En las fotos de manifestaciones palestinas de estos días pueden verse entre banderas y pancartas centenares de humildes cucharas. Cucharas como la que usaron seis prisioneros palestinos para excavar un túnel y escapar del siniestro centro de detención de Gilboa en el norte de Israel. Fue el pasado 6 de septiembre. Sus ansias de libertad, su perseverancia, su astucia y una cuchara, que se ha convertido ya en símbolo de la liberación palestina, como únicas herramientas.
La extraordinaria noticia corrió como la pólvora por los informativos de todo el mundo a excepción de la prensa «occidental» donde fue silenciada y casi ocultada. Sin duda la importancia de la noticia la hacía merecedora de las primeras páginas de los periódicos. Los detalles de la fuga, cómo fue posible, quiénes eran los seis presos, la reacción de los carceleros, todo invitaba a los profesionales de la información para prestarle la atención que merecía. Pero no fue así. Sin duda el bochorno y la vergüenza del gobierno israelí le llevó a intentar silenciar los hechos, algo imposible en el mismo Israel y en el mundo árabe, pero más fácil en los países “amigos” que no se atreven a discrepar de sus “sugerencias informativas”.
Los protagonistas de esta fuga heroica estaban condenados a cadena perpetua; todos ellos, al igual que los casi cinco mil presos palestinos, sufrían las terribles condiciones carcelarias impuestas por el régimen israelí. De uno de ellos, Zacaría al-Zubeidi, escribe Gedeón Levy en el diario Haaretz: «Yo conozco bien a Zacaría Zubeidi, podría incluso considerarme su amigo. Le estuve enviando casi durante tres años seguidos artículos de opinión de los archivos de Haaretz que él quería para su tesis de maestría. Su historia es la historia clásica de una víctima y de un héroe. “Yo no he vivido nunca como un ser humano”, me dijo una vez. Era aún adolescente cuando su madre fue asesinada por balas del ejército israelí en la ventana de su casa, y algunas semanas más tarde fue asesinado su hermano y su casa demolida por el ejército. Su padre murió cuando él era aún muy joven. De todos sus amigos en el campo de refugiados de Jenin que han sido inmortalizados en el maravilloso documental de 2004 “Los hijos de Arna” solo él permanece todavía con vida. En 2004 me dijo: “Yo estoy muerto. Yo sé que yo estoy muerto”, pero la suerte, o lo que sea, está de su lado».
En los días posteriores a la fuga, en Cisjordania, Gaza y Jerusalén se sucedieron masivas manifestaciones de solidaridad con los presos palestinos que como represalia por la fuga de sus compañeros estaban sufriendo un castigo colectivo “ejemplar”. Al mismo tiempo el ejército de ocupación realizaba batidas contra los familiares, amigos y contra toda la población; con perros, helicópteros, drones, con más puestos de control, asaltando viviendas y arrasándolas. La violenta represión israelí contra los manifestantes provocó la muerte del médico palestino Hazem al-Jolani, más de cien heridos y decenas de detenidos.
El 11 de septiembre, cinco días después de su fuga, el ejército de ocupación consiguió capturar a dos de ellos y poco después a otros dos. Mahmud al-Ardah, Mohammed al-Ardah, Zakaria Zubeidi y Yaqub Qadri fueron trasladados al Centro de Interrogatorios de Jalameh donde han sufrido palizas y torturas por más de veinte torturadores que se turnaban día y noche. Zakaria Zubeidi fue ingresado en un hospital con la mandíbula y varias costillas rotas. Entre los días 14 y 15 pudieron finalmente hablar con sus abogados. Sus testimonios son estremecedores. Dicen que están con la moral alta, dispuestos a seguir luchando por su libertad y la de Palestina. Mahmud Al-Ardah cuenta que llevaban un transistor, que se enteraban de los cánticos de alegría y de solidaridad de la gente y se sentían fortalecidos. Que no pudieron beber durante varios días, lo que les debilitó mucho. Yakub Qadri dijo que los días pasados fuera de la prisión han sido los «cinco días más bonitos de mi vida» y que ver las tierras y campos de Palestina fue como un «sueño hecho realidad». Que vieron niños jugando, que se acercaron y los besaron. Mohammed al-Ardah ha conseguido enviar una carta a su madre: «Me hubiera gustado saludarte, mamá, y decirte que me esforcé mucho por venir y abrazarte antes que te vayas de este mundo, pero no pude. Estás en mi corazón y en mi cabeza. La buena noticia es que he comido higos de muchos lugares de nuestra tierra natal. También comí tunas (higos chumbos), granadas, zumaque y tomillo silvestre. Incluso comí guayaba por primera vez en 25 años. Tenía un tarro de miel como regalo para ti. Extiendo mi saludo a mis hermanas fallecidas Basima, Ruba, Khitam y Saeda, y también a mis hermanos, ya que los extraño mucho. Olí la libertad y vimos que el mundo ha cambiado. Subí las montañas de Palestina durante largas horas y caminamos por amplias llanuras. Vi cómo la llanura de Airaba, mi ciudad natal, es ya una pequeña parte de Bisan y Nazaret. Mis saludos a todos los familiares y amigos. Mis saludos a mi sobrina, Sinat, que usé los calcetines que me regaló por toda la montaña. Mis saludos para Abdulah, Hadil, Yusef, la esposa de Radad y toda la familia, para Sarah, Rahaf Ghada, Muhammad y todos. Un saludo especial para Huda. La extraño mucho y le enviaré toda la historia».
Las protestas por las condiciones que sufren los presos continúan. Según la Asociación Addameer actualmente hay 4650 presos políticos. De ellos, 520 están sin acusación ninguna (es la detención administrativa), 499 cumplen sentencias de más de 20 años, entre ellos Marwan Barguti, el Nelson Mandela palestino; 200 son niños que sufren el mismo trato que los mayores, los mismos interrogatorios en aislamiento, las mismas torturas, la amenaza de hacer daño a sus familiares, la negación de un abogado, la falta de atención médica, la prohibición de visitas, las mismas condiciones inhumanas contrarias al Derecho Internacional y condenadas tantas veces por organismos internacionales. Su delito suele ser tirar piedras, que llega a ser castigado con 20 años de cárcel. Y 40 son mujeres. Entre ellas están Khalida Jarrar, parlamentaria que suma varios años de detención administrativa; Isra Jabis, de 36 años, que necesita urgente tratamiento para sus manos y su rostro quemados; Anhar Al-Deek, que consiguió salir para dar a luz a su bebé… Y también una cooperante española, nuestra compañera Juana Ruiz Sánchez, trabajadora de los Comités de Trabajo para la Salud, que lleva cinco meses detenida sin que todavía hayan presentado pruebas que la acusen y sin que nuestro gobierno haya hecho algo para liberarla.
El sistema carcelario israelí forma parte sustancial de la ocupación militar y del sistema de Apartheid. Sólo en el mes de Mayo fueron detenidas 3.100 personas, hombres, mujeres y niños. Las Prisiones, los Centros de Detención, los Centros de Interrogatorio, y las Cortes militares constituyen una red represiva pensada para el control de la población, para impedir su organización y la resistencia. Así lo hizo el sistema de apartheid sudafricano y así lo hace ahora el sistema de apartheid israelí.
La fuga espectacular de estos seis héroes de la libertad, como los llama Gedeon Levy, ha servido para llamar la atención una vez más sobre las condiciones de vida en las cárceles israelíes. Así ha sido en muchos países del mundo. No permitamos que en Europa su sacrificio pierda valor por una prensa domesticada. Como dice la escritora Susan Abulhawa, autora de «Las mañanas de Jenin»: «Nuestros valientes presos políticos conocían los riesgos que asumían. Es lo que hacen los revolucionarios, que prefieren batirse a capitular. No importa lo que pase, lo que han hecho no puede ser deshecho. Se han sacrificado para darnos un aliento de esperanza. Debemos recoger la llama de la esperanza y el impulso de la libertad que alimentaron su heroísmo. Tenemos que mantener el desafío y rehusar vivir para siempre en el exilio o cautivos. Nos han hecho comprender que nada es imposible, incluido el fin de este régimen execrable y cruel. »
Fuente: http://vientodejustocambio.blogspot.com/2021/09/con-una-cuchara.html