Los “Acuerdos de Oslo” son una cuestión personal para mí, y les explicaré las razones. Desde el momento en que acabó la Guerra de [los Seis Días] de 1967, mi padre –que fue uno de los arquitectos y ejecutores de dicha guerra– dedicó su vida a la solución de los dos Estados. Muchos esperaban que los Acuerdos de Oslo fueran el primer paso para que esto se hiciera realidad. Evidentemente, quienes creían que así sería estaban muy equivocados.
El entusiasmo de mi padre –y, por defecto, el mío propio– llegó a su culmen cuando el primer ministro israelí Yitzhak Rabin estrechó la mano al presidente de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) Yasser Arafat sobre el césped de la Casa Blanca. Lo hizo enfrente de todo el mundo. Recuerdo que mi padre –entonces un general retirado del ejército israelí y profesor de literatura arábiga– que publicaba una columna en el periódico israelí Ma’ariv, escribió que Rabin había “Cruzado el Rubicón”. En otras palabras, el establishment israelí, que jamás estuvo dispuesto a reconocer los derechos del pueblo palestino a la determinación acababa de hacerlo. Eso pareció al principio.
A medida que el proceso se prolongaba e Israel retrasaba la aplicación de las medidas previstas en los acuerdos, mi padre cambió su tono, y no solo él. En una entrevista anterior a su muerte en marzo de 1995 declaró: “Rabin no desea la paz”. En noviembre de ese mismo año, Rabin fue asesinado. Como mencioné anteriormente, para mí todo esto era un asunto personal. La participación de mi padre, Rabin (a quien conocíamos bien en la familia, pues había sido compañero de armas de mi padre muchos años), la perspectiva de una paz que finalmente mostraría al mundo que Israel y una Palestina independiente podían convivir juntas, todo eso eran asuntos personales para mí. El último artículo que escribió mi padre llevaba por título “Un réquiem por Oslo”, y en él señalaba que la expectativa de que Israel permitiera a los palestinos cualquier atisbo de independencia ya estaba muerta.
Uno a uno todos fueron muriendo y hoy en día soy consciente (como muchos otros) de que los Acuerdos de Oslo tenía el objetivo de aumentar el control israelí de Palestina y de su pueblo al tiempo que permitían quedar bien a Israel. Quienes no se dieron cuenta entonces deberían saber hoy sin ninguna duda que Rabin era un contumaz criminal de guerra y que nunca tuvo la intención de permitir a los palestinos ejercer su derecho a la autodeterminación. Todo el concepto de la solución de los dos Estados era una estafa.
A finales del año 2000, tras los falsos intentos de Bill Clinton de poner fin al «proceso de paz», todo se había venido abajo. Digo falsos porque Clinton trabajaba para Israel, no para encontrar una solución. Los palestinos eran humillados, vivían bajo un brutal régimen de apartheid, presionados para aceptar condiciones inaceptables, y cuando la llamada «cumbre de paz» fracasó, Clinton culpó a Yasser Arafat de no ser lo suficientemente flexible.
Recuerdo claramente el momento en que Bill Clinton pronunció esas palabras. Recuerdo haber pensado que Yasser Arafat –que para entonces había abandonado el sueño de una Palestina libre y estaba dispuesto a negociar con los criminales que robaron su país y asesinaron a su pueblo– ¡estaba siendo acusado de no ceder lo suficiente! Y todo porque no renunció a Jerusalén y exigió unas fronteras claras y mínimas para el propuesto Estado palestino. Existe el mito de las “generosas ofertas” hechas por Israel, pero, como se ha visto, Israel nunca presentó una sola oferta.
A posteriori todo parece diferente. Cuando la gente habla del “fracaso” de los Acuerdos de Oslo yo tengo que discrepar. Dichos acuerdos han cumplido con éxito sus objetivos. Actualmente Israel ejerce un control más estricto que nunca sobre Palestina y su pueblo. Al mismo tiempo se le considera un país amante de la paz que ofreció una rama de olivo y no obtuvo sino «terrorismo» a cambio. Lo único que Israel tuvo que hacer para conseguirlo fue enriquecer a unos cuantos palestinos corruptos.
La Autoridad Palestina también resulta útil cuando se habla de normalizar las relaciones con Israel. Los países que aún no las han normalizado, como Indonesia, por ejemplo, ven a los representantes de la Autoridad Palestina como agentes de Israel que allanan el camino hacia la normalización.
El reconocimiento de que el proceso de Oslo, al igual que la solución de los dos Estados, fue una estafa es fundamental para nuestra capacidad de avanzar. Una pregunta que hay que hacerse es por qué siempre que Estados Unidos decide intervenir en la llamada cuestión de la paz, trae de vuelta a la vieja guardia que estuvo a cargo del proceso de Oslo. Oslo es una llave de oro; permite que la conversación se desvíe a Israel, tendiendo la mano a la paz y recibiendo cohetes a cambio.
Oslo y la solución de los dos Estados actúan como una especie de prueba de fuego para saber hasta qué punto alguien es sincero sobre la liberación de Palestina. La gente me dice a menudo: «¡Estoy de acuerdo contigo en un noventa y cinco por ciento!». Es un comentario interesante. ¿Qué constituye ese cinco por ciento final? Es el salto que va desde Oslo y la solución de los dos Estados hasta el pleno reconocimiento de que los palestinos fueron agraviados, que los judíos no tenían por qué venir a colonizar Palestina y que se derramó suficiente sangre palestina.
Con todos los años transcurridos después de Oslo, deberíamos estar en un punto en el que reconozcamos que no hay solución sin la plena liberación de Palestina. Eso significa desmantelar el Estado sionista y transformar Palestina en una democracia con plena igualdad de derechos, y significa poner en marcha mecanismos para llevar a cabo el retorno de los refugiados palestinos. Puede que no sea una lista exhaustiva, pero contiene los elementos sin los cuales seguiremos atascados en el apartheid y la violencia en un futuro previsible.
Fuente: https://mondoweiss.net/2023/09/understanding-oslo-is-crucial-for-moving-forward/
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