Traducción: María Landi.
Un niño que arrojó piedras a los jeeps del ejército israelí sufrió el castigo de ser ejecutado por un soldado; fue la tercera vez en las últimas semanas que los soldados apuntaron a las cabezas de los niños que lanzan piedras.
El campo de exterminio del adolescente Laith Abu Naim es un terreno baldío en la remota aldea de Al-Mughayyir, al norte de Ramala. Alguien una vez planeó construir una casa allí, pero no llegó más allá de unas varillas de hierro y un muro de contención. El niño corrió por su vida entre esas varillas, perseguido por dos vehículos acorazados de las «Fuerzas de Defensa de Israel» [el ejército]. La persecución terminó cuando la puerta de uno de los vehículos se abrió y un soldado apuntó su rifle directo a la frente de Laith desde un alcance de 20 metros. Disparó una bala y mató al adolescente, del mismo modo que se caza y se embolsa a un animal en un safari.
Un niño de 16 años que soñaba con convertirse en portero de fútbol lanzó piedras a un jeep y sufrió el castigo de la ejecución a manos de un soldado, tal vez para darle una lección, quizás como venganza. La bala de acero recubierta de goma dió en el punto exacto al que apuntaba: la frente del niño, sobre su ojo izquierdo, y tuvo el resultado previsto: Laith cayó al suelo y murió poco después. El destacado francotirador de las FDI podría haber apuntado a sus piernas, haber usado gases lacrimógenos o haber intentado detenerlo de otras maneras. Pero eligió, en lo que parece ser un patrón casi estándar en las últimas semanas en esta zona, disparar una bala directamente a la cabeza.
Así es como los soldados dispararon contra dos adolescentes llamados Mohammed Tamimi, uno de Nabi Saleh y el otro de Aboud, hiriendo gravemente a ambos. El último todavía está hospitalizado en grave estado en un hospital de Ramala; el primero está convalesciente en su casa, con parte de su cráneo perdido.
Laith Abu Naim ahora yace en la tierra, en el cementerio de su aldea.
El campo de exterminio se encuentra en la plaza principal de Al-Mughayyir, que está vacía de casi cualquier cosa, excepto una tienda de comestibles. El propietario, Abdel Qader Hajj Mohammed, de 70 años, fue testigo presencial de la muerte del adolescente. Dos de los amigos de Abu Naim estaban con él, pero no vieron el momento del disparo: habían trepado por el sendero de tierra que desciende de la plaza hacia las casas del poblado. Los dos compañeros de clase, Majid Nasan y Osama Nasan, adolescentes escuálidos de 16 años, están ahora dando testimonio a un investigador de la Cruz Roja Internacional, Ashraf Idebis, que ha venido con un colega europeo para investigar las circunstancias del asesinato del 30 de enero.
Los dos adolescentes visten camisetas azules con la fotografía de su amigo muerto impresa y llevan kuffiyehs sobre los hombros. Los signos del trauma todavía están grabados en sus rostros, junto con la barba incipiente. El pupitre en el que estaba sentado Laith en el salón de clases está vacío, y sus amigos han colocado en él su fotografía, como si aún estuviera con ellos. El domingo de esta semana se celebró una ceremonia en su memoria en el patio de la escuela.
Éste es un poblado pobre de 4.000 habitantes, cuyos residentes viven principalmente de lo que queda de sus tierras agrícolas, rodeadas de colonias y de puestos de avanzada de colonos cuya expansión en esta región -el valle de Shilo- ha sido particularmente salvaje. La localidad palestina vecina, Turmus Ayya, es próspera; algunas de sus casas son mansiones de lujo que permanecen clausuradas mientras sus dueños viven en el exilio en Estados Unidos.
Por la tarde, unas pocas docenas de niños y adolescentes de Al-Mughayyir caminaron en dirección al camino Allon, aproximadamente a un kilómetro del centro del pueblo, donde arrojaron piedras y quemaron neumáticos. Desde que el presidente de Estados Unidos Donald Trump reconoció a Jerusalén como la capital de Israel en diciembre, los disturbios han estallado casi a diario, incluso en esta localidad sitiada.
El día en cuestión, las fuerzas israelíes repelieron a los jóvenes con gases lacrimógenos, y dos jeeps los persiguieron mientras se retiraban hacia el pueblo. La mayoría de los jóvenes se dispersaron en todas direcciones. Laith quedó casi solo en el terreno, frente a los jeeps. Había decidido tirar una piedra más a los vehículos antes de escapar. Avanzó a través de las varillas de hierro hacia el jeep que se había detenido al otro lado, lanzó su piedra y comenzó a correr. Hajj Mohammed, de la tienda de comestibles que da hacia la plaza, relata que uno de los soldados, aparentemente el que estaba al lado del conductor, abrió la puerta, apuntó con su rifle y disparó una ronda solitaria.
En la plaza se halla el casco de un vehículo comercial que perteneció a Leiman Schlussel (una distribuidora de dulces en Israel), ahora pintado de marrón y que sirve como puesto de falafel. Cuando visitamos el sitio el lunes, las puertas del vehículo estaban cerradas con candados. Laith aparentemente intentó refugiarse detrás de la vieja carrocería, pero no lo logró.
Subimos al techo del edificio donde se encuentra la tienda de comestibles, algunos de cuyos apartamentos están sin terminar, y observamos el escenario: el camino Allon, las colonias y sus puestos de avanzada circundantes, incluyendo Adei Ad y Shvut Rachel, y el terreno valdío con la construcción inconclusa, del cual brotan las varillas de hierro.
Hasta que tenía 10 años, a Laith no le dijeron que su madre había muerto; él creía que su abuela era su madre y su abuelo su padre. Incluso después continuó diciéndoles «papá» tanto a su abuelo como a su padre, usando términos diferentes: «Yaba» para su abuelo, «Baba» para su padre.
Haitham trabaja para una empresa de infraestructura en la colonia Modi’in. Veía a Laith cada fin de semana, cuando el chico iba a Beit Sira. Vio a su padre por última vez cuatro días antes de que lo mataran. Ese fatídico día de la semana pasada, la tía de Laith telefoneó a su padre para decirle que el niño había sido herido. Haitham corrió al hospital en Ramala, donde vio a los médicos luchando en vano para salvar la vida de su hijo.
«Le dimos todo«, dice Fat’hi, el abuelo de Laith. Fat’hi estudió cocina en Tadmor, la tradicional escuela de administración hotelera, en Herzliya [Israel]; la firma de Rehavam Ze’evi, el ex general del ejército, que era entonces ministro de turismo (y fue asesinado en 2001), figura en su certificado de graduación. Hasta hace poco, Fat’hi, que tiene 65 años, trabajaba como cocinero en el Hotel Metropole de Jerusalén.
Alguien trae los guantes de portero de Laith: verdes y blancos, y muy gastados por el uso. Le gustaba que le tomaran fotos; su padre nos las muestra. Era un chico hermoso, con el cabello negro derramado sobre la frente. Aquí está en el tobogán acuático de Al-Ouja. Era el portero del equipo de la escuela, era fan del Barcelona, y también le gustaba nadar. Al igual que todos los niños en esta región, la única playa que vio en su vida fue en el Mar Muerto.[1]
Su abuelo dice que cada vez que estallaban los disturbios en Al-Mughayyir, salía a llamar al chico para que volviera a casa. No lo hizo el martes pasado, porque pensó que Laith estaba en la práctica de fútbol.
La Unidad Portavoz del ejército declaró esta semana, en respuesta a una pregunta de Haaretz: «El 30 de enero se produjo un disturbio violento en el que participaron unos 30 palestinos, quemando neumáticos y arrojando piedras a las fuerzas del ejército adyacentes al pueblo de Al-Mughayyir. Las fuerzas respondieron con medios para dispersar manifestaciones. Conocemos la afirmación de que un palestino fue asesinado. La Policía Militar ha abierto una investigación, cuyos resultados finales serán transmitidos a la unidad del defensor general militar».
Fat’hi −su rostro en un estado de abatimiento− pregunta: «¿Hay algún ejército en el mundo que, después de dispararle a alguien, ponga el pie sobre su cuerpo? Le dispararon a sangre fría para matarlo. Fue una ejecución, un asesinato. Podrían haberlo arrestado, herido, pero no matarlo. Matar a un palestino no es nada para ellos. No tienen sentimientos humanos. El oficial que le disparó ¿no tiene hijos? ¿No vio en Laith a un niño igual a sus hijos? Los soldados israelíes han perdido toda contención. Todo soldado puede matar a cualquiera según cómo esté de humor«.
Luego nos muestran más fotografías en el teléfono celular del padre. Aquí está Laith fumando un narguile con amigos; aquí está su funeral: el presidente palestino Mahmoud Abbas convocó y miles asistieron, y eso ha sido una fuente de consuelo para la familia.
Nota
[1] Las autoridades de Israel no permiten a la población palestina de Cisjordania ir a las playas sobre el Mediterráneo, aun cuando vivan a pocos kilómetros de la costa. (N. de la T.).