el diálogo, hecho considerado por algunos virtual milagro; por otros, muestra fehaciente del pragmatismo histórico de la agrupación en aras de lograr su fin último. No en balde, hace un tiempo los dirigentes se exhibieron dispuestos a aceptar «soluciones interinas», basadas en un cese bilateral de las hostilidades, en la salida de Israel de los territorios ocupados en 1967, en el regreso de los refugiados y en el reconocimiento de un Estado pleno y soberano para Palestina. Pero parece que es demasiado pedir para unos halcones que graznan en hebreo y se aconsejan en inglés.

 

Ahora, no todo criterio debe coincidir en la viña del Señor -¿Alá o Yahvé?; vaya a usted a saber-. Para algunos comentaristas, Uri Avnery en la nómina, la victoria de HAMAS no constituiría fuente de preocupación para «estrategas» como Ariel Sharon; por el contrario, éste hizo todo lo posible por minar al presidente Mahmoud Abbas. La lógica «era bastante obvia: los estadounidenses querían que él negociara con Abbas. Tales negociaciones tendrían que llevar inevitablemente a una situación que lo habría obligado a abandonar casi toda Cisjordania. Sharon no tenía ninguna intención de hacer esto. Quería anexarse la mitad del territorio. Por lo que tuvo que librarse de Abbas y su imagen moderada».

 

Quizás por eso durante el último año la situación de los palestinos empeoró, las acciones de la ocupación hicieron imposible una vida normal, los asentamientos judíos de Cisjordania fueron agrandados constantemente, el famoso Muro estaba a punto de completarse, ningún prisionero importante fue libera.

 

También tal vez por eso se está asistiendo en estos instantes a un final previsto: la extensión de la acusación sionista contra un «HAMAS terrorista, un HAMAS asesino», y la consiguiente aseveración de que «no negociaremos con ellos», puede que para «negociar» o seguir «negociando» desde una posición de fuerza «legitimada» por unos Estados Unidos disgustados por la victoria islamista y una Comisión Europea y otros donantes en son de chantajistas, que ya han anunciado la suspensión automática de la ayuda económica si se abandona la vía pacífica en la solución del conflicto.

 

Nada, que algunos continúan sin comprender lo que ha aclarado, en la Vanguardia Digital, el articulista Graham E. Fuller: «La fuerza principal de los palestinos radica en los 39 años de ocupación israelí, casi dos generaciones». En el pueblo; no en una que otra organización por separado. Ni en el mismísimo HAMAS… aunque, eso sí, habrá que apoyar a quien sugiere que jamás se diga «nunca HAMAS».